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 Darío Canton
         Nació en 1928 en Nueve de Julio, prov. de Buenos Aires. Su obra literatura, bastante inclasificable en cuanto a género, como se advierte ya por sus títulos, comprende La saga del peronismo (Ediciones Ancora, Bs. As., 1964), Corrupción de la naranja (Ediciones del Mediodía, Bs. As., 1968), Poamorio (Ed. del Mediodía, 1969; hay edición bilingue inglés-castellano: Ed. Saru, Tucson, Arizona, 1984), La mesa. Tratado poeti-lógico (Editorial Siglo XXI, Bs. As., 1972; observación: el nombre del autor no aparece en la tapa ni en el interior del libro, y no por omisión), Poemas familiares (Ediciones Crisis, Bs. As., 1975) y Abecedario Médico Canton. Vademedicumnemotecnicusabreviatus (Archivo Gráfico Editorial, Bs. As., 1977). Además, entre 1975 y 1979, Canton distribuyó por correo la publicación periódica Asemal (la mesa escrito de derecha a izquierda), a la que calificó de "tentempié de poesía". En total salieron veinte números, a partir de lo cual Canton empezó a cartearse con numerosos corresponsales: el resultado de esa experiencia está recogido íntegramente en La historia de Asemal y sus lectores, volumen de 280 páginas que Grijalbo-Mondadori anuncia para marzo del 2000. (Correo electrónico del autor: canton@mail.retina.ar)

 


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LA SAGA DEL PERONISMO



PRELUDIO


Los atributos del sexo,
hinchados,
nos dolían.
Abuelos y bisabuelos,
viejas losas,
voces de Justa, Serapio, Tiburcia,
nos decían:
¿hasta cuándo? ¿hasta cuándo?
a nosotros nos nacieron
y murieron en la espera;
que no les hagan lo mismo.
Callábamos nosotros;
callaban las mujeres y los hijos
mirándonos largamente.

Los atributos del sexo,
hinchados,
nos dolían.



17 DE OCTUBRE DE 1945


Se vieron prostitutas
por el centro,
prostitutas baratas
mal vestidas,
llegadas de Avellaneda,
pidiendo cinco pesos
a curiosos
que miraban,
asombrados,
los rostros de la tierra.


Gente de a caballo
les daba de beber
en las fuentes
de las plazas
y hacían públicamente
lo privado,
inocentes animales,
camino de la Plaza
con su mujer y sus hijos.

Todas las puertas cerradas,
todas las cortinas bajas;
sólo las calles,
sin vida,
y los gritos por las calles.
Camiones, estandartes,
camisas
con las pieles más oscuras;
suelta la pobreza,
oso torpe, ciego, manoteando,
buscando a quien herir,
golpear,
por todo lo pasado.

Acampan en la Plaza,
desmontan;
clavan la lanza en el suelo
y se sientan a esperar:
vendrá,
vendrá si tan sólo
lo queremos,
hondamente,
con toda el alma;
vendrá si obramos,
si unimos nuestros puños
a la voz,
y golpeamos,
cada vez más fuerte.
Nos oirán,
si gritamos;
nos verán,
si echamos la puerta abajo.
Aquí estamos,
hasta que venga,
hasta que salga al balcón.

Un millón de argentinos
en la Plaza,
dos, tres,
diez millones de argentinos
en la Plaza;
el joven y el viejo,
mujeres y hombres,
rostros y más rostros,
todos en la Plaza,
unidos por siempre,
unidos.

Suben los brazos y bajan,
suben los puños y bajan;
pañuelos y pañuelos que se agitan,
voces que se quedan roncas;
sudor y semen
empapan
la multitud,
la amalgaman;
miles de cuerpos
copulan,
inolvidables,
se encuentran en el abrazo.

--Compañeros, compañeros…
Un rugido atruena el aire.
¿Quién quiere silencio ahora?
Que se lo guarden los muertos.



EL REINADO


Las playas
se llenaron de argentinos:
rostros curtidos del sol,
labios resecos,
olieron por primera vez
el mar,
se hincaron ante su fuerza.
Silenciosos,
con la mudez de la tierra
que se extiende dilatada,
ante los ojos del mar
los suyos bajan,
conmovidos.
Olas y más olas
lo van ocupando todo;
empujan,
siempre empujan;
gritan,
siempre gritan;
miran,
fijamente,
el vientre del gordo,
los lentes del viejo,
las caras de todos;
siempre,
como un gran ojo encendido.



JOCKEY CLUB


Fundación


Perfumes refinados,
exquisitos,
para el regreso del campo:
hiede la bosta aún aquí.
Por debajo
de la piel
el caballero
es un gaucho irremediable:
esgrime su cuchillo
cuando tocan a degüello
y se ríe de la urgencia
de los hombres, como toros,
a vista de las mujeres;
por arriba
de la piel
el caballero
es un gentleman francés,
inglés,
ecuménico Lucio que pasea
su ocio
por los salones de Europa.


Interregno


La tierra en las botas
se limpia al entrar;
la limpian sirvientas
oscuras,
color de la tierra,
las hijas del indio
conquistado ayer;
la limpian sirvientas
muy claras,
gallegas rebrutas
soñando con aires,
airinhos distantes.

Afuera en la calle
trabajan los tanos
y medran oscuros
los rusos de mierda.


Final


El joven se ha vuelto
afeminado,
reniega del abuelo,
anticlerical furioso,
y con un gesto
de su mano dice:
pasemos a otra cosa,
dejemos el pasado.

Entre tanto,
en pleno día,
están preparando el fuego;
juntan libros,
cuadros,
sillas,
para asar el gran asado.



