El aterrizaje en mayo del 2000 del poeta chileno Germán Carrasco para recibir en Buenos Aires el premio Diario de Poesía-VOX pareció finalmente plasmar algo que el creciente tráfico de libros entre Santiago y Buenos Aires ya venía insinuando: el interés mutuo por saber qué está pasando con la poesía del otro lado de la cordillera. Carrasco volvió a Santiago con un bolso lleno de libros argentinos y más tarde envió una primera tanda de libros chilenos a través del poeta Alejandro Zambra.
Anteriormente, un encuentro de nueva poesía latinoamericana organizado en Santiago en 1999 sirvió para que ya circularan en Chile libros de las editoriales Siesta, Del Diego, CD-Roms de Poesia.com y ejemplares del Diario de Poesía.
Hace poco el poeta Yanko Gonzáles Cangas, de Valdivia, envió un correo electrónico a Poesia.com preguntando por qué todavía no habíamos publicado Redondel de Romina Freschi. Como contrapartida se le despachó a Valdivia un paquete con libros y se le propuso que escribiera sobre Redondel y/o algún otro que le interesara.
En Buenos Aires, por otra parte, hacía tiempo que circulaban algunos ejemplares de libros de nuevos poetas chilenos, incluyendo, por ejemplo, Metales pesados de González Cangas y La insidia del sol sobre las cosas de Carrasco, comentados en esta edición por el poeta argentino Alejandro Rubio.
El bolso que Carrasco se llevó a Santiago evidentemente dio sus frutos. Al poco tiempo llegaron los primeros comentarios chilenos sobre los libros de poesía argentina.
Por otra parte la revista 101 Matadero, editada en Santiago por Sergio Parra y Milton Aguilar, incluye en sus dos primeros números poesía argentina.
Más o menos así nacen estas Lecturas Cruzadas, que dan cuenta, por escrito, de un diálogo que viene de antes y se continúa. No pretenden más que eso.
1 yapa, Freschi & Rubio, 1 culpa
Redondel
Romina Freschi
Ediciones Siesta, 1999 (Argentina)
Música Mala
Alejandro Rubio
VOX, 1998 (Argentina)
por Yanko González
En Valdivia, Chile
1 YAPA
Los editores de "poesía.com" me han pedido que opine sobre tres libros facturados por tres jóvenes argentinos. Poetas.
De esos tres, no es casual que dos provengan del sello editorial "Siesta ", editorial que, hasta donde me he enterado, ha tenido una sostenida e impecable labor crítica y estética en cuanto a levantar una corriente de publicaciones consistente y autónoma. En fin, sabrán comprender lectores, que estas loas provienen del anhelo de tener no sólo la diversidad estética que presenta el actual panorama de la poesía Argentina, sino también, del espesor de los circuitos poéticos vuestros, en cuanto a publicaciones, revistas de crítica y reflexión etc.. Pensando sobre todo, en el aporte marginal del Estado Argentino y sus redes, en cuanto a apoyo y financiamiento. Pensando sobre todo, en algunos gestos más democráticos en la descentralización del panorama (ahí está el caso de la alianza entre el Diario de Poesía y la Revista Vox de Bahía Blanca, entre muchos otros que he conocido). En el escenario Chileno, en cambio, merodean muchos recursos, pero el resultado no arroja tres editoriales serias publicando regularmente poesía reciente de un nivel aceptable. ¿Revistas?, poquísimas, la mayoría existe sólo bajo el alero directo o indirecto del Estado. ¡Uf! Y un ambiente cargado de resentimiento por la lucha anual de conseguir las múltiples becas y proyectos que el Ministerio de Educación licita para poetas. De los 80' se aprendió poco. La "generación del roneo" hoy está como Marlon Brando: no mueve una ceja por menos de un millón de dólares. Y la nuestra, también. En Chile la poesía rinde "cargos": hace algunos días y en medio de baboseos mendicantes, el poeta Raúl Zurita, ex- agregado cultural en Italia, ex- asesor del Ministro de Obras Públicas y autor de Poemas Militantes -una sarta de basura dedicado al actual Presidente de la República-, ha obtenido el Premio Nacional de Literatura. Novel, el bufón (ba)zurita, con 50 años, tiene sueldo de oportunista de por vida.
