P U E R T A S A B I E R T A S
"esta casa se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa.
También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque.
He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir."
M. Duras
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Uno va haciendo la casa
llena de luces,
la levanta más que con ladrillos
con los sueños.
Piensa en un corredor amplio
sembrado de flores,
pone chimeneas
y un ángel cuidando la entrada.
Templo donde me recojo
rendido después de la
diaria batalla.
Entre estas paredes viven un hombre y
una mujer,
mudas testigos de
amores y estremecimientos.
Cofre que guarda
gran parte de la vida
de dos seres entrañables.
Ellos han pintado sus muros
para que les brinden calor,
recias paredes
soportando risas
y susurros,
amén dicen a todo
lo que pasa, y
no es mentira si ellas hablaran.
Pueden comunicar
lo de adentro con lo
de afuera o al revés.
Límite perfecto
para jamás ser lo otro;
para ser uno mismo.
Línea de suspenso
que algunos atraviesan
sin tomar en cuenta nada.
Puertas que se abren,
puertas que se cierran,
nunca se podrá entrar
si se desea salir, como jamás
saldrán aquellos que ingresaron.
En este lugar,
la imaginación está
en el orden del día
Zona franca donde se coce
la vida eternamente.
¿Quién no ha ingresado como
un gato a
destapar el recipiente que deja
escapar los olores
del mar y de la tierra?
¡Ay! del día que no hierva
el agua en la olla y
su vapor
no embriague el corazón de
la casa.
Esta ventana deja ver la montaña
y el vuelo de los aviones.
Ojo abierto a la luz de
la luna y
al perfume de la lluvia.
Vidrio mágico
como la bola de cristal
en los cuentos de la abuela.
Mi madre
corta con dedicación
destellos rojos
que huelen a campo y nostalgia.
Ella, riega y abona este sitio
preferido
por pájaros y lombrices;
el suelo guarda la humedad
y el olor de la tierra.
Vida inundada por el sol,
entrecruzamiento de células
que corren en todas las direcciones
llevando o trayendo alimento
para que broten
fulgurantes rosas rojas
que mi madre corta amorosamente.
Personajes anónimos
agachan el lomo y
levantan templos,
construyen ciudades enteras.
¡Qué linda casa!
Pero nadie pregunta
por los seres fantasmales
que con precisión
fueron colocando una por
una las piedras de la casa.
Almas hechas para épicas jornadas,
capaces de gastar todo el salario
en una generosa borrachera.
Habitantes efímeros de
todas las casas del mundo.
Jóvenes cuerpos de seda
con olor a hierbabuena
entran y salen de
estas habitaciones,
reniegan del techo que les cobija,
y la idea de la huida
la descubren por
el quítame estas pajas.
Adolescentes de frescos
músculos o caderas de porcelana
quieren salir corriendo
en busca de sus sueños;
algunos los alcanzarán
y añorarán el retorno,
otros siempre regresan y
hacen un nuevo intento.
Bellos rostros vagando entre
la niebla,
algún día reposarán bajo el
techo de una casa.
Se ha colocado la última
teja en la casa,
reluciente cubierta donde
se estrellarán los
rayos del sol y los rayos de
la lluvia.
Tal vez, un día los
vientos alisios
logren mover esa
pequeña hoja de arcilla;
para entonces,
la vida ya habrá cubierto
aquellos huecos del alma,
suficiente para retener
el calor del hogar.
Piña derramada en
rodajas sobre el
mantel blanco,
aroma fresco
haciendo agua la boca.
Dulce carne del trópico
de la que no queda rastro
al levantarnos de la mesa.
Escucho la voz del pájaro
que está en la rama
del manzano,
mueve su cabecita cimbreantemente
y, a veces, aletea
casi sin control;
pequeña nube de plumas
que canta con júbilo.
Ahora se eleva y
cae como lluvia
multicolor,
vuelve a emitir su canto;
imagino son versos de amor
repitiéndose como un
eco
desde otro árbol lejano.
El pájaro va de rama en
rama,
infla su pecho azul-plateado y
canta con el corazón palpitante,
luego ensaya un vuelo
pintando el cielo de
azul, de amarillo,
mientras se pierde en
la espesura
de aquel lejano árbol.