EVA PERON


Odio


No temas pisar los vidrios,
Eva,
los han puesto para herirte.
¿No lo crees?

los dardos que despiden,
Eva,
Los dirigen hacia tí;
¿acaso se preguntarán quién eres?

¿Dudas?
El dios que invocamos
cada día,
Eva,
es el dios
que aniquila al enemigo;
¿lo ves, ahora,
que caminas a la hoguera?


Muerte


La llevaron bien en alto,
en una tarde de sol,
su voz de acero
callada;
la ciudad la vio pasar,
sola y por última vez,
sola y rodeada de gente;

cantaba al fondo Gardel.

El espejo que miraron,
deslumbradas,
mil mujeres y una,
se empañó gradualmente
hasta borrarse,
dejó de reflejar
su imagen;

al fondo Gardel cantaba.

Sola sola con su alma,
con su cabello de trigo,
flanqueada por dos galgos
iba,
erguida,
en medio de la gente
que miraba;
mas a nadie ella veía;

seguía cantando Gardel,
cantando su tango amargo.

Iban con ella la niña,
asombrada,
la pura incrédula niña
de verse mujer y muerta;
iban con ella la joven,
con un dolor en el centro,
en el lugar de los hijos;
atrás quedaba la vieja
quejándose amargamente
por la vida que no vuelve;

se oía a lo lejos Gardel
con el aire sentencioso
del que vivió y ha sabido.

Ajenas a todo en torno
María y Eva de la mano
hermanadas, caminaban;
desnudas,
que nadie las veía;
vestidas,
que todos las miraban:
solas,
consigo mismas muy solas,
bajo el sol del invierno.

Sobre la calle
los pasos
se arrastran en procesión:
cadenas y más cadenas,
el silencio alrededor.

Como una enorme bandera
la voz de Gardel se expande,
lo cubre todo:



16 DE JUNIO DE 1955


Mediodía


Pasaban los aviones
brillando las luces de sus balas,
y en el preciso momento
dejaban caer las bombas
y volvían a pasar.

La gente abajo miraba,
corría, se guarecía;
sobre la calle los muertos,
tranquilos,
esperaban que todo terminara
para irse,
dejar expedito el paso.
Tiros de ametralladoras
en rápida descarga
se cruzaban,
dialogando.

Y otra vez,
acalorados.
Y otra más.
Callados,
al final.

La ciudad volvió a su niebla,
perturbada,
pasó la tarde tranquila.


Noche


Acordaron jugar
un partido nocturno
en las iglesias
a empezar
a las nueve de la noche;
llegaron en camiones,
las camisas entreabiertas,
el pelo revuelto por el viento.
Para entrar en calor
pelotearon un rato
y cuando se hizo la hora
tomaron posiciones en la cancha.

"Va a comenzar el partido.
Perón mueve la pelota
en dirección a Borlenghi.
Borlenghi esquiva al half
y pasa largo a la punta.
Intercepta un contrario
y rechaza, de alto.
La para el centromedio
del equipo blanco,
la baja,
insiste de nuevo por la izquierda.
Se corre el wing,
¡jugada de peligro,
defensa adelantada!
Viene el centro,
alto, cerrado;
Perón entra a la carrera
y gooooooool,
gooooooooool de Perón."


Mira el Cristo,
interesado,
como alguien que no asiste a los partidos,
que quisiera gritar,
desmaderado,
agitando los brazos,
inflar preservativos
y lanzarlos,
como globos,
en la tarde del domingo.
Mira el Cristo,
desde arriba.

Los vidrios se acumulan,
los vasos rotos, los bancos;
en el área ya no hay pasto
de tanto que se ha jugado;
de todos los costados se oye el grito
"dale blanco, dale blanco",
y en el campo los contornos
de los cuerpos
sinuosos en el amague,
precisos en la carrera,
en el pase, en el esquive,
relumbran en la noche
trazando sus arabescos.

Sobre las tribunas
algunos aquí y allá
van agitando pañuelos
mientras otros hacen fuego.

Después,
felices y sudorosos,
se juntan los triunfadores
en el centro de la cancha:
las fotos para los diarios.



FINAL


I


Salieron sacerdotes
con el paso apresurado
y jóvenes de todos los partidos
y madres
y abuelos
decidieron actuar,
llamaron a los demás.

En Córdoba fue la cita
en Córdoba y en el sur.


II


Cerrado en su cañonera
el ídolo descansa,
piensa y sueña,
el cabello emblanquecido;
de pronto
son los gritos de la gente,
en la Plaza,
y un mar de brazos
y cabezas gigantesco
vivando su nombre,
--Compañeros, compañeros…

Se escucha el tableteo
en la ciudad
de los tiros de los tanques
contra Alianza;
silencio,
otra vez el tableteo;
se pasa
la mano por la frente,
empapada de sudor,
y en la penumbra de su visión
mira,
sinsentido,
cómo una mosca se posa
en su pocillo de café.
La deja estar,
no la espanta,
y entorpecido se hunde
en la oscuridad del sueño.


III


Alerta estaban todos
al avión
que había de traerlo,
a la voz del alzamiento.
Cielo oscuro,
cielo claro,
Perón claro,
Perón vuelve,
Perón triunfa;
Perón ya viene de viaje,
ha salido,
ayer,
hoy,
mañana,
ya se acerca,
está ahora entre nosotros.

Nada;
el alma encoge,
se amolda
al tamaño de la casa,
estrecha,
más estrecha cada vez.
Tras el verano el otoño
y otra vez el verano;
las fotos en los armarios,
los carnets en los cajones,
todo igual, lo mismo todo;
sobre un 17 y otro
la lluvia siempre cayendo,
sobre un 17 y otro.



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