II
La forma en que está vacía la noche
la forma en que se desfonda su rostro cuando acude
la oquedad a los rincones
el modo en que los rostros de plata se desfondan si
asisten a esa misma oquedad y en ella sólo temen
(los rostros de los amigos se desfondan, los otros
permanecen inmóviles, veloces pasajeros que
detienen la nada)
y el cuerpo que la visita sonando la ocarina,
promulgando la débil vibración de la vida con su
paso de danza
es al mismo tiempo un cuchillo que abre el dorso de
su mano y la deja sangrar
es al mismo tiempo una garza que no bebe pero la
deja sangrar hasta que se queda dormida el vino de
la fosforación
el vino del que somos olvidados
mientras los rostros beben y beben de la herida
escuchamos el canto de las mujeres negras
el canto de las viejas mujeres con hocico de cerdo
que nos llaman al sueño y nos devoran
y entonces, entonces descubrimos que esas
grandes señales son producto de la radiación.
La forma en que se encuentra la noche
la forma en que la abandona la persona y el perro,
animal de la persona
y el hombre que es mordido por los canes en los
grandes rosales prohibidos.
Brilla, brilla la imagen destrozada donde descansan
los yesos
la forma en que se queda la noche, vacía en la
percusión de lo ajeno.
No importa lo que tú ves al fondo, sólo interesan los
rostros confinados en el rincón
(recuerda, la noche está vacía)
allí tú mueves la mano y alguien te contesta si es
que los fantasmas conocen el vestigio de la luz y en
la llama se han puesto los vestidos y aparecen, con
harina o fermento de maíz en las manos, con restos
de azufre en los pies.
No importa lo que tú ves al fondo sino que la noche
se vacía en las esquinas devoradas
cuando se habla de la verdad en los cuartos y los
niños y los conejos se conocen
ellos reciben pájaros en el corazón y ramas de
ciruelo, ellos reciben pájaros y cestos con
membrillos para perfumar las alacenas
hasta que todo es para ellos producto de la
radiación.
Yo no sé lo que ocurre pero quiero decir lo que veo
estamos ahora en un lugar donde los invitados
encuentran su propio error y no huyen y eligen un
enigma y no un arma
y disparan entonces y la alcoba se llena de
pistoletazos perdidos
y la noche, después de la visión del vacío, es igual
al terror de los gritos que perforan el tiempo y dejan
escapar todo el viento de las grandes montañas
y el mundo es del color de un agujero parecido a la
noche
y la noche se vacía allí donde los peregrinos dejan
de mirar los revólveres.
Yo no sé lo que ocurre pero cada
mueble de la habitación se parece a la
muerte
la muerte se parece a la silla y la
mesa a la muerte y la vitrina y la silla
se parecen entre sí y hasta el patio
acude solitario a su color predilecto
que es el lento color de la muerte, ese
color donde todo está sentado, ese
color sentado a donde llaman los
jueces
y entonces entro y descubro que hablo
de mi casa y mi casa se parece a la
muerte
y todo allí es producto de la radiación.
Las cosas no deberían existir si lo
pensamos
alguien que escribe no tendría por qué
existir si lo pensamos
ni ese cuarto en que escribe ni el silbo
con que conversa ni las cosas que
dicen sus palabras tampoco tendrían
que existir si lo pensamos
pero he aquí que éstas viven y que
éste vive y que éstas ya no huyen
no huyen de la vida a la muerte
no huyen de la vida a la muerte como
las personas que sienten zumbar en
su oído la hélice de la piedad y miran
y no ven más que el hueco que dejan
sus cuerpos al salir de las mantas.
Las cosas no deberían existir
pero están puestas donde las vemos
para espantar el fulgor del vacío
porque alguien escribe en una
habitación y sus palabras son
caballos, son heridas, son caballos
que lloran y se parecen a Cristo
y ese rostro es el rostro desfondado
donde aúllan los signos
y ese rostro es producto de la
radiación.
a la memoria de Ángel
Escobar
LA JAULA DE LAS HOJAS DE TÉ
En esto me pasé todo el verano, viendo llover sus rostros con olor
a humedad.
