www.poesia.com

Carlos Martínez Rivas ..."es uno de los más grandes poetas nicaragüenses. Su poesía, de originalidad y belleza sin par en nuestra literatura actual, es sólo comparable con la de Rubén Darío o Salomón de la Selva. Su obra ha influido notable y permanentemente a la generación de poetas posteriores a él. Martínez Rivas logra en su Insurreccción solitaria una visión personal de la rebeldía, oposición y desacuerdo con el mundo que lo rodea. Bella, consistente, insuperable, precisa, son los juicios que la obra publicada de Martínez Rivas ha recibido de numerosos críticos, entre ellos el mexicano Octavio Paz."...



La insurreccion solitaria


  • Primera edición: México, Editorial Guarania, 1953.
  • Segunda edición: San José, Costa Rica, EDUCA, 1973.
  • Tercera edición: Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1982.

    Nota de la editorial a la tercera edición

    Se incluye en este volumen El Paraíso Recobrado, Poema en tres Escalas y un Prólogo (Cuadernos del Taller San Lucas, Granada, Nicaragua, 1943) para quienes pudieran interesarse en la iniciación y evolución poética del autor de La insurrección solitaria (primera edición: Editorial Guarania, México, 1953). Asimismo, consideramos que el poema, a la par del interés aludido de mero antecedente, conserva intactas su frescura y luminosidad originales que deleitaron a sucesivas generaciones de jóvenes centroamericanos.

    El Paraíso Recobrado Poema en tres Escalas y un Prólogo A Yadira Jimenez En el Puerto de Cartagena, Colombia. Apartado N° 75. Abandona tu patria y tu parentela y ven a un país que yo te mostraré. Cogidos de la mano, con pasos errabundos y lentos, emprendiern por los campos del Paraíso su camino solitario. Génesis, XII, 1 Prólogo
    Allá, en la América del Sur, lejos, en Colombia. Donde el Magdalena corre ancho y solemne, y el Tequendama se alza como un río que se puso de pie para mirar de lejos el mar; al norte, en el Puerto de Cartagena. Frente al escándalo de las olas, y bajo los suntuosos cocoteros; en medio del paisaje marino con el muelle, los barcos, las gaviotas... vive una niña. No es largo de contar. La conocí una mañana en el aeropuerto de San José de Costa Rica. Lo demás no puede ser más sencillo: la amé. Todos los jóvenes la amábamos. Un día partió para Colombia, para Cartagena... Y, entonces, yo, al no hallar qué hacer con mi amor, hice de él una canción. La encontré buena. Y me la aprendí de memoria para mi propio recreo y deleite; y para decirla ante un grupo de amigos que con cierta frecuencia me piden que recite. Dice así la canción...
    Primera Escala Antes del aire Cogidos de la mano, con pasos errabundos y lentos, emprendieron por los campos del Paraíso su camino solitario. John Milton, Paraíso Perdido, Libro XII
    Día y noche golpeaba el pie de tu sonrisa. Pero tú no me oías. Te llamé con abejas... y nada. Con gorriones... tampoco. Con caballos... y tu pecho seguía cerrado. Hasta que un día, cuando todo era inútil y la cosa parecía perdida, se me ocurrió llamarte a ti contigo misma. Y por medio de ti llegar a ti. Y di en el clavo. Fue leve, como un zarpazo de violeta, como un puñetazo de abanico. Pero sonó la aldaba, rechinaste... y te fui abriendo toda, como una puerta, y penetré en tu nombre. Por eso, y desde entonces: Para el día y la noche. Para los dolorosos y quebrantados ojos que dejaste perdidos. Para todos los días y todas las noches de la vida. Para que el mar y el fuego te coronen y tejan para ti una guirnalda. Para que el viento venga. Para que el vino venga y te diga: "¡Levántate y anda! Corta un racimo de uvas, y sígueme". Para que pidas todo lo que te dé la gana: El laurel, el espejo, la guitarra. El lirio blanco como una niña después de un accidente. El árbol, la pianola, el reloj, la naranja. El paisaje que espera en el fondo del vaso dar de beber al ojo lo que no bebió el labio. El frutero en donde cabe todo el verano, y el sofá dentro de una pecera con violines. La fuente donde el líquen sueña sus catedrales. El clavel que en el tallo se enciende como un fósforo y el pájaro que sueña atornillado a un trino. En fin para que todas las cosas de la tierra. Para que todas las cosas trémulas y hermosas de la tierra descansen en el hueco de cada una de esas manos tuyas que yo amo y en doble arroyo lleguen hasta tu boca pura: te levanté una rosa lo más alto que pude. Te he construido una casa sitiada por la espuma. Pon el oído en esa rosa, y oye lo que su olor te dice. Húndete en esta casa que te hice, y habítala. Y bébete esta copa de agua con golondrinas. Porque tú... Pero espera. No vayamos tan lejos. Creo que ya va siendo hora de que me explique. Yadira, aquí me tienes: solo, como los monogramas en los pañuelos. Y desde Granada, desde el Colegio. Sobre mi ventana que da al Lago de Nicaragua, y en esta hora, te recuerdo, y pienso: Era entonces en San José de Costa Rica... En el Barrio Amón, y en la misma esquina de tu casa, de tu casa con barandas... Ahora ya de lejos, toda la ciudad cabe en tu pequeño nombre. Y por eso, hasta las cosas más pequeñas, todo, lo tomo y lo empujo hacia ti para que brille. Me refiero a las vueltas alrededor del parque, a los discos en moda de ese tiempo; a las interminables partidas de ping pong en el asueto de los sábados por la tarde. A tus vestidos con un barco bordado en la bolsa, y a los paseos en bicicleta por los alrededores de la capital... Cosas que no valen la pena, pero que yo las canto -y lo hago ardientemente- porque en torno de esto hay algo tuyo que se reune: un desprendido pétalo que llega de tu cielo. Un pedazo de espuma caído de tu espuma. Un resto de palomas, una pelusa de alma. Pero es el caso que yo no me conformo con eso. Que ninguno de nosotros puede conformarse con eso. Porque tú no eres únicamente esa niña que juega ping pong, sonríe, y se vuelve manzana cuando cumple quince años. Hay algo más en ti. Esa tu otra tú que te aguarda en el sueño de tu desnudo puro. Y a esto es, precisamente, a lo que vengo: vas a emprender un viaje que nunca habías hecho. Conmigo. Tú y yo, solos. Nosotros dos, volando hacia los otros dos nosotros que nos esperan allá, sobre las nubes de luz fría, entre un camino de lámparas, paseándose, altos, eternos y definitivos. Prepárate. Iguala tu reloj de pulsera con el reloj del aire. Y ahora mismo, mientras todos bailan, y en tu puerto el alcalde y el comandante juegan una partida de ajedrez para mientras llega el barco, tú y yo nos vamos. Deja que todo quede como está, en desorden. Y date prisa. Tenemos todo el día por delante pero el camino es largo. Llegaremos allá cuando las estrellas brillen. Prepárate para el salto. Y que el aire sea con nosotros. Listos. A la una... a las dos... y a las... tres!
    Segunda Escala En el aire ...porque el Espíritu Santo, que es amor, también se compara en la Divina Escritura al aire. San Juan de la Cruz
    Hemos llegado a la primera estrella. Mira la inmensa noche azul llena de temblorosos ojos. Todo esto forma ahora nuestro nuevo camino. Por él vamos, Yadira, y te miro como un gorrión saltar de estrella a estrella. Subir de astro en astro. De cometa en cometa. Y más allá. Más alto. Más arriba, ya por las últimas orillas del cielo, en donde va tu cuerpo, quemándose en el aire, con rumbo hacia un seguro porvenir de lucero. Y como en la bandera, que en la mañana sube... y sube, y hasta que ha llegado al término se despliega y se entrega de lleno al azul puro; así tú, Yadira, has ido avanzando hacia la belleza. Pasando de muchacha a estrella. De estrella a remolino; de remolino a brisa, y de brisa a sosegado, claro, ilustre aire. Porque, en verdad, la carne se hizo aire. Y el aire se hizo carne y habitó entre nosotros. Desde la tierra, entre el hervidero fuimos ascendiendo. Ahora todo está en ti. Y tú tan sola, ya aire ante el aire. Llegamos a la cima más alta de su delicia. Y oye qué nueva trinidad tan pura: tú, yo y el aire. Y los tres somos uno. Por eso, a través de tu cuerpo puedo contemplar todo el cielo. Como si lo tuviera dentro de ti. Y tu esqueleto brilla como los hilos de una lámpara. Y de tu corazón, en vez de sangre, sale un río astronómico y celeste, que en orden y de pies a cabeza te recorre. Y pasan, entre otros: El Dragón y la Cabra. Orión, el Pez Austral. Arturo del Boyero. Las Dos Osas, La Lira y el Centauro. El Cochero, la Espiga de la Virgen. Cástor y Pólux, Fénix, el Cangrejo. La Nebulosa Espiral de Andrómeda. La Cabellera de Berenice. Las Nubes Magallánicas, El Cisne, el Sagitario, El Enjambre de Hércules, La Niebla de los Perros de caza. La Ballena, la Cruz del Sur, El Ave del paraíso y el Navío, Marte, Saturno, Júpiter, Neptuno, Venus, La Vía Láctea, El Unicornio, y el Ojo del Toro y la Serpiente. Ya no hace falta ahora sino el sueño. Ultimo paso de la transfiguración. Sepárate de ti hasta caer en ti. Que como un anillo hundiéndose poco a poco en el agua, en el agua del sueño se irán tus otras manos, se irán tus otros ojos, tu otra voz, tu otra frente, tu otra tú, como sobre un estanque donde el árbol se separa del árbol. Bueno. Después de esto ya nada queda por hacer. Tiéndete, duerme, sueña. Y mañana ya podremos entrar al Paraíso.
    Tercera Escala Después del aire ...Y en la tercera rueda contigo mano a mano busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos, do descansar, y siempre pueda verte ante los ojos míos, sin miedo y sobresalto de perderte. Garcilaso de la Vega
    Estamos ya más allá de todo! Todo ha cesado. Se descorren las cortinas y se abren los eternos espacios. Hemos quedado solos. Solos: tú, yo, y el aire nuestro de cada día. Estamos ya más allá de todo. Más allá de todo lo que fue antes del aire. De los discos en moda, de los paseos en bicicleta y de tus vestidos con un barco bordado en la bolsa. Más allá de los cumpleaños y de los pequeños obsequios a los que cuidadosamente les borramos el precio. Más allá de la cadena de oro y el anillo dados a guardar a alguien para mientras nos bañamos en la piscina. Más allá de las radiantes fotografías, en grupos, tomadas en la playa, debajo del verano. Más allá de todo eso! Más allá de la nube y el relámpago. Más allá de las constelaciones. En los aires finales. Y más allá, todavía. Más allá del mismo aire, es decir, en el aire de tu aire que es mi aire. De escala en escala, todo ha ido desapareciendo. Ahora ya no queda nadie. Nada. Sino el espacio y un hombre y una mujer. La nueva creación apoyada en nosotros. La tierra es otra vez la tierra. El hombre es otra vez un hombre. La mujer es de nuevo una mujer. Y tú tienes la palabra. La mujer es anterior a la vida. La mujer es anterior a Adán. La mujer es anterior a la mujer. Porque antes, mucho antes de que Eva naciera del costado del hombre, cada árbol, cada flor, cada fruta, toda la Creación era una mujer. Tú tienes la palabra. Separa la luz de las tinieblas. Y ordena los mares y los ríos porque el Espíritu de Dios empolla sobre las aguas. Y qué bien así! Nadie y nada. Sino tú y yo: una mujer y un hombre. De nuevo juntos. Para siempre juntos. Y qué bien mañana! Cuando nuestros corazones maduren: Cuando sobre este aire limpio, inaugurado, colocaremos otra vez la rama, la manzana, el pájaro y la estrella.


