RIVERA
" Pardejón significa el macho toruno que suele encon-
trarse en las crías de mulas. tan malo y perverso que
muerde y corta el lazo, se viene sobre éste y atropella
a mordiscos y patadas: que jamás se domestica. y cuyo
cuero no sirve, porque los padrillos de las crías lo muer-
den a menudo. que no tiene grasa y cuya carne tampoco
sirve, porque es tan pestífera que ni los indios la co-
men. ..; y los paisanos llaman pardejón a un hombre per-
verso "
| Saldías, Historia de la Confederación Argentina
En las carpetas donde el té se vuelca, en esos bacarats
Vencías pardejón? O dabas coces en los establos de la República
—reducida a unas pocas calles céntricas - ¿qué más?
coces a los manteles? aquéllos que las chicas uruguayas se empecina-
ban en bordar?
O era la tarde del gobierno con lentos trotes por la plaza
con el cerro copado por los bárbaros pasos de aya en la oscuridad
Héroe del Yaguarón una historia que cante a los vencidos
ellos se arrastran por las ligustrinas ocupadas acaso hay un linde
para esta feroz profanación?
Por qué Oribe no tomó Montevideo antes de que este amor fuera
imposible?
Mi muy querida esposa Bernardina:
he perdido parte de la montura al atravesar el Yaguarón crecido
te ruego envíes el chiripá amarillo y unas rastras;
acá no tenemos ni para cachila, así que si tienes unos patacones
me los mandas
En qué cogollos encopetados andarás? mi ama, mi vecina
Te entregarías a él, mi Bernardina? O a los muchachos de la
Comisión Argentina, que miran con azoro cuando te beso?
Sé que se urden a costa de mí infames patrañas dales crédito
algunas de ellas son exactas
Hemos tenido con los unitarios relaciones muy íntimas
Y si no los conociera tan de cerca, qué me uniría a ellos a mí,
un gaucho bruto
si fuera manso y no me diera corcovos en los rodeos
Estamos sitiados, Bernadotte Adónde iremos
después de esta película tan triste
India Muerta
noticiándose del malhadado suceso del 27
volví a sufrir otro revés que nos obligó a pasar el Yaguarón
un poco apurados
yo perdí parte de la montura pero salvé bien desde aquel día
estamos bajo la protección de las autoridades imperiales
que nos protegen y nos respetan en todo aquello que puede ser
para mantener la esperanza de salvar la república
mirar con indiferencia las desgracias del país
un enemigo fuerte y poderoso que tenemos al frente
no me horroriza ni me infunde terror
árbitro de la fortuna de este honrado
pueblo compuesto de patriotas cuyo patriotismo los ha hecho callar
un atrevimiento sin límites
En la frontera de Santa Teresa nada hay nuevo: los enemigos
continúan ocupándola
mi idolatrada Bernardina
en brazos de un poder americano
"…inconmensurable, abierto y misterioso a sus pies…"
Echeverría |
Por qué tan imprudente desafiaba el encono
del potro, de las lanzas, del rebenque: en el lazo
en el voleo de la lonja
en el deseo de caer rendido entre los rudos brazos de Esmeralda
barazo, embarazoso
Este deseo no es una trampa que? se tiende acaso? que?: Por nada,
es una trampa que se arma, como
el que montó a caballo y ordenó a un oficial que lo siguiera,
sí, pero a la distancia: y rumbeó al sur
el que le dijo a un oficial: Me sigues, chico? (en los rodeos,
se calentaba el mate)
cuyas partidas lo cercaban
y envuelto por un grupo de soldados de Rozas
alzando el anca, dijo Díganle al que los manda
que se aproxime sin temor, pues estoy solo
que se echa, acaso, en la catrera? la desolada, la Lavalle?
uno? dos? el primero? que se echa pierde? el que chorrea? antes
era distinto: echaré un sueño
mientras espero al general
(estoy bastante fatigado
y tengo el sueño ligero)
El que llegaba del retén no pudo reprimir un ligero
- estopín espingarda - sobresalto
como tigresa encadenada echóse
sobre ti, que yacías
en el ;ligero sueño: encadenada como
la que dormida sueña un general tendido en ese lecho
que, armado. se abalanza
- estopín, espingarda - en la cureña
(rasgada la casaca, afloraban las plumas doradas del chajá, jabonesas)
en esa embarcación, seguido apenas por un oficial (a la distancia)
que miró por la hendija ese despatarrarse de los héroes
- misterioso, a sus pies.. .
