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Patricia Suárez
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FLUIDO MANCHESTER
a la orilla de la ruta. ¿Eran hayas? Durante mucho tiempo he estado leyendo literatura rusa, te dije. Pasaba la cinta interminable del camino, junto al supuesto bosque de hayas, pasaba, como hemos pasado nosotros, y entre nosotros ya no quedaba nada. Restos de la fiesta y los álamos, -los álamos que alguien dijo que se llamaban álamos mussolini, y nadie sabía por qué- llevaban tus mismas arrugas en las hojas. tantas veces en acercarme porque. El cuchillo chirriaba en el plato la grasa los restos del asado y un vino grueso y salobre como era el sudor de mi padre cuando mi padre trabajaba. y la chica de los grandes pechos salió a bailar. Se arqueaba hacia atrás y se abría y se cerraba como el acordeón que alguien hizo sonar cuando yo era pequeña todavía en el casamiento de unos primos lejanos ahora perdidos y la noche permanecía terca en su negrura y la luna sangraba una luz clara y pastosa entonces mamá me dijo Vamos a bailar. y la fiereza fresca del río que llegaba en forma de viento, un pájaro de la barranca el viento que saltaba de rama en rama de aquellos extraños álamos mussolini y nadie se asombró que aquella noche no picaran los mosquitos. Hemos hablado de tantas pestes en la noche, hay quien enumeraba haciendo resbalar el tomate a lo largo del borde del plato prenda abandonada de un ser querido reptando por el piso. Y hay quien decía que el mal ya estaba en nuestra sangre que hasta el dengue, por ejemplo, nos había invadido. La sal, pidió alguien. Pero el mozo no venía. De pronto temimos al río agazapado ahí nomás enfrente de nosotros, temimos al agua y al deseo funesto en nosotros. la noche anterior con agua. Nadaba, y estabas cerca mío. Quería hablarte -he pasado media vida tratando de hablarte- y el agua me tocaba los pulmones con las puntas agudas de sus dedos.) cayó serruchando sobre nuestra somnolencia. Verdes botellas se extinguían como velas y nosotros no ardíamos ya. Esperaba tus palabras es cierto, datos sobre el mundo y un cabello, y tu mano apretó mi hombro como hacen los rengos y los obesos a la hora de levantarse de una silla y no pueden no pueden con su peso. Había arrugas en tus párpados lo noté antes que un pájaro chistara sobre las tejas de ladrillo del restorán me decías adiós justo antes que la chica de los pechos grandes en un gemido sugiriera Alguien debería ir y llamar a un taxi. pasaban unos pájaros, y de su vuelo, en el aire no quedaba ningún rastro. mi abuela el Fluido Manchester en las rejillas para que arrasara -el líquido arrasaba- con la melancólica sombra de cucarachas y hormigas. La porquería, decía ella que se llevaba el fluido y auras ocres señalaban el lugar donde había sido derramado. (Alguien dijo: Si la memoria no nos contiene nos derramará el olvido). después de tu partida, ladraba a los autos. Nadie pudo entender lo que advertía. ayer tarde cargada de libros -calle abajo ibas-. Llevabas gruesos libros de los que ya no se leen. (Al azar habías abierto una página para leerme que debiera cuidarme hasta de mí misma). se volvió oscura y partió la niebla como los pájaros que vimos esa tarde, y en su vuelo habían partido el aire en bandos iguales. Caminé, apresurada, detrás de tus pasos, pero la niebla no guardaba dentro suyo nada de tu rastro. "Cuando me casé pesaba 49 kilos" y hoy 83 es la cifra. El pasado urde lazos, y uno nunca se despereza. y mañana voy a arrepentirme. Igual, yo estoy hecha al arrepentimiento. Mi pie pasa un puente de hilo. Hay remembranzas. y nunca existe. La noche se cierra en círculos como una cuerda. aunque los pescadores pescan. pesarán arena. |