O.K., no insistiré más en eso. Sólo era un recado para el ejército de ocupación local.
No debo dejar pasar lo que siempre repiten las sobras que hieden a mi lado, sólo como una hipótesis de trabajo: que la poesía Argentina es una alquimia extasiada en el retruécano lingüístico, que no supera la expresión vacía, la cháchara mecánica, el éxtasis sicoanalítico, blablabla. El sentido común del lego. Una pesadilla, mi propia pesadilla de ignorante.
DE FRESCHI: LA REDONDEZ DE "REDONDEL"
No ocultaré la admiración que me produjo su lectura. Redondel de Romina encarna un proyecto poético que, al menos en mi panorama, no se había transitado con tanto divertimento. Básicamente, hace converger la oralidad intersubjetiva interior y exterior de un segmento subcultural particular, con una suerte de jugueteo pendejo, soportado en una poética-narrativa dislocada, que siempre pareciera quedarle estrecha. Hace emerger sin pretensión alguna, flujos de discurso subjetivo que se encuentran en la cabeza de sus pares, pero que a la vez, son capaces de encontrarse con un lector lejano a sus referentes. Es notable en Freschi la capacidad de conducción de la espontaneidad, del manejo -vía recursividad- de este gran "Comics" delirante que es Redondel. La voz que maneja esos flujos orales tiene la gran virtud de tomar una careta y no abandonarla. La ventrilocua que expulsa esa fiebre alucinada, semi-infantil, logra situarnos en un escenario plagado de señas y autoreferencias cotidianas rarísimas, provenientes casi de una tribu de aliénigenas imaginadas sólo en ácido lisérgico. La gracia es que el sarcoma febril se expande a niveles galácticos, vaciando grandes pedazos de pastiche massmediático, filmando una película que se ve en forma simultánea a la escritura, donde Freshi se ríe con boca psicodélica del lector ingenuo. Lo destacable es la verdad desde donde habla el libro. La verdad es la cuerda que lo ata y le da eficacia comunicativa para quien quiere encontrarse con una "piba" distorsionada por sus visiones de "(su)realismo sucio". El corpus es un vaivén constante, que apoyado en la recursividad de sus personajes y actuaciones, deja entrever la facilidad aparente de una escritura suelta en su desborde. No creo en esa facilona empresa, puesto que las tensiones más provocativas en el relato, son manejadas con cuidado. Se nota en los cortes o "recuadros": cuando el "poema" termina, lo hace, la mayor de las veces, donde exactamente debe terminar.
Uno de los mejores textos, parodia el "yo es otro" de Rimbaud, pero refracta la habilidad de la autora para estremecernos no sólo con el supuesto juego bobalicón de sus personajes estrambóticos, sino con una inteligencia solapada:
"el héroe de esta guerra se llama soldado desconocido.
todos le dicen soldi.
pero en la escuela enseñan a los niños y a los berrugos a decirle señor desconocido.
se abrevia soldesc.
su novia lo llama sol.
su madre solsín.
en inglés ES unknown soldier.
blanche y luli no lo llaman. no quieren que sea el héroe de la guerra. blanche y luli quieren serlo.
los ricos LO DESPRECIAN Y dicen que se llama juan pérez.
yo no lo conozco.
soldado desconocido se dice yo.
|
Redondel representa, junto con otras publicaciones de poesía reciente Argentina -como el gran libro "La raza" de Santiago Llach- un respiro estético, una salida natural a la poesía grandilocuente y pretenciosa, "taradamente inteligente". Tremendo libro el de la Freschi, pese a la miniatura que lo contiene.
