Santiago Llach nació en 1972 en Buenos Aires. Estudia Letras
Para Sandra E. No hay derecho, Claudia. Un burgués llega a la puerta de la casa. Son las once de la noche. La ducha fría revienta los párpados de la hija mayor, que se acaba de pelar la parte de abajo. "¿Cómo puede ser que la gente más hija de puta se enamore?". El novio mantiene conversaciones filosóficas con la amiga en el café París, Azcuénaga y la diagonal, pide otra quilmes y piensa si tus deseos fueran diferentes de los míos sabríamos estar en la cama sin amor o locura. No hay droga. No hay dónde gritar por la música que pasan, por la quilmes al mismo precio y en tamaño reducido. Necesito bajar la cabeza. ¿No te puedo describir el paisaje que recorre este momento, la quilmes más chica, el dolor en las bolas que me dan cuatro pibas y un perro que pasan? ¿No puedo acercarme al hombre y la mujer que en la mesa de adelante hablan de la infidelidad? ¿No puedo entender que si tus deseos y los míos fueran diferentes podríamos seguir? Es la quinta vez que pongo la mano en su cara y la saco. Un estruendo de boxeo viene de la televisión. Don King y la salsa. Kojak González le puso un gancho bajo al retador argentino. Una tipa, una vieja, hace ruidos con la boca y a veces sus ojos se cruzan con los míos. Laura, te quiero coger, pienso. Un burgués llega a la puerta de su casa y busca las llaves. En las pelotas tiene un tranquilo dolor de huevos. Busca las llaves en el saco. Su hija mayor conversa en el bar conmigo. "Si tuviéramos otra oportunidad, mi papá siempre dice lo mismo, el tiempo es sabio, algo de razón tiene." No la escucho, decididamente no la escucho. En los últimos días tomé mucha cerveza. ¿Querés que te abrace, que abrace el deseo diferente, lo que nos aparta? Si pudiéramos conversar como borrachos dejaríamos de pensar. La parcialidad de los comentaristas dejó sin bocado a muchos filósofos posteriores, no creo que Silva gane hoy, otro argentino que pierde. A quién vas a votar. A Menem, creo. Un diálogo transparente, sin pájaros negros, mantiene Laura con el pibe. Ella no se droga, el pibe sí. ¿No hay droga? En el silencio que dejan los avisos ella también baja la voz. Susurra en una voz aminorada, afectiva. Parecemos novios. La diferencia otorga verosimilitud. Es por eso que fugo hacia los ojos de la otra, la vieja, que parece un adoquín duro, negro, una parte de la calle, cada noche un bar distinto, una chica. El burgués bosteza, acaricia los lugares comunes de su cuerpo y alrededores, la calva, la compactera, la esposa, etcétera. Quién sabe Laurita. ¿No está en la cama? Lo voto a Cavallo, digo a Menem. ¿Siempre fuiste peronista? ¿Peronista? ¡No! No logro salir de un círculo donde estoy encerrado. No logro expresar las palabras que imagino como obra. No logro concentrarme. Línea curva que da vueltas alrededor de un punto alejándose de él: espiral. ¿Doblás? Dos muchachitos caminan y se besan, aprietan sus jeans y remeras negros, unos contra otros, establecen el sentido de la curva. Me tiro a ver una película en el cable mientras me masturbo. El héroe le dice a ella: "No podría vivir sin vos como no podría vivir sin el primer disco de Rem". Apago la televisión. Tarareo una y otra vez una canción de Rem mientras eyaculo y todas las veces confundo `diferencia' con `frecuencia'. Anoto en mi cuaderno : "Es una buena señal quejarse todo el tiempo del marco que elegí para mi vida". El noviazgo duró dos años. Un hombre se pone botas de goma. Mastica bronca contra el sistema, mastica un chicle. Quisiera no dedicarle mis poemas a Claudia, pero no puedo. Las botas son para la lluvia. Mi papá me contaba las mismas historias, pero de otra manera. Es mi única queja: cierto desvío en la mirada (condición de lo artístico). ¿El arte? Te sacaría fotos kodak porno. Yo destrocé tu primer `uniforme de oficina' en el ascensor. No tenés derecho, Claudia. No hay resplandor, la televisión ya no paga. Despierto a las nueve, en la calle las migas dan su aire al adoquín, un cabeza come chorizo, tropiezo con