Es el viejo barco
oro y púrpura
deslizándose en
aguas aterciopeladas.
Bello cisne
navegando con dulzura
entre
las flores de los años.
Ultima edad
que cruza los mares del mundo
con el timón de la sabiduría.
Cabellos rutilantes que caen
en cascada
negrísima sobre
la blanca almohada.
Fuego en el sueños
invadiéndolo todo.
Mujer incendiaria,
a su paso
brillan lirios y
madreselvas.
Cuánto amor en su
cuerpo desnudo
tirado junto al mío
como un ramito de luces
iluminando mi vida.
El sol brillando
como una naranja gigante.
Jugo delicioso que
cae vertical
e incendia esos
cuerpos espléndidos
tendidos junto a la
piscina como
refrescantes ofrendas
al verano en el valle.
La araña,
sube y baja
por el cabello del
amanecer.
Construye su casa
en cualquier esquina de
tu casa.
Albergue suave y
pegajoso, con cientos de
habitaciones y pasillos
que relumbran con el sol
de la mañana. Hasta que
cae una mosca;
y es como si a nosotros,
de vez en cuando, nos lloviera
un pavo en el patio de la casa.
Mis amigos escriben desde
Florencia o Praga,
hablan, casi con asombro,
de los descubrimientos
que hacen.
¿Qué puedo contestarles yo
si nunca he sabido
de aviones y puertos?
Mis amigos,
vigorosos hombres de mundo,
detallan uno a uno
fabulosos cuentos de
rascacielos y mujeres
de piel brillante.
Han olvidado
que vivo rodeado de montañas,
y que todo es cuestión
de que alcance la cumbre de
una de ellas
y me lance hacia
el otro lado.
Cuántos siglos transcurrieron
para que el hombre de
con la silla,
animal de cuatro patas,
sobre el que descansa
el cansancio.
Pero ¡por favor! Tome asiento;
silla de secretaria,
silla eléctrica,
objeto para que los
amantes
practiquen sus juegos.
Difícilmente podrá el hombre
sentarse a sus anchas
en algo que no sea la silla.
Uno va a la cama
por haragán o por frío,
pero también come
sobre ella
y sueña
y muere.
¡Es increíble! el
tiempo que pasamos
en ella con ella.
Pobres de nosotros, si
un día aparece un loco
y manda quemar
las camas del mundo.
Los ángeles abren su paso
entre nubes que van y vuelven
como gigantes capullos de algodón.
Hay nardos de tan dulce aroma
embargando los límites del
cuadro.
Alterado está el cielo
con la presencia de los santos.
Bellas imágenes pintadas
con la luz del sol de invierno
que de niño contemplaba,
como quien imagina el premio
que el buen Dios nos reserva.
Sentado en el balcón,
oigo al grupo de muchachas
que pasan cantando
los himnos del triunfo,
son obra de sus
quince o diecisiete años.
Las muchachas ríen
con estrépito,
¿acaso, saben que el mundo
les pertenece?
Yo, las escucho en su
arrebato,
el oro de sus corazones
brilla intensamente, y
ahora que no gruñe
el viento
cantan como una alegre
aventura del medio día.
Mi mujer envuelve
su cuerpo
con espuma,
empieza a cantar
y el agua corre
en pequeñas oleadas
hacia el sifón de la ducha.
Se riega aceites y
sales de rosa.
Canta una letra muda
haciendo del baño
ritual primoroso.
Mi mujer,
reluciente como una mañana
de verano en el campo,
al salir del baño
apenas percibe
que soy el príncipe
de la canción muda,
que con pasión
tarareaba bajo la lluvia
de la ducha.
Pétalos de cristal saltan
en la inmensidad del prado
y buscan su cauce colina abajo.
Horizonte atiborrado
de nubes negras,
donde relampaguean
los ojos de la tarde
que al apagarse dejan
escuchar la voz antigua
de los cielos de octubre.
No hay duda,
ha llegado el invierno.
El cielo azotado por los
vientos de agosto.
Al fondo una iglesia ni
grande ni pequeña, de
paredes y cúpulas rosa,
tal vez,
casa de Santa Rosa de Lima.
