I
una escena de nieve, el blanco,
donde no se ve nada, la iluminación
plena, un blanco.
el espacio se prolonga en puntos suspensivos:
un vacío, una angustia acá.
el toque ligero de la elipsis
que deja los amores en la noche,
un paréntesis.
todo blanco: una crema, una espuma,
un no saber: es así.
el sujeto se olvida, el olvido extiende
el lugar de los blancos, un silencio.
es el mismo silencio:
un zumbido interestelar, una cara:
es inquietante. luz atraviesa los cuerpos
y los derrota, uno por uno.
una escena celestial: imaginemos
una bandada de ángeles, ángeles de la mañana
que no hablan.
es inquietante: no hay detalles
o impulsos de cambio.
el adorno de la torta, cuidadoso, procura
inútilmente darle sentido. el blanco
no está escrito, no es la página.
como un ciclista que avanza con la cabeza gacha,
una coma: como Fray Luis
de León, de noche, una suave
aliteración en el blanco.
la continuidad de la idea,
la imaginación del blanco es como la vibración
de una segunda idea que está en el silencio.
la intimidad no reconoce metáforas.
el decorado de la habitación de Mónica Vitti,
la pintura blanca de casas árabes en hilera,
quietas. hacemos una lectura en soledad,
levantamos la vista de la hoja
para una síntesis velocísima del paisaje
que se siente en la palma de la mano,
un desvío. la temperatura ambiente
pasa por encima de lo que leímos; entonces
la persecución de lo formal salpicada de blanco
destaca unas palabras como brindis
por el olvido de las circunstancias.
en el margen o la hoja entera en blanco,
antes o después de la lectura, un velo
cubre las líneas agitadas, borrosas
de nuestra historia:
ese momento en que no se respira,
o apenas, el blanco es la pura mirada
que se distiende, suspensión
del sufrimiento cotidiano,
como si nos preparáramos en la quietud del lago rural
para el salto del monstruo,
esperamos el blanco
contra el negro de la noche. es una vía
de conocimiento, algo que sentimos
como una pausa
o estiramiento de gomina en cabellera canosa;
el efecto de una línea blanca en el pavimento
cuando vemos que la pintan.
no hay palabras ante la línea punteada
sino una imagen de patinaje:
el poeta cambia su torre de marfil
por una superficie de hielo.
el pensamiento coincide con el blanco.
II
una serie de habitaciones iluminadas,
espaciosas: un blanco día,
un deslumbramiento
dulcifica la vanidad de lo continuo
como si creyéramos, más allá
del aire que separa uno de otro y todos
de uno, en la plenitud del viaje en bote
por el océano de noche: no es así,
estamos de golpe frente al blanco,
una tristeza sublime de días
es el pasaje vespertino por el minuto
textual: una línea marca
la entrada de ese blanco espectacular
o catálisis de pausas en el sueño
elástico, como hacia atrás:
el verbo cobra la vitalidad repentina
o una repentina vitalidad,
como si raspara en la idea,
ese que se llama la idea
o golpe del blanco en la conciencia del escritor:
en la distancia se ve como una isla,
ese raspado:
el esplendor, el brillo negador de la isla
aletea,
nos prepara para el entendimiento de pasos
sobre la alfombra,
un efecto de discurso: rápidamente
el escritor se convierte en un encantado:
es una respiración en pequeñas pausas,
jugadores sentados en el pasto.
cambiemos los blancos de lugar.
una planicie pálida, relativa
en el horizonte: si miramos el aire
o las nubes, la escritura
es una infame turba de nocturnas aves
suspendidas en el silencio que va entrando,
la figuración de un pasmo continuo,
vista clavada en un rincón de la selva:
es el fondo, el blanco profundo
que absorbe los accidentes del relato,
un instante de placer en la literalidad que no es
III
el futuro.
el futuro está aquí.
el futuro nos gobierna.
el futuro nos dice algo indeterminado.
el futuro está también allá, a lo lejos.