    La insurrección solitaria
    En honor y memoria de Berta Rivas Novoa I- La insurrección solitaria Fuego soy apartado y espada puesta lejos. Quijote, 1a parte, cap. XIV Pentecostés en el extranjero
    Antaño, en la época de las participaciones, después del tiempo pascual con sus cincuenta días bien contados y plenos en su liturgia triunfante (tal cual se nos presenta hoy bien estudiada y mal vivida) el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera; el suceso tenía lugar: Sobre el fondo en pan de oro la ronda felina de las llamas desvaneciéndose renaciendo y una nueva forma de persuación en boca de esas gentes. Lo claro y lo oscuro. El murado yo voluntarioso con ceño de diamante y el indefinido murmullo que se resigna fondo, se conciliaban. Hoy, el Espíritu Santo ya no es pan común sino que cada uno oye al del otro, extraño al suyo, zurear a su lado. Y ante cada rostro afirmándose la desemejanza de otro rostro. Y nombres propios. Tortuosa, sonsacona, la zagala. Detractor el prójimo rechinando a tu vera. Difícil cada vez más la poesía. Y ni siquiera el día bueno: frío, nublado. Sin el menor rastro de fuego. Pero seguimos esperando. Con fe no exenta de cinismo esperamos el día de mañana para contradecir al de hoy. A su golpe vacío. Así los dos compatriotas (E. C. y C. M. R.) sentados junto a Teresa, con su respectivo cáliz y su manera peculiar de mirar a la mujer, brindan en esa dulce reunión a la áspera salud de ser diferentes. Fiel cada cual a su distinta lengua roja a su pentecostés privado a su fraude provisional. Porque es verdad que hacemos fraude. Porque creemos en el Espíritu Santo hacemos fraude. Porque aun a costa del fraude y de los juegos de vocablos, continuamos para perpetuar la amenaza inventar la necesidad mantener el peligro en pie mientras retornan esos tiempos que el hombre ya ha conocido antes.
    Pentecostés, 1950. -Hotel de Bretagne, Rue Cassette, París.
    Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos
    I
    Con el redoble de un tambor en el centro de una pequeña Plaza de Armas, como si de los funerales de un Héroe se tratara; así querría comenzar. Y lo mismo que es ley en el Rito de la Muerte, de su muerte olvidarme y a su vida, y al de los otros héroes apagados que igual que él abrieron aquí abajo, volverme. Porque son muchos los poetas jóvenes que antaño han muerto. A través de los siglos se saludan y oímos encenderse sus voces como gallos remotos que desde el fondo de la noche se llaman y responden. Poco sabemos de ellos: que fueron jóvenes y hollaron con sus pies esta tierra. Que supieron tocar algún instrumento. Que sintieron sobre sus cabezas el aire del mar y contemplaron las colinas. Que amaron a una muchacha y a este amor se aferraron al extremo de olvidarse de ellas. Que todo esto lo escribían hasta muy tarde, corrigiéndolo mucho pero un día murieron. Y ya sus voces se encienden en la noche.
    II
    Sin embargo nosotros, Joaquín, sabemos tanto de ti. Sé tanto... Retrocedo hasta el día aquel en brazos de tu aya en que, de pronto, te diste cuenta de que existías. Y ante ese percatarte fuiste y fueron tus ojos y el ver más puro fue que hasta entonces sobre los seres se posara. No obstante, los mirabas solo con una boba pupila sin destino sin retenerlos para el amor o el odio. (Aun tus mismas manitas sabían ser más hábiles en eso de coger un objeto y no soltarlo.) Una mañana te llevaron a una peluquería, en donde te sentaron muy serio, y todo el tiempo te portaste como un caballerito y bromearon contigo los clientes. Todo esto mientras te cortaban los bucles y te hacían parecer tan distinto. A la calle saliste después. A la otra calle y a la otra edad, en la que se le pintan bigotes a la Gioconda de Leonardo y se es greñudo y cruel... Más luminosa irrumpe pronto la juventud. Después, todos sabemos lo demás: el impuesto que las cosas te cobraban. El fluir de los seres que a tu encuentro acudían por turno, cada uno con su pregunta a la que tú debías responder con un nombre claro, que en sus oídos resonara distinto entre todos los otros, y poder ser sí mismos; como sabemos que a Iaokanann llegaban los hombres más oscuros a recibir un nombre con el que desde entonces pudieran ser llamados por Dios en el desierto. Y ese fue en adelante tu destino. Por que no podrías ya nunca más mirar libremente la tierra. Un mal negocio, Joaquín. Por él supiste que ante todas las cosas en que te detuvieras el tiempo mandado, temblarías. Que bastaba mirarlas con los ojos que se te dieron un tiempo decoroso para que se tornaran atroces: el fulgor de un limón. El peso sordo de una manzana. El rostro pensativo del hombre. Los dos senos jadeantes, pálidos, respirando debajo de la blusa de una muchacha que ha corrido; la mano que la alcanza. Hasta las mismas palabras... Todo había una esencia dentro de sí. Un sentido. Sentado en su centro, inmóvil, repitiéndose sin menguar ni crecer, siempre lleno de sí, como un número. Y esa lista de nombres y esa suma total tú la tendrías que hacer para el día de la ira o del premio. Y al hacerla, pasar tú a ser ella misma. Porque también te dieron a ti un nombre. Para que de todo eso lo llenaras como un vaso precioso. Que de tal modo dentro de ti lo incluyeras -las noches estrelladas, las flores, los tejados de las aldeas vistos desde el camino-; que al nombrarlo te nombraras tú: suma total de cuanto vieras. Y para todo esto sólo se te dieron palabras, verbos y algunas vagas reglas. Nada tangible. Ni un solo utensilio de esos que él refriegue ha vuelto tan lustrosos. Por eso pienso que quizás -como a mí a veces- te hubiese gustado más pintar. Los pintores al menos tienen cosas. Pinceles que limpian todos los días y que guardan en jarros de loza y barro que ellos compran. Cacharros muy pintados y de todas las formas que ideó para su propio consuelo el hombre simple. O ser de aquellos otros que tallan la madera; los que en un mueble esculpen una ninfa que danza y cuya veste el aire realmente agita. Pero es cierto que nunca rigió el hombre su propio destino. Y a la dura tarea mandada te entregaste del modo más honorable que he concido. Eso sí, tú sabías bien en qué te habías metido. A los obreros viste cuando van a la tienda. Observaste cómo examinan ellos las herramientas y palpan el filo y entre todas eligen una, la única: la esposa para el alto lecho de los andamios. De este modo elegías tú el adjetivo, la palabra, y el verso cuyos rítmicos pasos como los de un enemigo acechabas. Hacer un poema era planear un crimen perfecto. Era urdir una mentira sin mácula hecha verdad a fuerza de pureza.
    III
    Pero ahora te has muerto. Y el chorro de la gracia contigo. Mas dicho está, que nunca permitió Dios que aquello que entre los mortales noblemente ardiera se perdiese. De esto vive nuestra esperanza. Difícil es y duro el luchar contra el Olimpo acuoso de las ranas. Desde muy niños son entrenados con gran maestría para el ejercicio de la Nada. Mucho hay que afanarse porque lo otro sea advertido. Y aun así, pocos son los que entre el humo y la burla lo reconocen. Pero, con todo, perseveramos, Joaquinillo. Descuida. Redoblaremos nustro rencor ritual, el de la cítara. Nuestro alegre odio a saltitos. La nuestra víbora de los gorgeos. Y el Amor ganará. Tú deja que tu sueño mane tranquilo. Y si es que a algo has hecho traición muriendo, allá tú. No seré yo quien vaya a juzgarte. Yo, que tantas veces he traicionado. Por eso no levanto mi voz tampoco contra la Muerte. La pobre, como sipempre, asustada de su propio poder y de tantos ayes en torno al muerto, enrojece. Tu muerte solamente tú te la sabes. No atañe a los vivos su enigma, sino el de la vida. Mientras vivamos sea ella olvidada como si eternos fuéramos y esforcémonos. Tú, desde el Orco, gallo, despiértanos.
    IV
    Y a igual manera que las abejas de Tebas -conforme el viejo Eliano cuenta- iban a libar miel en labios del joven Píndaro; llegue este canto hasta la pálida cabeza. En tu pecho se pose y tu pico su pico hiera sorbiendo fuego. En torno de tu frente aletee tejiendo sobre ella una invisible corona. Sus alas batan con más fuerza y hiendan un espacio más alto sus nobles giros. El esfuerzo repita. Y otra vez. Y otra... Y su vuelo por el cielo se extienda en anchos círculos. Madrid, febrero de 1947.
    Petición de mano
    Sigue amor mío, síguete, sigámonos. Sólo estando juntos podremos despistarles. Sólo juntos podemos volcar el matrimonio, ¡hacerlo saltar en astillas! Déjalos bisbiseando, abriéndose y cerrándose, los labios de la excusa. Aparta tu oreja de la boca de tu runruneante preceptor. ¿Qué puede decirte? ¿Qué otra cosa sentir tú en su aliento, amor mío, sino el olor delicado y repugnante de la muerte y el aire frío del vacío? Asómate... ¿Qué ves? ¿Qué más podrías ver sino la rala oscuridad y la mortaja, sola, albeando en el fondo del sepulcro? Ten cuidado con los casados que se retiran temprano. Témeles. Al Marido, a su Trabajo, a su Mujer, témeles. No les toques no te toquen. Yo, les tiemblo. Es contra nosotros que se han casado. Es contra ti y contra mí, amor mío, que ellos se retiran temprano a su trabajo: los productores, los engendradores, los publicadores de libros. Son el Demonio. El Demonio más activo que Dios. Es el Diablo y su banda de muertos laboriosos. Si oyeres algún ruido. Cualquier ruido al otro lado del mundo, al otro lado de la noche; cualquier ruido sospechoso y prudente de falso día, de clandestino taller sepulcral, de disimulada fábrica de pasado; aviva tu ocio. Opónles tu presente de poderosa caducidad. Que son ellos, amor mío, ¡siempre los mismos! ¡Los muertos enterrando sus muertos! ¡Desenterrándolos y enterrándolos y volviéndolos a desenterrar!
    Beso para la mujer de Lot Y su mujer, habiendo vuelto la vista atrás, trocose en columna de sal. Génesis, XIX, 26
