TRES POEMAS
1.
1.Ahora bien, imagina que eres una bala
y eres los manifestantes, que huyen todos
en distintas direcciones.
Imagina que la bala es un misil
cargado de habitantes
que gritan todo su desconcierto
mientras se hacen un lugar
entre las venas, tu corazón
y tu cuerpo se estremecen por completo.
Piensa que eres el corazón
que muestra emblemático una brillante bala de plata
y que la bala es el oro viejo
de una muela rota entre los gritos
de los grillos de una noche por la pampa
seguido por la policía.
Hay una cámara que especulada
busca la noticia y sabe
que toda imagen puede ser una denuncia
si el agujero es un visor por donde ingresas a la piel
a destruir todo lo que encuentras a tu paso,
como un niño suelto en una sala de jarrones
que explotan con su rojo contenido.
Bajo él vuelan los planetas,
con más saturnos que auténticos milagros,
una madrugada echado sobre el pasto,
ya cadáver y ya desenfocado.
2.Ahora imagina que tu cuerpo explota de cansancio
perforado por la balacera.
Imagina que en el inicio,
el hecho mismo -helechos--, y flores
que bajan la frente en una balacera,
que arranca en una procesión
y tatúa los maduros cuerpos de los fieles,
donde alguien ha perdido la dorada hebilla del makario
y no sabe detenerse.
Acaso porque de ese charco vuela un aroma acre
con brillo de una bujía devota
y porque hoy las fresas son cabezas en las playa
y los enigmáticos frutos que cuelgan de los árboles
son los muertos que contaste anoche;
3.sea por viento que acaba de soplar,
o por el corazón que es un diamante,
sea por su seco ojo de vidrio y su gruesa lágrima de acero:
imagina que lloramos juntos
al leer estas palabras.
2.
1.Las horas están quietas en su ciclo
mientras nado en un compartimiento
inmediatamente superior al infierno.
No he tenido pena alguna en estos días
Y sin embargo, nada se parece a la felicidad.
Esta vez el fondo de los mares parece ajeno al tiempo y al sonido
porque todo se filtra a través de una lupa
en la que flotan desproporcionados
los curiosos cuerpos aumentados de los muertos.
2.Los rabos de una planta en la pecera
delimitan sin dificultad una frontera
donde se reflejan sin problemas
los colores parcos de los peces casi ornamentales
y donde es casi comprensible
la desdoblada levedad del iceberg
y donde veinte marineros se zambullen para respirar con alegría.
3.Nada, sino el océano surcado a nado
puede mantener el mundo aflote
nada sino un corazón enamorado.
4.Arriba un cielo, paródico espejo de esta agua
revive su pasado día a día sin problemas.
Este océano o este cielo
la suave pausa melancólica que me trajo a tus orillas
o tal vez el diapasón alcoholizado
de unos huayanos aprendidos en la infancia
solitarios en la madrugada
igual que un viaje en ómnibus por el desierto
y que viajaban silbados por el viento.
Flota en el mar o vuelve a tu cauce
pero sólo para no ser el mismo
o sólo para desaparecer asido por el tiempo y el sonido
de piedras que llevaba el alma: básicamente
tornasolados licores de fantasía y falsas perlas,
el caballo de totora que bajaba la pared de agua,
el río que navegaba quieto en su metáfora.
5.Sumido en este grave desierto y sin embargo
buceando
en un mar que se citaba continuamente a sí mismo
y que ocupaba con naturalidad una memoria
que yo creí terquedad que me pertenecía entre la arena
pero era sólo arena en la que hundí la mano
y agua que caía entre mis pies.
Este océano o este cielo
esta vieja sombra en la que viajo
han empezado a desgastar su larga lengua
y su ausencia pura de significados.
Los santos, el yeso y las floridas vértebras de hueso
dispuestas para el decorado en rosas y en estrellas
listas, como rituales de constricción
o manualidad del serial-killer.
Ya nadie visita el significado oculto de estas tumbas
y sólo el mar parece dispuesto a comentarlo nuevamente,
una y otra vez.
3.
Sus salidas son las de un ejército asediado.
Había las efigies de unos cuantos santos de yeso detenidos
en un gesto de iluminación y otros tantos inmovilizados
en el más obvio ejercicio de la bendición.
Habían las estampas enmicadas de escenas famosas, tristes,
y anécdotas inolvidables
de beatos contritos y torturados
sobre los que una señora recitaba unos antiguos salmos
hechos de piedras y maderas seca
precisos como monedas, preciosos como tatuajes
de enredada memoria.
Su recorrido era el de un ideograma sin salidas,
sellado en las espaldas de uno de los cargadores
perdidos en el laberinto
meditando, pero avanzando sin un orden previo
y autoalimentado y rumiante como el océano.
Envueltos en la propia madeja de su saliva
escupían al piso después de las oraciones
y avanzaban ciegos de tanta, única, iluminación.
Sus salidas son las de un ejército asediado
que desparrama sus muertos en las bocacalles,
sólo para consolidar una avanzada segura
y retroceder a agonizar en casa
y convertir el patio en paradiso.
Aquí las noches se acaban cuando se va la luz.
Todos mueren atragantados de lo mismo.
|