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Ricardo Zelarayán .


Rescate La Obsesión del Espacio



Lo de siempre

La decisión

No me lo preguntés. Si usted no tiene nada que hacer no lo haga aquí. ¿Usted o yo? ¿Yo o vos? Las ganas no se dan así nomás. No se dan árboles de ganas como el árbol que da las manzanas ni como los peces del árbol inmenso del mar. ¿Vieron? ¿Viste? Vestido de punta en blanco, listo para tomar el barco, listo para el olvido, mustio como la última gota de vino que crece como las semillas (eso es lo que vos te creés). Pero creer no es crear... La gota de vino se muere por la sal del desierto. Una hamaca liviana, con vista al río, el río que crece, que crea orillas para ser río... (¿pero él lo sabe?). El cigarrillo medita por uno, naturalmente con humo, vive sus horas de humo, vive acostado, junto al río. No hay desplantes cuando aquí me planto en medio de bolsas de humo. La mar de caricias me resbala... pero escucho el río. !Sí! el río que me enseñó las caricias. El río vacila (aquí no hay vacilaciones: si el río vacila, hay río encerrado!). Un canasto siente nostalgia de los tomates rojos y espera, una espera que lo llenará de acelga, de espinaca, de melones, !para que se olvide de la nostalgia! Hoy justamente me olvidé como se arrancan los cabellos, los cabellos de los árboles, de las piedras, del río, de las chispas que saltan de las piedras. Hoy los recuerdos viajan en jet, porque estamos en el siglo XX y todavía hay piedras que duermen de día y de noche, desde el siglo XV, junto al mismo río, esperando al príncipe de la Bella Durmiente o a "la mano de hierro que las llame a la realidad" como un llamado telefónico urgente pero equivocado... Los equivocados no necesitan teléfonos porque los cabellos se asoman por todas partes, cuando esperan... pero nadie espera para crecer (si lo dejan). !Pero a mí si me dejan llego! ¿O me quedo? ¿Qué significa quedarse junto al río, o irse del lado de los tomates rojos que esperaba el canasto? El canasto que flota en la creciente junto a la mesa y la cama y los cigarrillos, mojados naturalmente... y el humo fugitivo y ruiseño. Una hamaca con los cabellos, cabellos de humo junto al río, un río envuelto con el papel de las manzanas, y dulcemente dedicado. Porque el río es bocas, manzanas, piel, acelga, espinaca... ¿Y el pobre canasto? ¿Yace o no yace? ¿Yace o no nace? No. Murió ayer por decisión municipal. El duelo se despedirá por tarjeta.

A la que no fue, pero pudo ser, la hasta ahora siempre ausente

Todavía no sé por qué amaste la iguana. Yo que la iguana me hubiese vuelto iguanote, iguanodonte... (su antepasado remoto averiguado) y entonces te hubieras visto obligada a protegerte en mis brazos para refugiarte del iguanodonte. Tal vez yo hubiera muerto, pero no importa. Tal vez yo hubiera matado al iguanodonte y seguiría siendo el picaflor. El picaflor para libar esa miel del capullo de tu boca... Y vos seguirías siendo la rosa roja, rosa encendida como la sangre de la iguana que mataste, vaya uno a saber por qué. Después de eso hubo silencio, el mayor silencio, tanto, que ahora yo me quedo en silencio. Un silencio que se reproduce inesperadamente... pero siempre. Un silencio para oír (sucesivamente o no sé) el volar de los caranchos, el silbido inconfundiblemente lejano de la perdiz y la locomotora que resopla subiendo la colina del monte. Es decir, un silencio que en realidad no es tal, pero que en ese momento era el mayor silencio. Un silencio o mejor un ramo, un ramo hecho con el canto del pirincho, (ahora me acuerdo) el aletear de los caranchos, el silbido remoto de la perdiz, el resoplar de la locomotora subiendo la colina del monte y, ahora recuerdo, el zumbido metálico del avión tapando la cigarra de la siesta. Un ramo de aquel silencio para la iguana muerta. Para la iguana que mataste vaya uno a saber por qué. Para la iguana que mataste por algo... "Quisiera ser picaflor y que tú fueras clavel." !Oh! rosa roja que mataste la iguana! Rosa que encendiste un silencio para siempre. ....................................................... ....................................................... ....................................................... Lamentablemente los poemas nunca (o casi) son lo que uno quiso decir, lo que uno quiere decir, lo que uno querrá decir (o saber). Venga una lágrima suelta, aunque sea de cocodrilo, por este, otro y muchos poemas. Y aquí me callo (consumido por el silencio, por aquel silencio que vuelve, que siempre vuelve).

