                                1.
Introducción: a los pies de una cama-Vendedor de plaguicidas-
    Sedimento-Plagio a Nabokov-Una familia superpuesta                    
         
            Bajo una luz débil y amarilla
         estábamos los dos cuidando de Cremasco;
         yo recién llegado a la ciudad tras un mes
         de ponderar la virtud de un plaguicida,
         y de pie, apoyado en la pared vacía,
         un impasible doctor Fausto.
         Hinchado, yo acomodaba las sábanas 
         de aquel cuarto hecho para un monje,
         y el de labios finos y ojos de pescado
         -alto y delgado como un junco-
         se inclinaba y fingía, cada tanto,
         revisar el vencimiento de remedios.
         Ramas caídas, ruidos como de pasos en el techo
         y agua oscura por los desagües fluyendo:
         por nada quiere separarse de mi mente
         esta noche de invierno en que 
         a la persistente lluvia siguió el viento
         haciendo que los árboles temblaran;
         durante la cual creí ser útil
         sentado a los pies del que se ahogaba,
         y en la que descorrí por abulia las cortinas
         y vi nuestro reflejo en la ventana.
         Tapiales, postes, el empapelado, turbio,
         las agujas del reloj subiendo amenazantes
         hacia unos inmóviles números romanos
         y en el remolino de hojas retorcidas
         nuestras cabezas sobre el capot de un auto
         girando bajo el cielo de ceniza.
         No quiere, decía, por nada del mundo,
         por nada del mundo quiere separarse 
         pero es el sedimento en algo hueco
         lo que todavía permanece en mí.
         Y de la escena muda -una familia superpuesta-
         esmaltada apenas por 40 watts y vidrios,
         vuelve, con el resplandor del alba,
         el de labios abiertos en un tajo
         mirando la pick-up verde con sus cubiertas lisas
         que afuera y en nuestro regazo refulgía.
   
  El ruego del doctor-Esperando a nadie-La cantera-La órbita
    de un cometa o asteroide-Vasos-Una estupidez aclarada
          
          
         
            Ah, rogó que con el viento helado,
         en el círculo de luz, como otras veces,
         surgieran tres sombras de la sombra.
         Junto a la ventana, mojando una gasa en alcohol,
         rogó por los negros ausentes,
         por que de las márgenes del arroyo
         subieran hasta acá, con sus ropas sucias,
         arrastrando ramas que tumbara la tormenta
         para repetir así su monólogo tardío.
         Pero estuvimos solos: llevando piedras
         como de una cantera abandonada.
         Afuera no hubo nada que valiera la pena;
         nada, ni antes ni después, que distrajera
         en esa calle barrida por el agua
         de la agonía del que estaba en una cama.
         Y sin embargo, sé que mentiría
         si dijera que fue el cuidado del enfermo
         o la atención al paisaje sobreimpreso
         lo que insiste en ovillar mi mente.
         Una y otra vez, este cielo de testigo,
         como la órbita de un cometa o asteroide,
         girando porque no conozco el camino,
         porque creí que aquel era el camino,
         vuelvo a herr doktor, que alguna vez,
         en el comienzo, inyectó un líquido espeso
         y fue a la cocina a buscar algo de vino.
         A cuando sirvió dos vasos -el suyo en el suelo-
         y yo bebí de a pequeños sorbos
         ese veneno que siguió en mi lengua
         tan fría o más que la de un sapo.
         Vuelvo, agrio amanecer de este domingo,
         a cuando pensé que nada me unía más al moribundo
         que estar dándole algún perdón indefinido:
         estupidez de la que fui apartado
         por quien dijo que el ataque de asma pasaba,
         y que el gordo, tendido en esa cama baja,
         iba entrando, ya sin voluntad,
         en un sueño idéntico al de cualquiera.
                                 2.                         
Para una cronología: seis meses atrás, en el aniversario de
     una escuela-Noticia sobre indios-Cubiertos-Tibios 
   en reunión-Cremasco, cuando solamente estaba borracho
          
          
         
            Pobres infelices, Sra. de Feraud;
         treinta líneas, con acento bíblico,
         augurando que no llevaría mucho tiempo
         para que miles roben, aquella vez
         cuando la conversación de padres orgullosos
         giraba sobre nada, y entre las patas de las mesas
         corrían chicos agotados, fastidiosos de sueño,
         sirvieron, ya hace unos seis meses,
         para que esta historia humilde comenzara.
         Tu lengua temiendo trabarse, en el gimnasio,
         cuando en medio de esa cena escolar
         hacías tuya la noticia del periódico,
         y despotricando contra el gobierno municipal
         por dejar, sin asistencia,
         a unas familias acosadas por el agua,
         acertabas justo con el patetismo adecuado.
         Y a tu lado, en pedo, el santo de Cremasco
         que tratando de seguir, como se dice, el hilo
         le era imposible establecer en qué medida
         cabía interesarse en el asunto.
         Entrechocar de cubiertos, ruido de voces,
         los ex-alumnos confraternizando
         y los que habían sido llevados a una pira,
         con ojos bovinos, confraternizando también,
         todos los tibios reunidos a la mesa.
         Hasta que este viejo sin nada que perder,
         que no sabía tratar a las mujeres
         y que había pasado su vida entre libros
         -y por entonces lo bastante borracho-
         reclinado en la silla, y en parte disfrutando
         del calor y el embotamiento que sentía,
         por querer una vez ser cómplice y asombrarse,
         ser tanto o más ingenuo que los demás
         para que la burla no asomara y el deleite
         al menos perdurara por un tiempo,
         te escuchó, supuso que cabía elogiarte
         -las sirenas cantaban desde el peñasco-
         y halagado se jactó, planificó y vaticinó.
   