ALEJANDRO RUBIO Y SU ALITERACIÓN EXTRAÑA: MALA MÚSICA.
"Música mala", como en rigor se titula este libro de Alejandro Rubio está publicado por la Revista/editorial VOX. y reúne una serie de poemas de mediano y largo aliento interpretados latamente por el poeta D. G. Helder, que -ojo-, no es un mal aporte para la poética del autor.
Con Alejandro Rubio, sino lo relees, lo abominas. Mas, ese es el gran mérito de la mejor poesía Argentina. Ya ven cuánto ha ayudado Néstor Pelongher; Alejandra Pizarnik y algunos tramos de Roberto Juarroz a la poesía hispanoamericana. Para algunos, una oscuridad sofisticada, una cripticidad mal entendida. Para otros, el resultado obvio de una alfabetización temprana en comparación al resto de latinoamérica. Esta ilustración precoz, da la argamasa inicial para la sofisticación del lenguaje, que no es nada más que el elongarlo, el estirarlo hacia adentro. No sucede sólo con Rubio en su tradición, sino también, con nuestro Lihn, con Lezama Lima, hasta Vallejo. Es decir, con una porción importante de la mejor poesía latinoamericana. Pues bien, ese enorme peso estético puede dar resultados a lo menos, originales, como lo es prenderse de una retórica postindustrial, de un barroco de neón y láser para cantar entrecortadamente.
¿La fortaleza?, su propia debilidad: siempre corre el riesgo de tener "versos buenos", no "poemas buenos". Y eso es en parte lo que sucede. Del primer poema se rescata: "flujo mayor que arrastra el trozo"; "entre alcanfores, truena el trueno sobre el trono", ya augurando que sus aliteraciones atravesarán el corpus. Pero esto también ocurre a medias. Pareciera que el poeta sufrió de culpa al confeccionarlo, quiso proponer un lenguaje, pero se autocensuró secretamente. La potencia de este primer poema, y de sobremanera algunos de sus versos, titulado "La canción de Bedoya", es claramente una partida acertada. Un texto medianamente extenso que se refunda continuamente, colocando certeros versos, barriendo su propia oscuridad para intercalar "conversación": (…) Toc, Toc //¿Quién es? La Tota. ¿Qué Tota? La Tota que te parió". Esos contrastes son el gran logro de "música mala". Lo que sucede es que se filtra en el libro una culpa injustificada que hace palidecer a algunos textos, pues contrae el recurso "aliterador". No aventuró riesgo pues presentía que lograr mantener el recurso a través de todo el libro, era una tarea difícil, sobretodo pensando en lo cercano que puede estar el abuso de la cadencia-pegajosa-sinsentido, que surge de este ejercicio casi automático.
Tanto en los textos "La información", "vendedores", "la vida y el canto" y "Médici", Rubio modula fuertemente el recurso y no lo logra retomar sino hasta "Clávale la cabeza en el pico al huevero", donde la aliteración se transforma en música pura, jugando con el retruécano y el trabalengua. En medio, como ocurre transversalmente en sus poemas, aparecen las "conversaciones" para revitalizarlos: "es carero este huevero. El santo día yo pico // una hora, cobro nueve, vende él // una docena cobra diez (…)". Y al medio de ese medio, un giro temático impensado, engañando rápidamente al lector, a veces, para siempre. De ahí la necesidad de re-lectura. De éstas, siempre "sale sano", pero con daños. La interrupción, que técnicamente serían estructuras textuales "archi" subordinadas, mella la confección de un buen poema, que sé, Rubio espera. Porque se esfuerza en ello, tensionando los textos constantemente con imágenes tremendistas, tal como se lee en "Romance": "se trenzan, se levantan, caen, patinan, pisan // pedazos de bazo, segmentos sueltos // de intestino; pierden hacen ochos // (…). El enrevesamiento, el hipérbaton constante, intenta ser un puente entre los versos más débiles. Funciona, pero siempre en segunda lectura. Hay algunos que te defraudan, como "Médici", pero otros, te lastiman en su develamiento; allí habitan "caramelero, caramelero" y el citado "romance".