De vez en cuando todavía me sumerjo en sus ojos.
Los huesos son minerales, puedo ver.
Esto es lo que esperaba.
No la carta de la mentira,
no las patas del león,
no los agujeros sin calma,
sino estos enseres que nacen de sus rodillas,
huecos y plumas, un pájaro dado vuelta al revés
que sirve para adivinar y cantar alabanzas,
los animales delgados del jardín, los tallos finos
de la premonición.
Esto es lo que veo y lo que puedo decir,
entro en una cabeza y provengo de todas.
Sus miradas no me ven, yo los veo por dentro.
Esta es mi jaula, soy el buceador de personas
y no puedo evitar tener piedad de toda esta selva de sangre,
de todas las redes de pesca que atrapan mariposas de lluvia.
Es la hora del té, y sé que ese sol es el hambre.
Intento ver las cosas y dibujarlas en mí,
estoy adentro de todos estos muebles callados,
de todas estas armaduras que tienen un nombre
y palpitan para decir que son nada.
Mientras sujeto el hilo que alimenta la mitad del cerebro
y el aerolito solo de la culpa, inútilmente unidos
la vena seria de voz ronca cecea y balancea
la otra mitad del cerebro que se ahoga,
la otra mitad que se hunde y no conozco
y no quiero tener.
Cuando hay naufragio adivinar la forma del cuerpo es difícil,
sostenerla en la mano peor.
Mejor aceptar la desnudez que este hilo que se adultera tantas
veces como le es posible, articular una fuerza distinta a la de la
materia sobre la misma materia
y verla aparecer con constancia,
hacer pesar la luz, pero no derramarla.
El límite es el uso callado de esa filtración en el aire,
una grieta en las listas de desaparecidos,
una última pequeña quebrazón en las tinieblas.
No hay que llorar por estas personas fijas ni por aquellas que
encarnan,
no conocen la lluvia, dicen, pero yo sé que mienten
y arañan una mano que hay detrás del sol.
Ya no sirve hacer ruidos en esta oscuridad
si la tierra es negra en todas partes
y alimenta con muerte a los muertos
y a los vivos con la tierra de una sola flor.
Es la hora del té, éste es un discurso para que yo hable a la hora
del té.
Pido permiso para pasar y sentarme en sus huesos
y pulsar lentamente la espiral hasta que vibren sus miedos
y huyan las palomas de lo concreto para no competir
con la abstracción redonda de los mamíferos muertos
que se incendian a orillas de la beatitud.
Conozco el peso de todo lo que hay como de aquello que aquí no
se encuentra,
presencia y ausencia dibujan por igual la elipse de mis dominios,
toda su intrépida aritmética,
y no celebraré el atardecer con otro alimento que no sea la
tristeza.
Es difícil hablar cuando ellos caminan hacia ninguna parte,
la loza quebrada es más sonora que el mar
si confundo los elementos con tanta perfección
en cada oficina de la lluvia.
Yo hablo en la oscuridad como aquél que fue esclavo,
mis dominios son tristes, el viento entra a silbar a las salas,
en las manos ellos se reparten monedas
que sólo mi alma puede devorar.
Esta vez me sumerjo como un ídolo grave
allí donde las piedras se despojan del vuelo
y animadas por la pura costumbre de su imán
dejan caer los pájaros al plato.
Hay que escuchar más hondo, hay que escuchar,
estos ruidos se van quebrando de a poco.
Si agito el hilo y se quema con la velocidad que crece la mentira
del ojo cae una luz que me espera,
pues yo soy sólo un vaho brillante que se acerca a nombrarme,
un puñado de polvo que sostiene la seda con que se prueban las
decapitaciones.
Es la hora del té y los comensales se aduermen acodados al
borde de la mesa.
Pido permiso para pasar.
Una muestra de poesía joven chilena
X Yanko González Cangas
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