-
Siempre hay un otro, que después escribe:
"Nunca pensé que esa alba lúgubre sería la última, enne-
grecida por un pardo que me asaltó tras tu partida; sería la
mítica, ahora que los azares de la lucha han dado por el
traste con aquel, nuestro breve pero eficaz encaje: castas
como glorietas, penetradas por la respiración de los vigías
(que se hacían la paja - la poética - tras la débil telilla de
la carpa; que mordían ellosos nuestras cinturas. palpando
los puntos flojos, los pozos ciegos de la desea: desea de
ella, de la Diosa) - acabó lo que daba: las Renatas y Cur-
zias cabecearnos en las esplendideces de esa guerra, que a
nuestra vera opácanos: necias las dos, que no habría otra"
CORTO PERO LIGERO
(Y no habría de ser: esa chupada, ese lambeteo: cebado el mate
junto al fogón de los arrieros, que arden de...
ese descanso de la tropa alzada, en grupas: no
habría de bajarme el chiripá, descendiendo a este
encuentro. Ahora susurra el viento en la ventana
que da al aljibe: hurras blande
no desacordonarme la manea
donde tremolo temblorosa?)
Una historia de sables, de pistolas
De trincheras con flores de sapo y de zarza parrilla
Como hecha a dedo, a pecho
Echada en el camino de Tarija
Por un gendarme ríspido, montés
Trasiego, belicosa?
Belfo y flande
Congoja
Si tuviera que ver este lenguaje
con el terror de esos paisanos
que al ver al General piensan en Hoffman
Si su respiración no moviera las borlas de la cama de Rosas,
de Esmeralda
Y él no se lo encontrase, al regreso de un vado, en la catrera:
en el encame jabonoso, como un lagarto entre los lienzos
aparece con labios de obsidiana y perfume de ajenjo: huele a chipre
(Si no me hubieras dicho qué paso
en esa noche de Cañuelas, la última
- un bolero: si bien -
aún te querría?)
Un general moviendo espadas en la sombra
Cacha y espuela, blonda y nácar
Coro de férulas:
Un general que agita los pendorchos
y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales
es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre.
hombre de más para mujer: un general,
un artesano de la muerte '
Chupa, lame esta hinchazón del español
MOREIRA
"Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endu-
recido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad que se habían profe-
sado desde pequeños."
|
Gutiérrez
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
Ventruda campanilla!
Restallaba!
Si no
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
tronchos
- era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
El amigo Francisco
El amigo Giménez
El amigo Julián
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
superficial, en balde
-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,
a pocas millas de la tumba
"a vos te dejo - dijo - el pañuelo celeste con que me até las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:
y se los come la luz mala
"y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come
"y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo"
LA DELFINA
La Delfina, fumaba
y la puntilla
de la enagua marrón de la Delfína que, ronca, levitaba
y el supremo encendido que miraba, los ojos encendidos, que miraban,
los ojos sin colirio por entre los barrotes de la jaula de la cabeza
de la jaula de López que la corta: corta, cercena y corta: la cabeza
que roma imaginaba desde la pajarera un pañuelo de cuello color lila
como aquellas enaguas que al alzarse, entre la polvareda, blanca, blanca,
fueron su perdición
el pañuelo de cuello - era celeste - con que Delfina retorcía
la manivela del paisaje - y aparecían gauchos con carretas tiradas por
alambres - una escena del West americano: ella se levantaba lentamente
la enagua colorada en la tranquera y dejaba escapar un tufo de mejillas
puestas a macerar durante noches
y noches: noches romas: donde ella cabalgaba los caballos gigantes
atada de los pelos, de las crines, parecía flotar en ese despacioso
espacio
en esas noches borlas suprema de los ríos en que el Feroz soñaba con
la daga - a solas con la daga - y los púazos:
y las esquirlas del florero vuelan, al desgaire, al garete:
al alzamiento
Fumaba en medio de esos abordajes, de esas patas de palo
y muñones celestes apenas protegidos por una gasa leve y diminuta
Fumaba cuando ella se dejaba caer desde lo alto
de un caballo mancado y misterioso
'' la postrera visión de los gauchos adictos
que huyen a toda furia llevando con ellos a la mujer
a la que amó locamente "
(Molina)
EL CIRCO
soledad del lamé: de lo que brilla
no llora lo que ríe sino apenas la máscara que ríe lo llorado
llorado en lo reído:
lo que atado al corcel, lo que prendido
al garfio
de la soga:
la écuyère: domadora
la que penachos unce por el pelo
prendida a lo que mece: a lo que engarza:
ganchos
alambres
jaulas
animales dorados
a los aros
atados a los haros
halos
aros:
la mujer más obesa, la barbuda:
la de más fuerte toca:
la enganchada
en el aire
en el delirio:
en la burbuja del delirio:
el mago
en sus dos partes:
la que cortada en dos desaparece