    Dime tú algo más. ¿Quién fue ese amante que burló al bueno de Lot y quedó sepultado bajo el arco caído y la ceniza? ¿Qué dardo te traspasó certero, cuando oíste a los dos ángeles recitando la preciosa nueva del perdón para Lot y los suyos? ¿Enmudeciste pálida, suprimida; o fuiste de aposento en aposento, fingiéndole un rostro al regocijo de los justos y la prisa de las sirvientas, sudorosas y limitadas? Fue después que se hizo más difícil fingir. Cuando marchabas detrás de todos, remolona, tardía. Escuchando a lo lejos el silbido y el trueno, mientras el aire del castigo ya rozaba tu suelta cabellera entrecana. Y te volviste. Extraño era, en la noche, esa parte abierta del cielo chisporroteando. Casi alegre el espanto. Cohetes sobre sodoma. Oro y carmesí cayendo sobre la quilla de la ciudad a pique. Hacia allá partían como flechas tus miradas, buscando... Y tal vez lo viste. Porque el ojo de la mujer reconoce a su rey aun cuando las naciones tiemblen y los cielos lluevan fuego. Toda la noche, ante tu cabeza cerrada de estatua, llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Al alba, con el sol, la humareda subía de la tierra como el vaho de un horno. Así colmaste la copa de la iniquidad. Sobrepasando el castigo. Usurpándolo a fuerza de desborde. Era preciso hundirse, con el ídolo estúpido y dorado, con los dátiles, el decacordio y el ramito con hojas del cilantro. ¡Para no renacer! Para que todo duerma, reducido a perpetuo montón de ceniza. Sin que surja de allí ningún Fénix aventajado. Si todo pasó así, Señora, y yo he acertado contigo, eso no lo sabremos. Pero una estatua de sal no es una Musa inoportuna. Una esbelta reunión de minúsculas entidades de sal corrosiva, es cristaloides. Acetato. Aristas de expresión genuina. Y no la riente colina aderezada por los ángeles. La sospechosamente siempre verdeante Söar con el blanco y senil Lot, y las dos chicas núbiles, delicadas y puercas.
    Romanzón a L. P. G. Primomisacantano
    Caminantes camineros de Madrid a San Sebastián hemos visto cómo toda la tierra está cantada por el mar. Y al borde de tu misa oímos un océano universal y el rumor de todas las hostias que se venían a quebrar. El Obispo avanzaba ayer, rojo, delante del altar. Los fuelles del órgano soplaban la hoguera de la cristiandad. Y caminantes camineros sacamos en claro esta verdad: que toda la tierra puede ser cantada desde un altar. Como un nadador que separa dos olas así abriste tú el misal. Te vimos entrar en una opulencia de agua de mar donde saltaba la barca de Pedro y chillaba el águila de Juan. Nos abriste como una casa las grandes puertas del misal -el único pórtico rojo por el que debimos entrar-. Cambiar nuestro vino por tu Vino; cambiar nuestro pan por tu Pan. Es porque he mirado la tierra que tengo derecho a cantar: yo estaba de guardia una noche. Las tiendas eran blancas a la luz lunar. Los grillos cantaban enamorados y no paraban de cantar. Un riachuelo sesgaba hacia la muerte y no cesaba de sonar. Yo comenzaba a comprender. Venus desde el abismo me miraba con triste mirar. En Guetaria las muchachas eran arañas entre las redes de pescar. Tejían una red infinita mientras nos veían pasar. En el agua quieta de Orio, brillaba gorda la estrella vesperal. Entramos en una taberna y nos pusimos a tomar. El vino lo sacaban casi negro de un barril profundo, inmemorial. En la cocina misteriosa un niño empezó a llorar. Sobre un plato abandonado, hedía una sardina de metal. Si quisiera contar todo eso no terminaría jamás. Sería como las estrellas del cielo, como las arenas del mar. Del mundo te traigo este día, con lo difícil de nombrar, los pasos pesados de este romance y el abrazo de mi amistad. Convento de Oña Burgos, España, 1946
    Villancico
    ¡Un niño nos ha nacido un niño se nos ha dado! Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Para algo nace el niño. Por algo lo hace. No se alza porque sí el vientre, la purísima clausura, de una Niña de Niñas (¡Virgo Virginum!) Si viene a traer la paz y no la guerra, no sé a qué venga. por más dulce que sea la llegada de los bebés, y ofrecerlos, ¡por el amor de Dios! si no han de cambiar todo esto, no sé a qué vienen, y sí sé que vienen a engrosarlo no a cambiarlo. Si El no ha venido -espada en mano- contra el sabor a hierro, el regusto a cobre de no haber sembrado sino desparramado, de haber sido gastado por la existencia sin gastarla, de haber sido usado sin usar, si El no viene a quitar de una vez por todas ese resabio a cobre de las bocas, no sé a qué viene. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Porque hemos entendido bastante bien el sentido oculto (la segunda intención) de lo blanco, de lo blancuzco y sus relaciones con la lepra y el sello del pecado casi como en el Exodo y en el Levítico es entendido ("...y he aquí que estaba leprosa, como la nieve") -pero sin poder remediarlo- (la manchada rutina, el empaste blanque- cino y la abominable pereza del color: años centurias eras para que el gris se arrastre un poco hacia el verde-zinc) -pero sin poder combatirlo- creo, entonces, que a eso viene y que si no viene a eso no sé a qué viene. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... El zapatón que taconea con estrépito no ha sido silenciado. Los prójimos unos contra otros se aguzan como cuchillos chas-chas-chas. Se oye el encierro, el din-don monótono el cencerreo de los adúlteros guisando al rojo y cenando frío y el ruido de hojas secas de la ropa humana... Si El no viene a acabar con ese chas-chas-chas y el frou-frou de la hojarasca y el din-don y el ¡tac tac! de la bota y toda nuestra cacofonía, no sabré que ha venido cuando venga. No tendré la menor idea. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Aquí están todos los hijos, madres. Recién nacidos, puros como la nieve. Son la sal de la tierra. El libre vuelo de vuestro ser. Oidlos ahora, parlotear. Miradlos marchitarse y adiestrarse -agibílibus- y marcharse. Hinchándose codiciosos, empobreciéndose de oro. Poco de todo aquel libre vuelo del ser, madres. Y poco que hacer desde vuestro lecho contra esta ola en torno de una cuna. Poco desde vuestro rezo, desde vuestro sueño, desde vuestro puesto. Sólo hay la nieve afuera amontonada como la sal que se ha vuelto insípida y es tirada y pisada. Sólo la nieve sucia, el sello blanco de la lepra y la sal desalada. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera...
    Memoria para el año viento inconstante I
    Sí. Ya sé. Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra. Pero no la tendréis. De mí no la tendréis. Aunque se vuelva, comentando, algún maestro del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir... Aunque sepa hasta qué extremo las amáis. Sé cómo amáis la Música. No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra a lo rasgado, por tientos, esa brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla con su largo alarido al comienzo... sino ¡BACH! Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach. Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca, oyendo en vuestros sagrados depósitos de música estancada cómo cae el Concierto, y tirar de la cadena purificados por el suceso musical puro. ¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir que vivís como hombres por un momento. De tal modo saboreáis el aire salado de la emancipación al salir por la puerta, la puerta giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes. Y ya cerrarlo con doble llave. Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantesde la Battaglia. Irse sin dejar nada pendiente con la figura que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald. En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula. Gran día para vosotros. Ese de la Obra Maestra. Una antigua necesidad: el holocausto del propio ser. El deseo de imponeros algo perenne y tribunal. Y otro. Más rabioso, más trémulo: el deseo de tener un pasado. Un pasado por fin que oponer al maldito presente. Un pasado adornado con todas sus plumas. Con su perspectiva de adecuada jerga, con sus categorías históticas y su problematismo crítico-cultural precisado en función de una radical revisión de... Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos. II Si no estuviera el otro. El difuso terco mundillo del amanecer. La pululante línea de la imperfección y el anonimato. Más informe en el año del hombre y dudosa que en el año exterior los renacuajos moviéndose sin dignidad, que la crisálida de una abeja en su célula cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho, que esas medusas que olvida el mar aun sin hacer, translúcidas al asco. Ahí velaremos. Como sagaces hijos del siglo. Como el Iscariote, que no conoció almohada. Alertas centinelas en la púrpura penumbra del umbral. Celosos polizontes con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro. Cada hoja tendrá su guardián. El más mínimo remolino de savia el tiempo necesario de cumplir su revolución su breve furor elipsoidal hasta pintarse como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria (o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse). No es una amenaza. Tampoco exageraremos. Pero ni un solo murmullo será malogrado. Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará los reciencapullos, los brotes del presente que asómanse predicando lo que todavía no es cierto. La fina sombra de una lanza llena de tacto guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente de una pulsación de segundo. El milagro de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras. Aceptaremos sin entender cualquier discordancia: el más aprendiz de los palmoteos el más inventado de los borbollones. Porque de lo seguro salimos a reposar en lo inseguro. En lo peligrosamente sesgado como doncella cortante veloz como desde un puente. Del puente a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío saltamos ¡impacientes! Y más si se quiere. Que el tránsito de una burbuja nos sea viaje largo y fatigante. Una piragua de papiro en el centro del remolino es fortaleza, chato torreón de piedra, ante el inseguro inestable vacilante hogar de un corazón inclinado al esbozo. De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido. Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos. A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria! Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga, delicioso como agua desaprovechada que se mira correr y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada en el viento escrita) agua móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata donde ninguno se repite y de ninguno es posible hallar vestigio... Lo que a los planetas eternos les fue negado y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo- dice el coro. Y vuelta a lo mismo: de lo seguro para girar en lo inseguro en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el desmiembre el date vuelta en lo que como lomo de paloma amarillea y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa de nosotros con liberalidad projimal o nos es quitado por asalto o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado vulgarmente o registrado chabacanamente destruido desplegado con vocerrón devuelto con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!) pero que vuela saca las uñas duerme vive ahí -¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado desierto mundo del amanecer. Y no domado dulcificado acorderado bajo velocino sino amenazante!