Lo de Alejandro Rubio, es una música mala, corrosiva, en el objeto de su tematización, pero sobretodo, por su burla a la "tradición" de las "vanguardias". Ciertamente esta burla debió ser radical, de allí que "Música mala" resulta una obra correcta, endeudada con el riesgo para ser un libro luminoso. En mi desconocimiento de referentes vuestros, en Chile, Rodrigo Lira tiene un buen pasado de luz.
1 DEUDA
Ahora, mi deuda: aquí debió estar "Agua Negra" de Martín Rodríguez. Por azar del tiempo quedó atrás. Ahora, culposo, mi deuda es con él.
El descenso del burlador
La máquina de hacer paraguayitos.
Washington Cucurto.
Ediciones Siesta, 1999. (Argentina)
Por Guillermo Valenzuela A.
En Santiago, Chile
Es sabido que el erotismo puede convertirse en una fuerza devastadora capaz de desarmar y aniquilarlo todo, especialmente cuando se trata de una construcción de carne y hueso. A través de los movimientos que la imaginación nos proporciona, podemos desplazarnos de la normativa cotidiana, transgrediendo las propias fronteras o limitaciones. Abrirse paso a los más bellos excesos con una certeza siempre: habrá una partícula dispuesta a realizar la aventura, porque el deseo nos espera ahí: detrás de los ojos cerrados. Atribuir o pensar que esta energía la encontramos en estado salvaje en la raza negra, con más potencia, más libertad y desenfreno, es para Washington Cucurto una forma exótica de tematizar una obsesión mucho más de fondo: la del exterminio corporal. Pensemos por ejemplo, en Jeanne Duval y Baudelaire. Aventurando una posible lectura, La máquina de hacer paraguayitos es una industriosa forma de perversión que se ufana de un producto poético siempre proliferante, una letanía que también es, vuelta la página, un contundente devaneo venéreo acerca del vacío y la muerte. Es también o desea ser una retórica que aúna el tópico de la calentura con el trópico de la escritura. Creo equivocarme al decir que no es ni lejos literalmente lo que su título anuncia, una máquina de la descendencia cuyo gentilicio modificado, hace pensar en la alusión que el mundo popular le da a la cópula rápida y furtiva: hacerlo a la paraguaya, es decir, de pie y en cualquier parte. De esta menera los paraguayitos serían la inefable prole que nunca aparece. Son a mi modo de ver, las desgastadas sábanas que ventilan el discurso de la banca rota. Un arte fornicatoria cuya continuidad es barroca y que discursivamente se hace desear por el fuego cruzado del lunfardo. Washington Cucurto se encarga de repostular a modo de brevario de oración, el arrepentimiento, la deriva social y monetaria como una empresa erótica que fascina y aniquila. La máquina de hacer paraguayitos es una aventura en la que su autor nos hace palpar la historia de sus cachondeos programáticos, sublimados por un discurso irónico que recuerda en algunos textos al sujeto alienado de los antipoemas de Parra. La dimensión insaciable de su heroína afro -aquellla encarnada en una dominicana y sus tres primas ¿será multiplicación baudeleriana? o simple alucinación con el número y su irrefrenable vitalidad pagana. El libro además, se ofrece en una modalidad estilística que favorece el delirio: esto es, la utilización del monólogo. Advierto finalmente tres movimientos que sólo me atrevo a bocetear, oculto como estoy detrás del mosquitero de Washington Cucurto. Así he podido oír con perfecta claridad sonora su pequeña sinfonía de tribulaciones exaltadas: y ahí nos encontramos con lo fatal, la lírica del reposo y el descenso del burlador.
El arquero
Sagitario
Silvo Mattoni
Alción, 1998 (Argentina)
Por Cristián Gómez O.