. y la que festoneada por facones
sangra de corazón: la que cimbréase sin red, la que
desaparece
PARA CAMILA O'GORMAN
Con su sencillo traje de muselina blanca tijereteada por las balas,
rea
La caperuza que se desliza sobre el hombro desnudo (bajo el pelo
empapado de cerezas)
Como una anilla de lombriz de tierra que huye
Así ella se levanta
El ruedo del sencillo vaporoso de muselina blanca, sin breteles
Los jirones del fux de vaporosa, sencilla (pero blanca)
Como nieve de rata de la noche detrás de los altares
Así huidiza
Como rata que jala del incienso nieve que se disipa
Que tras roer la anilla de vaselina blanca se disipa
En d aire, como una fantasía
De lombriz cuya anilla roen las nevadas ratas de los altares
La infantería col orada partió en persecución de las infantas
Blanca
Como un terror de rata que cernida por las anillas de una lombriz
de tierra, gualda
Jala la nieve de las guaridas de la noche que se disuelve como un humo
Blanco
Que desbordada
Por los jirones de ese vestido pegajoso. por las burbujas de
ese encaje
Se trepa a las anillas de una lombriz de tierra que presurosa roe
los terrones
Que se deja engarzar por esa baba
AMELIA
Y la que vio caer al novio con el frenillo ensangrentado, el glande:
quisiera que reapareciera: el glande, ese frenillo de color marrón,
como de chocolate, que tascara: el estribo - de aquellas tempesta-
des - y por ello, se disfraza de madre - y sale a los balcones - en el
balcón terraza, junto al porch - con un solero antiguo, y un bretel,
estirado en la mata; y los increpa: que reaparezca o vuelva, que retor-
ne - siempre esas confusiones - de la vuelta - en la huerta, el horte-
lano cava las fosas, y la azada, puntea: en la marmórea hialinidad del
témpano: esa concupiscencia, esa complicidad glacial, artística: el
cuello, el fino cuello. ante sus zarpas. se fue, por los jardines. y le
pides que vuelva - por lo menos que manden su cadáver, envuelto
en un jubón de percalina (arpillera o brocato) / o sea que venga muer-
to caminando y se pare ante ti y te diga: chupala - con la banalidad
que da la militancia - militancia de bánalos y ojillos, de floretes y
coxas: transplatina, azuzabas la inhiesta - era la hirsuta suegra que
desde unas coronas - o unas calas - movía la manivela del tatuaje:
alambres y rituales. y poetisas lloronas en el vano. la puerta, al entre-
abrirse, por un golpe de viento, por un flato, dejaba ver la bota, el
chiripá: en esos bailes - pilla - de salón, trotas y marchas. tolerada.
por una tolerancia del lenguaje. o sea, que esté de nuevo ahí, en ese
sillón, de florcitas inglesas, y alistada, en la mamosa tropa, lo asilaras:
en esas embajadas de la caña - y el templo del oviedo. En medio de
ese ritmo de pavanas - paraván - pavoneas. en el cruce del clásico.
que vuelva, que sea él mismo y no otro. que no trolo - y dado por el
cable, que se enganchaba por atrás, el nombre - ni brisco. sino que
lo devuelvan enterito, con su ferocidad de caracol babeante y fijo.
fijeza de la horqueta. jugaban al ahorcado en las mesas - colombia-
nas , de una bar: y de repente - penis! - le piden que -se- identifique:
y él dice: soy eslava, llamen al cónsul húngaro. pero éstos eran búlga-
ros, no albanos. y así se lo llevaron - prendido a unas caronas - y a
lo sumo que me den las maneas que han hecho con su barba - de
unitario. eso, por cajetilla. y aquesto, por judío. banal, banal la pinta
de su glande. no era otra la excusa de ese pólder donde te embalsabas
como una vieja austríaca. de vueltas al florero, a la metralla. recuerda,
enjuta, sus filosas nalgas: ahí le clavetearon - eso es lo que se tapia.
y pululas, hecha una madre ebria, en esas listas, de presos y de muer-
tos. escapada.
MUSICA DE CAMARA
Como esa baba que lamosamente fascínase en la raya: de ese campo:
de un lado: los poliedros ubuescos:
del otro: las liendres polacas:
en ese lado: al lado: esa ladera helada: donde se desparrama:
la babosa:
lamiendo el mismo deshabillé marrón que tantos años lleva
colgado en el ropero entre las perchas de los trajes que
tuvieron alcanfor: y que tuvieron, en las mangas, pistolas:
o de cuero de Rusia o de chinchilla:
el traje de la boda:
deshabillé marrón que al darse vuelta como mano de pulpo
- una pulpa lorquiana - deja ver la presteza de un anillo:
mostaza amanerada: o la amarilla marca de un enano que vomita
y se enanca: en esas correrías - con el deshabillé marrón - y
desabotonado en los pasillos de hoteles calcinados por un
viento nudoso - y desabotonandose ahí mismo en el palier: se la palpa,
nudosa
como esa baba que lamosamente: ante esa mano: ráyase y fascínase:
en la demarcación de esos terrenos aúreos: alamedas, ligustrinas
holladas por el paso de un topo, de una veloz gacela: de unos tropos;
esas ropas tiradas al costado del campo
- cuando los desnudaban
y les decían que era para tomar un baño -
dime Delia,
tú crees en esas músicas que tan mortuorias suenan cuando antes
de las ejecuciones batuteamos: y crees acaso en ellas? y crees?
