Zelarayán |
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de Lata Peinada (I)
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"La ropa del finado me queda justo. ¡Lindo pan que no hace migas!" Alguien le oyó decir esto una vez. Y lo contó. Seguro que ya todos se habrán olvidado. ¿Qué finado sería ese? ¿Y qué ropa? Porque Tiberio Carpincho sólo se hacía ver cuando llovía, cubierto con bolsas de arpillera. Era mandado a hacer para desempantanar autos…Hasta que se vinieron las rutas de hormigón. Entonces se quedó tieso. Tan tieso que las hormigas se le subían por la cara y él sin darse cuenta…Pero antes siempre se aparecía bajo el aguacero, con o sin caballos sin ser dueño de ninguno. Juan, que hace rato dejó de verlo, lo anda evocando justo ahora, mientras pedalea en medio de la lluvia. Bicicleta en la pendiente buscando una arboleda tupida para guarecerse del chaparrón.
El humo fresco ahuyenta el recuerdo viejo. El sillón del peluquero envidia la cabeza giratoria del lechuzón…El sillón del dentista envidia el sillón del peluquero…Pero al Juan esta vez no le queda otra que refugiarse en aquel galpón en ruinas, de olor acre, que se le ofrece ahora. Y allá, dirán después, anda el Tiberio Anima, murcielagón espolvoreado de azufre, zapateando en el aire…¡Chacarera!
El aguacero ahuyenta los patos del dique. El dentista, estirado en su lancha blanca y morada, muerde la pipa apagada. Mientras tanto, el ferretero se hace ilusiones con la gorra puesta. Le anda arrastrando el ala a la mujer del dentista. Siempre ha habido antes y después…El Juan que pedaleaba no tiene por qué contar el cuento. Y menos lo van a contar los caranchos, que entonces se vinieron a la atropellada. El ferretero se imagina que una ventana entreabierta de ella es una señal para él. La ilusión le basta y sobra para seguir atendiendo su clientela. "Nadie la puede guardar mejor que yo, que también soy cerrajero", piensa y se envalentona…Todo para que al final la mujer del dentista se escape esa misma noche con un viajante. La polvareda del camino transversal la hace toser. Y el viajante aquel, terminará por perderse en medio de una manifestación, prendido a muerte de un cartelón de la CGT…
- El que no corre vuela. Un sol barnizado entra ahora por una ventana del piso 23…A la larga, el galpón del Tiberio y su alma termina por derrumbarse, y no hay testigos. ¡Qué iba a haber! Del Juan se han olvidado antes de encontrarlo. La senda de la última bicicleta está escondida bajo los yuyos. El dentista abre ahora las puertas de su Falcon, detenido en la ruta, para balear martinetas hasta que la noche se le viene encima. Una cabeza calva se pierde siguiendo los surcos de un hormiguero. Los billetes que andan sueltos por el aire se le pegan en las manos mientras en la timba desolada no queda un mango…La miel pega las plumas largas…¡Cuidado!
El hombre de la calva iluminada forcejea. Afuera suena un bocinazo. Andando se cae en la trampa. Hay huelga por tiempo indeterminado. Pero el desmonte sigue avanzando y están a punto de toparse con el esqueleto del Juan o de su bicicleta, cuando llega la hora de comer. ¡Buen provecho!
Los campos de las sucesiones nunca se aprovechan bien. ¿Y un asadito? ¿Por qué no? La vida es un robo dulce. Terrón de azúcar no deja rastros. Desmonte, topadora, humareda, toses de calvos…La mina de azufre de la montaña pelada cerró hace rato. Los mineros siguen carnavaleando en Bolivia, pues. La sirena de los bomberos aturde al ferretero con una muela de menos. El hombre de la pieza 22 duerme con la llave bajo la almohada.
"Vuelvo en diez minutos, tesoro. ¿Te traigo cigarrillos, alguna cosita, eh?", le había dicho él cinco horas antes, y ella sigue esperando esa tarde en Rosario, encerrada, acorazada, mientras cientos de exaltados manifestantes se dirigen al lugar de la concentración, golpean de paso fuertemente el Peugeot del viajante demorado, y ella, tan modosita y discreta, tiene que aguantarse a través de los vidrios gruesas insinuaciones y muecas desaforadas, entre cartelones y estribillos.
