Obligado - Mús. Un obligado de te- nor, trompa, violín, clarinete, etc., se entiende un pasaje destinado expre- samente a tal voz o a tales instru- mentos y que ninguno otro dice (En- ciclopedia Espasa. V. 39)
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En tu cerebro harapiento entró Mozart:
una ética absoluta, fresco y antiguo.
Cuántas cosas desde el mundo lo ocupaban,
pesadas. Puertas, caminos,
y montañas de polvo que reclamaban
un orden para un significado.
Pero el violín circuló
y todas las desesperaciones lo seguían
en círculos, como perros que no alcanzan
el tema central, la intensidad secreta,
el solo de Mozart en su cielo obligado.
Entre verso y verso se instala una pausa
donde el mundo es puesto en duda: entonces
pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín.
Busco un rumor terrenal
a un costado de la escritura consciente.
Palpo un higo maduro, una dalia inclinada
por el peso del agua
hacia este oscuro planeta. No residen aquí,
en estos suaves, acuerdos, las negaciones
de la existencia, su sonido negro. Al pie del muro
un susurro de violetas, la humedad feliz
de la vida individual. Del otro lado
los días de la muchedumbre que alza los puños
poseída por un conocimiento decisivo. Estas cosas
han optado por sí mismas. Toman la tierra
por asalto, la fecundan con un sentido
que me estoy debiendo. Ahora suena un disparo:?
¿debo elegir? ¿Mentir en la oscuridad de mi habitación?
¿Cómo ser exacto? La época apresura su pánico
dentro de mi cabeza, allí
donde un aullido oscila oscuramente
de un extremo a otro de lo desconocido.
Mientras suena el teléfono y anochece
en la habitación desierta
preparo mi cabeza de comediante para simular
la cobardía de toda una vida
ante un posible mensaje de terror.
No tengo respuestas. La época
creó parálisis ambiguas como esta.
Así crece el error de aquel que llama
apostando a un número muerto
y al crimen de esta omisión que organiza
un fracaso del otro lado de la línea.
¿Me alcanzará, sin embargo, el ajuste de cuentas,
a mí, vuelto de espaldas en la cama,
o inclinado hacia el plato de comida,
cobijando la coartada del sueño?
En alguna parte, el desconocido descubre
su propia apatía moral; escucha el timbre
que se pierde en la oscuridad
escribiendo una página ilegible: cae su rostro
melancólico y vano, dudando
entre aceptar la humillación del vacío
o romper objetos sin porvenir a su alrededor.
Mientras suena el teléfono a través de los años.
He cerrado la puerta de mi padre.
Finalmente lo supe, al amanecer
de este cumpleaños en que te sobrevivo.
Pero aún con la difícil respiración
al borde de la cama y sombrías
opciones por delante, puedo entender
que tú y todos los muertos han perdido
y que vivir es lo único prestigio que cubre la tierra.
Entonces, todo lo que es está bien.
Por alguna razón me incorporo; jadeando,
vacío tu rostro hacia la pesada oscuridad
y tengo tu misma manera de torcer la boca
al paso de la puntada por el pecho anginoso.
Una mano abierta, como de nieve
desplomada, colgando de la cama
hacia la pesada oscuridad. La imagen
propone un enigma, allí
donde algo mortal sucedió.
Hasta hace poco, ella,
en una fisura crepuscular
jadeaba junto al teléfono dormido
extendiendo un terror no resuelto
a la amenaza de la materia.
Pero la escena se cerró. Bruscamente
cayó la anestesia de lo negro
cubriendo toda posible respiración.
Así se negó espacio y entre dos parpadeos
fue incubado un tumor de hierro.
Buenas noches. El esposo que hay en mí
impide que el sueño nos divida.
Y aunque el cuerpo nupcial
tienda hacia un oscuro estallido, a partir
de la bestia cavando en mitad de la almohada
yo escucho el poder unificado
que fluye de nuestra vida. Receptivo
como la boca de un horno fundiendo metales,
devorando tu finitud y la mía
absorbiendo profundamente las señales
de tu respiración a mi costado. Juntas
nuestras amantes cabezas
sin error ante la muerte sentada
en un rincón del dormitorio, despierta
y hurgando en porciones de mutilada carne
con frías uñas bajo sus alas plegadas.
La materia es excesiva y comediante
a mi alrededor fatigado. Al caer la noche
suelta a sus hijos en la habitación:
las cosas sometidas se dispersan, pierden relación
y entran en verdadera escena.
Mis manos planean, descienden a la oscuridad.
A partir de la mesa
cuadrada, cotidiana, espesa, los objetos ligados
a mi fracaso descubren su finitud
y tienden hacia una especie
de emocionada autonomía, libres
para la acción de un teatro cerrado.
Son las 10 de la noche. Pierden
sus pálidos dioses, entran
en la anarquía de un mito olvidado:
ahora se disputan el campo de apariencia
y aumentan
la presión de la realidad sobre mi cabeza volcada.