    II- Noviembre fue los 3 ángeles Cálamo, deja aquí correr tu negra fuente... Hacia la fuente de noche y olvido... R. D. Retrato de dama con joven donante
    I
    La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza. Su pecho es como el mar. Como el mar que no duerme de día ni de noche. Lo que está en formación y no agrupado como la madurez. Como el mar que en la noche cuando la tierra duerme como un tronco da vueltas en su lecho. Solo. Retirado a mi tos. Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua. Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos. Bajo los puentes. Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos. Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo. La juventud no tiene donde apoyar la cabeza. Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tarde se la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme. Dejándola para mañana se le pasa la vida. Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afable sombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer, derramando en el suelo su futuro dice a su juventud, a su divino tesoro dícele: -Sólo espero que pases para servirme de ti. Y aprender a sentarse. Empezar a tener una cara. Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico. Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina. O Emerson ("...una fisonomía bien acabada es el verdadero y único fin de la Cultura"). Y todos los otros Octogenarios, los que no escamotearon su destino: el propio, el que vuelve al hombre rocín y acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual. Los que llegaron hasta el final y zanjaron el asunto y merecieron un retrato en su viejo sillón rojo calvo ya como ellos y hermoso. Sentados para siempre. Fotogénicos. Idénticos a su celebridad. Fijos los ojos como si por encima del vano afanarse de la tribu lo logrado miraran. ¡Lo logrado! ¿Lo logrado? ¿Y si fuera otra cara la verdadera y no ésta sino la otra, la mal hecha, la que no se parece y es distinta cada vez? La del Hombre del Trapo en la Cabeza, el que se cortó la oreja con una navaja de afeitar para dársela a la menuda prostituta? Pero él fue solamente un pintor. Uno entre los otros espantapájaros, minúsculos en medio del gran viento que choca contra el cielo, empeñados en añadir un paso más a la larga cadena. Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones. Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostro del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío.
    II
    Aludo a, trato de denunciar algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia: el árbol con piel de caimán. La esponja con cara de queso de Gruyere, y viceversa. El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos, peludo de orejas, animal raro, Nabucodonosor amansado. Una lora en su estaca moviéndose peculiarmente. Mostrándonos su ojo viejo, redondo, lateral. Los moluscos, temblorosa vida en la canasta que contemplan tan serios el niño y la niña. El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita, temible a causa de su bozal. Un par de hombres solitarios bañando un caballo con un cepillo grande a la orilla del mar en una perdida costa pequeña y abrupta. Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso, cargados de su propio poder, y los caballos pastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas... Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido, no azotado por el error, vivo dentro de un cero en la impotencia de lo sólo evidente. El mundo plástico, supermodelado y vacío. Como un infierno ocioso, abandonado por los demonios, condenado a la paz.
    III
    Pues si esta noche el alma. Si esta noche quisiera el alma hundirse en la infamia o la ira hasta el fondo, hasta que el pulgar del pie brille contra la roca en la tiniebla del agua; y desde allí intentara una vez más bracear, cerrar los ojos, hundirse aun más hondo, no podría. La ola de la Tontería, la ola tumultuosa de los tontos, la ola atestada y vacía de los tontos rodeádola ha, hala atrapado. Inclinada sobre el idioma, sobre el pastel de ciruelas, lo consume y consúmese ella disertando. Y danza. Pero no al son del adufe, sí del castañeteo de los dientes que agitados por el rencor y el miedo producen un curioso tintineo. Al son del ¡sún-sún! de la calavera. Y súbito el recuerdo del hogar. De pronto, como una espiga ardiente. Como el sonido de un clarín de niño en la traición, en las traiciones de las que sólo el olvido nos defiende: sólo otra traición del corazón nos defiende. Y el pecado futuro, ya en acción, zumbando desde lejos, desde antes sabido, realizado y ceniza. Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto. El sol huero, la arena y la pequeña mata de llamas. A lo lejos, la nube abstracta sobre la colina ocre. Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde. Una hoja seca araña el techo de zinc. Un grifo vierte el tedio. -Pero conocí a una dama.
    IV
    Sola en principio y descastada como un águila. El águila de Zeus en el exilio, de paso entre nosotros. El ruido de sus garras sobre la mesa y el ojo perspicaz. El ojo que sólo ve, sin opiniones. Así el suyo. Como el ojo del ave: sin respuesta, puro de voluntad óptica. Ojos duros, pequeños y desiertos delante de la ilimitada extensión del yo varonil. Rostro intemporal, zoológico. Lleno de fanatismo, pero frío, sutil, no sometido, como escarabajo o bala. Civilizaciones la han hecho. Muchas estirpes habrán sido necesarias delante de ella como delante de los frutos soles y siglos. Una hilera de siglos como grandes filtros para que al fin cayera -gota pura- entre las fuentes públicas y los hábitos de su raza. No la driada de los bosques ni oréade, breve de seno, oliendo el aire. No trirreme a la luz de las olas. Ni algo que el pueblo de Francia advertía. Ni tocador lleno de dijes fríos, colgantes como lluvia, y revólveres relucientes que enseñáronme tanto sobre la naturales secreta del níquel y el por qué las uñas y lo dentado. Pero sí algo que entró en el cielo excluído de lo suficiente. Si algo con la lógica de lo simple, la forzosidad de lo perfecto, la inteligibilidad de lo necesario. Ileso eso se mueve en la tercera rueda, nosotros aquí abajo enronquecemos discutiendo. Sin vacilaciones ni sombras. Todo respuesta que el enigma vano de la blancura oculta y suplanta, el pecho ofrece un fondo al rayo de la mano. Tras la aislada frente monótona (donde ensordece el apagado barullo del mundo invisible) se abre el perla, absorto, cóncavo día solo de una mujer. Es el interior de la concha. La Nada femenina. Allí, aun sin aletas y sin ojos un caos se defiende, más cerca del huevo que del pez. Mordiente sol, limón de oro, virginidad aceda. Es la mujer, golpeando, matando con su pico al hombre cálido. Su pico de vidrio. El de hielo. Púdica, insípida y hostil con la terquedad espantable y pacífica de la luz. La Nada femenina. Sola ante lo último, lo límpido donde lo resistente es nácar. Piedra vestida por la sombra y desnudada por el sol. 1949-50 -18, Rue Cassette, París
    San Cristóbal
    - ¿Hay paso? - gritó el niño mirando hacia lo oscuro en los últimos límites de lo bruto. Y no oyó nada, sino la lluvia cayendo en el abismo. Sólo la pesantez eterna ha respondido honda y negra, al niño. - Tal vez es que no viene nadie aquí -cuando vió unos tizones apagándose, mojados bajo el humo. Y llamó otra vez hacia el gran hoyo mudo. Retó al caos palurdo. Golpeó en su oído duro. Y apareció un farol. Se le acercó la noche. cabeceando. El pie descalzo, enorme, removió el agua fría y dormida. El niño vio el reflejo del farol cruzando el río. Sacudido y soñoliento sobre el alto hombro macizo.
    Las vírgenes prudentes
    -¿Quién es esa mujer que canta en la noche? ¿Quién llama a su hermana? De país en país, esa rapsoda que vuela en el viento por encima del mar tenebroso donde culebrea el cielo? ¡Salidle al encuentro! Ella la enamorada. Ella nada más, y su hermana. ¿Ese viento que canta? Es la voz del amor. La voz del deseo del amor que se alza en la noche alta. Sobre la potencia de la ciudad, esa voz que gira. Esa aria exquisita! Sólo esa nota vibra en la noche helada. Esa arpa sola tañendo en la noche vasta. Ese único silbo penetrante de la pureza. Sólo esa serenata encantada. Y el amor de las hermanas! De las estrellas protegiendo sus llamas para el Deseado que tarda. Nada sino eso: el cañaveral de las desposadas y la sombra alargada del Ladrón que escala. Canta la noche y las llanuras solitarias sometidas al hechizo de la luna. Claras, vacías súbitamente al paso de las hermanas. Al paso de la bandada blanca de las vírgenes hermanas. Las que se entregaron al amor. A quienes no se les concedió sino el amor. Las vírgenes Prudentes cuchicheando en la alcoba estrellada. Bajando la voz y subiendo la llama. Cerrándose en medio de su sombra. Desapareciendo detrás de su lámpara. Aquí sólo tienes abismo. Aquí sólo hay un punto fijo: el pábilo quieto ardiendo y el halo frío. Aquí vas a rasgar el velo Aquí vas a inventar el centro. Aquí vas a tocar el cuerpo. Como toca un ciego el sueño. Aquí podrás soplar y apagar tu secreto. Aquí ya podrás quedarte muerto.
