de Lata Peinada (II) (novela inédita)
La mula se ha detenido de pronto en la cornisa angosta. Dejar pensar a la mula empacada aunque la noche muda se vuelva espesa. ¡Ojo con darle con los talones! ¡Ni azuzarla siquiera! Con un abismo de más de mil metros, cerro abajo, uno depende de ella.
Hombre que no quiere dormirse se duerme lo mismo. "¿De dónde habrá salido esa mujer parada en el marco de una puerta, con una valija de un lado y un hombre alto y flaco del otro?" Los dos lo miran fijo sin decir palabra. ¿Gritar? ¿Cómo? Ni hablar puede. Hace un esfuerzo enorme…Consigue al fin abrir los ojos y 'aí nomás larga un alarido…
El eco de la montaña lo despabila. A lo lejos relampaguea. Vuelve a verse sobre la mulita, que ahora sube lenta, seguramente, por la pendiente estrecha y pedregosa en medio de la oscuridad. Ya anda cerca del rancho de piedra. Lo huele… "Pero, ¿quién sería esa chinita de la valija y ese flaco que me miraban? ¿No será un sueño ajeno? ¿Un sueño cambiado?", piensa el hombre.
Chumbita duerme la mona. Se lo oye roncar sin verlo. La coya, arrinconada espera abierta de piernas otra embestida del boliviano. El Hombre de la Mula Empacada empuja la puerta entreabierta. Avanza a tientas, palpándose la caja de fósforos con la mano izquierda. A más del ronquido de Chumbita, otras respiraciones le dicen algo. De puro comedido se detiene en la oscuridad hasta que termina el jadeo. Recién entonces manotea una vela. La coya, que lo ha reconocido en la penumbra, se sienta en cuclillas mientras el boliviano se acomoda los pantalones. "Qué me dice don Gaitán ¿Cómo le va yendo? ¡Arrímese pues!". Hace una seña y el boliviano, siempre de espaldas, sale lentamente sin saludar. El Hombre de la Mula Empacada trata de orientarse en la oscuridad, atropellando de paso botellas vacías. Junto a la coya sentada en el suelo, alcanza a ver otro cuerpo tumbado en el piso. No es Chumbita, seguro. El ronquido sigue llegando desde la cocina. El Hombre de la Mula Empacada deja de pensar. La coya me lo ha prendido de un vaso grande de chicha morada. Después, de otro y otro. Nadie lleva la cuenta. Al rato, una coyita de unos quince años se aparece cantando y meneándose en la penumbra. "Se me ha puesto grande de repente, vio don? Si gusta se la doy ahora nomás…Es muy servicial, sabe?" La coyita sigue cantando, quieta, con la mirada en el suelo. Sin preocuparse si él es don Gaitán o no, el recién llegado se acomoda como puede sobre cajones que apenas ve. Vuelve a escuchar el ronquido de Chumbita y lo imagina amontonado sobre pellones pulguientos. Recuerda que más de una vez, igual que el boliviano que salió sin saludar, él también arrinconó allí a la coya vieja, aunque ha olvidado los detalles y la ocasión. La coya grande le alcanza desde el suelo otro vaso de chicha brava… "¿Qué me lo ha traído por acá, don? ¿El ruido nomás? o es que ha maliciado algo? ¡Jua, jua! ¿O se me ha equivocado de casa?" De golpe el don se pierde y entra a confundir las cosas. Un sauce crecido en la arena rala del río Grande se le entrevera con una mordedura de víbora de mucho más lejos y con la noche aquella en que un camión lo tumbó de boca en la ruta, y creyó llegar a la otra orilla de la vida. Las botellas del suelo las ve ahora en medio de la corriente del río, cuerpeándoles a las aguas bravas y a los picotazos de las piedras. En otra arruga de la vida, el don ha ido a parar entre dos sauces. La puerta que está golpeando no es la de la casa de piedra de Chumbita, el del ronquido. Cuando le abren, alcanza apenas a ver un corredor oscuro, largo y angosto. Hasta que se enciende al final una lucecita lejana. "El Patrón sulfuroso debe andar por el fondo…", susurran a coro voces sin cuerpo. Y a él lo dejan esperando entre pilas