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Gabriela Saccone nació en Rosario en 1961. Publicó poemas en diarios y revistas de argentina. No tiene libros publicados.

In Memoriam y otros poemas

"Te damos gracias por la tiniebla
que nos recuerda la luz", rezan dos hombres
de labios pálidos y ojos como peces.
La bruma y la lejanía de las voces
los salvan de pensamientos miserables:
negocios y mujeres abandonan la mente
como dioses frenéticos.

El aire claro se mueve
entre los árboles, y cuando el sol
se disgrega en el ramaje, la humedad
brilla sobre las grandes hojas dentadas;
hileras de hormigas marchan
lento entre piedras y troncos caídos;
una nube de insectos se mantiene
a metro y medio del suelo
girando una y otra vez sobre sí.

¡Ah! Mientras los testigos beben
de una petaca, o escupen, me pregunto
si el tiempo que es detenido aquí
será, en el más allá, el mismo.
Si en sus plegarias los duelistas piden
por un tiempo que acabe después de la muerte;
si es un jardín el coche fúnebre.


No habrá en ese atardecer
un color único que los cuerpos destelle.
La combinación de rojos, amarillos y grices,
cubriendo campo y ciudades,
hará que nuestra mirada se estremezca
ante el mundo ahora invadido,
Este río, no ávido de furia,
que miro mientras cago en cuclillas
desde los arrozales, desbordará.
Viento helado soplando, la línea
de la costa borrada y de la isla
sólo restos: el alto vuelo de una garza,
las ramas del sauce, mansas,
cayendo en lo que fue la orilla.


Pocas hojas muy verdes en las ramas
de uno y otro álamo, y el resto un sueño;
muro de árboles casi muertos
estirados como juncos altísimos
a los costados del camino.
¿Quién piensa, aquí, en el deseo
de agua que fluye entre la roca?
Tierra agrietada, la mica resecando labios
y la quietud del cielo amenazando tormenta.
Como este largo sendero hacia la nada,
como este largo, largo sendero,
busco eso que vuelva las cosas a su lugar:
alegrarme de estas pocas hojas verdes,
de estar bajo y cerca del cielo
en un camino de montaña,
de la frescura de un río donde las nenas
se mojen los pies, reconociendo,
formas y colores en las piedras.


Sé de poetas que sueñan
con el tiempo que pierdo en lágrimas
sentada al borde de la bañera.
Si yo pudiera, si lo tuviera!,
dicen, seguros de la voluntad y el genio,
disfrazando de piedad el reproche
y olvidando al que enseñó:
"pensad dulcemente en los mortales".
Con Cronos, sueñan, el tirano;
si lo poseyeran, frente a una ventana
donde las copa de los plátanos chocan
en un brindis seco y verde,
rápidos se pondrían a escribir
de algo tan ajeno como la fortuna.
Queridos míos, les pido perdón
por quedarme largos ratos
en el baño -lágrimas corriendo-
o soñando con la sombra del sauco
para ser hechizada por la voz
de la serpiente, o extraviada
ante el color de la carne y las frutas
en el supermercado.

Una vecina llamó a mi puerta
pidiéndome un favor
en consideración a su vejez.
Al verla tan alta y gorda
mover los ojos como loca
accedí, confusa, en un murmullo.
Fuimos hasta su único ambiente
donde encima de una cama de dos plazas
había remedios y trapos en desorden.
Platos, vasos mugrientos
y latas oxidadas esperando
para el potus o azalea
la bendición de una cuchilla.
Desaté el lazo de su pelo
y hasta las puntas vi caer
granos de arroz, pétalos de jazmín
cuando mis manos íban y venían
por su cabeza untada de shampoo.
Ay mariposa blanca, mariposas
-su corazón era el que cantaba

Los ruidos de esta noche
hay que engullir a soportarlos,
así del escalofriante caño de escape
se tiene un bocado de arranques de motor
que chasqueen en la lengua. En la boca
y contra el paladar superior
habrán pasado fuegos artificiales.
O tal vez carcajadas condimentadas
con las puteadas del vecino a su hija muda.
Yo prefiero beberme las sirenas
y no, en cambio, esos cocktail de camiones
que insípidos se arrastran
por todo el aparato digestivo
deteniéndose allá en los intestinos.
Quiero dormir.
Somníferos, voy a comerme la Luna.