    El desertor o ¡Que Dios te valga!
    -Por donde vaya tú me faltas. Por donde huya tú eras blanca- fueron mis últimas palabras. Diligentemente la savia trepa verdeando las ramas y el ardor del verano es agua en la pileta de mi casa, aquí en Granada! Sólo tú andas rival y alta. Sin donde, sin nadie, sin nada.
    La sulamita
    En bata todo el santo día. Muy sola y en sus cosas pero con aire de saberse dos. Flaca, secreta y rocallosa. Sin hablar, cortando papeles y pegándolos. Hogareando. Confiando sólo en su marido detestando los visitantes. En bata todo el santo día soporta la felicidad bajo su camisa de noche.
    Eunice odio Y añadió: -No podrás ver mi faz pues el hombre no puede verme y vivir. Exodo, XXXIII, 20
    Una visión legendaria, un elevado discurrir, un pensamiento, -tal a Avila sus murallas y su gorjeante azul- la rodeaban defendiéndola de lo que, extranjero y hostil, podía herir. Estoy hablando de tu frente. A los lados están, asomando como las alas de dos ángeles sumidos por un costado en el muro, las dos orejas pálidas, acústicas, precipitándose en el remolino del oído hasta el fondo. Al estanque del tímpano en donde se reflejan el trino del ave, la nota del violín, el soneto. Y sobre la pulida nariz que suele hundirse nave en el oleaje de la rosa, buscando una exacta respuesta de olor a su pregunta, se encienden los dos ojos, desde la telaraña redonda, minuciosa y azul del iris. Y luego, del lecho fresco de los labios, donde tu juventud parecía haberse tendido ya a sólo madurar, de golpe, como el agua en los valles, todo se lanza hacia los hombros y los senos... Después de todo es quietud y desnudez sin fin. (Sólo en el vientre, el vello. Creciendo allí tal vez por la misma secreta razón -aun sólo sabida por él- del musgo.) Muchacha! tú estás sentada sobre la tierra. Miras. Como lebreles tus largas manos posas: seres armados, guardan la puerta de tu cuerpo. Las dos perreras a la entrada del jardín. He tratado de decir cómo eres; de ponerte de nuevo delante de mí oh muchacha desnuda! forma! perfección! Porque aunque a menudo te vimos, apenas nos percatamos de ti. Hablamos mucho de tu gracia porque eso distraía pero ¡qué poco sospechamos bajo el cariño de la piel y entre el ir y venir de tu sangre atareada! Creímos que eras bella solamente para ser lecho oscuro del sol o chispa de la atmósfera y no advertimos cómo sobrellevabas ese penoso y duro oficio de las cosas bellas que, tras de su dorada corteza luchan para salvar al hombre de la Divinidad en bruto. Porque tras de esa membrana, de esa ala de cigarra, está escondido, tirante, alerta, lo otro. Detenido de pronto en su exceso cuando todo iba a estallar. Un poco más y el compromiso se habría establecido. Un poco más y habría sobrevenido eso. De lo que nadie osa hablar. Pero de ello, si unos pocos tuvieron noticia es mucho. Porque tú corriste a ponerte disimuladamente en la puerta, y entonces ya no te vimos sino a ti, Antifaz! con un pétalo soportando el golpe del ariete sagrado, con un dedo menudo y perfecto evitándonos en un diálogo el mayor de los riesgos. Tú bisel, bisagra, ángulo, eres, allí el nudo ciego de la lid, del combate entre lo que intenta revelarse, obtener, y lo que trata de poner al hombre al amparo de lo que no podría soportar. Por eso, para hablar de tu cabello, quise resistir hasta ahora. Para decir que está detrás de ti como un árbol y como un árbol mucho follaje y sombra esparce. Para ocultarnos lo que nos haría enrojecer y temblar: el ajetreo de los ángeles, las poleas de lo monumental, y al Dios mismo en plena tarea, con las dos media-lunas de sudor alrededor de las axilas. A veces a ti misma te esquivamos. Tratamos de cubrirte con palabras y adjetivos espléndidos, por temor a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido pues ¿qué enorme compromiso no traería haberlo visto aunque fuera una sola vez? Por temor a conocerte demasiado, de llegar a ser demasiado de ti y entrar en relación con lo que ¿quién nos dice cuánto no sería capaz de exigir? Pero tú entretanto, así, como una estrella dentro de su armadura, sonriendo pones a todo esto un nombre animador y andadero: belleza. Y haces que de esta lucha, de esta cuerda tensa no brote ni oigamos los cercanos, nada, nada, sino esa nota pura a la que el corazón en medio de su afán y su gemir pueda un momento asirse. Diciembre, 1945 -España
    Ars poetica
    ¿Que eres reacia al Amor, pues su manía de eternidad te ahuyenta, y su insistente voz como un chirriante ruiseñor te exaspera y quieres solamente besar lo pasajero en la cambiante eternidad de lo fugaz? -entonces ¡soy tu hombre! Pues más hospitalario que el mío un corazón no halló jamás para posarse el falso amor. Igual que llegué, parto: solo, y cuando mudo de cielo mudo también de corazón. Pero, atiende: no vas a hacer traición a tu alma infiel. No intentes, si una chispa del hijo del hombre ves en mis ojos, descifrarla, ni trates de inquirir mucho en mi acento y el fondo de mi risa. Donde quiero destierro y silencio no traspases la linde. Allí el buitre blanco del Juicio anida y sólo el ceño de la vida privada ¡canta!
    La fábula
    Los centauros están dormidos. Ellos los primeros, y hace tanto tiempo, que no los hemos conocido. Bajo el pórtico, como bajo una ceja, se cerró esa visión. Se retiraron a dormir los centauros. Los varones. A distancia unos de otros. A un golpe de casco entre dos sueños. Entre sus velos que el agua no empapa. Encandiladas bajo el potente foco de las profundidades oceánicas, ignorantes de sus burbujas las Nereidas respiran ciegas y dormidas. En la cañada, entre el rocío y las anchas hojas, el grito de la cerda salvaje se apagó, y los ángeles amontonados en su incomodidad de alas -de donde el aire sacudido se desprende y vive a veces y se esparce como un lienzo en la noche- duerme también. -Y tú, necio ¿qué haces tú despierto?
    Hogar con luz roja a Pilar y las chicas
    Los escalones de madera, inseguros para el extranjero en la oscurana, son fácil camino para el hijo. Alrededor de la mesa, congregada juega a las cartas la familia; las fichas chocan en el centro del tapete en donde cae la luz. Discreta zumba la radio. Porque es pacífico este hogar, temeroso, y sólo al amor consagrado. Llega el hijo y los hermanos del hijo y las hermanas de los hijos acuden a la llamada del timbre, y esperan dichosas, con agitado pecho, en medio del saloncito de mobiliario eterno: los cojines color naranja y el cromo con la góndola de Cleopatra en el Nilo.
    En la carretera una mujerzuela detiene al pasante
    ¿Qué pasó con el joven que amó su madre? El incapturable. Pero a quien las mujeres notaron como el can al extraño. Al que todas ellas amaban: las crías de pecho las niñas sin pecho las mujeres en pecho las despechadas. Cuantas pudieron verle lo guardaron para siempre. No en sus corazones. Ni en el puño cerrado. Ni en el cráneo acústico. En su vientre lo conservaba cada mujer. No encinta de un hijo de él sino preñada dél. O aligeradas de golpe se descargaban, paríanse a sí mismas pariéndolo, detenían su anual alumbramiento. Por qué propósito de fecundar el fondo de la mujer y perpetuar su sombra iba y venía... ¿Dónde circula ahora? ¿Alguien le conoce?
    El amor humano estorbando al amor divino
    Si amamos (no quiero escribir Amor sino capricho, simple locura, espíritu de demencia) todo es compañía: pudiendo prescindir de todo, nada nos recuerda la soledad. (Porque Su crimen es querer mandar en la nada tan bien desmelenada de los dioses, donde no hay plenitud tramposa sino despilfarro.)
    Cuerpo Cielo
    Tocar un cuerpo es tocar el Cielo -quiere decir esto: Cuerpo ni La Maja es visible. Forma renuente que se expone contra lo oculto que se entrega cuerpo desnudo está cerrado. Sordo al dedo, a la consciencia esquivo, murado al contacto. Lo que quiso decir Novalis. Es intocable el cuerpo humano como el Cielo es intocable. ¿O que será tocado sólo cuando tocáramos el cielo y tocar cielo es tocar cuerpo y sólo entonces como puerto? Fórmula Cuerpo Cielo Cero.
    Tres elegías I Dalila comedia de confusiones
    -Yo no sé hasta qué extremo estoy disfrazada. Si hablo Melba me oigo Dalila. Si me doy vuelta Dalila salúdanme Melba. Ni cuál de las historias contar. Cuál de las mismas. Por dónde empezar: se recorre trenza, da zopetón de calva. Se te enrolla en el dedo bucle y te saca la colorada tijeras. Esta es la Historia de Sansón. La Historia de Sansón y Dalila. Coro: -La que lo rapó! -Un hombre cuya madre no probó el vino ni la sidra para que él fuera aislado y poderoso como el sol a mediodía. Coro: -Un hombre sobre cuya cabeza no pasó cuchilla! -¿Habéis leído ya la historia y todo lo que yo le hice? En mi cuarto lo tuve cuatro noches. Al hombrón. Allí lo peinaba. "No lleves tan lejos mis cabellos " -me decía- "No te alejes..." -Peinándolo yo era una mujer que abandona y regresa y torna a abandonar, y vuelve... Coro: -Una ola de mar que se va y vuelve! -En mi cuarto lo tuve cuatro noches. Una especie de bruto. Las espaldas velludas, y entre el vello algunas hebras de plata. Alambres finos, plateados. Coro: -En la redondez de esas espaldas se incorporaba y se olvidaba toda la fuerza de Israel! -La gran sombra subía y bajaba en la pared. Coro: Eran dueños sus movimientos y apacibles sus palabras. -Pero yo lo irritaba y lo hacía palidecer inferiormente. Coro: Escudriñabas su corazón con un palillo de dientes. -Una noche, mientras roncaba sobre mis rodillas, lo rapé. Lo sometí al tuteo de la navaja. Coro: Al manoseo barberil. -Separé siete guedejas de su cabeza. Siete gruesos chorros negros. De allí salía su fuerza como de siete fuentes. De allí siete mechones como siete leones. Coro: Dejaste la fuente seca. Dejaste vacía la leonera. -Luego le sacaron los ojos. Así lo expuse a la familiaridad grosera. A la fisga de los muchachos. Coro: ¡Pelón pelado quién te peló! -Al querque. Al coscorrón. A la saliva. Después hacía juegos de fuerza. Como un forzudo de feria, entre la matraca del pueblo, hacía pruebas de fuerza en las barracas. Un día estaban todos los príncipes y los filisteos bebiendo en el palacio. Y lo hicieron venir. Al campeón. En la azotea todo el pueblo reunido veía el escarnio de Sansón. Coro: ¡Allí fue que buscó las dos columnas, allí fue que todo terminó! -Después supimos muchas cosas... Coro: Del que come salió comida y del fuerte salió dulzura... -¡Sí! El cadáver del león lleno de abejas y miel, como un panal. Y la mentada quijada de burro. Y las altas puertas de la ciudad dormida, a hombros en la noche... Coro: Y lo que nunca sospechamos: que había juzgado a Israel por espacio de veinte años. -¡Basta! ¿Eso a mí, qué? Yo amo rápidamente. Pero detestar es mi oficio. Esa es mi lenta, mi delicada, parsimoniosa ocupación. Corto el pelo. La barba. Pulo uñas. Coro: A la entrada de las ciudades estás. -Yo vivía en el valle de Soreq y mi nombre es Dalila. Coro: Tú vives en Managua. Junto a un lago. Tu nombre es Melba. Telón.