      Lo que vio la Feraud-Una intriga suficiente-Espíritus-
Acerca del futuro-Sin virtud-La presión de un pajarraco invisible
          
          
         
            Así empezó y así ahora estamos.
         Tumbados al filo de la noche oscura
         donde reverberan palabras sin mucho sentido.
         La que cayera en el remolino parloteaba
         y ahí, cuando una música vulgar se ahogaba,
         tejió, entre cabezas de huevo, una
         intriga suficiente que todos empollamos.
         Habló de esos hombres salidos de la nada
         cruzando, al sol, con indolencia la avenida,
         y de la indiferencia de su esposo
         cuando fueron a venderle unos pendientes.
         Mezcló, mareada quizás por el alcohol,
         indios australianos con los que no tenían
         historia ni lenguaje para nadie,
         y guiada por la mosca que late entre los huesos,
         mezclando lo que su esposo dijo
         y lo que ella vio y lo que el diario dijo,
         viendo un recordatorio en esas bocas secas,
         rehizo, sin saber, como un espíritu,
         el lugar que nos estaba reservado.
         Viéndolos ahí, su voz trayéndolos,
         en formación irregular, arrastrando
         palos y botellas en bolsas de arpillera, 
         se dijo que no eran estos, a la luz de la mañana, 
         dando vueltas por esas cuadras céntricas
         y ofreciendo unos monigotes de yeso,
         otra cosa que el reflejo tenebroso,
         un calco sobre papel terroso
         que a nuestros ojos anticipaba el futuro.
         Mudos, intratables, privados de virtud,
         como los que duermen acá, en esta pocilga,
         yo también hubiera sentido ese vaivén
         de ramas, brotes desnudos temblando
         por la presión de un pajarraco invisible,
         y hubiera creído de una manera ciega
         que lo deseado lleva un signo y una llave
         en violación, a una edad madura,
         para decir ante la policía que.
                                 3.
Los indios en aquel arroyo-Graznidos-Ninguna araña boca arriba-
        Imposibilidad de estremecerse-Un signo ilegible
          
          
         
            Miraban las aguas del arroyo.
         No pescaban, podían quedarse sin lengua,
         entre las matas de hojas punzantes
         bastaba con esa ciénaga que parecía sin vida,
         aguas servidas con destellos de oro
         por la grasa, algún desecho químico,
         y había juncos de un verdor tan irreal
         y prendidos a los tallos unos huevitos rosa.
         Cuando estuve ahí a las dos semanas
         se habían juntado enfrente más camalotes,
         y contra los muros de la fábrica textil
         volaban con apagados graznidos
         unos pájaros negros, vulnerables,
         y se posaban sobre las chapas retorcidas
         y vigilaban el horizonte con aire torvo.
         Yo no vi, o mejor, no quise ver
         que algo fuera con tu casa sobre las espaldas,
         o que hubiera una araña, boca arriba,
         tejiendo en su tela mecida por el viento.
         Ante ese rancherío sostenido por estacas
         y toda esa mierda sobre un espejo convexo
         no sé tampoco quién llegó a estremecerse;
         si algo hizo que alguien se sintiera
         girando, neutro, en la rueda sin destino.
         Está bien que había perros y un cordero,
         y cardos altos al borde del terraplén;
         también un grupo de hombres encorvados
         sentados sobre cajones de manzanas
         -o neumáticos, no recuerdo con exactitud.
         Pero si detrás de esa apariencia de sosiego
         acechaba alguna especie de amenaza
         mis ojos dieron vuelta y no la vieron.
         La Feraud debe haber en sus salvajes visto
         otra cosa que villeros en reposo:
         ante todo un signo que suplicaba ser leído.
         Y sobre el estanque, tibio y apestado,
         aquel cielo cristalino debe haberle parecido
         una mentira protectora, un manto.
   
 Lo que vio la Feraud-Un sueño real-Nadando bajo el agua-Envases- 
           De la caridad-William James: sobre la emoción
          
         
            Fue así: estuvo en el Ludueña
         y se apoyó contra este mismo puente
         y vio la escena de aguas estancadas.
         Vio al cordero, que dormía sobre el pasto,
         y a un grupo de hombres en una media luna
         entre el barro y cerca de una hoguera.
         Los había seguido hasta allí, esa vez;
         antes los vio rondar por el centro
         y sola, en su auto, desde entonces,
         en nombre de esas sombras anodinas
         sentía contenido el aire en los pulmones.
         Se veía a sí misma, en lo profundo
         de una piscina de aguas transparentes:
         iba bajo el agua, sin abrir los ojos,
         se suponía que en un día de verano
         entre frases y palabras sueltas, nadando,
         y sus brazos sin hacer ningún esfuerzo.
         Algo turbador, sin la menor consistencia;
         era como líquido amniótico, había un cordón
         y lo que presionaba sus párpados no era dolor
         cuando subía hasta la superficie.
         Por lo demás, varios metros más allá,
         unas canaletas abiertas en el muro
         volcaban un chorro de algo turbio
         sobre botellas flotando a la deriva;
         había ramas también que se inclinaban mustias
         con sus vainas dobladas fuera de estación
         pero con eso no iba a ningún lado.
         Pedir una audiencia en el Ministerio.
         Escribir al correo de lectores reclamando.
         Hablar con abogados -teléfonos en guía.
         Creyó que había muchas cosas por hacer
         y su corazón palpitaba igual que uno de 15.
         Cualquiera sabe o recuerda que a esa edad
         las pasiones son débiles y pobres,
         y una selva espesa, un lugar incierto,
         hace que a veces, hablando para nadie,
         uno respire mal y crea cierta su emoción.
                                 4. 
Suposiciones durante la cena-37 obreros-Cremasco pretende sacar
        provecho-Ninfas de mantispa styriaca-Doble vida
          