Cal y arena de nosotros
dicen las predicciones astrológicas.
A la dispersa la guía Júpiter
y al constructor, el valiente Marte.
Brillan mis ojos cuando te miro.
Me vas a dar la mano para cruzar
las grandes aguas?
Voy a cruzar las grandes aguas.
Besame, por favor,
golpes de viento en la ventana.

Acá el muerto en su cajón
y tu impulso de entomóloga por ver
si en la sangre, seca como harina,
perdura algún deseo. Quién sabe
si a su alma, fuego, vapor o número
llega el temblor de los caireles,
el paso del agua por la cañería.
Algo de esto sin embargo en el café
con el azúcar se disuelve.

Planeaste un viaje al campo
que borre el tedio, el calor,
la pena de abrazarnos
en comunión.
El cielo está quieto,
lento, lento, el colectivo
entre poblaciones chicas,
terminales y puestos de frutas.
Bajo el único árbol frondoso,
frente a los girasoles,
desplegamos el mantel…..

Gorros de lycra negros.
La bañista de cuerpo blanco,
con la cabeza descubierta,
flota liviana larva de mosca
en el natatorio.
Flota y es el insecto que
no sufre adentro de un capullo
lo que hará de sí otra cosa.
Un toallón no más la envuelve
cuando revolotea en el vestuario
antes de entrar a la ducha.

El mar es previo al sueño,
la mente una araña;
dejando atrás la vigilia
despliega sus patas y caen
las imágenes tan suaves como la longitud.

Que en mí queden unidos
a lo que debería ser un crepúsculo
tres hombres entre los yuyos hurgando
montículos de basura
a quién le importa.
El puente roto sobre el Saladillo
y más gente para el trasbordo
en la explanada del Swift.
El que vende choripanes como hostias
se apoya en la baranda y escupe
al paso de los que él llama
una manga de hijos de puta;
el cielo ambarino vacila sobre el agua
y hasta ese paquebote a medio hundir
parece hundido del todo.

Mirado así, el amor es tan primitivo
como esta tortuga que come fruta
a mis pies:
hinchada al sonreir y hablando
de cualquier cosa, se mira los zapatos;
sus manos se alborotan como gallinas
y las pulseras cantan lo que ella
no sabría cómo.

El silencio, el brillo en la tarde
es más de lo que se espera
al mirar las estrellas.
Nacemos con menos asombro que dolor
por lo que vayamos a ver,
pero que a esta hora ni un auto
circule por la calle, que llueva y el pavimento
muestre los destellos de un cielo encapotado
bastan para enturbiar il male de vivere
haciéndonos parte de un paisaje de espuma.

Abría el freezer y estaba mi hermana.
Según Freud: esas tres, una pelada,
vestidas de naftalina y carteras doradas.

Mi esposo era una crisálida.
Según Freud: nació en un bosque de cocoteros
una mañana del mes de abril.

Manage de trois con el anterior y mi abuela.
Según Freud: chorrito de agua del lavarropas
llevame a la tumba donde yace mi amigo.

La cacerola al fuego
donde se cuecen papas
es roja,
también los ojos de la rata
que chilla intermitente atrás
de la heladera.
La pasión es roja y el color
que predomina en la cocina.
Vida conyugal:
la capa estirada de un huevo
pasando por a guillotina,
contra la pared.

El lazo de amor resiste la sequía en su maceta
entre diarios viejos tirados
y latas de pintura o aguarrás,
la perra deja bodoques de arroz,
con razón, en su plato.
Frente al tiempo y el espacio sudo,
quiero abismo adelante, atrás,
pero están las cosas que recuerdo:
Sentada en el bidet recibí la noticia
en boca de una adolescente mayor que yo:
en la calle, anoche, mataron al Parrilla.
¿Volviste de España? Nena, nena,
estuve en cana tras años. Está bien, lloro.