el cordón de la zapatilla. Aprieto el walkman contra la oreja, el negro se ríe, come chorizo recostado contra una pared que dice: Menem gobierna. Catorce de mayo de mil novecientos noventa y cinco: dos meses que no cojo. Me abrazo con mi viejo en la cancha a cada gol de Central, sí, pero no, no hay coca, no hay coca para el pan y el chorizo, el negro sucio tiene los dientes perfectos. Mi tía envidia la dentadura del negro. Pido milanesa con papafritas y un vaso de vino. El vaso de vino que falta empaña los ojos del tipo que atiende la barra, una tarde caliente de otoño, era mi cumpleaños y dije, te dije: "No hay derecho". El collar de caracol baja por tu espalda como una canción lamentada. Podríamos ir a Luján los domingos, al cine barato los miércoles. Las pibas se aprietan el pantalón contra la piel. Después confiesan con voz de bisturí que agarraron el Sierra del padre y "aturdidas por la marihuana" (se atajan), dieron vueltas por la Ricchieri, pagaron como diez peajes. "¿Hace mucho que no te masturbás, nene?". "¿Sos operada?". "¿Cómo te llamás?". "¿Te acordás cómo se llama?". En eso estoy. Se me deshizo el cordón. Las tetas del travesti eran tortas. En su chiquito, el punto en la `i', lo que había sido pura ambigüedad se me amontonó como idea: "En un baño público de Constitución dos turcos se besan". La noche, la idea de la noche, no conseguía atravesar la falta de abstracción. Las horas ocurrían como góndolas que pasan en una película con falso decorado de Venecia: bah, hasta cuándo pondré canciones de los Peppers en el teléfono y sin hablar te odiaré. ¿"Te odiaré"? ¿Eso dije? I resist any thing better than my own diversity, leo, como si fuera mi cita preferida. Laura se queda con mis ojos. ¿Qué mierda mirás?, pienso y saco la mano de nuevo, sexta vez. El semáforo se pone rojo. Freno. En el auto de al lado van Gloria y Fini. Toco la bocina. Saludan. Los tres somos espíritus sensibles, usamos anteojos negros. Se pone en marcha el mecanismo embrague-palanca de cambios-acelerador. El aire deprime. ¿Qué carajo mirás? ¿Qué querés saber en las vidas de otros? El cabeza no se mueve de la estación, come chorizo, encontró pan en una bolsa de plástico. Los pibes en el techo de los trenes hacen surf con los puentes. El pobre amor de migas, el pobre error del burgués que se equivocó de corbata. No hay error de facturación. Una tenaza en la sien. La sangre enseguida se confundió con el funeral. Una cagada. En el velorio no hay sandwiches de miga. El tipo cantaba desastrosamente. Repito: desastrosamente. El corazón es vertiginoso. El corazón del otro, el de la musculosa. Van de joda los viernes al baile, la van de machos y más tarde, cuando la mayoría se hace la paja contra el colchón o en el wáter, los veo pasar: dos muchachitos besándose en el andén. El afeite hace borde en la avenida. Papá me trae un regalo: un libro. El negro toma la navaja y contra el espejo del baño de la estación Retiro se libra de los rulos. Sale pelado como Laura, que se peló la parte de abajo, mientras su madre le chupaba la barriga al padre. Un sueño: Laura que se peló la parte de abajo mantiene conversaciones filosóficas con el negro pelado que la quiere coger. El ocio difumina la pasión de unos hombres, los de enfrente, que no quieren llevar en la bolsa de nylon el cadáver de un primo. Las cenizas calcinadas en la Chaca de mi tía querida con un montón de restos humanos cuyo olor se desprende cuando pasás con el 44. Llegué tarde al entierro. El olor alcanza su punto álgido justo debajo del cartel de Agroindustrias Cartellone. Admito que ya olvidé el olor del clítoris de mi novia. El noviazgo duró dos años. Las personas se consuelan unas a otras pensando: "es abril, abril, abril" y olvidan la cuestión de los hemisferios. Una pitada no le hace mal a nadie. El vecino toca el timbre para pedir un poco de pan y queso. Le levanto las tetas a mi novia con las manos y le muestro el mundo desde una terraza. La estación siguiente es Victoria, yo me bajo acá. Como un rito los tacos golpean