En la habitación cerrada circula una mosca inédita.
Su motor exacto inunda las grutas del oído
del poeta que intenta
extirpar su cara de la época, puliendo
a los cincuenta años, la dudosa imagen interior
frente a la realidad no aceptada.
Pero estar allí, entre sus límites carnales,
es lo mejor que puede sucederle:
preservar los huesos del terror
por la brusca asfixia que aniquile
el mundo personal,
el síncope detrás de la puerta, lo fortuito
que ubique su cabeza
en el plano soñador de una bala perdida.
¿Cómo afirmar la forma
de sus propios huesos? Sólo buscando
el camino musical
que salve la chispa de materia afinada:
ahora que el diseño del mundo toca a su fin
y la mosca instala en la habitación enrarecida
el zumbido mortal
de una existencia debidamente probada.
Pero qué melodramática
se desprendió de la sombra menguante,
versión ambigua
de un hueso revestido y mal resuelto
en el espejo. Esta cabeza calva
de la noche arrancada como un diente
gira sobre sí misma y canta, anestesiando
la certeza de su finitud.
Entonces crea
una autonomía, una respuesta propia
al clamor del cerebro donde actúa
un obrero terrible
ávido de oxígeno y universo continuo.
Qué propicia la melodía
contra la indignidad del naciente día manchado:
ahora que esta cabeza, carne
del error mutilada, pule su arte menor
en una recurrente liturgia personal.
La última línea de sol
desciende de hoja en hoja. La luz desfallece
hacia el extremo de una escala tardía.
Ambos sufren en el jardín de la retórica
de ese drama mecánico. Ella dice:
mira, eso es el tiempo encarnado
que alimenta su medida; él asiente,
verifica con un anhelo estremecido
el naufragio del día y de los cuerpos.
Entonces callan bajo una especie de sacrificio.
Convierten esta hora delgada y ambigua
en la herida de una religión aterradora.
Y aunque el viento es suave y las flores repiten
un probable manifiesto de resurrección
ellos esperan la oscuridad nocturna para mentirse
sobre la mutación de las cosas y su sentido.
El nadador ha pulido
su artesanía de joven felino
para corresponder
a los principios míticos del agua.
La coreografía empieza desde un punto
aéreo, elastizado,
donde el filo del trampolín revela
la soledad de una energía
concentrada en suspenso y en el cielo.
El conjunto se afina hasta crear
una mínima carne liberada
de carga emocional. Ahora solo basta
el pulmón feliz. Suelta su amarra
la tensionada fibra, se desprende, salta
y en rápida parábola
entra como un cuchillo en un reinado lento.
El agua vibra al sol como estrellada.
Convertida en mujer
con un baile en su seno se incorpora
una segunda alegría. El huésped cae
y largamente se demora abajo
como probando
la impune gracia de permanecer
para siempre en la azul profundidad,
palpando sus opciones
y sus posibles sueños venideros.
Pero aquí vuelve, sacudiendo un resto
de ensoñación goteada
a su estado mortal, con paso herido,
al triste error, vacilando
entre rígidos objetos aplastados
y su cuadrado peso.
Frente a lo irrazonable le faltaron opciones
cuando cruzó la calle. No hubo un camino
para sus fantasías mortales
sino un aullido de neumáticos
y un púrpura estallido detrás de los ojos.
Negaciones puras que se mezclaron
como oscuridades simultáneas en un cuarto cerrado:
la cortina que bajó para separarlo,
un dolor espeso, de materia bruta,
de cosa destripada a su costado soñador.
Un odio estupefacto e instantáneo
por un universo que revelaba
su naturaleza bestial entre dos párpadeos,
la negra mudanza de una brusca asfixia.
Las curvas grises, hacia arriba,
intentan un encuentro ilimitado
pero el conjunto gira sobre sí mismo.
El espacio helado se cierra
en este mundo y las líneas veloces
regresan sin respuesta posible
desde el remoto azul. Había una certeza
a partir del apoyo, en un punto
oscurecido. El ojo encontró después
un eje único y aunque la aventura
sólo quedó resuelta en la materia
ahora está creando una consistencia, una afirmación sin termino
en esta vida cegada
entre pálidos objetos manufacturados.
Solo en la casa, entre bestias
de frío centro coagulado
y perpetuo invierno apacible,
objetos nacidos
del deleite y la idea. Girando
mis ojos discontinuos
entre la mesa y las sillas,
de vidrios a maderas curvadas
por una voluntad de belleza y resurrección,
muescas en metales, señales heladas
de una mano mortal. Y esta melodramática
conciencia, del otro lado,
tratando de decir algo ilimitado,
proponer en vano una rivalidad sanguínea,
una tristeza, una culpa, un estilo soñador
entre estas ciegas consistencias que me dejan solo.
Una brusca negación de la oscuridad
en la habitación cerrada
sorprendió a los objetos en su tránsito de corrupción.