         
            Con la llegada del invierno
         el suelo se pondría tan duro y resbaloso
         que ni una mula sabría sostenerse.
         Bonos por comida, 30 obreros en huelga,
         y días de una llovizna helada, grises,
         encima de trapos sucios sobre chapas.
         Hasta ahí podía seguirla a la Feraud
         y compartir con ella su lamento,
         pero años de sorna y de cinismo
         hacían, al imaginarse a esos indios 
         entre muebles hinchados y gallinas,
         que en vez de puestos sanitarios
         o gendarmes, cualquier ayuda humanitaria,
         Cremasco viera en ese retrato del futuro
         a unos kamikazes necesitados de una guía
         para quemar y arrasar lo que viniera.
         Con un palo entre los rayos de la rueda
         su mente se trababa, quedaba detenida
         en un absurdo plan donde borregos
         yendo en fila, hacia ninguna parte,
         lo habrían de obedecer mientras tuvieran
         con que emborracharse en un tugurio.
         El más débil, la lucha por la vida:
         si la sociedad se sostenía por el robo
         él no veía razón en dejar de aprovecharse
         de esos zombies que cada atardecer
         en un semicírculo y fascinados por el fuego
         miraban arder, sobre las ramas tiernas,
         a ninfas de insectos espantadas.
         Ah, lo hubiesen linchado, de ser posible,
         incluso hasta la vieja sensiblera,
         pero el gordo, borracho como estaba,
         por un lado intentaba congraciarse
         y afirmar en la mesa su aire de beato,
         y por otro, con un resto de conciencia,
         haciendo cálculos y ahorcado por las deudas,
         esbozaba como podía una estrategia.
         Lamentaba haberse demorado tanto tiempo:
         
   
Más suposiciones-Algo de amor-Charla inconducente-Una novelita-
          Rosas de mediodía-Preparativos para un viaje
          
          
         
            800 toneladas, un cálculo aproximado,
         aunque mantener las riendas del negocio
         exigiría demasiada tensión, era una locura,
         entonces, quizá para atemperar,
         contó maravillas de lo que no existió
         e iban los dos, como si fueran jóvenes,
         y el gordo llevándola del brazo.
         Venían de la costa derecha de un río
         cuyo nombre significa --- ----, se conservó así.
         Ya veo, dijo, es un anagrama de algo,
         y puso sus huesos como garantía
         medio consciente y mitad dispuesto
         a lo que viniera, una muerte miserable.
         Y cruzaban ante los muros de una iglesia
         y para darse aires de semihéroe repitió
         lo que a la tarde había estado leyendo:
         el germen, una letra demasiado ornamentada,
         de muerte natural, ahora pudriéndose,
         termina aplastado por una mula, eso en 1965.
         Si se pretendía empezar con algo serio
         haríamos la excursión a los ranqueles.
         Vodka, cerveza antes, y después whisky,
         y otro día cenaron bajo unos árboles sombríos
         y le dieron a un vino blanco, chablis;
         le dijo que lo había conquistado y que haría
         cualquier cosa por llegar al corazón suyo.
         A eso llamo una borrachera predecible.
         Y rosas, le envió también rosas que compró
         un mediodía, con sus últimos pesos,
         todavía pensando que de ese modo se burlaba.
         Pero antes, aquella misma noche del gimnasio,
         desde una estación de servicio o un hotel
         habría de llamar y despertarme
         para que en 2 hs., los dos, en el camino,
         arriba de la pick-up verde y polvorienta
         estuviéramos en ese puto sábado
         con el amanecer que giraba anestesiado,
         etc., entre la soja, etc., etc.
                                 5.
 El primitivo asentamiento de los indios: un paseo ridículo-
Voces de mujeres-Sardinas-Unas semillas negras-Hebras de paja
                         apelmazadas
         
            Recuerdo: volvíamos del campo;
         el viento deshacía fardos de pasto
         y yo iba ansioso, sentado sobre los talones.
         Habíamos andado por un camino lateral
         en ese amanecer que giraba anestesiado
         y después, bordeando una laguna,
         a los tumbos entre una vegetación amarga
         hasta dar con las ruinas de una casa.
         Alrededor había torres de alta tensión
         sobre un fondo de nubes borravinas;
         una hilera de álamos, vacas dispersas,
         y como si fuera un coro, a ramalazos,
         llegaban a este miserable purgatorio
         voces de mujeres que cruzaban un puente.
         En la entrada unas conejeras rotas, vacías,
         estaban semiocultas por la hierba;
         más atrás, bajo un nogal embichado,
         en el círculo de tierra rala y cenicienta
         un brillante montón -no de peces vivos-
         de latas de sardinas en aceite.
         La galería se estaba viniendo abajo;
         habían sacado las puertas y las ventanas
         y adentro, en el polvillo inerte,
         se herrumbraban debajo de la arcada
         una cama de fierro y aun más latas.
         Qué, no sabría decir en qué pensábamos,
         pero estuvimos casi una hora removiendo
         platos sucios y cabezas de pescado
         como si aquello le importara a alguien.
         Había por el suelo botellas de litro
         y también, ya inservibles para el fuego,
         entre semillas negras, gajos de limón,
         papeles impregnados de orina, humedecidos.
         Las marcas de la última inundación
         nos llegaban a la altura de los hombros,
         y parecido al final de una nevada
         -de entre las vigas, al paso de las ratas-
         caían hebras de paja apelmazadas.
   
