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Jorge Ricardo Aulicino nació en Buenos Aires en 1949. Publicó Vuelo Bajo (1974) y la Caída de los cuerpos (1983) entre otros libros. Paisaje con autor es de 1988.
Paisaje con Autor fue editado en 1988 por Ediciones Ultimo Reino. Para más datos sobre libros de Aulicino consultar el catálogo de Ed.Libros de Tierra Firme en nuestra sección Archivo.
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PAISAJE CON AUTOR



1. Maniobras de diversión

"Porque no puedo ni quiero
creer que tú hicieras nunca nada,
aún lo más mínimo, sin contar
con alún espectador"
GUNTER GRASS,
El Gato y el ratón


BAHIA PELIGROSA

Alegre como el aire de los pinos
saludaba las naves negras que anclaban en la rada.
No fui un buen habitante de aquella playa de contrabandistas.
Ay era una palomita en mi gabán apichonada.
Ay era un músico de manos de plata.
Saludaba siempre al almirante de mirada rancia.
No terminé jamás mi plato de lentejas:
hubo plomo violentamente disparado
más contra mi estupidez que contra mi inocencia.
Ellos querían ser fantasmas transparentes
y yo encontraba en sus capas óxido y grasa.
Sus gestos eran del tenor de los pacíficos
y yo era una música de ventura y de nada.


MANIOBRAS DE DIVERSION

La diversión es mi tema predilecto.
No rechazo la vida en las grandes ciudades.
Con un gabán, cualquiera se pierde en la llovizna.
En los parques todos somos asesinos.

No quiero pasar por inocente
y me pinto ojeras con corcho quemado.


CAIDA DE SCOTLAND YARD

La requisa no daba resultados.
Faltaba un brazo, había un muerto en la bañadera,
pero era hábil para exhibirlo todo.
Nada parecía en absoluto sospechoso.
También las tenazas estaban sobre la mesa.
Ni un dato íntimo.
Se quejaba del estruendo del tráfico.
Declaraba su somnolencia sin rodeos.

Un inocente perfecto, un asesino consumado.


PESCA DE ALTURA

Es preocupante esta sigilosa gota
de sombra en la bañadera.
Mucho más golpea el abismo aquí
que en la profundidad del mar donde
la luz de los submarinos rasga la penumbra
sólo para verificar el dominio absoluto
de la noche.
El abismo insondable asusta a los tripulantes
pero la luz de la cabina los conforta.
En la bañadera no hay refugio posible.


TOMO CAFÉ

¿Estoy preso de mi dolor
o miro un papel de diario en el balcón?
¿Estoy muerto y miro absorto lo intranscendente?
¿O estoy preso en mi papel y miro mi dolor?


PAISAJE CON AUTOR

Vivió una escenografía de libros abandonados,
un televisor encendido después de la transmisión
y cigarrillos sin terminar.
Procuraba mirar de frente los objetos:
las roturas del asfalto o las plantas de un acuario.
Pensó en los objetos, soñó con objetos,
vivió rodeado de objetos sin traducción.
El mal y el bien no parecen distintos detrás
de un vidrio tan nítido.
Ahora piensa que el mundo está arreglado
de acuerdo con ciertos propósitos.
Y más allá de ellos los objetos se destiñen sin objeto.
El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe
sin entender en qué consiste el triunfo,
mientras el sol brilla sobre una botella en los techos
o escucha los trenes o la lluvia
que vuelve a caer donde había caído y agrega
hongos, óxido, humedad, ciertos olores
a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse.



2. Segunda Naturaleza


"…tomaban la propia fermentación
por espíritu, la carne desgarrada por
historia y los medios contra la descomposición
por civilización…"
STANISLAW LEM
Retorno de las estrellas

SEGUNDA NATURALEZA


En la trastienda de la pequeña estación ferroviaria
el jefe se hace gárgaras.
Canta un pájaro entre las cañas cercanas.
Para el pájaro no existe el tren.
Para el jefe -a menos que pase a horario- tampoco.


HABEAS CORPUS

Un cuerpo muere y estira su mano
(¿hacia un océano dorado, un invierno violáceo?; nadie lo sabe ni lo ve)
Un pintor puede pintar la mano de Rembrandt sobre la sábana
pero no la agonía del cuerpo entre sus columnas de obsidiana.
El cuerpo no se ve.
Ni con los ojos de la mente ni
con los ojos de la piel.
Nadie pinta en realidad un cuerpo.
Se ha pintado espuma en los ojos del que muere,
lo entrevisto en el alba;
hipótesis, en todo caso, sobre el cuerpo


PREFIRIRIA HABLAR DE CUALQUIER MODO


Como quien con la uña saquea una pera
así creyó que saqueaba la realidad;
en verdad dijo que las lluvias no lo contenían
y que las flores de jacarandá no lo contenían
y sintió como ráfagas en los techos
que la realidad vaciaba en el terreno verdadero, el de las metáforas.
Empezó de nuevo:
como campanas que suenan en otra región
un ángel descendió sobre él y le dijo:
nada queda de ti infeliz porque
creíste guardar tu tesoro de las analogías
y en verdad custodiabas una pista de maniobras abandonada
donde crece el cardón, azotan los alisios
y hay un como un rumor -gritos de amor- en los hangares vacíos.