dime sí crees
Dime ya, Delia:
creo en esas músicas que como liendres se agazapan
tras las axilas de los pobres que condenados a los gases se desnudaban
en las cámaras y aspiraban el fino - o el bravío - hedor del mediodía:
creo, decime, en esas melopeas de músicos de cámaras que toman la
batuta y suenan los violines violentos y los vientos ventrales cuando
ellos se retuercen, desnudos, en el gas: dime más: dime, creo en las
batutas que los ejecutores blanden en ese aire con leve olor a gas que
escapa de las cámaras de música en que el público, desnudo y demu-
dado, yace: dime, acaso lo crees? dime sí: que creo en esos públicos
desnudos que yacen demudados cuando por sus orejas penetran los
brumosos sonajeros, los dulces violoncelos de la cuna, del gas: dímelo
ya
LAS TIAS
y esa mitología de tías solteronas que intercambian los peines gra-
sientos del sobrino en la guerra en la frontera tías que peinan tías
que sin objeto ni destino babas como lamé laxas se oxidan y así
"flotan" flotan así, como esos peines que las tías de los muchachos
en las guerras limpian desengrasan, depilan sin objeto en los escapu-
Iarios ese pubis enrollado de un niño que murió en la frontera, con
el quepis torcido; y en las fotos las muecas de los niños en el pozo
de la frontera entre las balas de la guerra y la mustia mirada de las tías
en los peines engrasados y tiesos así las babas que las tías
desovan sobre el peine del muchacho que parte hacia la guerra y
retoca su jopo y ellas piensan que ese peine engrasado por los pelos
del pubis de ese muchacho muerto por las balas de un amor fronte-
rizo guarda incluso los pelos de las manos del muchacho que muerto
en la frontera de esa guerra amorosa se tocaba ese jopo; y que los
pelos, sucios, de ese muchacho, como un pubis caracoleante en los
escapularios, recogidos del baño por la rauda partera, cogidos del
bidet, en el momento en que ellos, solitarios, que recuerdan sus tías
que murieron en los campos cruzados de la guerra, se retocan los
jopos; y las tías que mueren con el peine del muchacho que fue
muerto en las garras del vicio fronterizo entre los dientes muerden
degustan desdentadas la gomina de los pelos del peine de los chicos
que parten a la muerte en la frontera, el vello despeinado
EN EL REFORMATORIO
O era ella que al entrar a ese reformatorio por la puerta de atrás veía
una celadora desmayada: calesas de esa ventiluz: Inés, en los cojines
de esa aterciopelada pesadumbre, picábase: hoy un borbón, mañana
un parma. La hallaban así, yerta: borboteaba. Los chicos se vigilaban
tiesos en su torno-y unos se acariciaban las pelotas debajo del bolsi-
llo aunque estaba prohibido embolsar los nudillos, por el temor al
limo, pero se suponía que la muerte, o sea esa languidez de celadora
a lo cuan larga era en el pasillo, les daba pie para ello; y asimismo,
esta mujer, al caer, había olvidado recoger su ruedo, que quedaba
flotando - como el pliegue de una bandera acampanada-a la altura
del muslo; era a esa altura que los muchachos atisbaban, nudosos, los
visillos; y ella, al entrar, vio eso, que yacía entre un montón de niños
- y el más pillo, como quien disimula, rasuraba el pescuezo de la
inane con una bola de billar; y un brillo, un laminoso brillo se abría
paso entre esa multitud de niños yertos, en un reformatorio, donde
la celadora repartía, con un palillo de mondar, los éritros: o sea las
alitas de esas larvas que habían sido sorprendidas cuando, al entrar
en la jaula, se miraban, deseosas, los bolsillos; o era una letanía la que
ella musitaba, tardía, cuando al entrar al circo vio caer ante sí a esos
dos, o tres, niños, enlazados: uno tenía los ojos en blanco y le habían
rebanado las nalgas con un hojita de afeitar; el otro, la miraba callado.