Un sendero hacia el río-Torcazas y espinos-La bucólica imagen
   de unos chanchos flotando-A la espera de una revelación-
                        Una tormenta
         
            Después, durante 50 metros,
         entre unos árboles rectos y apretados
         cuyas ramas susurraban en lo alto,
         desentendidas de la baba que enlazaba
         la humedad del suelo a troncos y raíces,
         bajamos hasta dar con la barranca
         y salir de nuevo a la claridad del día.
         Nos llegaba el arrullo de torcazas
         sobre unos espinos que parecían grises;
         pensábamos ir a robar huevos de sus nidos
         pero antes de hacerlo, en la luz de seda,
         vimos los restos de una pequeña usina
         y un par de chanchos que flotaban muertos.
         La corriente del río era desviada
         por una pared caída de costado,
         y había ramas de sauce, envases plásticos,
         atorados y ayudando en la defensa
         de aquello que tenía la serenidad de un lago.
         Indolentes, como mandarines en su jardín
         estaban ahí, girando en el remanso,
         mientras saqueaba un ejército de moscas
         en sus tripas y donde hubieron ojos.
         Era mediodía, el sol tapado por las nubes,
         y no quedaba, creímos, nada por hacer
         más que mirar a esos monjes penitentes
         y esperar que algo nos fuera revelado.
         Se erizaban las aguas en la orilla opuesta
         y se mecían juncos y altas espadañas
         con el presagio de una próxima tormenta.
         Todavía no sabía que alguien nos mirara
         ni que el fraude, en vez de terminar,
         comenzara a crecer como una plaga.
         Así que sentados en la orilla desvalida
         y ante el reflejo invertido de las matas
         dejé mi mente en blanco y con un palo
         suelto, sacado del piso, hubo que desenterrarlo,
         me puse a golpear sobre esos vientres
         haciendo saltar el limo a los costados.
                                 6.
Arbustos en un monte aislado-Carteles publicitarios-De una broma
  a una obsesión-Lo que vuelve de esos días-Lluvia en la ruta
         
            Arbustos en un monte aislado
         de una coloración rojiza, como borra.
         Desolación también de unos pastizales
         atrás del alambrado, al salir de un puente,
         con el fondo sombrío de fábricas humeantes.
         El viento soplando ahí, en la caja,
         y sobre carteles de chapa que anunciaban
         hoteles, amortiguadores, cías de seguro;
         y su nuca, de sargento o lo que fuera,
         que yo veía en aquella tarde tormentosa
         al volver entre camiones, por la ruta.
         En aquel campo tan próximo a Rosario
         que hoy recuerdo casi como un sueño
         se definieron de algún modo nuestras vidas:
         la de un gordo transpirado y exultante
         fabulando con hacer un gran negocio,
         y la de otro tipo, una especie de vampiro,
         cuyo alimento se basaba en lo confuso.
         Semanas, seis meses, hace tiempo,
         cuando no tenía el más mínimo sentido
         embarcarse en busca de esos indios
         que anunciaban la tierra prometida;
         días que no habrán de volver en esta hora
         en que el presente suena hueco
         y la memoria, entrenada igual que un perro,
         sólo trae basura y neumáticos quemados,
         altos matorrales cubriendo una banquina,
         pero nada de aquello que se amara.
         Bromas oscuras, el aire desquiciado,
         y esa vez, entonces, el cielo fue bajando.
         Comenzó a llover, con un zumbido suave,
         y el horizonte se redujo y los autos
         iban deslizándose hacia ninguna parte.
         Esos días, claro, acabaron para siempre.
         Y no sé, como pétalos secos en un libro,
         fue menguando el olor que desprendían
         y odioso pensar, también, en esta casa,
         que unas palabras burdas supieran durar.
   
El tiempo de las ratas-Progresos-La plaga de la indiferencia-
     Comunistas-Horca británica-Esbozo de unas aventuras
         
            Siguió el tiempo de las ratas.
         De improviso, tímidas en un principio,
         las vi llevar granos de arroz en la escudilla,
         y ser recibidas con chillidos expectantes
         en la pobreza de su amor...
         Abril, mayo; había un azul lavado,
         huellas de apagada tinta borroneada
         en cuadernos donde se anotaban los progresos:
         ruido de ratas, raj, rajt, rat.
         Huellas sobre el estiércol, en la mierda,
         bosta fresca en el camino curvado.
         Y estaba ese olor en las sábanas
         que no podía ser sólo de transpiración,
         y estaba una jarra con agua estancada
         cuando Cremasco fue a ver al cacique
         y la hija o la esposa atrás: la puta
         se refregaba los pies y paraba la oreja.
         Y después se cagó a trompadas a un turco,
         eso como divertimento, cuando también
         robaban un supermercado, la joyería,
         y otra vez, quizá fuéramos cinco o seis,
         se rompía el local de los comunistas.
         Pero apostaban por un regreso placentero:
         campos arados en la niebla, campos, niebla,
         el ruido de los tractores y de las vacas
         cuando en la otra habitación fumaban
         uno con la cara poceada de viruela
         y otro al que le faltaban dientes.
         Así que los rusos se encontraron al abrir
         con papá hablando desde el suelo
         y Cremasco, que tenía espíritu británico,
         había dicho preferir la horca
         antes que en el almuerzo la loca se acercara
         y fuera a buscarle la pija, agachándose,
         y mientras dos leían revistas en voz alta
         la lengua de ella comenzó a animar eso
         y cada tanto, también, abajo de la mesa,
         comía con los dedos de un plato de pescado.
                                 7.
La vida bajo un puente-Cuatro meses otoñales-Actuando como un
 evangelista-Deseos de acabar con todo-El corazón ennegrecido
         
