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Prólogo a la edición venezolana
de Hospital Britanico

Muy poco es lo que sé de Héctor Viel Temperley; nació en Buenos Aires en el año 1933, y presumo que habrá muerto en 1987, en la misma ciudad. Conozco también un anecdotario reducido, indirecto, comentarios que mantienen el descuido del habla pero ya reclaman la fijación de la leyenda. Uno de ellos alude a un sujeto que guarda en su auto, siempre a mano, un juego de hachas. El paisaje reiterado, a lo largo de la carretera recta, de pronto se detiene ante la presencia de algo, una sensación. El auto frena y el hombre selecciona el hacha adecuada, después se aleja internándose en alguna espesura. Junto al tronco levanta la cabeza y observa la fronda, no volverá a verla donde estaba. Comienza a hachar y se olvida del tiempo, flota suspendido alejado del lugar donde está; se obnubila en el impulso místico, todo el color es blanco. Otro episodio refiere al hombre acostado, con la cabeza vendada, tendiendo las manos hacia quien ha llegado a visitarlo.

El sentido de mi información se torna más incierto y escueto al tratarse de circunstancias aparentemente menos imprecisas: fue católico, de inclinaciones deportivas, perteneció a una familia tradicional-evidentemente de origen inglés-. Hospital Británico es su última obra, también es un hospital ubicado en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires donde Viel estuviera internado. Libro y hospital comparten el nombre como asistentes puntuales a una cita previa, antigua y enigmática hasta el punto de presentar como profecías las circunstancias que llevaron a concertarla. El libro constituye un singular libro de notas, algunas de las cuales originalmente fueron versos.

Puede comprenderse o envidiarse el destino fatal de los poetas de ya nunca abandonar, mientras escriban, la poesía; pero pocas veces se tiene la oportunidad de comprobarlo. Viel Temperley exhibe aquí el modo paradójico de alcanzar la libertad valiéndose de la restricción, entendida como contención y monotematismo. Con unos pocos temas atraviesa los contornos, ya borroneados, de los géneros para invadir esa zona de angustia de nuestra conciencia, muy pocas veces activada, que nos sobresalta cuando no sabemos precisar si aquello que leemos bordea el enigma o la amenaza.

Pese a su brevedad, Hospital Británico posee una organización compleja y atiborrada. Hay dos comienzos, con múltiples expansiones hasta ser una sola. Hay mayúsculas, negritas, paréntesis, comillas, pero el texto mismo trabaja contra la jerarguía implícita en el uso de estos recursos. Hay subtítulos, pero su reiteración consecutiva sugiere otras motivaciones y los desmiente. En nota final, Viel Temperley señala las fechas y proveniencias diversas de las frases que componen el libro. Algunas pertenecen a poemarios anteriores y otras son inéditas; las no señaladas explícitamente con fecha fueron escritas durante el periodo que subtitula el libro: "Mes de Marzo de 1986".

Este puntilloso control de las fuentes parece razonable, por cuanto el conjunto del texto invita también a esfuerzos filológicos, como si, a semejanza con la teología, existiera una verdad aguardando la depuración de su misterio. Sin embargo hay un párrafo, el último de 1a serie "Christus Pantokrator", que supera la indicación del subtítulo está fechado como del Mes de Abril de 1986. Este exceso de un mes es la fuga de Viel, por cuanto podemos imaginar los sentidos posibles de la anticipación para quien padece una enfermedad sin retorno. El exceso obedece a un retroceso: hay otras frases, incluidas bajo el emblema "Tengo la cabeza vendada", acompañadas de la indicación "textos proféticos". Y este retroceso es la entrada de Viel, reuniendo como rastros las profecías de la enfermedad. El libro se presenta, así, de nuevo, como una profecía autocumplida, el punto incierto de coincidencia entre enfermeclad y poesía.