En Santiago, Chile
A partir del arqueo de una flecha y la palabra, una voz recorre estos poemas dando de sí una larga lista de distintas inflexiones: colérico, intimista, lúdico, lúcido. O tal vez no sean una sino varias las voces que habitan en este volumen, generando una tensa promiscuidad que desemboca en el tono de interrogación permanente que abunda en estas páginas: desde la pregunta inicial por la tenue métrica de los versos, hasta el cierre de Sagitario con la búsqueda de una voz -o una cadena de voces escritas-para que el cuerpo azul brille de nuevo, el carácter enfático se ausenta de este libro de Mattoni, también autor de El bizantino (1994) y Tres poemas dramáticos (1995).
El apego a una figura zodiacal no termina, sin embargo, con la lectura de este libro. Dividido en las cinco secciones de "Hijos", "Madres", "Padres", "Huérfanos" y "Naturalezas" (ojo con la insistencia en los plurales), la concreción de un linaje pareciera ser un afán constante de estos poemas, si tenemos en cuenta que ese tronco al que busca apegarse no es otro que el de la palabra. De allí sus prevenciones y precauciones, sus cautelas y su hondura más profética que pensativa: "(…) Muchos poetas terminaron desollados para luego/ reproducir el ritmo de sus versos miles/ de veces, golpeando con pezuñas,/ garras, cascos o élitros, esa sensación/ que siempre seguirán. Que nos den/ otra suerte a nosotros, quisiéramos/ corregir otra vez lo que hemos hecho".
Se podría leer entonces este Sagitario no sólo con fascinación, sino también con el ojo puesto en los parentescos que estos poemas pueden o no tener con otras escrituras (los mayores: Carrera, Banchs, Fogwill y sus coetáneos: Gambarotta, Wittner, Casas), gesto que se justifica al considerar los frutos hueros de las lenguas muertas de las que parecieran provenir todos y cada uno de los hombres de letras. El poeta, en cambio, podría asimilarse a ese arquero que apunta hacia un desconocido espacio fulgurante que se encuentra, por definición, afuera. Afuera del lenguaje y de la página con la cual en algún minuto se debe enfrentar, el poeta (catalejo en mano) se apronta, a partir de los hilos que inevitablemente lo mantienen apegado o aferrado a un idioma, que sólo es suyo en la medida en que sea capaz de dominarlo para su ulterior modificación, a trazar la geografía probablemente imaginaria de esos confines sin fronteras que bien podrían ser su territorio entre las páginas de este y otros libros de Silvio Mattoni.
La querella trucha
El resto
Gabriel Reches
Ediciones Siesta, 2000 (Argentina)
Las últimas mudanzas
Laura Wittner
Ediciones del Diego, 1999 (Argentina)
Por Alejandro Zambra Infantas
En Santiago, Chile
UNO Múltiples fuentes nos han proporcionado el rumor y, en ocasiones, la certeza de que la literatura argentina halla su sitio propicio en la narrativa y que, en cuanto a la poesía (que los chilenos consideramos un genero nacional, dado nuestro singular apego a las estadísticas), las excepciones confirmarían la regla. Es más, la poesía argentina sería una versión narrativizada del género, es decir, sospechosa, ajena al tinte castizo (que acá algunos suscriben como norma o tabla de náufrago), menos problemática, débil, menor. En compensación, nuestros narradores poco tendrían que hacer en la Academia Sueca: empate, resultado al cual nuestra selección de fútbol continuamente aspira. De esta mezcla de lugares comunes, lecturas fundadas y mentiras -juicios (in)justos en uno y otro sentido--, rescato, sin embargo, este aspecto de la poesía argentina, o quizás, más precisamente, una sensibilidad narrativa con respecto al lenguaje que, a su manera, confirma la lectura de las revistas, libros que logran cruzar la cordillera, en especial dos que robó -es la palabra, publican tanto por allá y no nos llega nada- en Buenos Aires el poeta Germán Carrasco (quien dicho sea de paso, y para alimentar la querella, hace una poesía menos "narrativa" de lo que la muestra publicada en Diario de Poesía denota). Tanto El resto, de Gabriel Reches, como Las últimas mudanzas, de Laura Wittner, resultan gestos expansivos, nacidos, acaso, del deseo de alargar una palabra o un momento de lenguaje.