Cegada, indistinta,
la materia
crujió por sus tendones más débiles
y palpamos sustancias en lo negro
súbitamente heladas y endurecidas.
El conjunto se supo mortal
pero gimió pidiendo luz a lo desconocido.
Dislocado, nuestro lenguaje clamó
a una máquina descompuesta en el cielo.
Entonces ¿no estaremos a salvo
con gritos en la noche? ¿A qué poder fueron infieles
los días de la apariencia?
La gravedad
fue nuestro único destino. Con todo el peso
caímos dormimos, en un círculo reventado,
y eso fue lo mejor que pudo sucedernos.
Qué materia ligera para el ojo
sometido a presión. Girando
sobre cada eje verde, se agrupan
en explosiones suaves
de rojo, violeta y blanco totalmente recientes
hacia un centro de ingrávidos objetos.
Dominación frontal, casi con nada y al descuido
en la hora indistinta, cuando todo
está bien. Alegrías
de agua liviana en un solo plano. La gracia más conforme
de estar allí como en el campo
de una dulce costumbre. Un poco ebria
la perspectiva segura
la inestable sociedad de las cosas.
Pero amar el mundo, su abundante presente,
es obtener más luz:
esta celebración de la apariencia
que sin embargo se sostiene hasta el fin.
El vértice del nervio reveló
una arbitrariedad en el borde
más sombrío de la mesa. Muesca
del esposo perdido.
La mano retrocedió, planeando
hacia un pálido montón cansado,
esperando
una resurrección en el vientre.
Pero el rastro creó
una segunda distancia a su costado vacío.
Adiós otra vez, soñador que llenaste
la tierra en mi aposento;
a ti, lejanía anudada
por una relación sacramental
a la muerte de todo. Mientras llueve
indefinidamente en tu retrato inútil.
La escena se ha enfriado bajo un pesado desorden.
Hay un olor de flores descompuestas,
de cosas hace mucho paralizadas. ¿Tenía
algún enemigo resuelto allá afuera? ¿Una falla,
un coágulo en el pasado? En cada objeto
que perturbó la ráfaga del escándalo
hay una especie de venganza inmóvil,
una avaricia que no entrega su testimonio.
Aplastado a la alfombra, mortecino
y seco, el reguero de sangre,
sordomudo y aislando una verdad, expone una cuerda rota
en el drama de las relaciones humanas.
La mente profesional desanda el tiempo
y la estructura de los hechos
porque estas cosas ya habían sucedido:
así que nadie oyó nada cuando la pistola
simplificó la contradicción y decidió el asunto.
Si queda alguna pregunta, un rastro digital
técnicamente apto, por ejemplo,
un texto escrito en el tejido oscuro, una muesca reciente
en superficies que se han vuelto ambiguas
los molerá la lógica hasta filtrar el pus.
Por ahora se apagan las luces
para que el muerto cierre sus perforaciones,
bulto ciego girado sobre el secreto.
Afuera el aire es clamoroso; en el sol de los días que siguen
una culpa sólidamente encarnada
circula de azul vestida, estrecha manos y no huele a nada en especial.
La mesa tendida convoca destellos dentales.
Los animales superiores vamos a comer.
Apogeo del sol, luz moteada bajo los árboles,
en el abundante presente cunde el llamado del vino.
Las entrañas disponen sus jugos primarios
con una fe que no podemos imaginar.
¿ Como ser fieles
a esta carnal complacencia universal?
Comensales privados
buscamos un lugar en el cuadro para sostener
la extraña adoración a todo lo que sucede.
Nada es eterno en la escena, pero se está bien aquí.
Esta es la hora del hueso de mi cara
en la mitad de la noche irracional,
vuelto sobre la almohada, hundido,
tan remoto de las manos dormidas, cargado
de conciencia en bruto, hurgando hacia abajo,
en las posibles opciones de la oscuridad.
Este obrero nocturno cavando,
este hueso autónomo que me reserva el día
dónde sólo puedo apostar a las apariencias
apenas pulidas
por el extremo de mis nervios principales.
El único propósito que vive
en la materia pasiva de estos objetos
es estar allí, a mi mesa aplastados.
El resto es mi culpa, la humanidad
del vaso y el cenicero. Pero ellos buscan
la libertad de un animal superior.
Esta mañana, por ejemplo,
en mi taza vacía se insinuó
una intención soñadora
de crearse una autonomía, saltando
sobre un frío peso azul. En esa arbitrariedad
puse toda mi fe posible contra el engaño
de un mundo que ya estaba creado
fuera de mí. Lo que la taza inventaba
me correspondía: la nueva realidad de una anarquía
tan privada como mis propios huesos.
El año gira sobre un eje brumoso.
Partido, el horizonte humea.
Arden los desperdicios de una época abyecta
a la que nadie pudo negar su bocanada de sangre.