GLORIA DE LOS PAYADORES

Aquellos payadores que se hacían preguntas
en versos sonoros y medidos,
¿cómo agrupaban, reducían a mínima expresión silábica
que parecía torturarlos?
¿No eran aquellos puentes cadenciosos la esencia de su arte?
¿No eran menos importante la pregunta que la sabiduría para formularla en versos sonoros, persuasivos?
¿No creaban de ese modo una estética desvinculada en el fondo de todo interrogante pascaliano?;
tal y como: el universo, su infinitud, ¿dónde nos tocan?;
y en cambio reían y se correspondían en el canto,
simple al fin, sólo hileras de ocho sílabas rimadas.
Y en tal ingenuidad:¿reinaba la solución del problema?
¿Reinaba el universo donde nada tiene respuesta final
en tanto se multiplican los sistemas y campos energéticos
como versos rimados o versos libres que cimbran sólo para sí?
¿No es función de la poesía el orden, al fin simple,
o a veces solapado, como si temiera -lo que no ocurre con los payadores-
que el universo que no se ocupa de nosotros
pudiera devorarlo, desmentirlo?


APOGEO DEL IMPERIO


¿Transcurría debajo de la mesa la gloria de Eduardo?
¿Entre los zapatos hinchados, la ceniza de los puros,
las peladuras de avellanas, el acre color de las medias?
¿Dónde transcurría exactamente la gloria del reino?
¿Importaba en el ambiente inflamado por el alcohol,
las carcajadas, el sentimiento de la alta noche,
el olor animal de las mujeres imponiéndose tercamente
entre los aromas de afeites y lavanda?

¿Testigos, convidados de la gloria, eventualidades,
fisuras del banquete, poros, pisos, peladuras,
calcetines sudados y abandonados sobre el parquet
cuando rugiendo en la íntima alcoba, borrachos de nada,
los cuerpos se arrojaban sobre sí?

Ansiedades de príncipes, aventureros, lores,
que vivían esa tosca, brevísima inmediatez como eternidad:
el pequeño olor intenso y acre,
la mano crispada sobre la espalda velluda,
la delicia de todo lo caído -ceniza, peladuras-,
de todo lo sudado, el orbe rápidamente corrompido
en violenta decadencia, por una sola vez.
Hasta que los altos cristales se llenaban de ceniza del alba,
madre de la realidad sin en sí, sin otra cosa
que la monótona, insidiosa, destructora duración


LA CIUDAD Y LOS BARBAROS


Bajaban a la ciudad desde montañas explosivas, rojas,
con barrenos y fósforo y mataban con cuchillos
y tenían olor a bosta, pero reivindicaban sus ojos azules.
Y después de matar robaban a los muertos,
los que a su vez habían bajado de la montaña roja
con barrenos y habían matado a todos con
fósforo y cuchillos y habían robado a los muertos.
Quienes habían bajado la montaña en medio de explosiones
rojas y habían matado con barrenos y bosta
y habían robado a los muertos.
Todos, en general, reivindicaban sus ojos azules
pero ninguno se enamoró de ninguna mujer ni tuvo descendencia.
El origen de la ciudad se perdía en los tiempos,
pero los desconocidos llegaban siempre
cuando la población estaba a punto de extinguirse.


LOS BARBAROS EN SI


Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar
en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones.
Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta
y tenían fortuna en los negocios.
Murieron de peste en sanatorios refrigerados
y preferían callar las infamias: esa fue su única ética,
de dudosa estirpe.
Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos.
Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos
y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados,
con una muerte segura a corto plazo.
Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero
el misterio de su origen es casi tan grande
como el de la religión que profesaban.
Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas
que no muestran decisión en resolver el problema.


AUSENCIA DE UN CARANCHO

Lo digo ahora que pasó el verano: aquel carancho
no logró establecer ninguna relación particular
con la noche, mientras gritaba sobrevolando la casa
en el campo.
No podía esperarse que nada dependiera de su vuelo ciego.
Lo ignoraron las tejas, el molino, y sobre todo
los durmientes de la casa.
La carretera, la lechuza cazadora, la lámpara ahumada
del cuarto,
tuvieron entre sí extrañas relaciones
a las que fue completamente ajeno el carancho.
He pensado largamente en sus alas
plateadas por la luna y en los piojos que le comen la barriga
y no produjo una sola idea digna de ser tenida en cuenta.
Ni piedad su exilio, ni irritación el recuerdo de su grito
agudo y ciego.