            Bajo el puente de los pescadores.
         Las matas crecidas entre la grava oscura.
         Para los que vieron un calco de sus vidas
         en las ruinas de un embarcadero,
         esos palos de color verde claro con aureolas 
         adonde un chorro se volcaba ácido y lustroso.
         Ahí estuve, ahí el gordo se enfermó,
         cuatro meses anduve en esa huerta 
         con los pies ampollados y con hongos, 
         entre almas fijas en su limbo
         y sufriendo infinitos cortes, en los brazos,
         por ir y venir a través de la maleza. 
         Ya no interesa si soñé con topadoras
         que arrasaran de cuajo todo aquello,
         ni tampoco, si al sentarme como un bonzo,
         supe balbucear con apariencia humana.
         Con ese ruido de piedra sobre piedra
         en el pelado claro abierto entre los yuyos
         llené mi cabeza como un evangelista
         y repetí, imitando una jerga de pedantes,
         que ni el mañana ni el ayer confuso
         merecían ser tenidos por reales.
         Que haya habido, atrás de ese engranaje,
         algo que lo que hizo fue expulsarme
         no quita que en esa especie de mutua protección
         yo hiciera un hogar con un agujero.
         Supervisar, darle pasto al ganado,
         ¡sfruttatrici!, una vara en la cornamenta;
         los machos jóvenes simulaban resistirse
         y las hembras cuidando de las crías.
         Pero como si de golpe despertara, una noche,
         una noche cualquiera mi corazón se ennegreció.
         Escuché ladrar perros allá enfrente
         y vi a la tribu diezmada dormitando;
         sentí, mucho más concreto que este mundo,
         que estaba en una farsa ya sin gracia,
         y empecé a bajar la testa y bostezar
         mi amargo desdén hacia la ---------.    
   
       La decepción-Los indios se olvidan de Cremasco-
   Acerca de cómo tendrían que actuar los hombres-La condesa-
               El gobierno municipal interviene
         
            Porque en ninguno de esos meses
         vimos acciones suyas promisorias.
         Saqueaban una tienda, terminaban borrachos,
         pero de ello ni siquiera se jactaban
         ni obtenían tampoco algún conocimiento.
         Tomaban de nosotros sin orgullo
         lo poco que en serio les servía,
         y el resto, que se muestra en el espejo,
         magro impuesto sobre lo producido
         junto al tenue fulgor de lo perdido,
         resulta en esta pieza congelada
         lo único, parece, que está vivo
         de la escena que se fuga en la ventana.
         Ahora, al escribir sobre una tabla
         cuando lentamente el cielo se ilumina,
         pienso en esa manada vestida con harapos
         reunida en un pantano, entre desechos,
         encorvada, etc., en la humareda densa,
         y de nuevo me asombro de nuestra candidez.
         Nos usaron. Dicho así suena cursi,
         la condesa está alterada en la hora del té;
         para decirlo de otro modo
         el renacuajo hubiera leído a La Fontaine.
         Los hombres comen la corteza de los árboles;
         cuando se quebraron las patas del caballo
         y a lo largo de un río hay arena
         y están los bueyes hundidos en el polvo
         claro, se come cualquier cosa.
         Cremasco pasó delante de sus vidas;
         y arruinado, tratando de ser equitativo,
         una tarde fue desollado para nada.
         No esperaba una exagerada devoción, pero
         temerosos, más de ciento cincuenta días
         y pagar con hogueras dejadas en la huida,
         mereció cuanto menos otra recompensa.
         Fueron llevados a unos monoblocks,
         un ghetto en el descampado, hace una semana,
         y en principio se mostraron satisfechos.
                                 8.
 Un cazador cazado-Cocción-Un narcótico-En el bosque-El fuego
      que dicen purifica-Antonio de Padua más unos peces
            Seis meses es demasiado.
         Supuse que con menos era suficiente
         para que impusiera, el hombre blanco,
         el modo civilizado del comercio.
         Con un par tendría que haber estado bien,
         hablándoles cuando en cuclillas cocinaban
         esos pescados llenos de espinas,
         al aire libre, en un claro entre las matas,
         porque el exceso a cualquiera pudre.
         Pero el gordo pontífice que ahora duerme
         cayó en un trance; miraba las aguas
         salir de la boca negra de una cloaca
         y en vez de convencerlos fue convertido.
         El aceite rancio hervía bajo el fuego
         y cubos de carne pálida giraban
         removidos en la olla por un palo firme,
         y el olor que desprendían, ese dulzor,
         actuó para él como un narcótico.
         Seis meses, entonces, como un año.
         Agarré lo primero que se me cruzó
         y fui a vender alguna cosa en la provincia.
         Pensé que al alejarme apartaría
         este mal sueño, esta confusión en mi cabeza
         donde se reúnen alrededor de la piedra
         en el bosque cargado de presagios
         las astillas del yo que hacen mi vida.
         Pero fue ayer, con la modesta ambición
         de sentirme necesario para alguien,
         que volví a este cuarto azotado por la lluvia
         y herví huevos, limpié, acomodé sábanas,
         como si hubiese hecho una promesa
         inclinado junto al cuerpo de mi padre.
         En casa, a salvo, entre cuatro paredes
         y dos viejos durmiendo, ya sin vino,
         recordé el fuego que dicen purifica
         y dispuse quemar cosas que sobraban.
         El hijo nació, y hubo un santón que dijo
         que los peces sobreviven al diluvio.
   
