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Prox.

 Patricia Suárez
         Nació en Rosario en 1969. Es periodista y escribe cuentos para niños. En 1998 publicó un libro de cuentos, Rata paseandera, y una novela, Aparte del principio de realidad. Fluido Manchester obtuvo una mención en el primer concurso de poesía Siesta.

 



FLUIDO MANCHESTER

Cuatro Poemas


"Nunca te preguntes por
qué todo tiempo pasado fue mejor,
pues ésa no es una pregunta
inteligente".

Eclesiastés, 7,10.



I-
Paisaje que vimos desde la ruta

Honda tristeza de cuando vimos un bosque de hayas
a la orilla de la ruta.
¿Eran hayas?
Durante mucho tiempo he estado leyendo literatura rusa,
te dije.
Pasaba la cinta interminable del camino,
junto al supuesto bosque de hayas,
pasaba,
como hemos pasado nosotros,
y entre nosotros
ya no quedaba nada.




II-
Restos de la fiesta

Estremecidas arrugas bajo tus párpados
y los álamos,
-los álamos que alguien dijo que se llamaban
álamos mussolini,
y nadie sabía por qué-
llevaban tus mismas arrugas en las hojas.

Dudé muchas
tantas veces en acercarme
porque.
El cuchillo chirriaba en el plato
la grasa los restos del asado
y un vino grueso y salobre como era el sudor de mi padre
cuando mi padre
trabajaba.

Sonaba música confusa
y la chica de los grandes pechos salió a bailar.
Se arqueaba hacia atrás
y se abría y se cerraba
como el acordeón que alguien hizo sonar
cuando yo era pequeña todavía
en el casamiento de unos primos lejanos
ahora perdidos
y la noche permanecía terca en su negrura
y la luna sangraba una luz clara y pastosa
entonces mamá me dijo
Vamos a bailar.

Restos de la fiesta
y la fiereza fresca del río
que llegaba en forma de viento,
un pájaro de la barranca
el viento que saltaba de rama en rama
de aquellos extraños álamos mussolini
y nadie se asombró que aquella noche
no picaran los mosquitos.
Hemos hablado de tantas pestes en la noche,
hay quien enumeraba
haciendo resbalar el tomate a lo largo del borde del plato
prenda abandonada
de un ser querido reptando por el piso.
Y hay quien decía que el mal ya estaba en nuestra sangre
que hasta el dengue, por ejemplo, nos había invadido.
La sal,
pidió alguien.
Pero el mozo no venía.
De pronto temimos al río agazapado
ahí nomás
enfrente de nosotros,
temimos al agua y al deseo funesto
en nosotros.

(Yo había soñado
la noche anterior con agua.
Nadaba, y estabas cerca mío.
Quería hablarte
-he pasado media vida tratando de hablarte-
y el agua me tocaba los pulmones
con las puntas agudas de sus dedos.)

Llegó el fin de la noche
cayó serruchando sobre nuestra somnolencia.
Verdes botellas se extinguían como velas
y nosotros no ardíamos
ya.
Esperaba tus palabras es cierto,
datos sobre el mundo y un cabello,
y tu mano apretó mi hombro
como hacen los rengos y los obesos a la hora de levantarse de una silla y no pueden
no pueden con su peso.
Había arrugas en tus párpados
lo noté antes que un pájaro chistara sobre las tejas de ladrillo del restorán
me decías adiós
justo antes que la chica de los pechos grandes
en un gemido sugiriera
Alguien debería ir y llamar a un taxi.





III-
Fluido Manchester


Hoy no nos vemos.
Cuando nos separamos ayer
las nubes ya cubrían el cielo
y se levantaba la niebla.

Alto, muy alto,
pasaban unos pájaros,
y de su vuelo,
en el aire
no quedaba ningún rastro.

Echaba
mi abuela
el Fluido Manchester
en las rejillas
para que arrasara
-el líquido arrasaba-
con la melancólica sombra
de cucarachas y hormigas.
La porquería,
decía ella
que se llevaba el fluido
y auras ocres señalaban el lugar
donde había sido derramado.
(Alguien dijo:
Si la memoria no nos contiene
nos derramará el olvido).

Un perro de aguas,
después de tu partida,
ladraba a los autos.
Nadie pudo entender
lo que advertía.

Ví tu silueta
ayer tarde
cargada de libros
-calle abajo ibas-.
Llevabas gruesos libros
de los que ya no se leen.
(Al azar
habías abierto
una página
para leerme
que debiera cuidarme
hasta de mí
misma).

Pronto tu silueta
se volvió oscura
y partió la niebla
como los pájaros
que vimos esa tarde,
y en su vuelo
habían partido el aire
en bandos iguales.
Caminé, apresurada,
detrás de tus pasos,
pero la niebla
no guardaba dentro suyo
nada de tu rastro.














IV.


Es el insomnio:
la noche se vuelve petulante.
La pantalla azul
vibra
permanece azul
y sus signos no me significan
ya
nada.
Libros como luces
junto,
debajo de
la cama.
Nadie los toma.

La vecina ha dicho en el día:
"Cuando me casé pesaba 49 kilos"
y hoy 83 es la cifra.
El pasado urde lazos,
y uno nunca se despereza.

Digo es el insomnio
y mañana voy a arrepentirme.
Igual,
yo estoy hecha
al arrepentimiento.
Mi pie pasa un puente
de hilo.

Filosas siluetas gatunas hay fuera.
Hay remembranzas.

Uno piensa y piensa y piensa
y nunca existe.
La noche se cierra
en círculos
como una cuerda.

Los teléfonos jamás suenan en la noche
aunque los pescadores pescan.

Mañana el sueño y su falta
pesarán arena.






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