Prólogo de José María Conget
Solemos cultivar las gentes de letras una desconfianza activa hacia los ciudadanos que, al margen de una larga vida profesional en campos muy alejados de la literatura, deciden recobrar el olvidado sarampión adolescente de escribir una novela o una serie de sonetos. Que un probo notario o un químico ilustre, recordando las clases de métrica en el colegio de los maristas, soliciten en su madurez el favor de las musas, perpetren un volumen de rimas y se autofinancien una edición que constituirá su orgullo secreto y la tortura tácita de sus familiares, no es circunstancia infrecuente que se ignora caritativamente en el medio literario o se acoge, en el mejor de los casos, con despectiva benevolencia. Pues bien, cuando vine a vivir a Nueva York traía en mi libreta de direcciones el teléfono de Osías Stutman, un famoso inmunólogo argentino, que mi amigo el poeta Jesús Fernández Palacios había conocido en algún festejo libresco y cuyo trato me recomendaba como el de un buen conocedor de Manhattan y, "aunque científico", hombre de amplios intereses culturales. No lo llamé inmediatamente y creo recordar que, en realidad, se presentó a sí mismo en el primer encuentro de escritores que organicé en 1991 para el Instituto Cervantes, entonces todavía Casa de España. Osías resultó, en efecto, persona de gran cordialidad, viva conversación y aficiones a lecturas, músicas y películas no muy apartadas de las mías propias. Poco después supe que además de todo eso Osías Stutman, oh cielos, escribía poesía.
Quiero aclarar enseguida que mis alarmas eran infundadas. Osías me fue pasando sus textos mecanografiados -cuatro poemas bajo el enunciado global de La exageración, luego una selección de su obra que había llamado, de forma un tanto enigmática (y es que los títulos de sus libros son tan caprichosos como los de Baroja), La vida galante-, y desde la primera ojeada me pareció evidente que no se trataba de la producción de un aficionado. La lectura atenta de ésta y otras entregas posteriores me descubrieron a un autor que, fuera cual fuera su "otra" profesión, había hecho de la poesía una pasión central. Desde luego su estilo no puede estar más en disonancia con las modas líricas de los últimos años en España y en especial de ese poema-tipo en el que el vate, mientras bebe-una-copa-en-un-bar-de-la-alta-noche, observa a una lozana muchacha que el tiempo infatigable, ay, inevitablemente afeará. La obra de Stutman se entronca con una gran tradición culta, y difícil, de la literatura occidental de este siglo, la que tiene en Joyce, Djuna Barnes (a la que ha traducido al español), Celan, Pound, Eliot y Lezama alguna de sus figuras esenciales. Las asociaciones insólitas -esa aparición de la Malinche en un poema sobre la URSS-, la controlada alucinación, el humor sofisticado y un mundo de referencias tan vasto como, a menudo, sorprendente, son alguno de los rasgos que encontrará el lector en Los fragmentos personales.
Mi relación posterior con Osías y la familiaridad con su poesía me han ido revelando otros aspectos que no me gustaría dejar sin comentario. En primer lugar la fidelidad a esa idea de Borges, que Osías suele citar, sobre el "texto definitivo", concepto que solo "corresponde a la religión o el cansancio". Las numerosas variantes y correcciones de su poesía que le conozco me han obligado a pensar que ni siquiera la publicación fijará los textos ni permitirá el descanso de este autocrítico constante. Son también destacables las notas que el propio Osías agrega a sus composiciones; en algún momento le dije -y no se enfadó- que eran casi tan interesantes como los poemas mismos y a veces les añadían un exotismo inesperado. Es una lástima que el presente volumen presente una visión muy discreta, y casi puramente informativa, de esas notas. Por eso no me resisto a transcribir algún ejemplo, como el que glosa un poema titulado "Las imitadoras o los imitadores":
"Los versos sobre 'La Reina del Hampa' fueron inspirados por Black Lizard (Lagarto negro), film de Kinji Fukasaku (1968) basado en una novela de Edogawa Rampo (nombre de pluma, que es la manera japonesa de pronunciar Edgar Allan Poe transliterado del inglés) adaptada por Mishima. El rol de Black Lizard es interpretado por Akihiro Maruyama, celebrado travesti. Mishima aparece en el film como uno de los muchos amantes muertos que Black Lizard guarda embalsamados. Después del suicidio de Mishima en 1970, Maruyama cambia su nombre a Miwa".
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Aparte de los hipotéticos miembros de algún club de masoquistas, debo ser uno de los veintidós occidentales que, además de Osías, han visto la película Lagarto Negro, así que confieso mi sorpresa al encontrar fuente de inspiración tan esotérica. Claro que como Osías inventó un poeta romántico argentino, Fulgencio Linares, al que atribuyó versos que en brillantes páginas de paródica seudoerudición comentó con todo el aparato crítico de estos menesteres, nunca se está seguro de que las citas y notas de sus poemas no formen parte de una broma que utiliza al lector como instrumento inocente de su realización. Obsérvese la mezcla de juego y datos bibliográficos en la nota, que copio, al poema "El gran problema del mundo" del libro La tercera persona:
"El epígrafe es el segundo verso del Soneto VII de Cavalcanti y la traducción aparece en el poema. Se recomienda como ejercicio utilizar cualquier novela conocida por el lector, digamos Rayuela, Fredydurke, La montaña mágica o Clarissa y volverla a escribir con cada personaje representado en su totalidad por todos sus cuerpos actuando simultáneamente, dejando número y sexo del conjunto a la discreción del imaginador. El "Caso 123" es el sensitivo joven de 30 años que llevaba rosas a su cama. Besarlas producía erección "sin tocar sus genitales con ellas" y la fragancia producía eyaculación (Richard von Kraft-Ebing, Psycopahia Sexualis, 12th Edition, Stein & Day, New York, 1965, pág. 184). Los ocho versos finales son paráfrasis del poema de Safo que describe los síntomas del amor (Fragmento 31; E. Lobel & D.L. Page: Poetarum Lesbiorum Fragmenta, Oxford, 1955). La cita final es "vergine madre, filia del tuo figlio" (Paradiso XXXIII, 2)".
Y, por último, confío en que no le importe a Osías que revele un pequeño secreto: este romance suyo tardío con la lírica no es en realidad más que el reencuentro con la novia original. Yo no sé cómo ha vivido este hombre tantos años ¿adúlteros? con la ciencia y como acallaba las protestas, que debió haberlas y muy exigentes, del gran amor de juventud. Pero no puedo ocultar que en 1961 Juan Carlos Martelli publicó en Buenos Aires una Antología de poesía nueva en la República Argentina y allí, entre los nombres de algunos autores que hoy son clásicos de las letras latinoamericanas, como Alejandra Pizarnik o Juan Gelman, aparece un Osías Stutman del que se reproducen nada menos que veintidós poemas. Treinta y siete años mas tarde y al otro lado del Atlántico, los versos, otros versos de aquél Osías Stutman, vuelven a ofrecer con renovada vitalidad un desafío a la inteligencia lúdica, la cultura y la imaginación de los lectores.
JOSE MARIA CONGET
Nueva York, enero de 1998
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LOS FRAGMENTOS PERSONALES
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