DOS El resto, extrema esta dirección, que funciona en algo así como un habla del despojo, reticente tanto al juego lingüistico, fonológico, como a la enunciación febril, pero dotada, quizás por lo mismo, de una fuerza acogedora y ácida. El montaje (propiamente, ya que el libro se estructura en escenas) avanza lenta y sostenidamente, mostrando las apariciones y desapariciones de un sujeto caracterizado como un pequeño dios, mas no en el sentido que distingue Vicente Huidobro, sino en cuanto irónico amo y señor de las cuatro paredes de un departamento. Los habitantes de este mundo son, consecuentemente, el refrigerador, el velador, la cama, la planta del jardín, el televisor y sus imágenes, sobre todo, artefactos que el sujeto manipula a su arbitrio para convertirse y convertirlos en los incómodos protagonistas de vedados cantares de gesta. De hecho, gran parte de las imágenes son personificaciones de los muebles o los electrodomésticos, que aparecen como hijos de un padre injusto olvidadizo, apagado. Lo cotidiano es, aquí, un espacio artificial que funciona como estorbo o signo inequívoco de la soledad y el aburrimiento del sujeto hiperconsciente, del poeta que busca los puntos de fuga, las zonas intermedias, difíciles, en el lenguaje que resuena en su experiencia inmediata: "Recuerdo un hombre/ supongo cómo está/ juego con la luz/ que molestaría/ El viento abre / las ventanas/ recupero el mundo/ la calle está?/ el árbol está?/ qué hay detrás/ de esta imagen/ de papel/ que el fuego nunca consume". La poesía reflexiva de Gabriel Reches busca su respiración en cada trazo, cuestión que se agradece y disfruta en la lectura; sus despojos, sus palabras, corresponden a una voluntad de cercanía que muchas veces logra mostrar, con una claridad abrumadora, la distancia de las cosas y la opacidad de quien las nombra.
Un movimiento que el libro de Laura Wittner corrobora y desvía. East River es un poema hermoso que funda en su tono discursivo y minimalista la facultad de destruir o desestabilizar cada cosa que nombra. El procedimiento central es una especie de tautología, que a menudo toma forma de una pregunta retórica (perfectamente cruel) para mostrar la torpeza, a lo Prufock, de los develadores de signos: "Todas esas líneas/ repletas de palabras/ en las que/ refregás tu cabecita/ un domingo entero,/ días enteros esperando/ que te rescaten/ fueron escritas hace poco/ cuando no existías"; "Se han dicho cosas terribles/ y ahora/ no saben por dónde recomenzar/ a apreciarse:/ el amor es así/ el amor no es así/ lo inexplicable/ es como un concepto tan difuso/ se las arregló para/ ser representado por algún sonido/ en tantos idiomas/ sino en todos". Textos notables como La foto también se acercan a la parodia social lúdica y asertiva del primer Eliot, aunque los momentos que prefiero están ligados a la actitud imprecisable de la primera persona singular (sobre todo en el poema La Pantalla).
TRES La querella: Hace algunos meses defendí ante dos amigos poetas, textos y vasos en mano, mi posición respecto de Borges. A pesar del placer que me ha deparado su obra narrativa y su prosa en general, prefiero, chileno boludo, su poesía. Me parece que ahí están tensionadas realmente sus parábolas narrativas; en sus irregulares metros perfectos aparece la paradoja humana (estar vivos, todo eso) desde cerca, por fuerza interna, por omisión, por emoción y no articulada, o explicada, en la voz suprema o distanciada. No digo que Reches y Wittner escriban como Borges, ni busco una línea de sentido para la poesía argentina. Simplemente pienso que hay en esos dos poetas una investigación reflexiva sobre la incorporación del lenguaje a la experiencia, y que esa investigación es poesía: un ejercicio para tender puentes de respiración, para congelar en un primer plano la opacidad. Haya comercio, entonces, entre nosotros.