Miembro de la ciudad, con ojos enturbiados,
veo caer el friso demencial del accidente humano
sobre una pradera de flautas extinguidas.
En el polvo del vidrio agrietado
la última mosca nupcial de frías alas moteadas,
tiesa en su dominio inmutable
palpa una destrucción en torno
esperando heredar la tierra.
Sobre la húmeda pared lunar
la seca estela de diamante quedó resuelta
por un principio que regía el rumbo.
Con breves vacilaciones el rastro
conduce a una oscuridad de jugos fermentados.
Como un poema recurrente
también lo fortuito se insinuó en el diseño
y en el jardín nocturno el caracol
ha probado la razón de su activa ceguera.
Las blandas antenas se repartieron la noche
y se hunden en la gelatina. Sordomuda
la masa retractil se cierra en el nácar
de su espiralado aposento giratorio.
El ciclo delicado es ajeno
al cuarto iluminado, donde ondulan las manos
en órbita sin ley, entre las tazas.
En los vidrios, las huellas digitales
han tejido la trama de una confusión común
y al vacío conducen de una verdad aislada.
Programado y libre de bacterias,
público y perplejo, el perro
en la luna vacila abandonado.
El ojo frío en el telescopio
estudia su comportamiento
bajo el crimen solar, sus posibles
agonías y respuestas al terror cósmico.
Pero una especie de dignidad
se instala en la desolación
y entonces salta blandamente
como en un campo soñador, buscando
la helada oscuridad del otro lado.
Aquí se cierra el párpado
sobre el error. La información
no puede completarse,
pero hay tierra y hay noche para todos
y cada uno duerme y sabe donde está.
Abiertos en estallidos purpúreos
raspados de amarillo
alzados por líneas verdes y articuladas
desde una fermentada oscuridad,
qué fuerte fidelidad al punto de partida.
El conjunto se confía a la eternidad del sol.
En mi certeza de condenado
sé que no tienen poder
sobre la materia indistinta del muro y los días
que aprisionan el jardín. Pero con qué victoria
han ocupado mi cabeza mal dormida
juntando lo partido
en la felicidad carnal de este amanecer.
El amante menciona la luz curvada
de su vientre desnudo:
denuncia la vida ajena como un naufragio
y subordina el mundo
a la referencia de la amada dormida.
El amante construye
su territorio sanguíneo
en torno a esa pulsación dorada:
atrapado
en el poder desconocido
que emana de una cosa perfectamente hecha.
Las imágenes que dibujaba, indistintas siluetas hu-
manas de perdido horizonte, salían de la oscuridad para
volver nerviosamente a ella.
Abría y cerraba, el doctor Kafka, con velocidad de
película muda, el cajón de su escritorio. Titubeos en la
espesura de lo inasible.
El gesto se repetía. Era una y otra vez el fracaso
de algo ilimitado que buscaba el estallido de la aparien-
cia, mientras alrededor el mundo se disolvía helado, im-
personal, mecánico.
¿Tenía pruebas acerca de lo velado? ¿Una verguen-
za que crecía? Qué pulcritud ante lo desconocido. Qué
dignidad ante lo ilegible. Silenciosa y rápidamente, un
día desapareció a través de la puerta más oscura. Dicen
que fue así, como un ratoncito.
La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes:
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,
mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.
Frente a mi rostro sometido,
martirizado por la intemperie mental,
una anémona pequeña
pinta su espacio propio color violeta atardecido
y el círculo morado de su centro fecundador.
La anémona cae en mis ojos
tranquila y fácilmente como toda cosa bien hecha,
mientras el resto sensible
se torna confuso como un mundo naufragado.
Sensual continuidad
que reúne los tristes fragmentos
de mi conciencia diseminada por la marea de nuestro tiempo.
La anémona se abandona y aisla
para que yo use de su verdad
y goce la fiesta de estar presente:
suave y erguida
en el agua de un vaso turbio,
confiada a una certidumbre desconocida.
El nervio expuesto y condenado
hace de todo sufrimiento un principio general.
Todavía es la hora de descenso
y toda carne debe seguir aquí, resolverse
en una pesada concentración.
El tono de la pintura
define el desagüe de la masa desesperada.
La anatomía es gruesa, de tierra sangrada
y allí donde los dedos se enciman
-los caminos de este mundo están bloqueados-
el límite de la torsión es crítico.
La promesa de toda resurrección tiende a la oscuridad
en las fibras musculares, giradas
sobre sí mismas. Cada detalle
aguarda un orgánico estallido,
pero el conjunto fija el tormento hasta el fin de los tiempos.
Un solo clavo y se acaba la vieja danza.
¿Qué haremos con esta escena accidental
-hojas reunidas por el viento del sur hacia la puerta-
sino aislarla como un conocimiento ilusorio?
Todo movimiento es circular
en el rincón del muro, allí
donde las hojas corren para girar sobre sí mismas
al aullido de una ráfaga fría y discontinua.
