En esta sección se reproducen poemas en sus diferentes formatos y soportes. Se trata de un archivo de textos, voces, videos, performances.

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Perlongher, Néstor

 

Nacido en Avellaneda en 1949, la vida de Perlongher dibuja un itinerario que, con cierta nostalgia por los casetes y los vinilos, se puede caracterizar como el lado b de la historia política argentina. En 1968, el mismo año en que comenzó a estudiar Letras (carrera que abandonó por Sociología), ingresó a Política Obrera. En 1971 rompió con el partido y pasó a formar parte del recién creado Frente de Liberación Homosexual. Según recuerda Perlongher, por 1973 sus integrantes estaban convencidos de que formaban parte del amplio y heterogéneo movimiento que Perón había cobijado con sus bendiciones urbi et orbi desde Puerta de Hierro. En una entrevista en el semanario Así, tres de sus dirigentes, entre ellos Perlongher, explicitaron esa posición, comprobando las características que años más tarde Eliseo Verón y Silvia Sigal identificaron en el discurso peronista. El razonamiento del grupo puede reducirse a un silogismo falaz: Perón busca la liberación del pueblo, los homosexuales formamos parte del pueblo, Perón busca la liberación de los homosexuales. Convencidos de estas conclusiones extrañas, el Frente marchó a Plaza de Mayo para celebrar el triunfo de Héctor Cámpora y luego saludó en Ezeiza el arribo de Perón, portando una pancarta en la que, con sagacidad, ironía e ingenuidad, se leía la frase de la marcha peronista “para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”. La visibilidad del grupo precipitó los acontecimientos. El ala derecha del peronismo atacó a los homosexuales y los drogadictos vinculándolos con el ERP y otras organizaciones de izquierda. Para desmarcarse, los montoneros lanzaron la consigna “No somos putos, no somos faloperos”. Cuando Perón accedió a su tercera presidencia, no sólo se apoyó en el ala derecha, sino que además continuó, como era de esperar para la época, la persecución a los homosexuales.   

Perlongher selló su ruptura con la política tradicional con “Evita vive”. En ese conjunto de relatos breves, con los que da inicio a los textos que le dedica a la abanderada de los humildes, hace un tratamiento corrosivo de su figura, situándola como un cuerpo saturado de deseo y tratando con total desparpajo el símbolo por medio del cual los montoneros habían buscado posicionarse en la disputa por la dirección que tomaría Perón. Cuando el Frente de Liberación Homosexual desapareció, arrasado por el baño de sangre, terror y hambre con el que la dictadura inundó la sociedad, mantuvo una escritura política a través de textos mecanografiados que fotocopiaba y distribuía en mano. Acaso sin saberlo, replicaba el sistema de noticias que poco antes había implementado Rodolfo Walsh, aunque en su caso las denuncias se dirigían contra la represión policial sobre los homosexuales. En 1980 sacó Austria-Hungría, en la mítica editorial Tierra Baldía, en cuyos primeros poemas desarrolló con amplitud las relaciones entre sexualidad y política por medio de la figura de los nazis. Este posicionamiento marginal le permitió mirar la guerra de Malvinas con una clarividencia que muchos de sus contemporáneos hoy en día querrían haber tenido. Por medio de dos artículos brillantes polemizó con el Partido Socialista de los Trabajadores, cuyos dirigentes consideraban que Leopoldo Fortunato Galtieri estaba desarrollando una acción antiimperialista, y con algunos intelectuales todavía hoy de renombre, que apoyaron la guerra bajo el inconfesado y repudiable lema de “animémonos y vayan”.

Con la recuperación de la democracia, Perlongher rechazó la fugaz primavera alfonsinista, criticó la vigencia de los edictos policiales y trató con dureza la consigna “Nunca Más” y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Según su opinión, todo esto significaba ponerle un profiláctico a la historia. De esas críticas quedan firmes las palabras de Hule (1989), su tercer poemario:

Ahora desean que el olvido como los flecos de

una cortina

de hule, o de humo, sobre el pozo: que no se diga: ni se

pregunte: naides ha de andar rondeando

la comandancia, rumbas do blaban

como los flecos lilas de una cortina de hule sobre el lago

de un cuadro,

que el olvido

caiga desean turbios centauros de letrinas metálicos en orden

en derredor del pozo acanalado a cuyo…

(derrengar)

 