Alrededor manchas negras,
brillando como llamas, y
a uno de los costados
el puentecito de madera
para el paso y los
suspiros
de las parejas que
Kike Polanco pintó para mí.
Realmente la casa
no debería tener
tantos espejos.
Si yo soy otro,
¿quién mira a quién?
Hoja que zigzaguea el viento
y se posa sobre los girasoles,
gusanito de alas tersas
donde se esmeran los
colores del cielo, los
colores del mar y la tierra,
encendiendo el asombro
del niño que maravillado
corre tras su vuelo.
Pájaro que cuando abrimos las
manos,
vuela rasgando la sábana azul
del cielo; y
luego, como un copito de plumas
vuelve a posarse entre las manos
que al abrirlas se aleja velozmente,
y al poco rato
vuelve a acomodarse en el pecho
como la llama que arde entre los amantes
Por la media noche,
una rosa azul estalla, y
el aire de pétalos
perfuma el ambiente;
surge una letra
del corazón hacia
los labios.
Alguien acompaña en
silencio
al amor de la canción,
lluvia que moja el
alma,
dejando el sentimiento
listo
para la evocación
de esa mujer.
Un trozo de pan en la mesa relumbra
de alegría, una mesa de palo sin mantel;
una mesa cualquiera, pero pulcra.
Un pedazo de pan sin la repostería francesa
o ecuatoriana. Un trozo de pan ordinario,
pero con amor.
Una mesa.
Un pedazo de pan.
Una felicidad diaria.
Pero existen mesas cojas
y panes agrios, donde la alegría no se sienta
a la mesa.
Mesas patojas,
adornadas con sedas y flores, en las que
poderosos dejan caer manos y carpetas
siniestras. Mesas de negociaciones. Mesas en las
que se trazan los designios del mundo. Mesas del cementerio
y del quirófano.
Mesas como espejo del hombre donde la alegría
dura poco, igual al banquete que uno coloca
sobre la mesa para el disfrute con los amigos.
Mesas sencillas y luminosas, llanas y lisas
como rostros recién lavados.
Mesas azules y negras.
Mesas rojas.
Mesas frías.
Redondas y cuadradas como los sueños.
Mesas blandas.
Mesas imposibles y llenas de gloria.
Dulces y olorosas mesas de amor.
Mesas y más mesas que hombre y mujer van colocando
en cualquier sitio como su fiel autorretrato.
Ha venido mi amigo Favio
a ver la construcción
de la casa,
hace muchos gestos
de exclamación y
preguntas.
Yo, trato de
explicarle cada cosa.
Luego, me abraza
felicitándome y
se despide.
Va pensando que es
una casa
muy ostentosa para
un simple poeta, una
casa muy simple para
un poeta ostentoso.
Esto de despertarse
y saber que hay un mañana
y mañana al despertar
saber que hay un mañana y mañana un mañana y
pero vos sabes que si despiertas
un lunes
la mañana siguiente será martes
y el lunes es lunes
y el martes martes,
vos sabes que el lunes se trabaja
el martes se trabaja
y los miércoles
y los jueves
y los viernes,
pero esto no quiere decir
que todos los días son iguales
porque el lunes es lunes
y el martes martes,
aunque los siete días
podrían ser domingo
y el lunes lunes,
pero vos sabes
lo que importa es saber que hay un mañana.
En el rincón más azul de la casa,
libros escritos con el fuego o el viento,
arrumados aguardan mi mano
para sacudirme el polvo de los días
Las palabras traicionan al
menor movimiento de los labios,
es mejor guardarlas en el
corazón y en la cabeza,
aunque allí puedan tramar
las cosas más disímiles
que un hombre alcanza a pensar.
Sé que debo permanecer con la boca cerrada
para que no salgan como puñales
hiriendo de muerte a la persona que amo.
Cómo ordenar letra por letra para que de cada
palabra aflore la luz que encierra.
Sueño y hago cálculos,
imagino un día,
echo números.
Son muchos años
tejiendo y destejiendo
la misma idea.
Un golpe de suerte
ayudaría al escaso salario.
Sin embargo, sé
que la mayoría de los
ecuatorianos
para vivir cavan
un hueco en la tierra.
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