 El coro entre las gradas-Hilachas de un pensamiento-Matones-
   Gansos en un bote-Un tributo por lo que pudo ser-Piedras
                         sobre un mar
         
            Ya es tarde. Mi perdición,
         el coro llevado entre las gradas,
         estuvo en la penumbra de este cuarto
         cuando una antorcha temblaba, reducida.
         Aquí, el tordo puteó un rato
         pero se tragó el discurso, después se durmió;
         el otro siguió con su respiración de bebé.
         Aquí no hubo ambiente, pero removiendo
         pudo haberse conseguido algo de aflicción.
         Con ese grave lamento en los desagües
         más el triste gemido del viento
         yo pensé verter lágrimas y esperé la visión.
         Luz granulosa, incoloro amanecer
         con residuos tirados a lo largo de la calle:
         un pensamiento, o la acción que supuso
         un pensamiento rumiado en esta noche,
         quiebra el círculo y lo siguen
         los que ya no tienen nada que perder.
         Cremasco dijo una vez de contratar matones
         y que ellos -como sea- se encargaran:
         rodear el rancherío, junto al terraplén
         y las aguas barrosas del arroyo,
         y en mañana invernal no perdonar a ninguno.
         Eso dijo. Ni su palabra tribal es confiable,
         y la nave oscura, y la imitación que hacen
         del pajarraco mitad ganso es basura.
         Y pensar que la otra, la de cuello
         y delicada mandíbula de cabra,
         pretendió vendernos un mundo cautivante.
         Pero bueno, ninguno de los dos sabría
         seguir si creyese en ese ruido sordo
         que destruye como una tempestad lo amado.
         Y por eso esto, esta ofrenda,
         en esta pocilga, en tu aniversario,
         para que el reposo sea tu premio.
         Antorcha, antorcha que una vez brilló,
         en manos del que junto a un mar dormido
         oye el agua volver sobre las piedras.
   
Escolios
Más que como nota explicativa a un texto, el término escolio está usado en el sentido
que le daban los griegos a las canciones improvisadas en las orgías. Su sobrentendido
significaba algo así como canto torcido.
 
         
   
 26:1:2 Tormenta nocturna-Entradas de fútbol-La lluvia como 
      motor de la memoria pero también como disolvente 
                de la conciencia-Corrección
         
         
            Durante la noche sopló el viento.
         Tiró unas ramas, amenazó con quebrar otras,
         machacó hasta desgarrar la lona
         del acoplado ese con patente de Clorinda
         justo cuando con cuatro campanadas secas
         la saliente de un portón mal cerrada
         tumbaba un cartel de Agipgas
         y unos pinos se balanceaban como fondo.
         Yo acá, bajo una lámpara encendida
         -con todo esto velado a medias por el agua-
         iba y arrastraba mi memoria 
         igual que los focos lustrosos de la calle
         del capot de un auto hacia una tapia,
         para volver -como quien se olvida de algo-
         sobre la lluvia que obstinada
         terminó por taponar la alcantarilla.
         Hojas, entradas de fútbol, cualquier mierda,   
         la variedad de cosas que una tormenta junta
         y que al día siguiente un viejo 
         alza con su pala. -Pero después,
         cuando abrí la heladera, hace un rato,
         ese paisaje por entero se evaporó.
         Un rayo, quizás de comprensión,
         aunque el castor seguía empeñado con su dique,
         hizo que al ver dos pollos, mudos y pelados,
         que yacían groguis flotando en una fuente
         me reconociera en esa carne floja
         y regresara a la chatura del presente.
         Entre cosas frías, congelado,
         cegado por un poder sin nombre
         mientras las horas barrían este cuarto
         me sentí arrastrado igual que una copera.
         Entonces fue que de nuevo en la cocina
         me serví más de vino, me tumbé en el sofá... 
         Amanecía. Y con aquel acarreo melodioso 
         aposté igual por si de algo titubeante,
         sin dirección, ameboide, discontinuo,
         alguna cosa pasada pudiera revivir.
         
         
   
9:2:1 La creciente del Nilo-Una mezcla-Lo publicado por La Capital 
      alternado con recuerdos vagos y párrafos de la Historia 
                   de G. Maspéro, Madrid, 1913
            Recomenzar. Esa vieja zorra 
         alarmada por una noticia que leyera.
         Aquellas familias de un arrabal de la ciudad
         cuando las inundaciones en el Nilo,
         el agua dentro de sus casuchas condenadas
         y camas, colchones, hasta una bañadera
         como dioses tutelares arriba de los techos.
         El faraón italiano con temor a ser envenenado,
         la voz de chimpancé de un cagatinta
         hijo de Onam, encorvada como un buitre,
         y su croajch, croajch, acerca de la chusma 
         de cuellos cortos y amarillos
         que habría de robarte tan sólo por despecho.
         Un gordo dedicado a girar en una noria
         cargando nafta cuando despuntaba la mañana.
         El antiguo asentamiento de los indios, 
         la usina hundida, álamos, sardinas, lo que sigue.
         Las cuerdas temblando, alguien que tocaba
         una especie de arpa cuando juntos
         fuimos y nos sentamos en la orilla.
         Un puente donde pasaba el tren
         y unas mujeres cruzándolo con bolsos.
         Pinturas en una cueva, habían hecho 
         -sobre la piedra lisa, en tonos rojos- 
         una escena de caza junto a un río.
         El águila, el milano, el pato, el gavilán,
         que frecuentan los bajos y cubren los islotes 
         con sus variedades infinitas.
         El mujol manchado de los estanques artificiales,
         el oxirrinco de puntiaguda boca, la gran
         tortuga de agua dulce. El fahaka, ese pez 
         con la propiedad de hincharse cuando quiere.
         Y aunque Brugsch, en su Ægyptische Gräberwelt,
         afirma que el pollo era desconocido en las 
         épocas antiguas, no obstante eso,
         como si fueran el emblema de un comercio,
         rígidos y caminando hacia el este
         dos pollos encarnados hay en Beni-Hassan.
         