    II La ejecución de Lorelei a Ligia
    Ya no la veremos más mi compañero corazón. Pero a nosotros nos miró de últimos, ya al cerrar. De negro y pálida entró la maga, mi Lorelei. Sin cabellera y al pie del cadalso nos dijo adiós. Sólo el arco de la nuca rapada -vimos- y la marcha lenta del cortejo y el hacha con sangre como media luna. Pero nos miró. Confiándonos -delante de todos y de nadie- su secreto, que he de revelarle al mundo en lenguaje cifrado.
    III Nabucodonosor Entre las bestias (Daniel, IV, 33)
    Yo supe de lugares de donde regresé henchido y por días mi fisonomía habló a los extraños de ese secreto, indiscretamente; tal era el gozo que contuve. Son esos lugares: la atracción de lo inicuo; el azoramiento del genio tentado, vacilando; el horror de un rostro voluble como el de Myriam que al parecer no haría sino destruir; la envolvente estupidez, tenaz nodriza amamantándonos; el aturdimiento de la mala música. Sé de esos lugares y de peores no me quejo ni mi estilo opacaron. Pero hay un lugar, sólo advertido por los augustos y colmado de sino inmortal. Donde la forma más ardiente y deliciosa de una virgen ofrece a tu libertad un orden, donde el espacio se abre y vuelve a cerrarse tras su acento exaltado. Es de allí que volví embrutecido.
    Lápida para noviembre
    Quien conoció el frescor de las muertes y los nacimientos y se dio vuelta turbado por el ruido de la pala removedora, en su fosa... Ese está más allá de la esperanza.
    III - El monstruo y su dibujante El pintor español
    -Yo pintaré un hombre con una linterna. -Hazlo. Pero ¿qué le pondrás alrededor para que se vea? -Pues, noche -dijo, ya iracundo.
    ¡Qué retraso! capricho
    Ahí están los tocadores de instrumentos y las saltimbanquis del coro dispuesto para el recibimiento- dijo secamente pero tuteándome, como los aparecidos. -No obstante, como puedes comprobarlo, tu retraso es considerable- añadió, señalando al fondo de la sala un amontonamiento de huesos y flautas.
    No sólo la sonrisa veían capricho
    Durante la corta temporada en que tuve el privilegio de hallarme a vuestro lado, pude -permitidme, Madame, decíroslo -observar entre la luz de los ralos cabellos las junturas calizas y dentadas de vuestro cráneo. A los fuertes rayos del sol he logrado después ver, netamente y con inexpresable admiración, vuestra calavera completa (con las dos cuencas y el pequeño agujero triangular sin fondo) que vos llevabais con tan noble desdén y casi sin advertirla.
    Los minnesinger de l'eau qui fait pschitt... ...nec vivere carmina possunt Quae scribuntur aquae potoribus Horacio, Eps. 1, 19, 3
    Estaban en el Bar (no al pie del chorro de plata y roca o Diógenes tirando su escudilla, en el culto en cuclillas del ribazo (eso lo paso), sino que estaban en el Bar) y a mitad de camino del vino, vaciando su efervescente Castalia, su verde botellita panzona y cantarina. Y hablaban en desacuerdo con su época y tan de acuerdo entre ellos compartiéndose repitiendo n'est-ce pas? después de siempre. Exigiendo el rigor, la probidad estética, con sus largas orejas golosas a la palabra precisa. Todo esto levantándose y sentándose orinando y se telefoneando. A las doce se despidieron en una placita, junto a la corriente fuente y bajo el zumbido del gas. Se estrecharon las manos dispersándose hasta que pudo verse los traseros regresando a sus fosas, ¡a escribir!
    Pequeña moral a Elvira
    Van dirigidas estas líneas a quien poseyó: la Belleza, sin la arrogancia la Virtud, sin la gazmoñería la Coquetería, sin la liviandad el Desinterés, sin la desesperación el Ingenio, sin la mofa la Ingenuidad, sin la ignorancia todas las trampas de la feminidad, sin usarlas.
    Arete
    Si la rama llegara lo que sobrevendría es lo que te callaron lo que riza la sombra como agua lo que quería dar a entender Paul Klee en Suiza tiza en mano hilando la ronda de los resentidos lo que habría de arriesgado en la credulidad lo que la risa lo que si eso si la rama llegara si la brisa.
    Alba y mi modo
    Si se da cuenta de mi modo Si lo logro Si le da la vuelta mi modo Entera y en redondo Y si mi modo a su manera Se le presenta como Se le recomienda solo Si la despierta con su codo Si le restriega un ojo Para que vea con el otro Y si se le pega su tono Y ya le suena como propio Si lo logro Si de mi modo se da cuenta Tomo lo todo que la quiera Porque el modo es el hombre. Ellas son sólo darse cuenta.
    Reverso de hoja de album a Madmoiselle C. A. ¡Fillette, fillette...! Chanson populaire
    No fui desobediente a mi porción terrestre: la atracción de lo verdoso unida a un sentido innato del modelado. Y aptitudes para lo oscuro empleadas parcamente. Hojeando en la edad del hojear me hice entendido en mitos: los Baales, las Astartés, esfinges y hamadríades, me respondieron, no me interrogaron. Fingiéndome dotado para la injuria afecté su retórica, y donde es¡ taban mis enemigos y sus muecas me presenté yo con mi cuadernito. Meticuloso, desde mi pupitre los dibujé ojo por ojo diente por diente. A las viejas púseles pico sin verbo. A los viejos los pinté verdes. Y, sumidos en la falsa vigilia de la blasfemia, círculos de cultísimos poetastros maquinando novedades. Pero contigo nada pude. Fillette, primer-Ford, pichón de escoba, árbol mocho de savia amanerada. Nuestros proveedores de mitos, los refinadores de nuestros errores, no te han fijado aún. No hallará el hombre de la azada el fragmento de diorita con tu perfil como un hilo de oro. En vano -desde el pelo hasta el premioso pie de ninfa cristiana bien calzada- busqué una clave, un signo, un sentido. Vacía de incurable variedad no has recibido nada, nada has dado. Sólo guardé este asco de cristal removido sin premio. Este partir en blanco mi papel y en turbio mi alma.
    Dos epitafios I (T.E.S. - 338. 171)
    Aprendió a caminar sin dejar huellas en la arena. Habló en una lengua muerta. No añadió la cornisa al sólido Error. Pero sus pasos fueron rastreados. Impuestos a los niños del país sus dichos. Trinan a la orilla de su tumba las sirenas. Y yo tarareo mi envidia.
    II (A. R. N.)
    Junto a tu muerto fueron a sentarse. Y oí cómo te hablaban los sin sangre contra mí, haciéndote sangrar, madre. Secos de corazón, pulcros vistiendo, voz en coro todo te lo dijeron: todas mis caídas, chicas y grandes. Ellos estaban enterados, madre. Ah, pero algo te callaron. Sólo una cosa (¡y yo río ahora!): que nunca quise jugar al más listo con nadie. Lo que ellos no me perdonan, madre.
    Mecha quemándose suite 1
    Perezoso de la Historia y de los diarios. Nada tampoco con la profecía atreguada violando las novias antes de la boda. -¿Qué entonces? -El decorado inmediato y las palabras del presente desvanecentes necesitando de muy pocas letras para morir. En textos que encuentro o en mi propio negro corazón tornasol hallo los signos las letras de hoy los calamares en su tinta. Tan estremecedoras inconfundibles y me voy hacia ellas directo sin dudar las veo saltar caer sacudirse sobre el papel y digo -aquella sí ésta no! y me hundo en su armonía nado trago y así hasta que nace mi canto, crédulo e irritado.
    2 NO
    Me presentan mujeres de buen gusto Y hombres de buen gusto Y últimos matrimonios de buen gusto Decoradores bien avenidos viviendo en medio de un miserable e irreprochable buen gusto. Yo sólo disgusto tengo. Un excelente disgusto, creo.
    3 Bachillería inquieta
    El joven surrealista inclinado al folklore impío se sabe Hamlet y nos lo cita: -Horatio, hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía. Como poeta moderado y aludido le reparo que yo he comenzado por las de Horacio y que ni entro ni salgo y que ando extrañado y que aún no acabo... Y vase, contrincante, con sus amigos. Coleccionistas todos ellos de fetiches negros de fieros ombligos.
    4 Mundo
    Dios hizo el agua El Diablo la echó en el vino Dios hizo la ventana abierta para el hombre interior El Diablo la puerta cerrada para el de afuera Dios hizo el pan El Diablo su precio Dios hizo las mejores palabras ocultas El Diablo las que sobran Dios nos hizo juntos El Diablo nos falsificó separados Dios te hizo una El Diablo otra Yo te esperaba Pasaste sin mirarme. Te escribí entonces un epigrama como una ortiga. Pero ¡ay, tú no lo leerás, tú nunca lees versos, mi niña!
    5 Dichos de augur
    Tres cosas hay que me han impresionado y una cuarta sigo sin descifrar: el choque sin persona de un muerto echado al agua. Un vítor de volátil o silbato de policía en la selva. El ¡clic! de un revólver al montarse. Y la palabra APORIA, empleada por el Dr. Pedro Laín Entralgo en uno de sus ensayos.
    6 Nota social
    Vi también a las madres de nuestra América, en París. Pasearse por los Grandes Bulevares con los cadáveres de sus hijas de plumero y tacón. Listas. Embalsamadas para el matrimonio. No he querido negarles el lugar que merecen en "El Monstruo y su Dibujante".
    Tres poemas sueltos
    Nota de InterNauta Poesía