Vox chilensis
La insidia del sol sobre las cosas
Germán Carrasco
Dolmen 1997 (Chile)
Metales Pesados
Yanko González Cangas
Kultrún, 1998 (Chile)
Por Alejandro Rubio
En Buenos Aires, Argentina
El presente chileno guarda paralelismos y diferencias con el presente argentino, en lo político y en lo específicamente poético. Si la historia que pesa sobre la nueva generación en los dos países incluye sangrientas dictaduras militares seguida de una democracia excluyente y continuista, lo cierto es que en Argentina hay consenso sobre el rechazo a la guerra sucia y en Chile no. La poesía chilena del siglo XX siempre se destacó por aportar, prácticamente en cada generación, poetas de primer nivel : Huidobro, De Rokha, Neruda, Parra, Lihn, Teillier, Lira, Martínez y sólo la ignorancia y la proverbial separación de nuestras provincias impiden ampliar la lista. Lo determinante fue, creo, la existencia de una figura mayor en la primera vanguardia hispanoamericana como fue Huidobro, al lado del cual nuestro infinitamente estudiado capítulo de Martín Fierro solo ofrece escritos de segunda intensidad. Los dos libros que nos ocupan se hacen cargo de la nacional vena poética pero cada uno tomando un antecedente relativamente cercano en el tiempo distinto; Lihn, en el caso de Carrasco, y Rodrigo Lira, en el caso de González Cangas.
El libro de Carrasco ofrece tal caudal de aciertos técnicos en lo prosódico, lo sintáctico y lo relativo al acabado de imágenes que sería tarea para un libro desmenuzarlo. Baste mencionar el generalmente delicado y oportuno trabajo con la aliteración( "Té y tests, esta vez a oscuras", por ejemplo) que en apenas un momento de baja tensión desciende a la generación semántica atribuida a este recurso por el neobarroco argentino. En cuanto a la sintaxis, la elegancia de Carrasco recuerda, entre nosotros, a la de Giannuzzi, es decir, la línea contraria a la arborescencia de Ortiz y Saer: un tipo de frase larga que carga la oración principal con variadas cláusulas que la determinan y la limitan en un contorno acerado, lejos de la difuminación de En el aura del sauce. En cuanto a las imágenes, Carrasco es un deudor del imaginismo con talento: una bikini que gotea desde una soga es el final casi académico de un poema de amor. Sin embargo no es ésta su única fuente. Se diría que Carrasco ha espigado la historia de la poesía en lengua española para extraer perlas que sorprenden por su contemporaneidad; en esto ayuda una adjetivación a veces sugerente, a veces precisa, a veces dotada del carácter ritual de los epítetos homéricos., la creación de motetes -"la praxis que lisia", "la insidia del sol"- que se repiten a lo largo de varios poemas y ciera capacidad que llamaré, sin ninguna intención de ofender, de redacción: Carrasco sabe mezclar elementos sensitivos y abstractos en el desarrollo de un poema a la manera de Auden y Larkin, dejando siempre en claro que su interés es exponer una idea con un grado medio de plasticidad.
