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 Liliana García
nació en Buenos Aires en 1951. Ha publicado un libro de poemas, Correspondencia incompleta (Ed. bajo la luna nueva, 1996) y la novela Maribel (Ed. bajo la luna nueva,1999). El libro que aquí se publica es inédito. E-mail de la autora: lilianagarcia@interar.com.ar)

 


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Estados de la materia


                                                             ¿Es la gente
                      la que puebla los sitios
                                                              o los sitios
                      los que pueblan la mente?

                                                                  Hugo Padeletti


1

Muda en el balbuceo
de la madre
no estoy callada.
Muda es de pie
ensayando movimientos
de vocales frente al espejo.


2

Si la escucho
con oídos destemplados
estallo como tímpano
herido, no por sonido agudo
estallo de frío.


3

La sonrisa en la cara
de la madre
es un acontecimiento
impredecible
del pasado, una conjetura:
habrá sonreído.
En aquel momento
mi padre no nos había presentado.


4

Los ojos de la madre
no miran,
muestran un campo árido.
Ella sobrevive al margen
de toda
incertidumbre.


5

Alejarme
no es poner distancia.
La madre
es un cuerpo extraño
una prótesis de ojo
en el ojo enfermo
de espejismos.


6

Llueve al ritmo de la distancia.
Estoy enredada
en el movimiento fijo de una idea:
Si miro a la madre con ojo de lupa
podría velarse la fotografía.


7

Es temblor de la materia
sin ser cosa,
madera o porcelana
fatigada es acertijo puro
y develado sigue siendo
un acertijo. Esa es la virtud
de mi desvelo.
Es la madre y estoy segura
de haber pasado por sus manos.
¿Habrán temblado?


8

La madre descartó
la idea de acompañarme
y cualquier otra idea afín.
Desde entonces vuelo
en círculos zumbando,
merodeo el panal.


9

Soy la que mira
y ve reducida la mirada.
Sus manos
acotadas a mínimas funciones
perdieron la forma
de mi cara.


10

La cabeza de la madre
perdida no me agranda
ni me eleva,
sólo advierte:
El cuerpo es inocente,
obedece a la mala idea
con desprolijidad.


11

Desnuda me mira
con ojos de cautiva.
Nos avergonzamos
en lugares diferentes.
Apenas nos separa
el muro de la bañera.


12

Veo correr el agua
con la seguridad del agujero.
Trago saliva
y ataco
esponja y espuma
por la espalda.
Ella está desarmada.


13

Ave de paso la madre
y yo estela
que intenta perder el rastro
de la que fue, inimitable.
Empeñarse en parecerse
es en vano. Habrá un instante
que nos iguale.


14

La sombra en el agua,
sin llegar a tocarme,
es materia de alarma
como la grieta
en el ojo de la copa.


15

La dejé sin adjetivos
y dejé de encontrar
su mejor forma.
Lábil en su centro
interno, se agita, a veces
o se astilla la cadera
o lagrimea.

La materia resiste
a la desilusión.

No llama, requiere
una palabra con forma
de semilla
más que palabra
partícula
sustancia de la lengua
que la nombre.


16

El agua en la olla
es turbulencia pura,
anticipa el instante
de la sopa.
Qué otro manjar
podría dar alivio
al sedimento de madre
adherido al fondo
del recipiente.
          

17

Entre el plato y la boca
una grieta
altera el tiempo.
Sin demora
advierte el alimento
que le ofrezco.
Abatida,
la mano vuelve al plato
y el instante de la sopa
se congela.


18

Está de pie
naturalmente de pie
o sentada
o acostada
más naturalmente
duerme
o me parece
cuando duerme.
De allí salí
expulsada
no hay otra manera
es natural
que a veces todavía
me duela la cabeza
y aœn me quede
huir para escapar
del hechizo.


19

Extirpó de sí, borró
un esencial fragmento
de memoria.
Qué palabras desplegar
ahora como un mapa
situarla en el espacio
apuntando con el índice.


20

Ella no se sale de sí.
Fija en su elemento
de materia fugaz
extinta es fuerza
de estrella que me ata
a una línea ascendente
de mujeres semejantes
y distintas.
Ella no me saca de mí,
me enhebra
a la fugacidad del mapa.


21

Mi sombra no es mía,
es materia oscura
que me desvía
de la órbita natural
de la madre
y la reduce a matriz
pura de palabra.


22

Sumergida
en la bañera,
inmersa
en su corteza oceánica
reconstruyo
con ojos corporales
las edades
de la madre.