    Los siguientes poemas, no incluídos en La insurrección solitaria, son tomados de Poesía nueva de Nicaragua (Carlos Lohlé Editor, Buenos Aires, 1974), antología con selección y prólogo de Ernesto Cardenal.

    
    
    Canción de cuna sin música
    Duérmete, futuro ciudadano de Nicaragua. Arrurrú, mi niño, arrurrú. Una luna de cobre arroja sobre LA LOMA sus mancillados rayos. Duérmete ahora, cuando todavía no tienes que esperar de esa colina la firma todopoderosa: el salvoconducto, la exención del impuesto, el indulto para el sobrino rebelde el rincón en la Nómina, el galardón al mérito... ¡Todo! Arrurrú, mi niño, arrurrú. Una nueva agita el hogar. Despierta el alborozo entre la parentela, tu padre obtuvo el nombramiento: Portero, Abogado del Banco, Guardaespaldas, Embajador... El supo cómo. Probó no ser ningún novicio el viejo. Pero tú, a dormir. Mientras aún yace en el limbo tu conciencia y no puedes sentir vergüenza de tu padre. Arrurrú, mi niño, arrurrú. Ya crecerás. Y atraparás al vuelo el sentido de la vida en esta linda Tierra de Darío. Aprenderás a cerrar el puño, dejando el pulgar entre el dedo -del- corazón. y el índice: la insignia heráldica de tu Patria. No es visible en el triángulo del escudo pero está allí, bajo el gorro frigio; como tú habrás de llevarla, oculta en el bolsillo. Mientras con la otra mano estrecharás la mano que se te tienda confiada, rubricarás los decretos y la carta de recomendación para la viuda, la moverás persuasiva en los discursos. Pero duérmete, apresúrate a hacerlo ahora que aún no has empezado a ser deshonesto. Antes de que hayas empeñado la Mitra, alzándola entre tus temblorosos dedos pastorales en defensa de la Opresión; antes de que hayas extendido la orden de captura contra el esposo de tu hermana, y culateado en el calabozo al camarada de los días de colegio; antes de que escribas tu pobre nombre en la lista de las adhesiones; duerme, porque aún estás incontaminado duerme, mientras aún eres inofensivo duerme, ahora que aún no te has vendido, futuro Arzobispo, Teniente, empleadillo. ....................................................................................... Perdóname, esta noche no te he contado ningún cuento. Vine a fastidiarte con la verdad. ¡Qué sueño tienes! Se te cierran los párpados... Duerme, futuro ciudadano de Nicaragüa. Arrurrú, mi niño, arrurrú.
    Managua - mayo
    La tardecita eléctrica las calles los relámpagos al pasar delante de las casas con salitas abiertas y muchachas sentadas en butacas meciéndose los radios encendidos y la música repentinamente cortada por un rayo una chispa una pausa y el trueno el viento el polvo.
    Puerto Morazán
    El bote sin querer encender popeando y apagándose el muelle al atardecer los guardias con bayonetas la bandera el agua turbia sucia oficinita el gomero en el escritorio el retrato del General y los jejenes invisibles picando en la humedad cálida del atarceder la bombilla eléctrica prendida pálida y el temporal y alguien con un martillo clavado en la caseta y nuestros corazones oprimidos centroamérica extendida encharcada el bote popeando apagándose los jejenes picando y la bombilla pálida y la llovizna
    Texto de contratapa de La insurrección solitaria, tercera edición:

    Carlos Martínez Rivas es uno de los más grandes poetas nicaragüenses. Su poesía, de originalidad y belleza sin par en nuestra literatura actual, es sólo comparable con la de Rubén Darío o Salomón de la Selva. Su obra ha influido notable y permanentemente a la generación de poetas posteriores a él. Martínez Rivas logra en su Insurreccción solitaria una visión personal de la rebeldía, oposición y desacuerdo con el mundo que lo rodea. Bella, consistente, insuperable, precisa, son los juicios que la obra publicada de Martínez Rivas ha recibido de numerosos críticos, entre ellos el mexicano Octavio Paz.

    Además de la obra que en esta oportunidad reeditamos, Carlos Martínez Rivas ha publicado numerosos poemas y trabajos críticos sobre artes plásticas, de las que es señalado conocedor. Creemos que el fenómeno singular de la calidad alcanzada por la poesía nicaragüense sólo puede ser cabalmente comprendido conociendo la obra y el magisterio poético que Carlos Martínez Rivas -a su pesar- ha ejercido por largos años entre nosotros. Nacido en 1924, Martínez Rivas radica actualmente en la Nicaragua liberada de la opresión y el sojuzgamiento que, aun en las artes, caracterizaron nuestra historia de los últimos cincuenta años.

    Nota de Ernesto Cardenal en la antología Poesía nueva de Nicaragua

    Nació en la ciudad de Guatemala en 1924 y se reveló como gran poeta desde muy temprana edad, casi desde niño. A los 16 años ganó un concurso nacional con una poesía muy sorprendente por lo novedosa y original: un prodigio que a muchos pareció muy semejante al de Darío. A los 18, estando aún estudiando bachillerato en el colegio de los jesuitas en Granada, escribió su extenso poema "El paraíso recobrado" (publicado por los Cuadernos del Taller San Lucas en 1944) que ha sido uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho. Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, y otros en parís, después tuvo otra época en Managua y otra en Los Angeles, California (Estados Unidos), después nuevamente estuvo otros años en Madrid y actualmente vive en San José de Costa Rica. Ha publicado un libro de poemas, La insurrección solitaria (1953), que no es conocido en América latina como merece, pero que ha influido en muchos poetas jóvenes nicaragüenses y es un libro, en nuestra literatura, de capital importancia. Su poesía rebelde y de protesta, aunque individual y personalista, está muy bien definida en ese tírtulo. A partir de esa publicación la mayor parte de la obra de Carlos Martínez Rivas está aún inédita. Esta renuencia a publicar es la causa de que este poeta -uno de los que ha tenido más talento y genio poético en Nicaragua- no sea conocido en el extranjero como debiera, pero creemos que cuando sea más divulgado tendrá en otras partes la preeminencia que ya tiene entre nosotros.








    POESIA.COM