En San Pablo, en donde vivió desde 1982, concluyó sus estudios de maestría en Antropología Social con la tesis La prostitución masculina y difundió en Argentina la obra de Gilles Deleuze y Felix Guattari. Con visitas intensas a la Argentina, ancló su obra en la estela de la poesía neobarroca cubana, se pronunció en contra de las derivas de la Revolución de 1959 y rediseñó las tradiciones literarias de su país por medio de la revista Literal y la superposición sobre Osvaldo Lamborghini de la categoría por él creada de “neobarroso”. Todos estas temas recorren su obra, pero tienen su visibilidad más clara en Parque Lezama (1990) y la importante antología Caribe transplatino (1991). En paralelo, Perlongher fue el primero en escribir con profundidad sobre el sida, presentando en Brasil el ensayo de difusión O que é aids (1987), y luego el importante trabajo “La desaparición de la homosexualidad”, en el que afirma, con agudeza, que la enfermedad que acababa de irrumpir terminaría con la revuelta de las sexualidades, empujando al familiarismo y la normalización. Tras esta crisis de la política sexual, se vinculó con la secta del Santo Daime, experimentó la droga ritual de la ayahuasca e inició estudios de doctorado sobre el tema, bajo la dirección de Michel Maffesoli. Inspirado en estas experiencias, escribió el poemario Aguas aéreas (1991). Enfermo de sida, murió el 26 de noviembre de 1992, dejando terminado Chorreo de las iluminaciones (1993). Más tarde salieron las antologías de ensayos Prosa plebeya (1997), preparada por Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria, y Papeles insumisos, en el que se incluyen artículos inéditos, entrevistas y algunas cartas, editado por Adrián Cangi y Reynaldo Jiménez. Recientemente, apareció la muy esperada Correspondencia, bajo la edición de Cecilia Palmeiro.

Las relaciones entre literatura y vida cristalizan en muchos tramos de su obra. Aparte de los ya mencionados, cabe destacar que su paso por el trotskismo reaparece en su elegía a Nahuel Moreno (“Lago Nahuel”), sus tensiones con el peronismo asumen su forma en los textos sobre Evita, su militancia homosexual se continúa y reformula en su tesis de maestría y su posición sobre la dictadura lo llevó a escribir “Cadáveres”, uno de los mejores poemas sobre el tema. Pero lo fundamental se encuentra en la combinación singular que consiguió entre el lujo verbal del Barroco y la atracción por las “zonas de perdición”. En una lectura insuperable de “Evita vive”, Christian Ferrer afirma que lo que allí retrata es el lumpenproletariado, una categoría con la que Mikhail Bakunin identificó a los personajes que dan su color al momento explosivo de una revolución. Son “las cohortes del hampa o del malvivir”, son “los refractarios que salen de sus guaridas para transformar la lucha en una fiesta amoral”. La interpretación puede extrapolarse al conjunto de su obra: Perlongher recupera las voces de los que hacen la calle, prostitutos, prostitutas, padres de familia que “se pierden”, pero también delincuentes menores, vagabundos, alcohólicos y drogadictos, es decir, todos los que habitan las catacumbas de los deseos, todos los que emergen de lo que en su tesis de maestría identifica con el concepto antropológico de “región moral”.

En 8 de julio de 1989, Perlongher grabó un casete con lecturas de “Cadáveres”, “Madame S.” y “Riga”, cuyos audios se reproducen a continuación. Para reponer el efecto que causaban en su momento, vale la pena detenerse en la excelente reconstrucción que hace Roberto Echavarren. En “La osadía de los flujos” (2004), recuerda que una vez lo invitó a leer en la Biblioteca Nacional de Montevideo, y cuando empezó con “Cadáveres”, el director de la institución y su esposa, junto con algunos empleados y esposas de empleados, saltaron enfurecidos. El escándalo es explicable: Perlongher trata a los desaparecidos y la dictadura desde las zonas marginales que transita. Tenía sus intenciones: si denunciaba a los genocidas, también reivindicaba aquello que estaba aún prohibido y se levantaba contra la institucionalización del tema que había hecho la poesía social por medio de lo que Josefina Ludmer denomina el tono del lamento.

La irreverencia de sus poemas se encuentra en la entonación con la que los lee. En su voz, que a veces llega al grito, se percibe un tono irreverente e incluso una entonación bufa, como si hablara una loca de barrio pintarrajeada, después de una larga noche en los lugares de perdición, cuando la luz revela el maquillaje corrido y las partes del cuerpo chorreado. Perlongher se muestra como un lejano heredero del bufón shakespereano, ése que señala la teatralidad del mundo y el engaño de los roles sociales, sólo que en la actualidad no hay rey a quien hablarle, sino una diseminación de poderes. En esa sociedad, parece decir Perlongher, sólo los lúmpenes, que se forman en los lugares sintomáticos de las ciudades, consiguen poner en palabras la verdad del deseo. Su poesía está en esa voz, o mejor dicho en las voces que recolecta en el callejeo, porque son las que marcan el estilo sin embargo lujoso con el que escribe. Perlongher se hizo eco de los gritos, los susurros, los secreteos y los ruidos que suenan en esas cajas de resonancia que son las zonas marginales. Como las subjetividades que allí encuentra, su palabra brota de ese entrelazamiento de deseos, destruye los resguardos sintácticos y semánticos de la identidad y convierte la palabra en un río de ritmos y sonoridades alucinadas.

 

I. I.