ETHEL
Como en ese zaguán de azulejos leonados
donde ella se ata el pelo con un paño a lunares - y sobresale un pinche
como un punto: en el bretel donde el mendigo gira
las huellas de los hombros embarrados en la gasa desnuda:
eran plateados esos velos, plúmbeos: ella que recogía, al pie de la
escalera, los volados
tropezaba en la huella que embarrada por la sed de un mendigo
huía en espiral: esas farmacias
donde ella se soltaba blandamente una liga y el pinchador pulía la
nalga, con un algodoncito: ese capullo
huele a cerveza, como un bar: ella se arremangaba toscamente y veía
la huella, en el estaño - como un peso de plata :
en medio de un poema sentimental, con bultos en los trenes
y una cesta (de paja) con una vieja trusa
renga como el linyera que posaba sus dientes en la manija
y Etheles que baldeaban, casi a ciegas, su cuerpo: vago echado
en las lajas,
coraje y lavandina:
trapos con que una Ethel arma un hatillo, y prende sus orejas, como
aros o fotos de un hipódromo: en círculos, alrededor
del lago artificial
donde se ahoga un lagarto, en torbellinos
oye con la cabeza pesarosa el tintín de la plata en ese vaso
donde ese pordiosero lía las gomas de alambre de sus babas
DAISY
el titilar de esas monedas en los boleros de estrellita
: en los tajos del corte, las hamacas, y majas que halan, entre tules
"batón" y un follaje de sombras: junto a ese velador,
que apagas,
y dejas caer la cadena de plata en una palangana: la lavandina de esas
velas con que sobas el tajo:
no hay un corte? en esos
botoncitos) nacarados, no hay una navaja que se lima,
y mondada
se lame? o ese corte, no es el de la ''heridilla" (humo de follo)?:
si al follaje ebrio lames, no es ese rouge que dejas pringar
en el pescuezo, como una boa nacarada? no es eso que
drapea lo que a la
almendra dado, tasca en el cuello del que baja, volcando el velador?
no es el
volado el que rasguña su lengua de insignificantes llagas (llamadas
''heridillas" en la foto): la escena del que mama, el cuarto
de esa escena sobre un neón de nomeolvides, y la ebriedad
de la
que baja, y el descangallamiento de esos tacos en las escaleritas
de azulejos, y ese soutien que tironea
hosco el lamé?
hala de ese bretel el hombro erguido el barro de ese hombro?
MICHE
El travesti, drapeado entre fantoches de irisable mondura:
monda, monda: ronda, cercena y raspa: la mondura
montada en cardenales, en fetiches: pescuezo de lamé, cuello de gata:
botella atravesada: el irisado almácigo: hortelano:
curva, cencerro y paja:
la travesti
echada en la ballesta, en los cojines
crispa el puño aureolado de becerros: en ese
vencimiento, o esa doblegación:
de lo crispado:
muelle, acrisolando en miasmas mañaneras la vehemencia del potro:
acrisolando:
la carroña del parque, los buracos de luz, lulú,
luzbel: el crispo: la crispación del pinto:
como esa mano homónima se cierne
sobre el florero que florece, o flora: sobre lo que
florea:
el miché, candoroso, arrebolado
de azahar, de azaleas, monta, como mondando, la
prístina ondulación del agua:
crueldad del firmamento
, del fermento:
atareado en molduras microscópicas, filamentosos mambos:
tensas curvas
Pero es acaso la curvación lo que crispa?: lo curvado?
el marqués de Courvel, en la corbeta, atándose el jabot
a una teta de almíbar:
palillo y siliconas
Pero no, no es así? la curvatura, el glaceado pecíolo
el irisado almíbar de la teta que rancia se desploma
sobre el hombro del marqués que marcado
en esa teta rancio se desploma, cual sobre un pastillero
es el marqués, la blanca jeta (recta) del marqués, la pulseada:
esos cueros peludos que tan prolijamente depilados dejan ver la cabeza
nudosa de un enano, de un enano grasiento y lujurioso:
prolijas, tersas grasas
-o grasosas
superficies de un crol, de una piscina en ella,
se zambulle el miché, zampándose la almeja
en esa cosa
que pudorosa acecha en esa rosa de un
pecíolo lila en esa tersa costra del pescuezo
gillette y afeitadora en esa barba
que desprendida cae como babeando: y raya
Mme S.
Ataviada de pencas, de gladíolos: cómo fustigas, madre, esas escenas
de oseznos acaramelados, esas mieles amargas como blandes
el plumero de espuma: y las arañas: cómo
espantas con tu ácido bretel el fijo bruto: fija, remacha y muele:
muletillas de madre parapléxica: pelvis acochambrado, bombachones
de esmirna: es esa madre la que en el espejo se insinúa ofreciendo
las galas de una noche de esmirna y bacarat: fija y demarca: muda
la madre que se ofrece mudándose en amante al plumereo, despiole
y despilfarro: ese desplume
de la madre que corre las gasas de los vasos de whisky en la mesa
ratona: madre y corre: cercena y garabato: y gorgotea:
pende del
cuello de la madre una ajorca de sangre, sangre púbica, de plomos
y pillastres: sangre pesada por esas facturas y esas cremas que
comimos de más en la mesita de luz en la penumbra de nuestras
muelles bodas: ese borlazgo: si tomabas mis bolas como frutas de un
elixir enhiesto y denodado: pendorchos de un glacé que te endulzaba:
pero era demasiado matarte, dulcemente: haciéndome comer de esos
pelillos tiesos que tiernos se agazapan en el enroque altivo de mis
muslos, y que se encaracolan cuando lames con tu boca de madre las
cavernas del orto, del ocaso: las cuevas;
y yo, te penetraba?