Lugares comunes de la materia invernal.
¿Debemos otorgarles
una intención de belleza y resurrección
a partir de la confusión del polvo estacional?
Tal es nuestro posible conocimiento: un anhelo
susurrando en las hojas secas, una horrible
tristeza en una tarde de nuestro tiempo.
Y en el rincón del muro la certeza y el residuo
de una disolución universal.
Este cerrado dolor de cabeza
causado por la presión del mundo visible
reclama un significado.
Pero la visión de la calle desde mi ventana
solo ofrece alternativas de una apariencia dislocada
hecha de fragmentos trémulos, colores dudosos
y un sufrimiento de cosa oscuramente mezclada consigo misma.
¿Qué materia desean los ojos y que no pueden ver?
No esta especie de traición a lo largo del pavimento,
la naturaleza criminal que revelan los automóviles,
el taciturno rumor de los objetos manufacturados,
la vacilante verdad de la muchedumbre hacia el ocaso,
los asuntos de esta terrible sociedad que se aplasta al planeta.
¿Cuál es la relación de esta escena con el otro orden?
La divinidad está aquí por delegación sombría.
Hay un millón de ventanas y cada una padece
su teólogo fracasado ante la única realidad posible
con su correspondiente dolor de cabeza al anochecer.
Cosas físicas, mezcladas,
artefactos racionales, directos, verticales
alrededor de
un hombre de cincuenta años en mitad de 1980
y en el hemisferio sur por donde se desagua el siglo;
inclinado sobre la mesa, obligado
a soportar una moral oblícua, intentando
un poema que se niega
porque es tarde para lo mejor,
para encontrar un orden que proponga un discurso joven,
reales proporciones a los objetos de la habitación;
estas apariencias reunidas,
que no se atreve a dominar y arrancar del caos:
un hombre confeso, diluido, cardíaco,
esperando justicia con agua muerta en las arterias.
Gruesa y peluda, prisionera de la familia,
zumbaba circularmente en la habitación.
Un asunto a resolver. Una pizca de sangre encolerizada,
un sistema de nervios perplejos buscando
una grieta a la monotonía, probando
contra un universo sin salida
la esperanza de toda materia viviente.
Pero a mis oídos sonaba
como un crimen conjetural. Esa mosca.
Porque hubiera bastado
traerla hacia un orden distinto
y convertir en verdugo
su velocidad impersonal e impolítica:
un dardo en picada contra las venas humanas.
Entonces habría creado, con justicia o sin ella,
una segunda naturaleza muerta
a cambio de libre movimiento limitado.
En esa vida que duerme tengo parte:
aquí, velando en la habitación,
aislando su poema del contexto ocupado
por este amanecer otoñal, el café, el confuso
rumor de la calle, el reino
más oscuro de la necesidad. Todo parece en orden
en ambos dominios. Lentamente
la emoción se encamina hacia un estilo desconocido.
Una lluvia repentina en la noche
paralizó la mano
que buscaba a tientas el barbitúrico.
Fue como la derrota de un elemento personal
ante un nuevo conocimiento.
Desde entonces confió
en las operaciones primordiales, negó
al animal superior que se había equivocado siempre
con su frasco de píldoras
y el revólver en la mesa de luz.
Esto ocurría
en sus noches de prisionero, cuando ensayaba
la vanidad de una enorme destrucción
en un dormitorio pequeño.
Desde esta oscuridad sólo puedo
apostar a la apariencia con dientes furtivos.
Aquella ventana es una verdad aislada.
Cristal adentro, el espacio iluminado
se ha creado un universo redimido
de toda negación. Un anterior
callado y vibratorio
de materia remota donde ella,
ignorando mis ojos de ladrón,
pasó toda la noche desnudándose.
El rumbo se ha perdido,
el olor de la vida desaparece
en el desorden del agua.
Ahora que la oscuridad
se ha tragado a los dioses posibles,
del desamparo nacen, del cerebro aterrado,
las preguntas mayores
que dormían como fieras
en el diseño legible del mundo.
En el centro exacto de la mesa
una fuente de manzanas en torno
tres sillas desiertas. El conjunto
donde hubo una intención de belleza
atiende ahora su propia degradación.
Nada eterno me rodea. Mi nervio principal
palpa las primeras señales de un desorden
incubándose en algún sitio de mi cabeza
donde se organizaba un final suntuoso
de acordes musicales alcanzando el cielo.
Pero mi carne perpleja
entre objetos condenados y paredes que oscurecen
gira buscando el fraude
de una suave anestesia. Juro
que nunca había apostado a la humillación
de este dolor de huesos en un cuarto cerrado.
El tajo intelectual desde la boca hacia el ano
ha saqueado de sombras las vísceras esquemáticas.
La maquinaria expuesta
por una aniquilación exacta
revela un sistema gelatinoso
y una dignidad ofendida bajo la luz.
