Necesidades privadas en algunos casos, estéticas en otros, ambas muchas veces y, en otras, una simple adscripción a un escuela, a un movimiento, a un autor o a una manera, me han llevado en los últimos siete años a empezar a escribir varios libros de poemas. En 1982, uno que se llamaba Cosas que dice la gente. Más tarde, otro: La tradición de los Hugos. En 1984 una serie de poemas de corte autobiográfico que titulé de la eMe hasta la Pé y que llevaba un epílogo de Sergio Cueto. Un par de años después ese mismo proyecto, modificado, tomó el nombre de Biografía parcial. Entre 1985 y 1986: Album de fotos. Y en 1987 un sexto libro que se llamaba Pasiones argentinas. Estos poemas son el resultado impotente de todos aquellos libros que quise escribir y no pude. Finalmente, quiero recordar aquí a mis amigos, los escritores Maria Teresa Gramuglio, Daniel Samoilovich y Jorge Isaías, que alentaron esta publicación. M.P. Rosario, abril de 1988
para Irene Contra Parménides La misma mesa ovalada con los mismos individuales rojos. Los mismos vasos verdes llenos de vino tinto. Las mismas sillas, tal cual distribuidas. La misma paciencia de Agustina para acelerar las brasas. Las mismas charlas, iguales enfrentamientos. Hace un año, sin embargo, los comensales eran otros. Lo cotidiano Dos pasiones argentinas para Helder y Scheimberg La losa está caliente todavía y el vino blanco se enfría dentro de un balde donde se derrite una barra de hielo. Daniel pasa, peinándose, los dedos entre sus pelos finos. Te vas, le digo, a quedar pelado. Se ríe, porque cree que no es cierto, y remueve, con oficio, las brasas. Años después El mar Cuadro de mujer Un cuadro europeo De la historia argentina Había, lejos, un rumor de galopes que sonaba al oído como el bramar de una sudestada. El brigadier Juan Manuel de Rosas y el general José María Paz, separados apenas por una cañada profunda que había espantado a los caballos más valientes, caminaban, en el alto de la batalla, disfrutando de la fresca del anochecer. Juan Manuel, con un trapo húmedo, se limpiaba el polvo de la cara y de cuando en cuando respiraba a través del pañuelo, como si el perfume le recordara un acontecer más dichoso: la vida privada, la pampa infinita, desde el balcón de la estancia, años atrás. Barranca David Peña Sentados sobre el pasto, recortados contra la luz de la tarde, como si allí abajo se sucediera un espectáculo deportivo, miran el río. El brazo de él, extendido, señala una barcaza pintada de rojo que se agita sobre el agua. Ellas dos miran en esa dirección y después, con la mirada, buscan otras cosas para señalarle a él: otra barcaza, esta vez azul, un bote atado contra la isla, un banco de arena brillante, plateado por la luz de la tarde, que emerge de entre las aguas como si se tratara de otra isla. Una música en la memoria De zapatillas y pantalones negros, con el torso desnudo, lleno de yerba una calabaza marrón. El paisaje es el de todos los días, salvo por una música que no silbo y sin embargo sé. Un año aburrido Ese año lo pasamos escuchando conferencias. Una mujer recitó, a propósito de Alejandría, unos poemas de Kavafis. Y lo hizo moviendo mucho los brazos, señalando un rincón de la sala desde donde llegarían los bárbaros. Ese año, el invierno de ese año, lo pasamos escuchando conferencias. Un poema rosarino Esa es la mujer que me obsesiona. En el verano tomábamos cerveza en el bar de la avenida; pasaba un dedo -ella- por el borde del vaso y hablaba riéndose. Ahora viste una falda florida y sandalias de taco bajo. Ahora viste camisa blanca y una hebilla de nácar, sobresaliente. Pero ya no es la mujer que me obsesiona; de hecho, evité repetir la escena del vaso manoseado en el bar de la avenida. Bella la vi, como en mis sueños, pero recordé lo que aquellos me negaban: la conversación trivial, su risa estridente, mi oído cada vez más refinado. Un canción Las plantas de lechuga, húmedas por la lluvia de la noche anterior, verdes, contrastan en un paisaje acostumbrado al maíz, al trigo y a las pasturas. Las mujeres no hornean, como antes, el pan: duermen a esta hora y sueñan con hombres elegantes que las pasean en autos descapotados, que les señalan, al cruzar el puente, esos cuerpos encorvados y rústicos, casi imperceptibles por la niebla, que recogen y encajonan plantas de lechuga, al amanecer. La despedida Vivimos veinticinco años juntos y en la misma ciudad para terminar en este país de extranjeros, casi como dos turistas aburridos que toman una copa helada después de haber intercambiado algunas palabras gentiles. Las calles de Roma están bordeadas de basura, por la huelga, y hay ese olor nauseabundo que provoca en los residuos el calor del mes de agosto. Acerca del alma Nada más quisiera el alma: una percepción emocionante, materiales levemente corruptos de eso que llamamos "lo real", y no estas construcciones dc fin de siglo en cl bajo, galerías desde las que miro los mástiles enjutos de un barco griego. Tampoco el agua ni, más allá, eso que dicen es la provincia de Entre Ríos. Verde y blanco para Renzi De las verdes brevas la mujer, entre sus manos, toma una. Alguien las cortó esta mañana eligiendo las más grandes y rugosas, dejando que las tersas maduren como higos, dentro de un mes. De las verdes brevas que adornan el centro de la mesa dentro de un plato de loza blanco la mujer, entre sus manos, toma una. El contacto de esa carne desarmada y fresca contra sus labios le recuerda un viaje. Una terraza. Velas blancas sobre el agua del Mar Argentino. De la percepción para Saer |