Dan ganas de decir: Osías Stutman es el poeta que le faltaba a la Argentina. No porque al país le hagan falta más ni mejores poetas, sino porque Stutman vendría a ocupar, dado el espectro que compone su obra, un espacio reservado para él solo. Un poco lo que ocurrió con Hugo Padeletti a fines de la década anterior, cuando la Universidad Nacional del Litoral editó en un tomo sus poemas escritos entre 1960 y 1980; con anterioridad sólo había publicado un tomito de diez poemas en el sello Carmina (1959).
Osías Stutman nació en 1933 en Buenos Aires, donde se recibió de médico a los veinticuatro años. En 1961 Juan Carlos Martelli lo incluyó en su Antología de la Poesía Nueva en la República Argentina, entre otros junto a Pizarnik, Gelman, Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, el propio Martelli, Madariaga y Oscar Masotta. Desde un ángulo revisionista, sus poemas son lo que mejor supo guardar aquel volumen, así como los de Masotta se llevan la sorpresa. Stutman se fue del país por motivos políticos en el '65 y desde entonces reside en EE. UU., donde lo destacó su labor de investigación en el campo de la inmunología. Adquirió la ciudadanía norteamericana en 1976. Lleva más de doscientas publicaciones en su especialidad y es miembro de numerosas sociedades científicas internacionales. Miembro y profesor emérito de la Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, etc.
Después de alternar durante años Nueva York con Barcelona, actualmente reside en la última. La carrera científico-académica relegó a lo privado su vida literaria, y Stutman no volvió a publicar hasta 1992: número 4 de RevistAtlántica, de Cádiz, una serie que se llama "La exageración", con sutiles teorías sobre la novela, escritas en verso. O sea que se pasó tres décadas de escondite, apartado de la literatura en lo que hace a publicación y vida pública, porque en cuanto a lo demás -como lo demuestran sus espléndidos poemas tardíos- parece haber estado inmerso ella.
Cafè Central, de Barcelona, hizo en 1997 cien ejemplares de una plaqueta con catorce sonetos suyos (atribuidos imaginariamente a Gombrowicz), y el sello Olifante, de Zaragoza, editó el año pasado Los fragmentos personales (a work in progress, inolvidable). Dice en el prólogo José María Conget: "La obra de Stutman se entronca con una gran tradición culta, y difícil, de la literatura occidental de este siglo, la que tiene en Joyce, Djuna Barnes (a la que ha traducido al español), Celan, Pound, Eliot y Lezama algunas de sus figuras esenciales. Las asociaciones insólitas -esa aparición de la Malinche en un poema sobre la URSS-, la controlada alucinación, el humor sofisticado y un mundo de referencias tan vasto como, a menudo, sorprendente, son algunos de los rasgos que encontrará el lector en Los fragmentos personales". La descripción es exacta; sólo cabría añadir a esa lista, en relación con Stutman, por lo menos a Borges, Rubén Darío y Wallace Stevens.
Porque al igual que de Borges, la primera imagen que se desprende de Stutman es la del lector, un lector en ambos casos curioso y exquisito, dotado de vitalidad serena y buen humor constante: sus poemas contienen numerosos juicios poéticos sobre leer y escribir, sobre la literatura, los libros y la vida de los escritores. La poética de Borges -una ética del lector- pareciera alcanzar, a través de la obra de Stutman, una sobrevida "menor" y heterodoxa y que, por eso mismo, si no la supera la desempolva, la somete a mesmerismo, la extrema. Stutman conecta referencias culturales con una libertad que Borges no se permitía en verso, pero que sea capaz de citar a Anni Lennox y a Pascual Contursi o mencionar a la momia de Evita, Tarzán y la mona Chita, no es lo que mejor prueba esa libertad: lo crucial es el tipo de conexiones que establece o se establecen solas, por resonancia, esa mera coexistencia sobre un plano a la que asiste un eco tenue de surrealismo. La velocidad con que pasa de unos niveles a otros del lenguaje, interconectando zonas culturales bien alejadas, lo definen, al lado del poeta conservador de La cifra y El oro de los tigres, como un poeta ultramoderno. (Dan ganas de decir: Stutman viene a ocupar un lugar que Borges hubiera podido, si hubiera procesado de otro modo su experiencia de vanguardia.)
Su verso "terso, irónico" y sus "imágenes elegantes, llenas de aristocracia natural en los gestos y el decir" casi no tienen antecedentes en nuestra literatura, como no sea Rubén Darío. La dosis de exotismo que contienen sus estrofas y la más nítida de sus series obsesivas (la mujer, las mujeres, determinadas mujeres, cada parte de sus cuerpos, su misterio, el eterno femenino...) recuerden al Rubén Darío más galante y sensual, pero Stutman se escapa también de esta comparación valiéndose de mínimos componentes escatológicos, como en esos versos donde una dama "muerde el abanico con saña/ y su ano se incendia luminoso". No hay poema casi que no contenga una alusión a las mujeres, y daría la impresión que la serie es infinita, no le alcanzan las razas, los mestizajes, las edades, los rasgos físicos, psíquicos, las condiciones sociales, los grados de belleza o fealdad. No le alcanza las mujeres que conoce, le dedica poemas a las desconocidas, ¡a la mujer invisible! Alto en el cielo a su vista de halcón no se le escapa detalle de ellas.
Por último, en cuanto a Wallace Stevens, no sólo sus destinos tienen semejanzas; hay ideas claves del poeta del mirlo que Stutman a la distancia pareciera compartir: la relevancia del elemento irracional en poesía; la poesía entendida como versión no oficial del ser o la verdad a través de la imaginación (en tanto la filosofía sería la visión oficial, y su instrumento la razón). El dandismo analítico del fraseo de Stutman pasa de la vida en Turquía a, cuatro versos más abajo, voces de abejas en un campo de verbena. Quince versos más y el sujeto dice: "No sé si veo una mujer rubia con perros,// en la montaña, vestida de azul flamante,/ o si son reflejos en la neblina, en la necedad,/ antes de la nevada. Miro mejor y son piedras negras,/ africanos, turcos", etc. Sigue derivando, sigue mirando mejor y termina con el corazón en la mano, entre patinadoras sobre hielo, haciendo gala de un dominio teatral de los significados. Stutman tiene una gran capacidad para hacer visible con palabras imágenes a veces muy complejas, a las que llama "breves visiones", pero eso no sería suficiente para lograr el impacto que producen sun poemas sin esa línea continua de pensamiento no oficial que salva la distancia entre las cosas: como la bella haitiana en Tokio, que asusta a los hombres con su color, Stutman consigue que su poesía sea el lugar donde "apariencia, visión y objeto se mezclan", borrando todo lo aprendido.
D. G. Helder