Ahora, la imaginación entre azulejos fríos
hurga en la trama verde de filamentos nerviosos
sin hallar el circuito secreto
de una instantánea pasión despanzurrada.
El resto es un vacío inexplicable
donde hubo una divinidad de aire puro
que bramó en la noche pidiendo lluvia.
La violación, articulada como la mano
perpleja en el guante, abandona
preguntas mal planteadas en la carroña
y sus manchados instrumentos aguardan
una nueva oportunidad para el error, su desolada versión
de tijeras, finos cuchillos, algodones y gomas.
La noche cae como en un orden tranquilamente modelado.
Sin embargo, con pena inexplicable
vivo esta transición como el simulacro de un funeral.
Cada árbol del valle, cada hierba, pájaro, caballo, insecto,
cada unidad llameante despide otro día mortal
pero el conjunto se reserva la oportunidad de lo eterno.
De nada vale este pensamiento alimentado por el cielo:
minado por una emoción retórica
todo lo arrastro hacia una consumación personal.
¿Cómo llegó hasta aquí ese desconocido
saltando sobre el funeral?
No puedo recibirlo con estos harapos
y entre paredes que se desmoronan
porque su apuesta fue otra.
Este crujido estacional en mis articulaciones,
la escarcha sangrienta en el vidrio, la crisis
de todos los silogismos y discursos
y estas monstruosas contradicciones que despedazan la realidad
no entraron en sus visiones.
Tenía veinte años el diseño del mundo en su cabeza
cuando un disparo en la noche
cortó el hilo de la poesía
en algún sitio del nervio principal.
Su viaje hasta aquí fue la intención
de una verdad inútil. Lo empujo hacia afuera
hacia un territorio ignorado donde todo es posible:
porque aquí no coincide conmigo;
porque padezco odio y deshonor;
porque la época introdujo en mi cuarto
más muertos de los que puedo soportar.
Mis hija luce aros de plata: danzan
su fulgor de pedrería colgada
mientras cruza el abundante presente del mediodía
probando la juventud del sol en el jardín.
La escena no es mortal contemplada
desde la ventana de mi dormitorio
donde se confinan
las maniobras de mis últimas certezas.
Ellas me buscan un rincón apagado, no vibratorio
para que el sol no pruebe su vejez.
Un mínimo de vida escamoteada a los aros de plata
y el resto muy bien equipado
para sollozar y morir a pocos pasos del jardín.
Este gemido en mis piernas girando
sobre sus goznes como el año irracional
en mi último argumento personal. Ya es tarde
para darle forma, convertirlo
en prosa rimada en medio del vasto deshonor.
Bajo un poco de luz privada,
escamoteando al mundo
la responsabilidad de mi rostro
cuento un resto de dinero solitario. Hasta aquí ha llegado
la única solución. Cada uno
ha rendido a la época su bocanada de sangre.
Desde allá afuera, alguna bala tardía
sigue buscando
una cabeza mal dormida en la oscuridad
para concluir la obra y borrar las ruinas
de un desastre ideológico.
Qué oscuridad cayendo en las fronteras
de mis límites sanguíneos en el cuarto enrarecido.
Aquí, sepultado con los objetos manufacturados
de una época sombría y sus tristísimos libros,
reúno y ceno en mis papeles
los residuos de una poesía moribunda.
Me inclino y tiendo el oído
hacia sus últimos susurros.
El lenguaje del festín concluye su vida individual
cercado por estas sombras, como una asfixia en mis huesos
que una vez se alzaron a punto de cantar.
El hombre cayó en la calle.
Completamente muerto.
La especie se desploma así,
verticalmente, sin mayores
complicaciones de estilo.
El drama es hasta allí
mecánicamente neutro, de tres
dimensiones generales.
Pero sopla el viento sobre el difunto
y le arranca papeles inexplicables.
Me despierto en la noche y aquí estoy
a solas con mi cabeza irritada.
Un cerebro en la oscuridad no puede hacer política.
Su gelatina hierve, ávida de oxígeno,
de sustancia continua,
de realista materia iluminada y fulgor sexual:
apostando
a un universo visible para redimirlo.
Es un pintor absoluto, el cerebro.
Soy yo mismo el desastre que sugiere
el estallido de un vaso en la cocina.
Una decepción en el día que comienza. Una negación
que engendrará otras negaciones.
Habrá calles y cuerpos sombríos
habitaciones y papeles heridos,
objetos manufacturados rodando hacia la extinción,
edificios y conversaciones minados por el anhelo de caer;
la vida individual acosada por un crepúsculo absoluto.
Yo mismo bajo todas las cosas,
un roedor mordiendo sus bordes, apresurando
el deterioro de la fiesta y sus composiciones.
Cuando la dalia supera
el peso calculado por una certeza de equilibrio,
se inclina hacia mi ventana neurótica.
Su violeta es profundo
absolutamente carnal y retórico.