         
   
34:3:1 Villeros en reposo-Insectos zancudos-Analogía-Flores color 
  mostaza-Weltanschauung-Los remos haciendo un chasquido molesto
             
            Alguna vez creí ser uno de ellos
         cuando arriba de un bote, con Viernes
         hundiendo la vara en lo profundo del arroyo,
         hice una analogía que como toda analogía
         derivó en una modesta confusión.
         Iba yo echado, tumbado ahí en la proa,
         a ras del agua igual que esos insectos
         zancudos, de tórax casi transparente,
         y el mundo me pareció haberse reducido
         a las pequeñas olas que mecían la madera
         y a los rayos de sol que me entibiaban.
         Pensé que nada más necesitaba
         y me abandoné al fluir de la corriente
         acompasada por el golpe de los remos.
         Unas ramas blancas, con flores de mostaza;
         Giménez parado y fumando en la popa,
         Baigorrita en cueros mojándose la cara.
         Eso que en mí duró lo que un suspiro
         era, para ellos, lo enteramente verdadero.
         Si yo hubiera tenido confianza
         y hubiese sido menos joven, o impulsivo,
         habría tomado de ese paseo matutino
         no el mero placer de los sentidos
         sino la Weltanschauung, la comprensión,
         lo mismo que la Feraud cuando acodada
         en la baranda de un puente, un mediodía,
         con su auto rojo, al sol, bla bla blá.
         Pero la analogía (yo un insecto,
         el mundo limitado / los indios embobad.
         por las aguas estrechas de un arroyo)
         apenas que sentí los huesos doloridos
         y me erguí -Darwin, v. evolucionismo-
         con un poco de hambre, algo de sed
         -los remos entonces hacían un chasquido
         que me molestaba, había mosquitos-
         terminó disolviéndose antes de crecer.
         Iban Baigorrita y Giménez, yo adelante,
         las aguas bordeando la fábrica textil...
   
34/35:6:1 Días terminados-Algo anfibio y sin dientes-Un huésped 
 indeseable-Dardos-Quinceañeras-En torno a una gran nube otras 
                    más pequeñas y rosadas
         
            Esos días acabaron para siempre.
         Creció la indiferencia como un cáncer
         y nada habrá que los pueda hacer volver
         junto a las tinieblas de esta noche.
         Sentimientos particulares, opiniones,
         cuyo pesimismo hacia el mundo visible
         quedó tendido en una playa desierta,
         fueron tejiendo una red de mallas gruesas
         donde se enredó algo anfibio,
         sin dientes y de movimientos lentos.
         Un huésped indeseado, sin conversación,
         e incapaz de exhibir otro atractivo
         que no sea su terquedad para seguir
         inclinado en el sofá, chupando cerveza,
         esperando intervenir, la boca abierta,
         en cualquier tema verdaderamente humano.
         Es extraño. Tomó esta casa como propia
         y parecía guiar una jerga de pedantes
         con sólo inclinar la cabeza, murmurar,
         o ponerse a jugar a los dardos ahí,
         entre unas quinceañeras mal habladas.
         De ese barro salieron los días siguientes,
         y en verdad yo estuve conforme
         teniendo mi culo en un lugar seguro
         y pensando cómo mantener una familia.
         Vacío, algo hueco en una caja de zapatos,
         llené mi cabeza como un evangelista
         y en verdad yo estuve conforme.
         Sentimientos particulares, opiniones,
         veía en aquellos indios pensamientos
         estériles como es estéril un desierto:
         especulaciones en torno a recuperar
         un lugar que fuera apariencia y también
         centro de toda acción; boludeces
         para emborracharse en un atardecer,
         mirando salir una luna prematura
         recortada entre cables de alta tensión
         y nubes rufinas en formación macabra.
   
38:6:1 Eslabón-La mañana oscura-Un auto en la puerta-Telepatía-
    El inicio de la asociación-Sobre el futuro, nuevamente
         
         
            No pasó siquiera un mes
         y una mañana oscura, de cielo envenenado,
         el gordo cayó a la casa de mis viejos;
         subió hasta mi cuarto en la terraza
         y bufando, echado ahí sobre el sofá,
         contó de los piel-de-oveja que recién
         se habían ido de su chalet de Empalme. 
         Junto al resplandor del cuarzo de la estufa
         imitó, con un vaivén de oligofrénico, 
         al que en el aire electrizado, sin entrar,
         tras una sarta de frases inconclusas,
         señalara -como un La Rochefoucauld
         de pie y bajo el vano de la puerta-
         hacia esa joya que sacada de un zanjón,
         con su motor en marcha y anhelante,
         se pavoneaba a un extremo de la calle.
         El asunto, digo, que en esa mañana oscura,
         exaltado el gordo  por la intuición 
         de que en esa visita estaba el germen 
         de un imperio, yo vi -como si fuera viento-
         junto al rebaño inflado en las alturas
         que pastaba por encima de los techos,
         al futuro que ahora está instalado
         pero con piel de iguana en este cuarto.
         Telepatía, poderes extrasensoriales
         -era un narciso reflejado en un estanque.
         Habíamos salido atrás de unos salvajes
         con la idea tibia, apenas razonable,
         de guiar, de hacernos de unos mangos
         a costa de la fe que flota menos
         que la piedra más densa o más pesada,
         y ahora, sin necesidad, como empujados
         por eso confuso que avanzaba
         parpadeando, entre grandes nubes negras,
         falsificadas por el aburrimiento
         y embellecidas no sé en nombre de qué cosa, 
         entrábamos, sin saber, bastante imbéciles,
         donde el corazón de la tormenta.
   