El carancho no se propuso como aviso de un límite,
no tiene dignidad de águila, es demasiado
animal para sostenerse en el poema.
La noche no fracasó por el carancho , ni siquiera
fue un aguafiestas.
Es imposible una relación con el sinsentido del carancho.
Y así debería ser el poema, como el vuelo y el grito del carancho.


COLORISTAS


Hay en ese bosque de Cezanne
la impresión de que ese bosque no está
ni estuvo.
No porque sea sueño, trama de sueños,
sino porque ha sido pintado en parte en
una tela,
en parte en la nada y -en gran parte-
en el lugar donde vimos un bosque.



3. Años


"La muerte miró la escena por
el rápido agujero."
JOAQUIN GIANUZZI

ZEN

El maestro vio caer
en el polvo
sus últimas muelas.
"Eran inútiles -se dijo-; con ellas
no podía morder ya el freno del olvido.
Ahora caerán sombras sobre las colinas de mi infancia.
La noche ocupará justamente su lugar.
Estoy en mi senda".

El maestro esperó que sus muelas fueran
cubiertas por el polvo día tras día.
"La noche llega" se dijo,
"como una tormenta de tierra."

Entonces vio cuervos descendiendo sobre el camino.
Oyó trenes en la aldea cercana.
"Todavía me quedan los ojos, los oídos", se dijo con pena.
Presa del error, cayó en la noche.
"No estoy a gusto: estoy en mi senda.",
dijo, antes que lo tragara el final.


OTOÑOS EN FLOR

Bajo nubarrones rosados
paradójicamente puede esperarse que se aclare
el sentido de todo.
Pero estás hecho para la muerte
que es nada.
El enigma seguirá en otra parte:
tu muerte personal no aclara
ni oscurece el panorama.


UNA VENTANA

El tiempo que devora no ocurre en este balcón:
la corrupción de las rejas, el hollín adherido al óxido.
Es una monstruosa ola que atrapa los techos
las copas de los árboles,
las paredes erguidas en la luz de la tarde.

La redención no está en el balcón de enfrente:
el helecho verde, las flores rojas;
la eternidad no es el sol sobre esas sábanas tendidas.
Todo está envuelto en la burbuja del tiempo destructor.

La vaga asonancia entre la necesidad del observador
y el golpe de los tallos, la luz sobre los viejos revoques
y el viento puro en el aire iluminado, crea la metáfora.
La metáfora de la eternidad -y la eternidad-
se terminan cuando los ojos quieren ver las cosas.
Y se resisten a ver al observador.


VERDAD DE PASCAL

Detrás de las carpas en las playas se tienden los menesterosos.
No los rodea el ruido de las conversaciones banales
pero tampoco los subyuga la calma del horizonte.
En cambio entran en contacto con un pueblo de moscas enanas
insectos zancudos tapas de botellas y raíces
resecos por la arena.
Pero nada de ese universo habla:
todo discurre indiferente como las conversaciones banales.

Antaño fui un menesteroso:
me tendía detrás de las carpas en la playa.
No gané mucho con ingresar al bando de quienes pagan
un sitio en la arena y tienen derecho a la contemplación
y a las conversaciones banales.
Pero tampoco perdí nada.
Allá o acá campea el silencio de las esferas
y el dolor de la resaca es el mismo.


UNA MANZANA

La redondez de la manzana no tienta al gusano.
La redondez de la manzana no seduce a la avispa.
El gusano, la avispa,
quieren la pulpa de la manzana.

Al poeta tampoco lo seduce la redondez de la manzana,
ni siquiera le gusta la pulpa.

Pero la manzana sobre la mesa
no le resulta indiferente;
la manzana que a cada segundo
muere un poco;
la manzana abandonada
expuesta a la violencia del aire.


ROSEBUD

Es decir estuve suficientemente solo bajo la rama de un arce.
Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia. Se privó de todo.
Y cuando levantaba la vista veía: el arce
-una palabra-; humo, una nube amarilla.
Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada
donde habitaban unas moscas grises.
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956.
Cuando presentó su experiencia a los mayores,
ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas,
porque en realidad no dijo una palabra.
"Este chico hablará el día del Juicio", dijo la abuela, pero se equivocaba.
Aquella permanencia bajo el arce -una palabra-
había sumido al chico en esta reflexión:
"Tengo la potestad de irme de las palabras,
lo que significa lisa y llanamente irme.
Y, de permanecer bajo el arce -una palabra-
no puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce".

No había que entender que aquello significara nada.
Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente
perdido para los significantes,
en una eternidad que carecía de sentido.



EL OJO DEL HURACAN

Mis amigos encienden una lámpara
para que hable por teléfono.
Cuatrocientos kilómetros de línea
nos unen o separan.
La ciudad se cae a pedazos
y no te veo.
Sólo veo una lámpara y pequeños insectos.




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