Ahora acude un viento
trayendo distintas versiones de los asuntos terrestres.
La dalia se balancea a su paso
mientras mi yo calcinado permanece ajeno
a este devenir fresco y calmo.
La dalia respira fuera del entendimiento:
y el planeta esperándola suavemente con la palma hacia arriba.
Desde esta ventana abierta hacia la primavera
la distancia es azul.
El cielo desmesurado no soporta su propio vacío
y clama por una relación con lo tangible.
El espacio está hambriento de algo concreto.
La primavera no puede admitir
el ostracismo político del conjunto.
Entonces llega mi hija con un espejo
y peina su pelo negro para el mundo.
Soy el amante de mis objetos,
su ventrílocuo y su mejor intérprete y su bufón.
Oh, tan altamente especializados en su instrumentación;
tan individuales en mis inmediaciones: lápiz,
cuaderno, taza de liviano azul, cenicero, encendedor,
libro abierto en la página 120:
su humanidad privada, su carácter personal.
Fieles, nítidos, soñadores, evangélicos,
dulcemente carnales, aplastados a mi mesa y al planeta
¿por qué les declaro que no quiero morir?
Se confían de mi cabeza sensual.
Duermes: y las cosas se disponen
a seguirte esta mañana otoñal.
Y mientras estés allí, niego
la posibilidad de la nada entre nosotros: entra
un poco de húmeda luz cuando aparto
la cortina de la ventana y cae
sobre la flor silenciosa. No importa
la indiferencia o la desaparición del cielo
si está en lo cierto o se equivoca con relación
a esto que nos sucede. Duermes
y tu carne piensa profundamente hacia todas direcciones:
que festín para el sentido dilatado
en la curva de tu cadera que transmite su respiración
a la mentira circundante.
La luz aumenta, duermes y tu cuerpo va llenando
toda la existencia posible. Los objetos
van a rodearlo. Crece mi conocimiento
de que estás allí. Hay más mundo que nada
en tu íntima superficie y en tu espacio:
mientras el dinero espera en alguna parte, en la oscuridad,
y la vida es nuestro único negocio.
Mientras culmina afuera una helada oscuridad
y hay restos de comida en el presente agotado
su ruina mental gira sobre sí misma en el dormitorio.
Entre su respiración y la mía la época concluye
su degradada hemorragia. Nuestras vidas coinciden
en esta sola caída, en un único año devastado.
Pero aferrada a una necesidad
que la aisla y libera de toda esperanza,
de la moribunda identidad de sus huesos doblados
extrae todavía unas gotas de amor
para agregar a las cosas que nos despiden
y sosegar toda carne que duerme inquietamente.
¿Qué especie de creencia hay en estos ojos insomnes,
en este movimiento contra toda lógica? ¿Qué triunfante desventura?
Supongo entonces que nada hay más justo
que su ademán en la noche, creando en torno
la menor desolación posible, una dignidad
y una señal de sentido en el último espacio personal.
Y si hay un error en alguna parte
aquí está, recorriendo, mi cabeza acosada
por puñados de polvo de una razón inferior.
Pero ella alisó la almohada, la ropa inútil en los cajones,
murmurando, como en un jardín remoto,
cuando se inclinaba en el viento y volvía el oído
hacia mí y sonreía, construyéndome: era
como el mundo confiado a una certidumbre
que promete poemas tejidos en su propio terror, la misma
con que ella ordena estos escombros en la intimidad final.
A solas con mi carne en el valle, separado
del deshonor de la historia y su silbido carnicero,
las verdes colinas cierran el paisaje hacia el oeste
y las nubes bajan pesadas en la desolación
de este hueco frío de mi país.
El pueblo es lluvioso y traicionado
bajo un tiempo que desvanece su nombre. Por sus últimas calles
se ajena una música hasta volverse desconocida
y su lugar usurpa un silencio infecundo, de entraña aterrada.
En el error de ayer sonaron disparos hasta el hueso
y los muertos crecieron para una sola demencia.
¿Pero quién se equivocó para que yo esté vivo?
¿Quién condenó a quién en la oscuridad?
¿Cómo seguir aquí sin entender, optando a ciegas
en una época nocturna? Ahora que estoy separado
en las colinas que me circundan
hay una opción de eternidad inexplicable
para esta conciencia ruinosa. Pero su llamado
no alcanza a lo que huyó: mi costado soñador,
la porción cantante de mi cabeza,
la poseía experimental, la esperanza de un nuevo estilo,
una justicia en la realidad y en el pecho. Ahora
hasta la llovizna en el valle es una especie
de negación y de conocimiento mortal.
Cuántos millones de automóviles circulan
entre la tierra y ella; televisores que aúllan
parpadeando; kilómetros de pavimento mortal
y computadoras zumbando una irrealidad ilimitada.
¿El mundo, este mundo histórico es
lo bastante satisfactorio en su cintura?
