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Ant.H
Prox.

 pablo pérez

nació el 10 de abril de 1966 en la Capital Federal, Argentina. Es estudiante de letras y traductor de francés del Lenguas Vivas.
Libros inéditos: "Los Valijeros", "Yo era un feto", "La isla" (1994-5) todos éstos de poesía y "Un año sin amor", diario. En preparación: "El mendigo chupapijas".

 

LA ISLA




SHOPPING



VOZ DE MUJER, TIERNA Y CLARA:
¿qué te está pasando?, ¿y por qué ahora tienes que vivir en
esa isla? Siempre ha sido así, siempre, siempre... Ah tú,
pirata, ¿qué dirías si yo te siguiera para rescatarte antes
que el volcán comience a lanzar su fuego y tú, intoxicado
por el agua de las cisternas y tus monólogos... Sólo Dios
sabe cómo puedes soportar eso día y noche.




Ingeborg Bachmann, Las cigarras.





No hay nadie.

no hay cajeras, ni empleados,

ni personal de vigilancia.

Estoy solo,

todo es para mí:

litros de aceite de oliva,

miles de latas de conserva,

alimentos imperecederos

y té de ceylán, que tanto me gusta tomar

en soledad.






Helados Häagen Dazs.

Esas dos gorditas americanas, con vestidos floreados,

rubias como su setter, un niño de cartón sin cabeza,

el hundimiento del mercado heladero europeo.




Cientos de potes de medio litro, para mí.




Cookies & Cream.

Vanille - Noix de Pekin.

Crème glacée au sirop d'érable avec

morceaux d'amandes caramelisées.





Ya no es pop tomar sopa enlatada.

¡Todo lo que podría comer!

¿Qué cosas se pudrirán antes?

¿Qué no se pudrirá nunca?




Alimentos congelados,

pescados, mariscos,

lácteos.




Shampoo, jabón, maquinillas

descartables, espuma de

afeitar, colonias, perfumes.




¿Qué hago, solo, rodeado de todos estos productos

de perfumería?




¿Qué hago entre todas estas latas, entre tanto arroz,

tantas legumbres, tantas bebidas?




Tantos artículos de limpieza...




¡Oh, ron de Guatemala!

¿Con pepinillos?

¿Con choclitos en vinagre?


¿Solo?













Busco algo entre la ropa de cuero,

y después entro al vestuario y voy

desnudándome frente al espejo, me acerco,

me visto con los cueros, hasta que el cuerpo

queda oculto,






ningún órgano

semejante a

un corazón.














Voy a buscar una moto y siento mis latidos acelerados

como si estuviera robando.

¿Qué hago en esta ruta, contra el viento,

solo, rodeado de mar, dando vueltas sin número

alrededor de la isla, a 300 km p/h?



Mi cuerpo se ensancha,

el viento sacude las palmeras,

las olas me azotan desde lejos.



Entro al mar vestido y me abrazan, me desnudan

cálidos remolinos que me arrastran

a la arena.



Salgo desnudo, subo a mi moto,

vuelvo a dar vueltas alrededor de la isla y avanzo

entre olas y azotes de frío.

Necesitaba esta velocidad: el aire, el frío,

mi cuerpo escarchado.











Ningún placer esta noche.




No quiero inventarme ninguna delicia.




No tengo ganas de hablarme: ¿para qué salir

a buscar constelaciones o tratar de descifrar

un lenguaje de las olas hasta quedarme dormido

en la aridez de la arena y de mi boca?



La noche.

El mar y el viento. Los únicos que hoy

besarán las hojas de los árboles.






Ave gris.

Ave cristal.






El cielo es de plumas, alas,

gaviotas que Arsenio recuerda.






Volaban alrededor de él,

se posaban en sus hombros,

en su cabeza; hacían nidos

y aleteaban en su memoria.






El carro del supermercado, lleno de carne,

se entierra en la arena y es difícil

arrastrarlo hasta el agua.






Fauce.





Asqueroso hervidero de ratas tejiendo

un manto hirsuto sobre cajones y bolsas.