de bolsas de azúcar, sin acordarse de quien lo mandó a ver al Patrón Sulfuroso ése….De pronto se ve montado en una yegua más blanca que el azúcar. Y más arisca que una moto. Y al suelo nomás, en los pedregales. Pura ceniza, puro recuerdo, se dice después al verse en un montacargas que no puede parar. Le han dicho que el dueño de la mina de azufre le anda queriendo robar una hija, y él quiere conocerlo, nada más…Toda puñalada es corta en la inmensidad. Y al don le hacen cosquillas en la pata descalza, con ramitos de albahaca. "¡Velay! ¡Esta coyita había sido igual a la Eva!". Es un segundo nomás. La sangre sale de adentro como siempre. La herida le va secreteando de a poco…La sangre y la bosta tienen la misma historia pareja y secreta. La mulita que se le empacó al don, olvidada en la intemperie, se despatarra entre las piedras como pucho sin apagar. La tierra entera pasa hamacándose mientras el cielo parpadea. El hilo se corta. Don Gaitán vuelve a ser la sombra que pisa fuerte. Y la coyita anda vomitando lindo, transparente… Las velas encendidas caminan solas. De afuera se mete una ráfaga helada y polvorienta. Todos terminan encimados ¡Con tanto frío! ¡Así se ha hecho la patria! Y la ráfaga trae un eco lejano que nadie oye. La mulita despatarrada al raso anda esquivándole a un cóndor. Ahora se endereza y hace polvareda hasta que el otro no insiste. Después hasta se da el lujo de empacarse sola, sin el patrón encima. Patroncito adentro la coya grande se llena de arrugas de golpe. ¡Ahora le toca a ella agitar en el aire flamantes patas de cabra! El Hombre de la Mula Empacada se ha caído del montón de friolentos, justo cuando la coyita se sacude del cuerpo al cumpa que consiguió embocarla, dormido y todo. Y el curupí de Maimará se palpa por las dudas en el suelo, la plata que le robó a don Barrientos, justo cuando se estaba muriendo. La luz anda penando. La coya vieja tiesa en el piso para siempre. Y se arma una timba de vivos y muertos. Los dados caídos valen lo mismo hasta que una pata descalza apaga, una a una, las velas que quedan. Y hay dos trenzados a muerte en el suelo por billetes que no se ven. Don Gaitán sigue en la misma. La coyita se ha abierto de piernas sin largar billetes que aprieta fuerte. Afuera, la mulita empacada se aguanta el viento blanco lo mismo que el boliviano aquel, que se fue sin saludar. La vida se acorta o se alarga sin que dependa de nadie. ¡Ojo con la memoria despareja, corta o larga, propia o ajena!
A cada cual lo suyo. El bolivianito aquel volvió también sin saludar. Un cartucho de dinamita de la mina era suficiente. Por las dudas se trajo dos…¡¡¡Viva Bolivia!!! Hay muchas maneras de hacer patria sin esperar el día siguiente.
El Patrón Sulfuroso se acuerda tarde de echarle sus perros negros al Hombre de la Mula Empacada. Se le hace que lo sigue esperando entre las pilas de bolsas de azúcar…¡Qué chasco! No tanto para los perros que acaban peleándose hasta que los ladridos se apagan. La arruga de aquel tiempo se ha borrado, mal que le pese al mismísimo Patrón Sulfuroso. El Hombre de la Mula Empacada, sea don Gaitán o no, seguro que anda lo más campante en algún otro pliegue de la vida, lo mismo que aquella yegua blanca, más arisca que moto suelta.
La jornada ha terminado en los socavones penumbrosos de la mina. Don Gaitán sale a la superficie con el casco puesto y la linterna sin apagar. Aspira el aire helado de la Puna y en lo que menos piensa es en aquella casa de piedra de Chumbita.
No hay quien oiga el estallido. La mula pensativa se desmorona de golpe en la intemperie y rueda entre las piedras hasta que se prende con los dientes de una mata rala. "O me aguantás o te como". En eso está.
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