Hay ciertas dimensiones que no le conciernen:
cuando, por ejemplo, bombardean
por comida y petróleo la mitad del planeta,
detectan fantasmales murmullos a orillas de una estrella muerta.
La música redime la confusión: ella prueba
que se puede ser feliz si en la cabeza
se adelantan las figuras del próximo baile;
ahora que anochece en la calle fatigada
y su fe en las estaciones del año gira sobre un eje carnal
y la belleza del todo en su cabello no declina su anhelo.
Entonces, he aquí su habitación, olorosa
de vísperas y mañanas, como un huevo reciente,
aquí donde el espejo es bastante para alojar este universo
y la naturaleza se instala para confiar en ella.
La noche le acerca remotas promesas,
la lámpara revela la inestabilidad de su vestido
hasta que se desploma en la cama y reconquista su carne.
Celebro que no seas
una efusión de mi cabeza calcinada
sino la aventura de una vida individual
que me busca en la tarde lluviosa.
Mi apuesta es dedicarte
lo que puede salvarse un fracaso
ahora que inclinas hacia mi ventana
tu pesado estallido purpúreo, por líneas
de azul raspado y gotas que se demoran.
Desalojo el humo y la negación
de mis pulmones. Suavizo
el crujido estacional de mis articulaciones.
Puesto que no obtuve
una respuesta consistente en mi agujero mental,
sino abstracciones monstruosas
y una certeza de condenado por la época
entro en tu frío peso con mi última edad.
Ensayadas mentiras huyen por la ventana
y oscurece a mis espaldas. Pero tú salvas
mis porciones secretas: ahora que compartimos
un naufragio carnal
que parece tan lento y justo bajo la lluvia.
Modelada por la época,
apaleada por todas las ideologías,
no conoció la alegría de lo posible.
Sin música, inestable
como un comediante fracasado
esta cabeza calva toca su fin.
En el melodrama matinal del baño
escupe los últimos dientes
y otras obras menores del destino.
Lo desconocido
va a rodearla como una oscuridad malsana.
Ahora se inclina bajo el agua, vacila
y lentamente cegada se abandona
a una vieja descomposición. Se acabó
su tiranía.
Hay últimos poemas recorriendo mi oído
leídos por teléfono en la noche
de un año irracional y tú
simplemente feliz como una afirmación.
Porque entonces eran poemas posibles
y dejabas al tiempo de los otros su adecuada solución
la distancia no te consume
y desmiente la teoría de una oscuridad personal.
¿Pero en qué clase de verdad
están sumergidas tu cantidad, tu jornada tangible,
la confusión del yo en la desgracia cardíaca,
ahora que la realidad gira desamparada
abandonada por tu imaginación?
Una y otra vez tu poesía responderá por esto,
un acto de presencia modulando el secreto
de todas las certezas
que te daban razón contra la brusca asfixia.
Aquí, sin pruebas acerca de lo velado
junto al teléfono inútil o en tristes fragmentos
de habitaciones y calles carnales
mi oído insiste en alojar musicalmente
todo lo que tú nos inventabas: un lenguaje
para una sucesión de figuras ordenadas,
principios de expresión
que dilatan nuestros nervios principales,
progresiones de larga duración en este dudoso planeta.
Qué especie de triunfo en una caída superior,
no lo sabemos. Pero hasta que podamos
regresar del error y la amenaza de la materia
esta destrucción reclamará un significado.
Cuando después de girado
por una brusca inquietud desconocida,
el cuerpo dormido regresó a su propia ley, a su figura ciega
la quieta oscuridad del dormitorio
contuvo la certeza del sepulcro.
Y todo fue:
una justicia en calma, una existencia en bruto,
una buena cantidad de carne, de cuerpo presente
y su caída libre; el pero total
de una masa política aplastada
soplando, bombeando,
faltando a todas mis promesas,
perdiendo mi resurrección,
actuando, cavando en la única materia que me dejan,
antes de la catástrofe del despertar.
Ningún sufrimiento estable en la imagen.
El instante no es decisivo. Somos
una familia de comediantes instantáneos
que la muerte mira por el rápido agujero
y aplaza su tarea accidental. Hay una calle
donde la luz de aleja.. Parece domingo entre los árboles.
He aquí la apariencia momentánea de la existencia
en una tarde personal y la única
a punto de perderse en la sombra universal.
Qué fácil parece estar vivo. Aquí
un grupo de amigos en un mundo
de leyes confusas. Pero el presente
es inviolable en el jardín. Las cosas felices
moteadas de sol en la apacible sombra.
Nuestros ojos miran lo que no sabemos: signos
de degradación,
un residuo de historia nacional
a nuestros pies oscuros, bajo la mesa
donde hemos bebido. Muy pronto
nada de esto tendrá explicación. Una especie
de desolación se insinúa
en torno a la cabeza de alguien que está allí
reclamado por el agua negra
que invade la escena desde el fondo:
una cabeza de desaparecido.