Una madrugada por día

A la memoria de Robert Desnos El gaucho se queda afuera. El caballo entra adentro. ¡Pucha que son largas las noches de invierno! Buono-Striano Las trizas no se ven. !Oh gran sorda al viento! El viento hace trizas el tiempo. El día se ha vuelto oscuro para volverse a aclarar, para ser otro día. Mi larga espera no puede ser siempre. El amor tiene que estar aquí... no a cien leguas a la redonda. El gallo despierta, el pájaro doméstico del canto a la madrugada. Mis ojos comienzan a licuarse en contacto con la luz. Pero la llamarada sin estrépito del corazón no despierta a los vecinos. Ella (es decir vos) ya duerme pero yo sigo despierto. Ella dejó todo para la mañana. Es hora, me dijo. Yo me he quedado como pez fuera del agua de su mirada... Feliz de vos (de ella), pero Dios te (me) oiga, porque yo no estoy tan seguro de hasta mañana. Nada se sabe hasta mañana. Hay una gran diferencia entre el soñador y el dormido/a. Entre los pájaros que duermen y el gallo, cantor del alba. Entre sus ojos cerrados y mi ojos abiertos. Todos están afuera (aunque duerman), todos se han ido hasta mañana. Los que duermen han cerrado su sueño con siete llaves hasta mañana. Los insomnes de amor y los otros se quedan, esperan. Y yo visito fábrica de encendedores perdidos. (Hoy no sólo se fabrican objetos para tener sino también objetos para perder.) Pero los encendedores perdidos no hablan con los paraguas perdidos. Y yo me voy, pájaro negro, con el paraguas infinito de la noche acribillado por tus miradas, por el recuerdo de tus miradas. La madrugada es dura como el pan del olvido. Tu mirada es sólo un recuerdo hasta mañana.

Quince minutos después

A Celia, siempre Estaba ordenando las cosas para salir... Y mientras ordenaba mis cosas veía al lobo, al lobo que fui y no sé si al lobo que seré... La palabra "cinzas", una palabra en una canción de Wilson Simonal, me atrae... Una palabra que no puede traducirse como cenizas, en castellano. Una palabra que resplandece como los ojos de los gatos en la oscuridad. O los faros de los coches en la ruta pavimentada, cuando la noche se hace madrugada entre Córdoba y Villa María. Salí de mi casa para verte, con todas esas cosas en la cabeza... lobo aullando junto a la "cinza" resplandeciente... ojos de gato en la oscuridad, faros de coches sonámbulos que se acercan y se alejan de Córdoba. Y llegué quince minutos después... No quisiste hablar. "Ya se me va a pasar", dijiste. Y durante un tiempo largo nos miramos en silencio. El plato vacío, el tuyo y el mío, eran más blancos que nunca. Y después vino el pedido. !A llenar el plato! !Tu plato y el mío! Y empezaste a hablar... !Y hablamos! Después de comer, un paseo. El sol no estaba... pero en ese momento, qué importancia tenía? Yo me sentía un inmenso pancito de azúcar rodeado de árboles muy verdes. Los trenes que pasaban a lo lejos eran un poco tus caricias tímidas, tus miradas Un perro trataba de jugar al fútbol con dos chicos. Un avioncito con motor giraba y giraba. El paseo, el descanso, era un vuelo. Y después el cine. Un cine de domingo nublado. Un cine de madera blanca, donde la película, buena y todo, al fin y al cabo, fue lo de menos. Después salimos. Nos bastaban apenas unas pocas palabras. Y después... Después siempre. Pero yo recuerdo.








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