contra el cemento: suficiente para una paja, otra. Los discursos acerca de la realidad olvidan la masturbación. El mozo me mira, ¿será trolo? Me lo pregunto cuando saco por décima vez la mano de la cara de Laura. Muchas novias, mucha cerveza, mucho fútbol me distraen de mis aspiraciones verdaderas. Ni aspiraciones ni sexo ni virtud ni trabajo ni política: faltan tambores verdaderos. No tenés que hacer ningún gesto, mamá. No me comprés auriculares. Unico gesto: un punto. Compará los ruidos cuando papá está en la casa: hacen más ruido. Es mi única queja: la manera como contaba las historias. Mi mamá me ama. Todos tenemos nuestros héroes: en mi barrio te daban de la buena Juan Carlos y el Negro Andrés, dueños del kiosco de Yrigoyen mil cuatro setenta y seis. Siempre un lugar, un punto crema en el color de los edificios, quema los pensamientos arrugados de los que no se conforman con el funcionamiento de la sociedad: lugares donde hay de la buena, lugares donde alguien que acaba de apuñalar a un hombre deja por fin la conciencia de lado, levanta la cabeza y dirige una frase memorable a los curiosos, apiñados en una baldosa de veinte centímetros cuadrados: "¿Qué miran, vacas?". La hinchada quiere quemar ese chiquero, que mueran los bosteros, los del Rojo y Huracán. Sergio en el baile de los negros con el pecho al aire se parece a todos en la manera como tuerce la mirada para constituirse en el pensamiento del otro. Pasa el faso por su boca y ya está inhabilitado para el primer puñetazo. Alisado por el calor de la frase, Sergio se dispone a morir. Un alambrado más y te hacemos concha, puto. Al sargento Cabral, me contó mi abuela, se la pusieron los gallegos por boludo. Laura, te saco la mano y qué, hablarás, un gesto equívoco saldrá de tu asombro, tengo kilos de cerveza en mi huevo izquierdo y aun así dejo que hables, que taladres el lado erróneo de la diferencia donde se cuela una sola incertidumbre: seguir o no, la navaja de Occam se aplica también a la cuestión sexual. Veinticinco horas en el teléfono, amaina la tormenta, el negro se ha movido. Los pobres se guían por el significado literal, no prestan razón a los redobles de la inteligencia. El pan está caro, dice la mujer del negro: no hay espacio de consagración parcial en el análisis marxista. En mi barrio vendían de la buena: "¡Mañana San Perón, mañana es San Perón!". Tengo caña para resolver asuntos, Claudita, si es por mí me caso. ¿Querés que viajemos a la cordillera? El burgués contempla la pileta iluminada. Resiste por un segundo a la tentación de caer al agua con ese frío, menos de un segundo, el espacio entre un pensamiento y otro. Un agache de cabeza. Contener lo que nace. El perfume, ah, la fragancia, que cautivaba mi alma, mi almita, Claudita. Después de diez o quince excavaciones llega el mismo lugar en la punta de la cueva. El sol acaba con el resto. Es Ballester al mediodía. Un lugar lleno de ratas, incluso hay una vieja que les da de comer. Unos mendigos tosen. En el árbol más alto el obrero cuelga su gorra, pico y pala, pico y pala. Si pudiera angustiarse, al menos. Los estudiantes de arte arden, en el filo del cartel publicitario los estudiantes de arte arden. Cualquier vegetación menos la selva. Donde el pensamiento es más difícil. ¿Querés que me dedique a levantar pendejas? En la pérdida de aire de la estación, las figuras de la gente se comprimen. Alguien escribió junto a un árbol: "Pagaremos la deuda externa cultivando marihuana". En una época cultivé en mi balcón. Ahí andaba con Silvina, la brasilera, nos despertábamos tarde, comíamos lo que traían los amigos, en su espalda fingía escribir poemas. Después vienen y con voz de colibrí, acelerados por la merca, te dicen: "Echaba siete polvos por día". No te creo. En la estación otra vez el frío se chupa todo. "Acá la gente quiere status. Largate a producir guita, a fabricar chorizos. ¿Quién fabrica chorizos? Andá y comprate cincuenta hectáreas en Tartagal, Salta, y dedicate a producir." Una máquina de producir frases ingeniosas, del