De la espuma que flota en la bañera
se desprenden hilos blancos de secreciones
y células muertas, lo seco, lo muerto, moviéndose.
Llega el viento a este campo de soja
atestado de ratas. La ducha también
trae un jilguero en las garras de un búho,
un motor que arranca cerca del molino
y un hilo de fuego divide al mundo en dos.
Pasto verde, pasto seco,
en San Antonio de Areco.
Allá, entre lirios, Nemoroso,
vos no llorás por mí.
En un síntoma preagónico agito las manos
sobre ese dibujo fúnebre,
busco algún trazo para bendecir:
serpientes y, en ramos, rosetas,
teros, carpinchos y un ave zancuda;
deshechos, sin extremaunción,
van mis humores por el desagote.

Voluntad enferma! No puedo despegar
los codos de la mesa
esperando carta de quien no tiene de mí
ni una etiqueta de cigarrillos.
Y así olvido la política,
botánica, zoología o lo que sea
y espero la acusación a un cerebro primitivo
de abastecerse como mirar, oler, gustar.
Prohibido el infinitivo.
La cara cosquillea, segrego más saliva
y como una idiota viajo
desde el suicidio que vi en la infancia
a este dejar la mente en blanco,
adosada a la hoja de una planta,
borracha de clorofila, como una oruga.
Monótono el cuic, cuic, pero
no distingo una rata de un gorrión.
Un chico se balancea en la baranda
de la terraza que da al patio,
y vos gritando ¿cómo es posible?
Cuando vomito bilis verde seco.
¡Que pase, por fin, en su nebulosa
y lo aleje una tormenta tropical!

Parto sin dolor en el agua azul de un piletón.
¿La madre sonríe?, la enfermera, el padre,
el neonatólogo sonríen
enfundados en verde y las manos de yeso.
Hablar acerca del sentido de la vida
y del pelo húmedo en corona
sobre la cabeza del recién nacido.
A esta altura es una sangría,
el piletón en vivo es una sangría.
Con un zaping desaparece, pero la cabeza
no.
Ahora tiene un pulover encima
y es metida por la fuerza a un celular.

Respirar allí no arde,
todo parece estar estático;
sólo cuando un pez se une a otros
el agua ondea un poco
y brazos y piernas
enloquecen por ser como medusas.
Ah! El silencio que gobierna
en la monotonía del agua
me obliga a desear
la sepultura,
pero mi corazón es indeciso,
enseguida se agita en unas notas,
o sirenas que, aun mudas,
me revelen que esto no es…

CENSO PERMANENTE DE JUBILADOS Y PENSIONADOS

*

Apoderado, tutor, representante natural,
todos en la mira del censista
que exige documentos,
o fotocopias debidamente legalizadas
al que avanza con arrugas y lunares
bajo la transparencia estampada.
Un film inglés donde el encuestador
tomaba té en la penumbra del living,
los viejos acudiendo a un Club mugroso
para tambalear sobre taburetes enclenques
y que un tipo de mierda dude se su existencia.
Este cobra por un muerto - no apoya el culo
en la silla! - a ver el certificado
policial de supervivencia.

*

Los socios vitalicios del Atlanta
reconocen a la mujer de esta libreta cívica,
la que usa como bastón
una pata de mesa victoriana.
No es Aurelia, Beatriz ni Galatea,
pero hermosa como ellas
deseó lo que el amor no da a ninguna,
caricias de la falda en las piernas
y el hormigueo en la cara
que el alcohol sí.

*

Hipertensión, gota, diabetes,
la noción de síntoma un halo
que ilumina a medias la cura.
La lengua sobre los labios
y alrededor de los dientes después
no aumentan nada, el alcohol es poco.
Las cosas dan vueltas, el viento ayuda y jode
el grumo en el cristalino del ojo.
Luz seca en la retina.
Una palmada en el hombro, ungüentos mediante,
empujan la mente a estacionarse,
Dios, en la humedad de las neuronas.
"Si le pasa algo a él, me mato.
Si le pasa algo me tiro bajo las ruedas
de un tren o un colectivo.
Viejo, ¿no es así?"