pude acaso paranne como un macho ebrio de goznes, de tequilas
mustio,
informe, almibararme, penetrar tus blonduras de madre que se ofrece,
como un altar, al hijo - menor y amanerado? adoptar tus alambres de
abanico, tus joyas que al descuido dejabas tintinear sobre la mesa.
entre los vasos de ginebra, indecorosamente pringados de ese rouge
arcaico de tus labias?
cual lobezno lascivo, pude, alzarme,
tras tus enaguas, y lamer tus senos, como tú me lamías los pezones
y dejabas babeante en las tetillas - que parecían titilar -
el ronroneo
de tu saliva rumorosa? el bretel de tus dientes?
pude madre?
como un galán en ruinas que sorprende a su novia entre
las toscas braguetas de los estibadores, en los muelles, cuando
laxa desova, en los botones, la perfidia a él guardada? ese lugar
secreto y púbico? cómo entonces tomé esa agarradera, esos tapires
incrustados con mangos de magnolia, aterciopeladamente sospechosos
y sosteniendo con mi mismo miembro la espuma escancorosa de tu
sexo,
descargar en tu testa? Sonreías borlada entre las gotas de semen de
los estibadores que en el muelle te tomaban de atrás y muellemente:
te agarre: qué creías?
VAPORES
lo que en esa goteja raspadura
de barba humedecida el azulejo, o azul-
ejo de barba amanecida, lo
rocíado de esa puntillez, el punto de
esa toca, en el rocío
de esa puntilla que se raspa, o gota
que lamina: porque la mano que ávida raspa, como una barba, el ejo
azul de esas axilas, o esos muslos-se divisan los muslos en
la bruma
de humo, en el vapor de esa
corrida: toca rozada, rosa
el lamé, el "por un quítame de allá esas pajas", o manotazo
de mojado, papas
de loma en la fundidad, o el resbalón
de esas acaloradas mangas, como fleca
de sudo: o esa transpiración de la que toca, tocada, ese tocado
ese tocado de manuelitas y ese jabón de las vencidas, sofocadas esa
respiración entrecortada, como de ninfas
venéreas, en el lago de un cuadro, cuadriculan; cuadran, culan
en el kuleo de ese periplo: porque en esas salas, acalambradas
de lagartos que azules ejos ciñen, o arrastran, babeándose
por los corredores de cortina, atrapalhada como una toalla que se
desliza, o se deja caer, en los tablones,
de madera, mad, que toca, madra, toca lo madrastral de ese tocado,
casi gris; pero que en su puntilla, a-
caso deja ver algo? se trasluce esa herida de manteca que el gollo,
o ese fólego, fuellante, en una oreja que no se ve
o no se sabe de qué cara es, en ese surco
que no se ve, esa arruga
de la transpiración: azoteas de lama,
donde el deseo en, suave irrisión, se hace salpicadura…
DEGRADEE
recorres en espejo galerías con espejos de mano
galerías, vítreas, de vidrio y lama, ve
un ''viril" virtuosismo, una vidriosidad de escapulados,
o "pulados": pues,
porque si en ese abismo, o callecita-baja - el pescuezo
de la niña -,
porque si ese pezcuello, doblegado
bajo ese resplandor, nade, espejo que nace, jade y vi-
drio? jala, y en ese recorrer, del resplandor
lamé, burilo; corta el ruedo, da
una "terminación". y si se usa
el deambular brilioso, señas de lona verde
-para un ahorcado verde-, verme, por qué no?
si ese desliz, ese arrastrar se
amplía?
y en el ruedo, de ese pez-cola, aparece un detalle
en "purpurina"? sobretatuado en el escote, draga
el seno; de ésa que hiere: vidrio cortado, tajo
luminoso e infecto, cuyos esparadrapos, en el
alcohol de esas miradas que chorrean, en la
frialdad de ese glacé, o nomás el incienso de ese humo
cala
la carne del pescuezo, marca los ''caminillos" de esa
horca, como si esa cabeza, de rodar, por enaguas
almidonadas, tiesas, jale lo ase. rima su
aspereza de pieles vivas, con esa estola de "marrón"
con que ella
se cubría los hombros? - disimulando esa pilosidad. y lo
batracio, de ese desfallecer, no lleva
a las patitas de yacaré, estagnadas, o colocadas en una
cierta inercia?...
pero que lo que araña
si. cala y no calla. no necesariamente, ya que al borde
de aquellas piletitas de sarmiento, hay una madre que
se ahoga, y otra que se desnuda, en el palier, delante
de unos oficiales
está esa madre y esa ausencia. el cuadro, enmarcado en
cristal, da el resplandor
de esas arañas paralíticas.