Reflejándose en la negra oscuridad,

los vapores hediondos de sus excrementos.




Saltan y vuelan desde lo alto sus chillidos

desalados murciélagos cuelgan de mis ropas,

me rasguñan, me muerden, roen mis zapatos.

El cerebro.




Entro en la maraña, las auyento gritando.

Las pateo para abrirme camino hasta las cajas de vodka.




Y oigo chillar a las ratas en el fuego.

Admiro esa música y mi propio fuego;

mi corazón se enciende.








DELFINES













CALIPSO:

Y ahora envidiáis, ¡oh dioses!, que un hombre mortal
duerma en mi lecho.
A él yo lo encontré, solitario, abrazado a una quilla,

pues el rayo imponente de Zeus, había terminado con su nave

sacudida y sin rumbo, en alta mar, entre aguas teñidas de
rojo.

Así fue como a todos sus fuertes amigos tragaba la muerte,

pero el viento a él me lo trajo, hasta mí lo acercaron las
olas.

Yo cuidé de él como una compañera, le di de comer y también

le di mi promesa de hacerlo inmortal y joven por siempre



Homero, Odisea







I




No es el paisaje lo árido,

mis ojos de piedra.







II




Días de sol y lluvias puntuales.

Lo que no floreció es este desierto.







III




¿A donde me llevan estas caricias?

¿Al cielo o al vientre?







IV




La caricia del agua saliva pura,

un vientre lejano.







V




Un haz luminoso protege

el altar, un águila de bronce

con una serpiente en las garras.

En tal silencio la luz es sonora,

la serpiente se resiste, el bronce

resplandece.




Las telas de araña son nuevas

bóvedas livianas, aéreas,

plata hilada,

refulgente bajo el rayo del sol;

en sombras, grandes refugios de seda.







VI




Un ardor, las llagas del Fuego

de San Antonio incineran mi alma

y sus venenos.




Luego sus cenizas nutren

la sangre, mis venas...




mi corazón late

¡oh palpitaciones!,




el encanto de los sueños

está en mí.







VII




En líquidos sordos mis movimientos

son dulces rumores, voces las rocas,

corales, neuronas brillantes, silencio

del fondo, el mar las algas mece:




rugosos escombros de sólidas ruinas

destellos azules de luces fantasmas

arrullan mi alma caricias acuosas

de anónimas madres o sombras de peces









VIII




Un hombre hermoso entra en mis sueños. Me deslumbra

al emerger del mar, trayendo tras de sí un cortejo

de jinetes blancos.




¿Para qué vendrá Apolo a este desierto de hombres,

donde solamente mi corazón late, sufre y se enamora

de todo y de nadie?




Viene a recordarme acaso que todavía puedo amar y copular

con los dioses.




No se cuál amor merezco,

ni cuál árbol, piedra o astro,

yo abrazado a una relación entre objetos,

estremecido por cada atardecer.









IX




Venía desde tierras lejanas ese barco,

y tantos tesoros traía en sus bodegas,

gozando de la roja aparición de la noche,

del roce embriagador entre el viento y las olas.




Soplaban noches mágicas volando sobre Oriente,

los lechos sumergidos en sábanas de seda.

Soñaban los marinos, bailando solitarios

con la única mujer, la única noche

y sus diamantes.




Una ráfaga feroz se anticipó a la aurora.

De pronto un negro sol los envolvió en remolinos;

todos creyeron que eran gritos los que se oían, remotos.

No el violento mar devorando el viejo cielo.



Llega un canto de sirenas en las ráfagas,

entre aullidos que envuelven y arrastran

el barco hacia la playa. Ellos se arrojan

al agua enloquecidos; se entregan

a las bocas y a la voz que se los traga;

naufragan en sus vísceras

y duermen después ese profundo sueño

en las orillas.









X




Todos esos muñecos y muñecas

inflables se mecen, se rozan,

dominan las olas.



Arsenio va hacia el horizonte

abrazado a su muñeco y ríe

como un amante.



Los otros muñecos se dispersan,

se adentran en el mar como delfines,

se pierden.










Ant.H
Prox.
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