La inspiraci6n católica de los poemas de Viel constituye uno de los rasgos que lo destacan del conjunto de la poesía argentina, en la cual la vertiente religiosa ha tenido pobres resultacios estéticos. El tono enfático, la exaltación mística, la sensual minuciosidad del registro perceptivo, y un universo articulado alrededor del ocio de los llamados sectores altos, componen una mezcla también alejada de los tonos y preocupaciones principales de la poesía argentina. Es notorio también cómo el campo, cantera de sentidos estéticos para la literatura argentina, en Viel no es colectivo, casi tampoco es naturaleza, sino que tiene una prefiguración más inmediata e individual.

Quizá el tono enfático, seguro de sí y de aquello que nombra, escasamente dubitativo y tan alejado de lo conjetural, característico de buena parte de la poesía de Viel Temperley y de Hospital Británico, encuentra parte de su razón en la presencia del Cristo Pantocrátor, figura que domina algunas notas del libro, observada e interpelada por el autor. Como se sabe, llevan el nombre de Cristo Pantocrátor las representaciones de media figura de Cristo, generalmente sentado; abunda en los artes románico y bizantino, y en la iconografía cristiana simboliza la versión triunfante de Cristo, al contrario de la sufriente asignada al Crucificado. Quién sabe la naturaleza de las razones en las que esta elección se sostiene, pero quizá el clima de certeza y reivindicación, el tono imperativo incluso en el desconsuelo, que se perciben leyendo a Viel estén misteriosamente irradiados o sostenidos en coincidencia con esta figura.

La calidad fragmentaria de Hospital Británico no deriva sólo de la provenencia de sus frases o de la profusión de marcas tipográficas. El texto postula un extrañísimo mecanismo de variación y sustitución en donde se perciben resonancias, al igual que en la modulación oral de la lectura, del fraseo y repetición de la oración religiosa, e incluso de su función increpatoria. El libro se divide en motivos, disparadores a su vez de reiteraciones o de nuevos motivos, temas y citas que terminan aunados, merced al trabajo de yuxtaposición y reemplazo, en una zona grumosa de sentido, coloide espeso y grácil, indecidible y familiar. Es entonces, cuando desde el texto nos llegan, como " esquirlas", las resonancias o anticipos de los versos leídos antes o después, del mismo u otros libros, como aspirando a una poesía global, que percibimos el enigma bajo la forma de amenaza: nos inquieta intuir, oculta tras los poemas, una forma de verdad inalcanzable tal como está presentada, pero sin embargo verificable.

Acaso la poesía necesite de esta incertidumbre-la oscilación entre presentar una verdad que se disipa apenas se descubre y descubrir como verdadero un conjunto arbitrario de razones o valores en definitiva disgregados-para alcanzar entonces su propio rango de certeza.

De acuerdo a este conjunto de rasgos tan brevemente anotados, Viel Temperley es un verdadero rara avis en el contexto de la poesía argentina. Para esta circunstancia se combinan tanto su escritura como su trayectoria, naturalezas que reunidas compondrían algo así como el estilo del poeta Los primeros libros de Viel pertenecieron cabalmente al ámbito social y cultural de donde provino; después sus propias entradas y fugas tornarían cada vez más excéntricos los siguientes. Quizá tampoco en la esfera del arte se vean libres del estigma los desertores; en todo caso la poesía de Viel abandonó su lugar imaginario asignado por origen y careció de tiempo u hospitalidad para instalarse o guarecerse en otro.

Todavía algo secretos, sus textos-y él mismo-lo serían bastante más de no haber sido por la labor de orientación realizada con generosidad por el también poeta y narrador argentino Rodolfo Enrique Fogwill. Los libros de Héctor Viel Temperley son: Poemas con caballos (1956), El nadador (1967), Humanae Vitae mia (1969), Plaza Batallón 40(1971), Febrero 72- Febrero 73(1973), Carta de Marear (1976), Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986). Está bien que su último libro, dificilmente asequible en la Argentina, se publique ahora en Venezuela, país bañado por las mismas aguas en donde Viel se preguntaba por las sombras verde claro.

SERGIO CHEJFEC


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