Darío Canton
|
LA SAGA DEL PERONISMO
hinchados, nos dolían. todas las cortinas bajas; sólo las calles, sin vida, y los gritos por las calles. Camiones, estandartes, camisas con las pieles más oscuras; suelta la pobreza, oso torpe, ciego, manoteando, buscando a quien herir, golpear, por todo lo pasado. desmontan; clavan la lanza en el suelo y se sientan a esperar: vendrá, vendrá si tan sólo lo queremos, hondamente, con toda el alma; vendrá si obramos, si unimos nuestros puños a la voz, y golpeamos, cada vez más fuerte. Nos oirán, si gritamos; nos verán, si echamos la puerta abajo. Aquí estamos, hasta que venga, hasta que salga al balcón. en la Plaza, dos, tres, diez millones de argentinos en la Plaza; el joven y el viejo, mujeres y hombres, rostros y más rostros, todos en la Plaza, unidos por siempre, unidos. suben los puños y bajan; pañuelos y pañuelos que se agitan, voces que se quedan roncas; sudor y semen empapan la multitud, la amalgaman; miles de cuerpos copulan, inolvidables, se encuentran en el abrazo. Un rugido atruena el aire. ¿Quién quiere silencio ahora? Que se lo guarden los muertos. trabajan los tanos y medran oscuros los rusos de mierda. en pleno día, están preparando el fuego; juntan libros, cuadros, sillas, para asar el gran asado. Eva, Los dirigen hacia tí; ¿acaso se preguntarán quién eres? El dios que invocamos cada día, Eva, es el dios que aniquila al enemigo; ¿lo ves, ahora, que caminas a la hoguera? deslumbradas, mil mujeres y una, se empañó gradualmente hasta borrarse, dejó de reflejar su imagen; con su cabello de trigo, flanqueada por dos galgos iba, erguida, en medio de la gente que miraba; mas a nadie ella veía; cantando su tango amargo. asombrada, la pura incrédula niña de verse mujer y muerta; iban con ella la joven, con un dolor en el centro, en el lugar de los hijos; atrás quedaba la vieja quejándose amargamente por la vida que no vuelve; con el aire sentencioso del que vivió y ha sabido. María y Eva de la mano hermanadas, caminaban; desnudas, que nadie las veía; vestidas, que todos las miraban: solas, consigo mismas muy solas, bajo el sol del invierno. los pasos se arrastran en procesión: cadenas y más cadenas, el silencio alrededor. la voz de Gardel se expande, lo cubre todo: corría, se guarecía; sobre la calle los muertos, tranquilos, esperaban que todo terminara para irse, dejar expedito el paso. Tiros de ametralladoras en rápida descarga se cruzaban, dialogando. acalorados. Y otra más. Callados, al final. perturbada, pasó la tarde tranquila. Perón mueve la pelota en dirección a Borlenghi. Borlenghi esquiva al half y pasa largo a la punta. Intercepta un contrario y rechaza, de alto. La para el centromedio del equipo blanco, la baja, insiste de nuevo por la izquierda. Se corre el wing, ¡jugada de peligro, defensa adelantada! Viene el centro, alto, cerrado; Perón entra a la carrera y gooooooool, gooooooooool de Perón." los vasos rotos, los bancos; en el área ya no hay pasto de tanto que se ha jugado; de todos los costados se oye el grito "dale blanco, dale blanco", y en el campo los contornos de los cuerpos sinuosos en el amague, precisos en la carrera, en el pase, en el esquive, relumbran en la noche trazando sus arabescos. algunos aquí y allá van agitando pañuelos mientras otros hacen fuego. felices y sudorosos, se juntan los triunfadores en el centro de la cancha: las fotos para los diarios. en Córdoba y en el sur. en la ciudad de los tiros de los tanques contra Alianza; silencio, otra vez el tableteo; se pasa la mano por la frente, empapada de sudor, y en la penumbra de su visión mira, sinsentido, cómo una mosca se posa en su pocillo de café. La deja estar, no la espanta, y entorpecido se hunde en la oscuridad del sueño. el alma encoge, se amolda al tamaño de la casa, estrecha, más estrecha cada vez. Tras el verano el otoño y otra vez el verano; las fotos en los armarios, los carnets en los cajones, todo igual, lo mismo todo; sobre un 17 y otro la lluvia siempre cayendo, sobre un 17 y otro. |
POEMA DEL DIA |