el futuro tiene un aura particular.
el futuro pasa por la palabra futuro.
el futuro se oscurece a medida que avanza.
el futuro hace silencio para que pensemos en él.
el futuro parece compuesto de partículas invisibles.
el futuro se presenta así:
el futuro habla con una voz cósmica, muy delicada.
el futuro es una zona extraña, imaginaria, porosa.
el futuro, cuando pensamos en él, nos saca el aire.
el futuro es un tiempo en que las ilusiones, los deseos, son idiomas.
el futuro, a veces, entra en la filosofía.
el futuro quiere decir algo en forma de símbolo,
el futuro.
el futuro tiene un aire cinematográfico, de paisaje desolador al
atardecer.
el futuro tiene otro aire cinematográfico, de noche vista desde una
nave.
el futuro es una sola frase, una sola imagen, vistas desde aquí.
el futuro es una dispersión de palabras, pocas, en la página.
el futuro está animado por un zumbido.
el futuro no es exactamente eso o bien
el futuro deja de ser futuro cuando se dramatiza, es decir, si no pensamos en
el futuro como un armónico del presente o una serie borrosa en que
el futuro está conectado con escenas falsa, de amor o luminosas, donde
el futuro se aclararía como una profundización del pasado ignorada por
el futuro, sino en el futuro como un campo magnético que atrae las
miradas sobre
el futuro, que se mantiene aparte, un viento en la altura:
el futuro no se deja relatar, por eso mismo
el futuro piensa por nosotros desde la penumbra más absoluta.
una mirada simple al futuro inmediato
se parece al caos en que se dice que el mundo
nos arroja y que a menudo produce listas
indiferentes de cosas con nombre, una cantidad casi
infinita de cosas en forma de imágenes o de rostros
que vienen no se sabe de dónde, como si estuvieran animadas
de golpe, pero no más de un rato: el punto
es ése, la posibilidad de tocar el mundo interior
para llegar al objeto mínimo de los desvelos del día,
el índice levantado para decir que estamos aquí, en esta vida
traducida por una cancioncita, un verso, una palabra
que dice eso que pasa volando por delante de la mirada simple
aun cuando el futuro inmediato nos desee mucha suerte.
la mirada simple saca las cosas de la mesa
y piensa: es así que el polvo suspende a una cierta altura.
es así que la poesía tiene la virtud de desaparecer
y dejar un mínimo olor en el aire, que sería algo así
como la preparación del cuerpo para el futuro inmediato.
un poco de calma, nada más.
mirar el cielo una noche de verano
--un acto casual, uno de esas
otras cosas que se hacen como veloz abandono
a lo que está ahí, entre dos guiones,--
lleva el pensamiento a la altura
de la puntuación espectacular de la noche:
el sonido, entonces, es un acto
en suspenso que se disemina
de una sola vez, cuando se oyen
las posibilidades de lo negro
iluminando desde adentro de un infinito visible
que se disemina en el pensamiento, único,
del observador entusiasmado por el deseo
de estar imaginando música: eso es
arte, a lo grande; de aquí
a la profundidad de la superficie negra.
IV
la palabra paulatinamente.
una inscripción en el cielo se le va,
así como la luz entra por la ventana así
rayada, cegada, sin los tormentos
que a lo largo del día se acumulan:
paulatina: si ni los vimos, las rimas de amor
se anticipan a pequeñas ideas
por un movimiento de la mano,
es la poesía de la penetración del pullover en el rojo
con una noche selecta, exquisita. si,
paulatina, grada calcárea en la comprensión de lo bello,
la manera de decir se detiene
en una cortada, un cuadro, el avance de las nubes,
bíblico; es un paralelismo que divide
la ventana en dos: el perfil, afinado como una prosa
que se agita en la inmensidad de los mares
y dice que continuará,
paulatinamente,
como si llegáramos a la belleza
en un breve espacio dramático
sólo de a poco,
lo que se ve de la palabra paulatinamente
por debajo de la tachadura o el blanco.
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