Pero alguien la observa intrigado desde hace rato. Un oficial de policía que ahora se acerca y le hace señas con ademanes ceremoniosos. Ella baja apenas el vidrio y con un gesto le corta el castellano con altivez. No se oye lo que le dice, pero al policía se lo ve intimidado. No se atreve a pedirle documentos y se retira. Pasa una hora más y la mujer del dentista se resiste a seguir esperando. Y se decide…Por el espejo retrovisor observa al oficial que conversa, unos treinta metros atrás, con un vendedor ambulante. Ahora ella piensa en su valija grande encerrada en el portaequipajes. Imposible sacarla de allí si no vuelve el viajante que se llevó las llaves del Peugeot gris perla. Es claro que las puertas pueden abrirse, pero en este momento sólo dispone del maletín que está sobre el asiento trasero. "No desesperarse", se dice. "Si aquel se mandó mudar o no pudo zafarse de la manifestación, me conviene salir de aquí pero sin perder de vista el coche, porque si me ha largado a mí, seguro que al Peugeot no lo larga así nomás." El oficial de policía se aleja. Lo ve caminar de espaldas en dirección contraria al coche. Es el momento justo. Ya ha ubicado un bar, a poco más de veinte metros en la vereda de enfrente, pasando la esquina. Desde allí, en terreno neutral, podrá pensar mejor si le conviene abandonar a su suerte la valija grande, prisionera del portaequipajes. Maletín en mano, abre la puerta, baja rápidamente, vuelve a cerrarla con suavidad y en pocos segundos ya está instalada en una mesa próxima a las ventanas del bar. La mujer del dentista, la mujer del viajante, no puede aflojar. Se jugó a otro hombre y se quedó sin ninguno. Su nueva vida comienza en esa mesa de un bar cualquiera a dos cuadras del boulevard Oroño en Rosario, con el último vestigio a la vista de un tiempo que en adelante tendrá que borrar a toda costa. Piensa en su hijo único de quince años. Podrá reclamarlo después, no es un bebito…Afuera se encienden las luces de mercurio. Ahora ve al policía detenerse sorprendido frente al Peugeot vacío. Pasa un dedo por la carrocería, lo observa. Trata de deducir la procedencia del coche por la patente. Anota en una libreta. La mujer infiel no es corta de vista. El oficial se dirige primero al bar más cercano, sobre la vereda donde está estacionado el Peugeot. Enseguida sale. Ahora lo ve venir, cruza en dirección al bar donde ella está. Dejar los billetes de la consumición, hacer una seña al mozo y rápido hacia el "Damas", maletín en mano. Allí se encierra entre los blancos azulejos un tiempo interminable. A las ocho y media en su reloj luminoso, se decide. Poco antes creyó oír la sirena de un patrullero. Tiene que jugarse ya. Sale precipitadamente del baño y del bar. Alcanza a ver en la esquina a dos o tres curiosos que miran a los policías registrar minuciosamente el Peugeot. Justo se acerca un taxi. No hay tiempo que perder. Un último, fugaz pensamiento para su valija prisionera…¡y arriba!
"Algún sacrificio hay que hacer cuando se empieza una vida nueva", pensará después. En algún momento el viajante sindicalista reclamará su coche o lo dará por robado para cobrar el seguro. Algún dinero lleva ella encima. "Además, hay algunos terrenitos de por medio…" Necesita darse ánimo. El viajante, al final, le sirvió de puente… "Me arrancó de una vida que no podía seguir…Algo hizo el hijo de puta…yo no lo perdonaría, porque ahora no se trata de perdonar…". Pasadas las diez de la noche, la viajera livianita trata de dormitar en un "chevallier" rumbo a Buenos Aires, con el pensamiento acelerado…Todo lo que pensó hace un instante se viene abajo. Pero no afloja. Intenta armar un proyecto, pero enseguida ya anada en otro y en otro…Se mira en un espejito, se ve, casi casi, una viudita. Vuelve a estremecerse. Dejó a uno, después de más de quince años, por otro que creyó definitivo y que la largó en menos de dos días. Los detalles se le mezclan: el sillón palanqueado del dentista; la polvareda del camino transversal; las llaves del viajante sindicalista cuyo rostro apenas recuerda ahora; la noche en el hotel de Venado Tuerto, donde ni se le ocurrió pensar en lo efímero o en lo definitivo; las fintas de aquel ferretero-cerrajero iluso, el encierro en el baño de damas, en el bar de Rosario; el padre y su hijo arreglando las cosas como hombres…Todo se dispersa al fin en la cinta asfáltica iluminada por el "chevallier" y los guiños de los coches que vienen en sentido contrario. Hipnótica raya de tiza.
Dudas, piedras voladoras, cuando se posan aplastan. La mujer del dentista, Leonor al fin, comienza su aventura de andar suelta. Nada mejor que la gran ciudad para disimular su nueva condición, su soledad libre. Nada mejor que las ilusiones contra las dudas voladoras y aplastantes. No, ya no puede echarse atrás. La Turca Falsa, ausente sin aviso de sí misma, nunca se animó a tirarse por el balcón. A ella, Leonor, hubo que darle, es cierto, un impulso inicial. Nunca vivió siquiera en un segundo piso. Aún no conoce la soledad del ascensor. La Leonor no se ha arrojado al vacío a la velocidad de la ley de la gravedad. Se ha lanzado, sí, al vació horizontal, a la velocidad de un Peugeot gris perla y de un "chevallier" Mercedes Benz, descontando las horas felices de Venado Tuerto y las muy amargas de Rosario. El vacío es un negro imán. El corazón erizado de la Reina del Plata no es tampoco un lecho de rosas.
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