Esa, y acaso la otra.
porque ella, al rodar, por esos pasillitos, azogados, no
padecía el ahogo de esas ligas, y la sofocación de esos
panderos, el
pesar de esos brincos, o pendientes, o anillos, ya
excesivos?
y lo que se recarga, en esa cuenta, no
es la vuelta de más, el disparate
de enjoyados breteles, o el enojo
de un cirio que pendea? deja
caer acaso el celo? de
qué cielo nos habla?
o paniamores, o
chafalonerías de coral, o
strasses como estros...
(grades)
y por las gradas esa estola que
radas rodas, rueda, greda
en el degrau - degrádase, desagradable boa, la de esa
moquerie, y cuyos flejos, gelatinosos, lame. losa
la de esa escala. pues en sus ascensiones, o descensos, o
líneas, de laberinto, boas de fleco y
''filipetas,,, botas
lo que se pisa: paño
de ''pranto" y ''maquerie": machette ruinosa, lo que enella
rolaba, o el rolar de
esos vahos, mohosos, musga el rielar
de ese desliz: pétalo caviloso que, pecado
en su pasmada esplendidez, tremola; vino que áspero
en los rajados torsos se disipa, pringado: gredas o paño,
botas, gelatinas
(lobos)
lebos lobos ajax rodrigo guesavenda
gruesa venda venérea madreselva del ánade
cohonestas ebúrneos mercados
tasa la marca del pito
rito colomí cárpido lesma
leve losa lontano lamé
pero la cercanía de escarpe
arroja lanas desamor ocaso
o no alba fibrosa, no está en ajax
rodrigo al mediodía espinoso
y reblandecido, por lo
tostado de las carnes o escarpe del bozo
enjuta adarga en pliegos de furtivo
jaguar desala y ronda
ronco rebota ronronea
rutila hosco
(Mamparas)
estentóreo vitral trizas del cuello la gorguera manchada como un tím-
pano por el eco de un flato trema crema lagartija cariosa que en el
pecado de esa lavandina - oriental y estentórea - jala del pene
de la anciana madre el hilo de una cicatriz. Oh mustio piojo que a
su pubis acaramelas de escozores y gargoleantes nimbos de pecera.
Pescada peca en el aventurado retirarse detrás de unos jarrones al con-
templar el paso de la silla por los estrechos de terracota y mármol en
el piso pintado con eructos de epopeyas silvestres. Caudalosa ases
el puño del que bate, en un canapé asombrillado, la crema de esos días
apagados y marchos como una estalactita que separada de la gruta
toma la flaccidez de un ano falso. El orificio que se menta y el
rapé que se ahueca en el soplor gamado de las cruces que como ligus-
trinas distribuyen los pasos de las ocas en el juego de almíbar y mimbre
que gime. Claraboyas semienterradas en el corset de cornucopia
alastran en su anillado parpadear la sombra de una calesita empinada
sobre los muros de alacranes como un precipitado templo de cantoras.
Oasis de flema que en el amasado carmesí de una sonrisa falsa,
como una niña que se traviste o pinta, tasa, pringosa. los jaspes del
jardín y los espejuelos al acaso olvidados. El canto de la ajorca
está timbrado dé macetuelas poco actuales El dorso como un
velamen que se arquea en la senectud de un rimmel pasado o echado
a dos manos sobre las aguas quietas del lavabo. El corte de la
pinza azotea cardenales airados en el pingense monte. Se deslizan
por el moflete acochambrado goterones de pinga de esmirna de
''dolores": los cálculos la doblan y la almizclan en un perpetrado
redoblar de jarcias que instilan en el muelle de las aguas internas la
precisión de una piragua, o la pira de las aguas ardientes o fogosas en
el vestuario de los lobos grises. Acuclillan al papa de la argentina
y lo obligan a lamer el estirado o romo clito de la madre romana. una
matrona de crepé y arroz contorsionándose a la velocidad del ganglio
o celosía, como mirilla vigilante abre al flaneur el desdoror de un can
o de una cana echada entre almohadones cuya sarnosidad dice del
paso, su ázimo olor del pis de otros. Sorbe sin resistir, ya que le
obligan, con una agilidad impropia al cargo o a la norma. Levanta
áspero del bies del cornillero colonial el hilo de una aguja empanta-
nada e inservible, porque no pincha ni ara el ruedo. Uñas tibias
que rasan al demorado olor como martillos en una tez desnuda, depi-
lada. Palpan alérgicas la chinche empotrada en los dos oídos.