*

La polilla entre cáscaras de papa
este hombre de ojos azules.
Vejez alada entre desperdicios.
Está lejos de la necedad,
bala los monosílabos con que contesta.
¿Por qué se apiada del censista?
Acercarse a la carpa del traidor
para grabar en la retina
lo que quiere llevarse del Atlanta;
banderines nomás, el hule de las mesas,
y el sol pegando en la cancha de básquet.

¿Por qué, si la gota resbala
de hoja en hoja, suave,
hasta caer, entre muchas otras,
al pie de la higuera,
incluso si la rama se mece
y facilita a cada gota su caída,
el alma busca en la máxima quietud
la rama torcida y la hoja más áspera?

Salud al viejo en la esquina
que guarda sus piernas sin vida
en un canasto de mimbre.
Como el gusano en la rama, se balancea,
pero el viento no alivia el esfuerzo
ni crisálidas son los pensamientos
que lleve de su casa a la esquina,
ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta.

Hace un rato,
con el cielo moteado de alguaciles,
un aire caliente movía, como si pesaran,
pelos de perro ovillados.
La vecina maldecía a sus hijos
y yo la excusaba, porque
igual que ella maldije y fui convencida
de que la calma sigue a las tormentas.

En casa de unos amigos,
jardín con árboles de cuatro especies.
Sentados todos en un banco
a la sombra más espesa y bajo el lema:
¿existe una cultura de la pulcritud?


Con las manos fría entre las rodillas
sigo sentada frente a la ventana
viendo pasar las nubes hacia el norte.
Los yuyos crecidos salvajemente
del otro lado de la casa
se sacuden; sobre sus flores una abeja
quiere posarse y vuela en círculos
acompañando el movimiento de los tallos.
No me importan la abeja
ni los yuyos y sus flores.
Lo que toco está lleno de polvo,
las telarañas se pegan a los dedos.


Las nubes siguen hacia el norte
aunque en sueños corra detrás de un hijo
que se ahoga, o descubra en el patio
patas, cabeza y cola de un animal
que para maldición descuartizaron
y esparcieron por el suelo; las nubes
siguen hacia el norte, pero
merecerían, aunque lo hicieran sólo por mí,
unas cuantas gotas de sangre luctuosa.

La tarde se acerca y busca
en el silencio vaciar aquello de mí
que ronda por la casa.
Un nudo de palabras que espero como la suerte
y que eligen terminar entre las piedras
siendo carga de hormigas


A Nadir Faini in memoriam

Lo habíamos amado como, seguramente,
Salgari había amado ese nombre.
Profesor de Historia en el Colegio Nacional
y serio orador en los actos de la comuna,
el hombre al que tantas veces habíamos visto
bajo árboles mal iluminados ocupar
uno de los banco de la plaza,
cuando las calles estaban vacías
y la gente se acomodaba en torno
a la cena caliente, está muriendo.
Mirad las fotografías donde aparece
con un papel en la mano, sobre una tarima
en la plaza o el Colegio. Nada, al verlas,
nos recuerda la pasión de su cara enrojecida
en charlas de sobremesa, o el fastidio
que lo hacía resoplar cuando, al atardecer,
las campanas anunciaban misa.
Nada en todo su cuerpo, ninguna señal.
Su respiración suena como el frotar lento
de un trapo como la madera; agotados
los brazos, parecen ramas inútiles.
Y lejos de su cama, abrazadas,
tres mujeres mirando la frente y esos pómulos
grises. Mientras hablan de la belleza
y temen que sus caricias lo arrimen a la muerte,
sus ojos recorren los anaqueles
donde están los nueve libros de Herodoto,
los diálogos entre Hilas y Filonus,
las pasiones del alma de Descartes.




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