16:6:2 Un esquema-En la casilla del cacique-El Templo-Actividad
           comercial-Una balanza, unas chicas-Imperial
            
            La chica no tenía más de doce. 
         El gordo había estaba durmiendo la mona
         en su catre, mientras afuera llovía,
         y ahora, con los ojos hinchados, sin zapatos,
         se ajustaba el pantalón marrón y saliendo
         agachaba la cabeza por una cosa colgada 
         del dintel, unas maderitas esmaltadas. 
         Olor a tabaco, mugre, no mucho frío;
         las otras ahora festejaban alguna gracia
         y por el televisor, siempre prendido,
         Feraud, el esposo, en azul, nos mostraba cómo
         unos salvajes le habían destrozado todo.
         Había dos tipos y se pusieron los dos
         a discutir: uno nos dijo comerciantes
         y pidió una balanza para pesarla.
         Cremasco tose, me guiña un ojo, se sienta.
         Colgando en el dintel de la puerta...,
         no más de doce o trece años, seguro.
         Yo que parecía pintado, un florero.
         El Templo, a esto lo vamos a llamar así;
         se pueden sacar estas chapas y hacer una
         habitación más grande, le dice a Baigorrita.
         Pidiendo prestado, lo que tuviera, dice,
         y miraba al de bigotes que sostenía
         una caja de whisky importado del Paraguay.
         El tordo dijo sí y colgó el teléfono
         se puso el saco y revolvió en un cajón
         eso después, hasta que dio con el Smith & Wesson.
         Entonces que yo hiciera de notario.
         Hizo un lugar en la mesa y puso la balanza;
         a mí me gustaba una de labios carnosos
         Imperial, aplastado por una mula,
         eso en 1965, el mismo año en que
         entonces se apoyó contra la puerta
         besuqueó a una chinita, le palmeó el traste
         doscientos mil, se movía con el viento
         pero eso no es lo que habíamos pactado
         por esa misma plata seguro no iba conseguir
   
13:8:1 Cremasco en el arroyo-Barriles a la sombra de unos pinos-
     Fuego diurno-Las preguntas de un domingo por la tarde-              
                    Un libro de divulgación
         
            Vacas sagradas, corderitos,
         si tuviste un pasado ahora está hundido
         en esta fosa que destila gas mostaza,
         y de la arboleda mecida por el viento
         se desprenden trompos como zarpas de gato
         así que mejor dejá la dieta de pescado.
         Ante el fuego diurno que hipnotiza,
         acá, junto a los pinos, medio en broma
         entre los barriles de aceite que en la sombra
         hacen de serenísimos Budas apilados,
         sacate esa túnica amarilla, echá al cuervo,
         no pidás carne cruda si sangran tus encías.
         No insistás con el verdugo que susurra
         y babea por su hija demasiado virtuosa;
         puedo soportar a esos monitos obsecuentes
         cuando roban nafta, y a la garza nupcial,
         menos que terminés con un hossana.
         El arroyo Ludueña seguirá corriendo,
         el terciopelo de limo, las plantas acuáticas,
         esos pechitos rojos gorjeando sobre cañas
         seguirán o volverán acá, junto a la fábrica
         abandonada con los vidrios rotos.
         Acá, junto a los pinos, donde arden
         unas ramas haciendo que el aire sea una lupa,
         para ver hasta dónde llegó tu conversión
         decime cosas que se destaquen por su abdomen.
         Ah, ortópteros, neurópteros, hemípteros,
         ¿aquél que lograra conservar su sueño
         merecería el Paraíso y algo de piedad?
         ¿viviría entre cosas inexistentes?
         ¿es justo? ¿no debería serlo? -No respondas.
         Antes, acordate, sobre la mesa de luz,
         con un libro de medicina te era suficiente.
         Cómo prevenir el infarto: página 113,
         presión arterial: página 15, colesterol
         en página 46. Todavía ningún zorro estaqueado, 
         ni ningún ganso desplumado puesto a hervir.
         Ahora estamos hinchados de animales.
   
  35:8:2 El reposo como premio-Paraíso perdido-Una última caminata-
     Máquinas para hacer una cloaca maestra-Un trailer iluminado-
                             El sereno
         
            Flores silvestres, una vez estuvimos-
         hasta muy tarde mirando las estrellas
         y el gordo fumaba, su soberanía,
         el hotel separado por una sucia rosaleda
         de un hogar de ancianos, una libustrina,
         y vinieron dos tipos no sé de dónde
         y contablemente todo parecía correcto. 
         No sabía muy bien qué estaban vendiendo
         y el gordo, poniéndose una campera, 
         me llevó a dar una vuelta por el barrio.
         Si por mí fuera, claro, ya lo hubiera hecho.
         Y subimos a la camioneta, ya de noche,
         cruzando una calle, dos, a la derecha
         por un camino de polvo y piedra entre 
         Cardos -así tendría que haber empezado.
         Y recuerdo ---------- sin la ----
         esa calle cerrada por maquinarias amarillas
         Una estructura metálica, un pozo,
         el tejido de alambre separando el pozo
         -habían estado drenando agua de ahí abajo-
         y una bombita encendida que colgaba a la entrada
         de un trailer, dos autos estacionados.
         Con eso tuvo que haber sido suficiente, pero
         algo de eso quisiera ahora recordar
         ese hogar de ancianos, por ej., se llamaba
         y entonces me señaló la ventana iluminada
         se pueden meter todos los registros en
         -liquidado, para muchos como muerto,
         ---------------- ahora no creo que ----
         eso anotado en un folleto para plaguicidas.
         Así tendría que haber empezado,
         no ahora, no con este viento, no así...
         Un año atrás, a la luz del trailer,
         el sereno bajando tambaleante la escalerita
         con una caja de vino, un poncho, muy en pedo,
         en la boca un cigarrillo apagado
         Tosiendo cuando señalaba detrás nuestro
         -y yo que miré al cielo, también. 
 
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