Pululan cosquilleos alambrados, cárdenas insensibles, líneas de
puntos flacos y aunque borroneados pegajosos. Pegasos de vidrio
de ciruela vuelven a hacerse trizas en el cuello gargóleo de marmitas
que ella llamaba mámparas.
ANADE, CARACOLES
1.
Arpeador, el arquero
avista - catalejo de lana - el avinagrado banlon, o marmóleo,
la sirena de cola de paja que al zambullirse
en esas aguas azuladas o acaso babas de la ristra
imita un zapateo amerinado, o farfulla diamantes, al caer;
porque en esas elipsis, o blasones del que almidonado se recata.
como en un zalameo, lame el anca
o el grito del quien vive, usurpado por una patrulla sorpresiva
en una noche
cálida, cuyas colas, de sirena despellejada, y renga, avistan al
que arquéase.
2.
En torno al címbalo de una mujer que teje
un sospechado resplandor, borroso
o borracho de limo,
cuenta una a una las plumas del pato.
Ese despojo sanguinolento, o veteado de espumas
por cuyas alas antes plúmbeas
rodaron como en una escritura caracolillos tiesos
o invertidos.
Ese rodar era el temblor
de paja de la mano
del muchacho que tira los dientes en un sándalo
acollarado, el
de los mismos dientes
y el de la cabeza de cola de paja de la sirena que menstruaba:
esa rojez, era su resplandor.
Su suerte,
cual arúspice sudado,
corroía las orlas de yodo y los talones argentinos
y daba clanco el punto de su fuga.
Un punto, perdido en esas orlas.
Acollarado en esas medianeras.
Címbrase.
En el medio de un círculo de plata, billetes, vaquitas de San Antonio,
ese gratuito cisne.
El adivinador no me responde, mira
las peladas sirenas
y deja caer sobre el pellejo del pato su graznido.
Para que arroje las conchas glúteas en la pecera
y dé nombre de pájaro a las fuentes?
Porque en el parpadear de la que teje, como una piel inmóvil,
los obeliscos restallantes, torvos,
hijo del rengo y la mendiga, un colibrí, o un pólipo,
palpean, adheridos a las viscosas, ventosidades, brisas que remedan
el gesto del que echa patos a las chatas.
Ese muchacho, el tufo de sus glúteos
y la mano del ganglio, el bozo
depilado. El carrousel donde prendido a una
sortija se degüella.
3.
Pero la mano que ávida lame muestra el juego
de una fabulación:
en el muchacho que se tira, ardido
aires de densos abanicos, plumas que graznan o
"claveles en el pelo", el halo de una olla, donde hierve,
cisne de entrañas escarbadas y heces
dispersas en un mazo.
Perlas de paño y una colcha
donde se calza el círculo y él danza
abrochado de espejos que dan de sí lo suyo
aspas pastosos ademanes
roba el sello de un gozne, o el chillido
de un pájaro de plata, el acre de sus vahos
y el baño de su pie pringando el cerco. el celo
de los prendedores.
Una mitología de entendidos,
o de sobreentendidos, se desata.
La caca
que de su pecho cae en grandes orlas,
punza el ano del pato.
4.
Anade
Jade
EL PALACIO DEL CINE
Hay algo de nupcial en ese olor
o racimo de bolas calcinadas
por una luz que se drapea
entre las dunas de las mejillas
el lechoso cairel de las ojeras
que festonean los volados
rumbo al olor del baño. al paraíso
del olor, que pringa
las pantallas donde las cintas
indiferentes rielan
guerras marinas y nupciales.
Los escozores de la franela
sobre el zapato de pájaro pinto
dan paso al anelar o pegan toques
de luna creciente o de frialdad
en el torcido respaldar
que disimula el brinco
tras un aro de fumo
y baban carreteles de goma
que dejan resbaloso el rayo
del mirador entretenido en otra cosa.
Aleve como la campanilla del lucero
el iluminador los despabila
y reparte polveras de esmirna
en el salitre de las botamangas
y en el rouge de las gasas
que destrenzan las bocas
esparciendo un cloqueo diminuto
de pez espada atrapado en la pecera
o de manatí vuelto sirena
para reconocerlos.
Pero apenas los prende de plata
se aja el rayon y los sonámbulos
encadenan a verjas de fierro
para recuperar la sombra o el remanso
del cuerpo derramado como yedra
las palanganas de esmerilo, el caucho
que flota en la redoma
donde se peinan, tallarinesco o anguiloso, el pubis
con un cedazo de humedad.
Y el sexo de las perras
arroja tarascones lascivos
a las tibias de los que acezan
hurtarse del lamé que lame él brin
de marinero que fumando
ve mirar la pantalla
donde los ojos pasan otra cinta
y entretendido en otro lado
mezcla las patas a la ojera
carnosa, que acurrucada en el follaje
folla o despoja al pájaro de nombres
en una noche americana.
FRENESI
CADAVERES
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