Ahora que he dejado más o menos en claro por qué Carrasco es técnicamente superior a la media de poetas argentinos, puedo dedicarme a precisar algunos rasgos del mundo que sibilinamente propone La insidia del sol sobre las cosas. Su tema dominante y nunca explícito es el poeta en la ciudad (la presencia de la naturaleza sirve aquí como contraste, apenas como lo que no es la ciudad: no está cargada positivamente) y la posibilidad de seguir haciendo poesía. Para esto, se impone una mirada crítica al pasado; ésta es tomada sin grandes cambios de Lihn, es decir, el poeta simula embelesarse con la fastuosidad del pasado para finalmente rechazarlo como falso y postular un presente más pobre pero más auténtico. De ahí se extrae una ética: "tratar de usar las palabras exactas aunque a nadie le importe". La figura del poeta moderno aparece frecuentemente connotada por la parálisis, esta parálisis es la reacción ante lo poético encontrado en la realidad, como se ve en el poema "Patinadores". Esta parálisis es lo que saca al poeta del flujo de lo cotidiano y provoca una detención que es la precondición para saber qué son realmente las cosas. Este es el costado propositivo de la crítica de Lihn/Carrasco. Pero tal vez presente de una manera muy lineal algo que en realidad es un drama que el libro no resuelve; en efecto la parálisis puede durar demasiado, "EL QUE PODRIA/ CANTAR/ no tiene garganta", todo el proyecto poético podría recalar en la mudez absoluta. Esta es la angustia del yo lírico, y su despliegue en escenas y tiradas conceptuales es la carne y el alma del libro.
¿De qué se trata este libro que comienza con una extensa cita de un antropólogo inglés y termina con unas instrucciones para cometer un suicidio honorable? Una hipótesis: se trata de un informante de una tribu urbana que pone al lector en el lugar del etnólogo, o mejor dicho: de la transcripción de un escribiente neutro, a caballo entre dos mundos. Y sin embargo no podemos creer en la fidelidad de esta transcripción, a pesar de que el transcriptor no altera datos; la distorsión está en la lengua. Reformas ortográficas, alteraciones fonéticas, interpolaciones de letras, el uso de una especie de portuñol, el trabajo con el chileno puro desde los vocablos hasta la pronunciación, etcétera, son las manifestaciones de esta empresa distorsiva. Y la idea de hacer un hipertexto poético: prácticamente no hay poema que no tenga su correspondiente nota al pie, con citas de Levi-Strauss, Platón, Nietzche , Juarroz, creo que un miembro de una banda de hip-hop y nombres de los que podrían ser, para el ignaro lector de estas provincias, jóvenes poetas chilenos (más una institución oficial, el único caso en que se manifiesta un uso irónico). En Metales Pesados lo conversacional nunca cuaja en discurso y la literatura amaga, pero nunca adviene. En sus tres cuartas partes sus referentes son los usos y costumbres de un sector de la juventud santiaguina; en su última parte es la escapada a la vida privada del poeta. Esto puede quitarle cohesión al libro, pero es como si González Cangas quisiera entibiar su gesto radical con un guiño a la tradición de su país. Carrasco lo hace mejor, con más convicción. Sin embargo, no puede descartarse una línea de trabajo que saque a la luz la coherencia del trayecto antropología-suicidio, dejo esto a estudiosos más pacientes que yo. Ya que nombrábamos a Carrasco, la comparación tal vez aclare ciertos rasgos de la actitud de González Cangas: a la pregunta ¿qué hacer con la poesía hoy? Carrasco responde: administrar la herencia. Un poco de Lihn por acá, algún recurso tomado de la poesía del 70, por allá, algo de objetivismo norteamericano por acullá: una serie de retazos y entradas parciales que terminan por configurar un sistema que intenta actualizar la tradición. Gonzáles Cangas no: tiene muchas iluminaciones fragmentarias que no se coagulan en un sistema; seguir el haz de sus divergencias constituye el movimiento de la lectura del libro.
Un joven poeta chileno de paso por Buenos Aires me dijo : "Yanko escribió un libro que no se entiende". Yo concedería que sí, que hay pasajes de Metales pesados que no significan nada, pero señalan. ¿Qué? Un momento revolucionario del lenguaje, un momento en que lo viejo ve perderse la integridad de su discurso y lo nuevo no alcanza a articular el suyo. Se me dirá: Rodrigo Lira ya estuvo en esa posición. A lo que respondo: los partos en poesía son eternos.
|