En esta sección se reproducen poemas en sus diferentes formatos y soportes. Se trata de un archivo de textos, voces, videos, performances.
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Alejandra Saguí (Bahía Blanca, 1987) publicó un libro de poemas: Pareidolias (Zindo & Gafuri, 2014).
Los poemas que aparecen en este video pertenecen a un libro inédito: Que el último apague la luz.
Empieza así: vemos un patio interno, unas plantitas, una persiana cerrada. Una voz aparece antes que un cuerpo: es una voz acusmática, fuera de campo, sin fuente visible.
Segundos después aparece Saguí, que por momentos lee, y por momentos recita de memoria, poemas en donde escuchamos voces familiares, escolares, infantiles, voces cuchicheantes de pueblo, nunca estabilizadas en personajes, o agrupadas en formas fijas que permitan desarrollar parlamentos o discursos; por el contrario, estas voces irrumpen a ramalazos, como fraseos recortados de vecinos que escuchamos en un edificio a través de las paredes, voces sin procedencia y aún así identificables, y hasta reconocibles, quizás por el carácter casi actoral de la dicción: la vocalidad del poema adquiere la resonancia de un escenario y las voces se incorporan en la escena de la voz: se vuelven cuerpos, adquieren corporalidad.
Y escuchamos: «tate/ tate bien», «¡Hola! llegué ¿quién hay?», «pero papá mamá/ él empezó él mempujó/ yo nohi ce nada», «Cuchame/ esto parece/ la casa del pueblo». Y no hay, se entiende, oralidad en el sentido imitativo, representativo, que le daba el coloquialismo, sino un montaje vocal que no busca la homogeneidad ni la coherencia del discurso sino, más bien, efectos sonoros como el eco, la reverberación, el delay.
Los poemas de Saguí son difíciles de citar porque están desparramados por toda la hoja, con largos blancos en un mismo verso, cursivas, negritas, acentuaciones y otras marcas textuales que parecen tener un carácter musical de partitura: el poema es un pentagrama verbal; la lectura en papel un sonido muteado que se transfiere en silencio, como cuando escuchamos música con auriculares, como si ensayáramos tocar el diapasón de una guitarra eléctrica desenchufada o leer una partitura rítmica y tocarla en la batería muda del cerebro.
Tu, pá, tutu pá/ Tu, pá, tutu pá... Bueno, así.
M.M.