23

Enajenada en su cueva,
ajena
a su propia respiración,
retirada
de todo asunto que respire,
me ahoga
mientras ríe tapándose
la boca.


24

Astilla del ojo
en el fondo
agrietado del hogar.
La leña reduce
la trama:
dobleces de un vestido
que cuelga vacío,
fuego que arde
y pierde.


25

La noche es hundimiento
de materia exasperada
que no cede a la razón.
Resisto
a la tentación de encender
la luz y confesar:
estoy despierta y aturdida
de respiraciones inertes.


26

La lluvia, cavilante,
talla en mi cabeza de piedra
un bosque hecho
del más puro elemento.

Estoy hecha de madre.
Como decir hecha
de materia alterada
por el trabajo de la lluvia.

Hecha de menos,
en exceso diferente,
soy un hecho familiar
desecho en la tormenta.


27

Empeñada en la madeja
la cabeza pierde
el hilo de la idea
y teje en falso.
Imagino una madre
con sentido
presente. La dibujo
con líneas de fuerza.


28

Soy el ruido
y la sombra
de la insomne
velando por la gigante
blanca reducida
al latido
de un reloj.

Puedo perder
la razón, o peor
perder el sentido
del latido.
          

29

Las cosas de la casa
desanimada no se rinden
al abandono de la madre.

Respira la madera cautiva
en su forma de mesa
y respiran los metales
cautivos en diversas
formas de vacío. La loza
cruje en tazas y platos
y las telas se inflaman
en vestidos de fiesta,
laten las telas en abrigos.

Las cosas resisten
a su destino
de acumulación de sentido
perdido.

Rompo unas cuantas tazas
como quien hace sonar
una alarma o agita un trapo
en la ventana.

Soy el movimiento
inanimado de las cosas
quietas de la casa.

          
30

El estado apenas
sólido de la memoria
dispersa en murmullos
el nombre de la hija.
El reclamo es ínfimo:
mantener caliente
el alimento, disolverlo
en la boca, diluirlo
como una gota en el agua
vacía de su esencial
elemento.


31

Me nutro del árbol
fijo que me retiene
en su centro. Soy
residuo terrestre,
fruto que succiona
líquido infructuoso,
la parte partida
en boca de la madre.


32

Ella mostró su lado oscuro
y una grieta en la tierra
enardecida me hundió
bajo sus pies.
Olvidé el motivo
y la razón de la disputa.


33

Levanto un monumento
doméstico
con lo poco que queda
de la madre.
Lo muerto de lo vivo
me mantiene alerta.


34

Cuando se pica cebolla
el agua brota sin sentido
aparente de los ojos.
Hay madre de fondo,
sin embargo, en este asunto
de apariencia culinaria.
Sigue el agua brotando.

35

Me reproduzco
en su forma exterior
y tanteo luces
en el corazón
oscuro de su centro.

Gravita el efecto
de la declinación del gusto
por las cosas del mundo.

Su ley de gravedad
oscura es estar sola,
y al caer me deja sola.


36

Era una madre perdida.
Enfermó de puertas y ventanas
y cerró unas y otras hasta olvidar
para qué servían
y las selló hasta dejar de verlas.
Era una madre perdida
en su caparazón de hija.


37

La mala hija toma por asalto
la casa de la madre perdida.
Abre un cajón sin aire suficiente
para encender un fuego verdadero.
El cajón guarda con celo
tarjetas de identificación, diagnósticos
que aseguran la memoria,
pañuelos, alguna vez, de seda,
una foto de madre refugiada
en los pliegues de un vestido
de taffeta, lentes de vidrio grueso,
frases que delatan la mala idea
de la hija, letra de madre abatida.


38

Me interno en ella.
Este recinto no es capullo
ni es mundo, es desván
solitario de la palabra
abandonada.

En su oscura sinrazón
no hay salida
entre las piernas.
Quiero salir volando.

Nadie dijo, aquí dentro:
fuertes son las alas
frágiles de las mariposas
este invierno.


39

Soy apenas un implante
de memoria, un agujero
en la manga del abrigo.

Sus olvidos y los míos
tejen historias dispares,
incompatibles de la misma
sangre. Estos cuerpos no se atraen
se expulsan como imanes
a tirones discordantes.


40

Escapé abriéndome paso
por el corredor extenuado
de las piernas a un mundo
lleno de madres ya ocupadas,
ya adoptivas, ya adoptadas.
Lleno de huérfanas, el mundo.


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