En esta sección se reproducen poemas en sus diferentes formatos y soportes. Se trata de un archivo de textos, voces, videos, performances.

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Leguizamón, Federico

“El primer contacto que tuve con la poesía de Federico Leguizamón fue en el año 2012, en el marco del “Festival Poesía de acá” de Mar del Plata. La escucha tuvo el efecto de un alerta para el oído. No leía simplemente (aunque estaba leyendo), no recitaba a la manera clásica, por supuesto; parecía que cantaba y sin embargo la melodía se borraba permanentemente: “Sobre el río río río/ Sobre el río río río/ Sobre el río río río río río río río río río/ Sobre el río río río/ Sobre el río río río/ Sobre el río río río”. La puesta se abre con la repetición que luego se ejerce sobre otro verso “Yo mentí mentí mentí/ Yo mentí mentí mentí”. Casi como una prueba de sonido que parece reforzarse también con el leve golpe inicial en el micrófono. Pero esa repetición y su ritmo evocan, además, una baguala, una copla (ahí están los octosílabos) puesta en clave más rápida que se deshace rápidamente para dar lugar a un ritmo de reguetón: “La morena quiere un coco/ ahora empieza a vacilar”. En ese momento es cuando escuchamos el trabajo de rastrillado rítmico que hace la voz. El reguetón se lentifica, se pierden los acentos de base, la base de percusión llamada  dem bow; en fin, la estructura rítmica del reguetón se aliviana. La letra sirve también para recuperar un ritmo que está desdibujado en la lectura, del mismo modo que en otras puestas aparecen versos que podrían ser segmentos de coplas amorosas tradicionales, aunque rítmicamente la copla deje de oirse: “te voy a llamar cuatro veces/ para ver si salís del patio”. O, como remisión temática: “Me duelen los pies de no haberte conocido”. Sin embargo, este y todos los versos del poema que comienza diciendo “sábado sábado/ voces confusas paredes del amor” parecen rapeados. Y claro, tampoco hay una apropiación calcada del rap, del hip hop.

No podría decirse entonces que Leguizamón canta. Porque aún cuando introduce canciones estas están desfiguradas rítmicamente, como en la puesta en la que aparecen esos versos que cierran fraseando la melodía de un tema de La Mosca y variando la letra: “Ya la caja suena en el amanecer/ Canta para mi/ mi amor de luna”; o cuando aparece, repetido, un verso de un tema de Rubén Rada, con el ritmo original también suavizado: “Óigame mi hijito escríbase una guayabera/ Aparte de ti tu boca/ Aparte de ti tu boca”. Las canciones traen ritmos conocidos, pegadizos. Llegan y se van de la puesta en voz. Por momentos podríamos pensar que ingresan desde un afuera sonoro. La voz va juntando musiquitas; las que están ahí, al alcance del oído aunque también se escuchan como restos (como aquello que traen las ráfagas del viento, esas voces), incluso como el resto más insignificante que es a la vez un envío, una huella fuerte de su aparición, el morfema exclamativo, la interjección: “la tarde de los cantos/ estoy pensando en ti/ oe oe/ oh oh oh / oh oh oh/ oe oe/ oh oh oh / oh oh / estoy pensando en ti”.  

 En la voz, siempre en la puesta en voz, el pasaje de un ritmo a otro es detectable pero nunca abrupto. Hay, como dijimos, cierta distancia con los ritmos, una huída de lo musical aún cuando los estilos están allí. Lo que no hay es variación tonal. Leguizamón propone una voz casi sin acentos, y sobre todo, un trabajo complejo con la emotividad de la voz que parece reducida a su mínima expresión. Podría decirse que el movimiento rítmico es enorme pero está apaciguado por un tono prácticamente monocorde. Pero la voz es, sin lugar a dudas, el lugar del poema. El poema surge en la voz, pareciera, y no por fuera de ella. No sólo porque allí se ensayan los poemas (hay, como dijimos, una prueba de la voz y también variaciones de una puesta a otra) sino porque las modulaciones rítmicas arman pequeñas lagunas que instalan memorias auditivas para activarlas en el presente (una baguala que pasa al reguetón, o una copla rapeada) y mueven geografías sonoras. A la vez

–por lacunares– estas geografías no se establecen, no terminan de establecerse como centros reconocibles sino que resuenan, evocan ciertas tradiciones; suenan localizadamente, arman espacios para luego abandonarlos, o mejor dicho, los abandonan en el mismo momento en que los arman. Este movimiento, insistimos, no es necesariamente igual en el texto escrito. Cuando leemos los poemas de Leguizamón podemos modular de manera diferente la repetición de “sobre el río río río”; con certeza obedeceríamos a la escritura cuando dice “sábado sábado”, sin segmentar el término y armar una secuencia rítmica. Otro ejemplo evidente es el de la canción que podría ser leída sin “cantar” o “cantando” la melodía conocida. Lo que se pierde en la lectura de la poesía escrita de Leguizamón es la posibilidad de leer, justamente, lo que adviene y se pierde en la puesta en voz. Uno de los poemas ya citados articula esta peculiaridad de la voz cuando dice “Ya la caja suena en el amanecer/ Canta para mi/ mi amor de luna”. Lo que suena es el instrumento de la baguala, el tambor usado por los copleros, pero al sonar ya no es una copla sino una cumbia. Por otra parte, si escuchamos a Leguizamón leer ese poema, asistimos, como se ha dicho, al borramiento del ritmo de la cumbia.

                Los poemas de Federico Leguizamón nombran un paisaje. Los signos de este paisaje arman un repertorio muy pequeño que se repite: el río, el cerro, el monte. También están las referencias concretas a Jujuy. Sin embargo así como se escucha levemente la copla (como si a la voz le quedase un resto de esa modulación) también se desarma la posibilidad de una poesía regional, de exaltación idílica del paisaje o los haceres de una vida de provincia. El desarme no es paródico, sino que tiene que ver con este movimiento del que hablamos, como pasaje de uno a otro ritmo, asociados a distintos territorios, sin que ninguno sea el que impregna la voz. La voz se está saliendo siempre de aquello que propone y se sale desde el tono que, podría decirse, plancha los ritmos, los saca de caja sin hacerlos inaudibles. Se trata de una voz claramente alejada del melos, de las formas de recitación tradicionales, e incluso contemporáneas.”

 

Ana Porrúa, “La escucha y sus párpados”, en “Dossier: Performances poéticas/Poéticas de la performance”, Badebec. Revista del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, VOL. 4 N° 7 (Septiembre 2014)

 

Lectura en el Festival “Poesía de acá”. (Mar del Plata)
Año: 2012
Duración: 3' 38''

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Leguizamón en el programa “Para leer mejor”
Año: 2014
Duración: 26’ 52’’

 

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Federico Leguizamón nació en Jujuy, Argentina, en 1982. Ha publicado: La Suma del Bárbaro (edición del autor, 2000); Nada (Ediunju, 2004), Cuando llegó la brigada amanecía en el barrio (Perro Pila, 2007); The sounds of la galaxia (Gigante-2010-2014), Cantos del desierto y la montaña (Neutrinos, 2017). Tiene un sitio donde pueden escucharse distintas versiones de sus puestas en voz, “Leguizamón” https://soundcloud.com/user681177295.

 

Selección y curaduría A. P.

Actualización: 9/ 09/ 2017

Actualización: 12/ 03/ 2019