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pablo pérez | nació el 10 de abril de 1966 en la Capital Federal, Argentina. Es estudiante de letras y traductor de francés del Lenguas Vivas. |
no hay cajeras, ni empleados,
ni personal de vigilancia.
Estoy solo,
todo es para mí:
litros de aceite de oliva,
miles de latas de conserva,
alimentos imperecederos
y té de ceylán, que tanto me gusta tomar
en soledad.
Esas dos gorditas americanas, con vestidos floreados,
rubias como su setter, un niño de cartón sin cabeza,
el hundimiento del mercado heladero europeo.
Vanille - Noix de Pekin.
Crème glacée au sirop d'érable avec
morceaux d'amandes caramelisées.
¡Todo lo que podría comer!
¿Qué cosas se pudrirán antes?
¿Qué no se pudrirá nunca?
pescados, mariscos,
lácteos.
descartables, espuma de
afeitar, colonias, perfumes.
de perfumería?
tantas legumbres, tantas bebidas?
¿Con pepinillos?
¿Con choclitos en vinagre?
y después entro al vestuario y voy
desnudándome frente al espejo, me acerco,
me visto con los cueros, hasta que el cuerpo
queda oculto,
semejante a
un corazón.
como si estuviera robando.
¿Qué hago en esta ruta, contra el viento,
solo, rodeado de mar, dando vueltas sin número
alrededor de la isla, a 300 km p/h?
Mi cuerpo se ensancha,
el viento sacude las palmeras,
las olas me azotan desde lejos.
Entro al mar vestido y me abrazan, me desnudan
cálidos remolinos que me arrastran
a la arena.
Salgo desnudo, subo a mi moto,
vuelvo a dar vueltas alrededor de la isla y avanzo
entre olas y azotes de frío.
Necesitaba esta velocidad: el aire, el frío,
mi cuerpo escarchado.
Ningún placer esta noche.
a buscar constelaciones o tratar de descifrar
un lenguaje de las olas hasta quedarme dormido
en la aridez de la arena y de mi boca?
La noche.
El mar y el viento. Los únicos que hoy
besarán las hojas de los árboles.
Ave gris.
Ave cristal.
gaviotas que Arsenio recuerda.
se posaban en sus hombros,
en su cabeza; hacían nidos
y aleteaban en su memoria.
se entierra en la arena y es difícil
arrastrarlo hasta el agua.
un manto hirsuto sobre cajones y bolsas.
Reflejándose en la negra oscuridad,
los vapores hediondos de sus excrementos.
desalados murciélagos cuelgan de mis ropas,
me rasguñan, me muerden, roen mis zapatos.
El cerebro.
Las pateo para abrirme camino hasta las cajas de vodka.
Admiro esa música y mi propio fuego;
mi corazón se enciende.
Y ahora envidiáis, ¡oh dioses!, que un hombre mortal
pues el rayo imponente de Zeus, había terminado con su nave
sacudida y sin rumbo, en alta mar, entre aguas teñidas de
Así fue como a todos sus fuertes amigos tragaba la muerte,
pero el viento a él me lo trajo, hasta mí lo acercaron las
Yo cuidé de él como una compañera, le di de comer y también
le di mi promesa de hacerlo inmortal y joven por siempre
mis ojos de piedra.
Lo que no floreció es este desierto.
¿Al cielo o al vientre?
un vientre lejano.
el altar, un águila de bronce
con una serpiente en las garras.
En tal silencio la luz es sonora,
la serpiente se resiste, el bronce
resplandece.
bóvedas livianas, aéreas,
plata hilada,
refulgente bajo el rayo del sol;
en sombras, grandes refugios de seda.
de San Antonio incineran mi alma
y sus venenos.
la sangre, mis venas...
¡oh palpitaciones!,
está en mí.
son dulces rumores, voces las rocas,
corales, neuronas brillantes, silencio
del fondo, el mar las algas mece:
destellos azules de luces fantasmas
arrullan mi alma caricias acuosas
de anónimas madres o sombras de peces
al emerger del mar, trayendo tras de sí un cortejo
de jinetes blancos.
donde solamente mi corazón late, sufre y se enamora
de todo y de nadie?
con los dioses.
ni cuál árbol, piedra o astro,
yo abrazado a una relación entre objetos,
estremecido por cada atardecer.
y tantos tesoros traía en sus bodegas,
gozando de la roja aparición de la noche,
del roce embriagador entre el viento y las olas.
los lechos sumergidos en sábanas de seda.
Soñaban los marinos, bailando solitarios
con la única mujer, la única noche
y sus diamantes.
De pronto un negro sol los envolvió en remolinos;
todos creyeron que eran gritos los que se oían, remotos.
No el violento mar devorando el viejo cielo.
Llega un canto de sirenas en las ráfagas,
entre aullidos que envuelven y arrastran
el barco hacia la playa. Ellos se arrojan
al agua enloquecidos; se entregan
a las bocas y a la voz que se los traga;
naufragan en sus vísceras
y duermen después ese profundo sueño
en las orillas.
inflables se mecen, se rozan,
dominan las olas.
Arsenio va hacia el horizonte
abrazado a su muñeco y ríe
como un amante.
Los otros muñecos se dispersan,
se adentran en el mar como delfines,
se pierden.
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