tipo: tiene una agenda más larga que Bill Clinton. Incorrecciones gramaticales. Después me quedo en el living, pensando, con Claudia, hacemos conversaciones que uno recuerda mucho después, lleno de cáncer o mientras mira una película. Saco la mano de la cara de Laura. Ya no me como las uñas. Frases trilladas, del tipo: las minas no piensan. ¿Por qué no podemos estar sin droga, sin sexo, sin cerveza? ¿En serio te bajás una botella de Chivas para escribir? La gente me hace las preguntas más pelotudas. Entonces recurro a mi agenda, mentira, a mi cabeza; hay dos o tres amigas que nunca me fallaron. Una por una me dan la serie de consejos más pelotudos. Necesariamente sucede a la madrugada, un domingo. Hace un tiempo que no voy a misa, salvo la vez que fuimos con Arturo, estábamos pasados. ¿Dónde hay una iglesia cerca de Entre Ríos y Rivadavia? Corbata y saco, un calor de puta madre. Mirta, la vieja de la oficina, me busca como una lechuza. En el ascensor los tipos hablan mierda, como si supieran. Una chica que no tenga las expectativas de siempre, que me desconcierte. Después pensás que a esa chica ya la tuviste, que te vas a conformar cuando llegués a tu casa a las ocho y pongas a Maiden al mango o la banda de sonido de París, Texas. En la panadería la vieja no me da las gracias y le pateo la bolsa. Mi suegra compraba el pan los domingos a la hora en que yo volvía para dejar a la nena y comíamos medialunas. ¿Por qué simular que nos queremos? No hay lugar por donde las miradas desvíen el objeto. En la ventana del Renault doce un taxista putea a otro. En la cancha mi viejo y yo no agarramos una. Es mi única queja: por qué carajo dejó de ser gallina y se hizo hincha de Newell´s Old Boys de Rosario. Después, me imagino, mucho después, cuando tenga un bebé en brazos y vayamos al club los domingos con Claudia y llevemos a los pibes al zoológico y cumplamos al pie de la letra con el manual del perfecto matrimonio joven, me conformaré con menos: pero ahora que les puedo mostrar el mundo desde una terraza a mis novias y tocarles las tetas, me pregunto si no será mejor hacer algo, o por lo menos preguntarse si no será mejor hacer algo. Tengo amigos que nunca estuvieron de novios, tengo amigos que nunca le dieron un beso a una mujer, me tengo a mí, que cuando estoy desesperado, agarro el auto de alguno de los pibes sin avisar y abajo de la casa de Claudia, a las tres de la mañana, la espero horas hasta que vuelve. Llega y me dice: "Un día me vas a encontrar a los besos con otro". Está bien, Claudia, está bien, y me vuelvo a casa, o le tiro un billete a una loca fea, por ahí, para que me haga `una francesa´, como ellas dicen. No hay freno. No hay fracaso. Si tus deseos fueran iguales a los míos no nos hubiéramos mirado tanto esa vez. ¿Te dije alguna vez que pensaba en otras para acabar? Ya no me movés. Si no hubiéramos ido tanto a Luján, si no te hubieras ido del laburo, si no hubiéramos intentado vivir juntos podríamos seguir. El negro mira mi cara y se ríe. Me tomo el 55 o cualquier colectivo y me voy a un barrio lejos, me bajo donde se baja la chica más linda y caigo en San Justo, entro en un bar y tomo cerveza hasta que se acaba la plata. En Mar de Ajó gasté todo lo que me quedaba en regalitos para Mariana, la sanjuanina, y al otro día tuve que volver a Buenos Aires. Después lo lamenté, porque si el primer día del año te hubiera llamado, después de la última noche, estaríamos juntos, Claudia. Tenía otros planes. Saco la mano de la cara de Laura y se queja por décima vez. O cantamos con voz de maní, entontecidos por la cerveza, el tema de Luca: "El ojo blindado que me has regalado me mira mal, me mira mal". Los puños sostienen jarras con cerveza en el aire. Con qué aire le digo, te digo, Laura, que mi cuerpo tiene sueño, que tu aliento a nada en los dientes me asquea. Con qué tono le digo que no la soporto, que lo que nos aparta no se explica más que por una diferencia, la que quiera, la que Laura quiera.
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